jueves, 4 de diciembre de 2008

CARLOS MARGIOTTA


LA NAVIDAD ES LA INFANCIA

La navidad es la infancia, es una mesa grande con mis padres jóvenes y mis hermanos, mis abuelos inmigrantes, mis tíos y mis primos.
Recuerdo que esperaba diciembre con la incertidumbre de un pibe que espera que sus anhelos se cumplan. Terminaban las clases y comenzaban las vacaciones. Las fiestas se estiraban hasta el 6 de enero y podía escribirle una carta a Papá Noel pidiéndole un regalo o visitar personalmente a los Reyes Magos en Gath y Chaves, con el mismo fin. Tenía suerte, siempre recibía el juguete que había elegido frente a la vidriera de la juguetería de la avenida Independencia, tomado de la mano de mamá.
La noche del veinticuatro los abuelos paternos nos esperaban en la casita de Florida con chimenea y todo. Allí se juntaba la familia grande de los tanos tan queridos. Éramos inocentes, no conocíamos todavía el mal ni la televisión, y creíamos en la palabra de los mayores. En la mesa larga, agregada con tablones y caballetes, nadie empezaba a comer hasta que Tatón, mi abuelo, daba la orden inclinando la cabeza. Los chicos aprendíamos el ritual y pedíamos permiso para levantarnos después del postre. Nos íbamos a jugar a la vereda con los pibes vecinos para olvidarnos de la hora de los regalos. Y a las doce, con la sirena de los bomberos volvíamos a la casa donde algún tío gordo aparecía vestido de rojo y con barba de algodón descargando una bolsa inmensa con paquetes multicolores que sacaba uno por uno, nombrándonos.
Los adultos esperaban el brindis para reparar alguna culpa y abrazarse con la copa en la mano con un gesto de reconciliación, mientras en el patio empezaba el baile de los mayores. En el fondo de la casa, que daba a un baldío, nosotros disparábamos cañitas voladoras apuntándole a la luna que nos miraba quieta con una sonrisa. A Carmencita le daba miedo los estampidos de los cohetes y se apretaba contra mi pecho.
Entonces la navidad era como un cuento fantástico donde el protagonista era un niño. Hablaba acerca de un nacimiento en un pesebre de Belén donde arribaban Tres Reyes de Oriente con sus ofrendas, persiguiendo una estrella a través del desierto. El niño era hijo Dios, nacido de una madre virgen llamada María y de un carpintero llamado José. Dios que había elegido ese modesto lugar entre los humildes, en una remota colonia del Imperio Romano, para liberarnos.
La navidad nos habla de la esperanza, de la buenaventura, de la alegría, del triunfo del bien sobre el mal, de un mensaje de amor revolucionario.
Los diciembres de hoy no se parecen en nada. Ya no marcan un fin ni un principio, sino la continuidad en el poder de otros dioses: los del mercado, los del individualismo, los de la imagen, los del miedo.
Los nuevos dioses nos han querido enseñar que es más importante el tener que el ser, que el yo está por sobre el nosotros, que el amor es tan fugaz... es una curda nada mas. Y en el medio de una crisis financiera mundial donde todo se derrumba, nos dicen que hay que salvar a los ricos.
Ahora, que ya no creo en los cuentos de hadas, la Navidad seguirá siendo aquél recuerdo junto a los humildes, el de los sueños que se cumplen, el de la llama de la esperanza, el de la lucha apasionada por un mundo mejor, el de la fe en el ser humano. Por eso mi deseo para todos en el año que pronto comienza es de tener trabajo, una mejor educación, una buena salud pública, y justicia igualitaria para todos.
Quizá parezca mucho pedir y no se ajuste a la realidad, pero igual seguiré apoyando mi dedo índice sobre la vidriera de la juguetería de la avenida Independencia, señalándole a mamá el regalo preferido. ¿Por que no ?

GABRIEL BRENNER


FIN DE SEMANA

Osvaldo estaba tentado de invitar a una compañera del curso de Historia Argentina. Pensó que tomarían un café en camino de regreso a sus casas y le propondría ir a pasar un fin de semana en Montevideo. Sabía que se arriesgaba haciendo la invitación teniendo en cuenta la forma cariñosa y familiar con que lo trataba, además las alusiones al contacto físico sin disimulo.
Se hablan conocido en este cursillo y se sentaron juntos, siempre estaban de gran conversación, que comenzaba disintiendo con el tema que se estaban tratando y terminaban contándose cosas personales. A veces hablan en viva voz, otras cuchicheaban, gastándose bromas
Osvaldo se levantó de su asiento, mientras hacían un resumen de la clase que el profesor había explicado y Le dio a entender al mismo que se iba al baño. Mientras se dirigía al lugar, pensaba "Le voy a decir que vayamos a tomar un café, quiero saber si realmente hay algo entre nosotros. Me tiene muy interesado, me gusta mucho y creo que corre buena onda entre los dos. Quiero invitarla a pasar un par de días juntos. ¿Y si ella no sentimos lo mismo? ¿Me estaré arriesgando al fracaso? ¿No me estaré apurando? ¿Qué haré si me llega a decir que no? No, mejor que no piense así, porque me va a faltar coraje para proponer el viaje. ¿No me convendría esperar un poco y tratar de sonsacarle haciendo una broma sobre el asunto, a ver como reaccionaría? ¿Qué dilema ... Por otro lado, si no lo intento me quedará la duda de no aprovechar la oportunidad. ¿Y si se lo presento como una pregunta de cómo lo tomaría? ¿Irías conmigo a Montevideo? Y según la cara que pone, darle un color de broma, o chiste, qué sé yo.
Salieron de la clase y él le propuso ir a cenar. Entraron al restaurante tomados de la mano. Se sentaron, ordenaron los platos y el infaltable vino. Ella hablaba y hablaba, Osvaldo escuchaba. Ella contaba cosas de su trabajo y por lo visto tenía mucho para decir. Terminaron de cenar, salieron y él la acompañó hasta donde habla dejado su coche. Mientras la toma del brazo le hizo la pregunta del millón ¿Vos vendrías a pasar juntos un par de días en Montevideo? Ella se sorprendió, y le contestó: Puede ser ¿Cuándo iríamos? Comenzaron a barajar fechas y él le dijo que debería hablar con la agencia de viajes para saber por las disponibilidades. ¡Ah, bueno, después elegimos! Llegaron hasta el coche, ella abrió la puerta, se dio vuelta y frente a frente, se abrazaron despidiéndose con un beso.
A la noche siguiente, ella lo llamó, pero antes Osvaldo había dejado un mensaje diciéndole que ya tenla las fechas. El galán atendió contento, pero se le hiela la sonrisa cuando ella le dice que no va a poder ir, porque al comentarlo con su novio, a éste no le pareció correcto.¿De donde habla salido este novio que nunca mencionó? ¿Habla llegado a su casa y lo consultó con la almohada? ¿El novio existía? ¿ 0 lo pensó mejor y se asustó? Después de todo era una tierna mujer, separada y con una hija veinteañera, a quién no podía dejar sola. No, no, el novio tenía razón. Y además ¿para qué estaba él. ¿No es cierto?

DARDO SEBASTIÁN DORRONZORO


EL HOMBRE LIBRE

Estaban los dos hombres en un calabozo.
- ¿Por qué estás preso? - preguntó uno.
- Porque soy libre - contestó el otro.
- ¿Y qué es la libertad?
- La libertad no existe, como no existe el hombre. Sólo existe el hombre hambriento y el hombre libre.
- ¿Y qué es ser un hombre libre?
- No decir y no hacer lo que los hombres libres quieren que uno diga y haga.
- ¿Y si te obligan?
El hombre libre se rió.
- Precisamente - dijo-, ahí está la fuerza del hombre libre. Nadie puede obligarlo a decir ni hacer lo que no quiere.
- Sin embargo - dijo el otro-, ahora, por ejemplo, te obligan a no estar con la mujer que amas.
- ¿Y quién te dijo - contestó el hombre libre- que no estoy con ella?

Dardo Sebastián Dorronzoro, Argentina, 1913. En junio de 1976 fue secuestrado por un Grupo de Tareas de las FFAA de su casa en el barrio La Loma, Luján (Buenos Aires).Tomado de Isla Negra, revista de poesía editada por Gabriel Impaglione

JUANA SCHUSTER


LA ENTREVISTA

Dios está agotado. De mal humor. San Pedro le da un sedante. Desde arriba el mundo se ve como una gran fogata: los bosques encendidos, el agua es hirviente y rojiza, su amada creación respira un humo negro.
Últimamente, todos los seres humanos habían ido al infierno. Se pasea nervioso de nube en nube. Los címbalos de sol le molestan.
Pronto llegaría el siguiente turno. Otra vez las mismas respuestas que muestran que Hobbes tenía razón: "El hombre es el lobo del hombre".
No halla explicación ante tanta demostración de codicia y egoísmo. Tanto varones como mujeres coinciden en los mismos defectos. Una de las cosas que más lo irritan es el desprecio por el sufrimiento ajeno. Se da cuenta que pronto habrá que construir otro averno.
Aparece el próximo a entrevistar.
-¿Durante cuánto tiempo estuvo en prisión?. - Nunca.
-¿Cuántas veces faltó a su trabajo con un pretexto?.
-Nunca.
El Altísimo marca las cejas. Presiente que le miente.
-¿Gozó al hacer daño?. - Jamás.
El Padre Eterno recuerda que en las guerras otorgan puntos por matar niños.
-¿Tuvo una vida plácida?. - No. Trabajé de la mañana a la noche. Conocí el estado de intensa fatiga.
-¿Qué órdenes desobedeció?. - Ninguna.
El Señor piensa que esto es imposible. El mundo está muy alterado. La oscura ambición humana despliega aceleradamente sus telas atrapando a la naturaleza. Las mayoría es inmune a los consejos de los ancestros.
-¿En qué ocasiones fue irascible?. - Estoy en contra de la violencia.
-¿Recuerda a sus padres?. - Por supuesto.
-¿Cómo eran?. -Se distinguieron por ser laboriosos (fue la respuesta con voz temblorosa). Me separaron de ellos muy pronto.
-¿Atacó en alguna ocasión?. -No.
Dios contempla los ojos cansados de intentar templar las penas, que tiene frente a Él. Se le notan demasiado los huesos. Observa que tiembla.
-¿Por qué tiene ese latido en el cuerpo?. -De debilidad.
-¿Vivió momentos de dicha?. -Muy pocos.
San Pedro le susurra que hay que apurarse. Deben hacerlo pasar sin prolongar el interrogatorio.
Dios se da cuenta que deben abrirse los portones celestiales. Un ángel lo guiará a su última morada.Rengueando pero feliz, entra el caballo.

CORA STÁBILE


DORMIR SIN TENER SUEÑO

Quise asegurarme que no me siguieran, había dicho con anterioridad y ya no podía volverme atrás, esa fue la única manera que se me ocurrió para justificar mi demora.
Era una reunión importante, por eso decidimos hacerlo en una confitería, tratábamos de encontrar la forma de escapar de la celosa vigilancia a la que nos venia sometiendo nuestro jefe. Últimamente controlaba más los horarios, nos presionaba mucho ya que las ventas habían caído vertiginosamente, nos exigía un parte con los informes de visitas a cada cliente y hasta llego a llamarnos por teléfono a nuestras casas en los horarios mas insólitos.
La situación se había tornado muy difícil por supuesto ¡si no vivíamos en una isla!... nos manejábamos dentro de un mercado que estaba sometido a una difícil e inestable situación económico-financiera.
¡¡¡Tiempos compartidos en Costa del Este!!! Era una locura total, que en un momento tuvo gran éxito, pero las cosas habían cambiado, no era mucha la gente que podía y quería entrar en un negocio así: utilizar un lugar, muy hermoso por cierto, quince días al año, pagando expensas todos los meses y sin tener la posibilidad de hacer reformas, modificar la decoración o cambiar el mobiliario.
Mis dos compañeros hablaban sin parar y yo sentía que me alejaba cada vez mas, sus voces retumbaban dentro de mi cabeza, pero poco a poco lo hacían más débilmente, y volvió a ocurrir… ¡Me quede dormida!
Me sobresaltó el sacudón que me dio Alberto, se asustaron mucho porque creyeron que estaba descompuesta y me acompañaron hasta casa.
Nunca iban a enterarse que precisamente ese había sido el motivo de mi llegada tarde, me había quedado dormida… sueño escapista que le dicen…
¿Te suena?

RICARDO ALLIEVI


LA LUZ DE TU MIRADA

Dos miradas.
Bastó que en ese lugar oscuro y de misterio, te adivinara acercándote a la barra para tomar algo. Bastó solamente que encontrara tu contorno insinuado.
Alcanzó sentarnos en dos butacas casi juntas en el mostrador. Pero fue apenas adivinarnos mutuamente en la penumbra del espacio.
Fue un "pleno" cruzar nuestras miradas con insistencia para vernos mejor.
No pude ver el color de tus ojos. No supe si eran marrones. Tampoco si eran azules o verdes; pero sí que me impactaban.
Con las luces celestes y el humo denso de los cigarrillos del lugar, más que el color de tus ojos, me sacudió la intensidad de la mirada.
Tus ojos no fueron un descanso pasajero, reminiscencias de madera de caoba, cielos intensos o campos tranquilos; sino de movilización y desasosiego.
Un hechizo desestabilizante y enriquecedor porque quedó prendado de tu mirada, en contemplación de deleite y éxtasis.
Persistí mirándote de soslayo, adivinándolos para definirlos.
Me levanté, me acerqué y me pegué de espalda a la barra, mirándote de frente con el despliegue de mis ganas y el aborde creciente y desbordado.
Recién entonces, tus ojos y tu mirada se hicieron luz y los vi. Fue como un calor intenso, un fuego arrebatador. Sentí que me incendiaba y me quemaba en una llama de pasión, cuando los cerraste y volviste a abrir, iluminándolos con un "¡Hola!", correspondiendo a mi insistente y desesperada contemplación embelesada.

NORMA TRAFERRI


BASTA UNA NOCHE

Nos conocimos, y bastó una noche para traerte conmigo.
Tengo que deshacerme de vos. Tengo que dejar que te vayas.
Tengo que dejarte, y no sé como podría.
Debo alejarme de vos, vivir otro cielo.
Dejo que me digas: Te quiero. Sé del embuste. Vivo el engaño, lo creo... Entonces me sumerjo en el infierno.
Tengo, tengo. Tengo que deshacerme de vos.
Mañana.
¿Cómo se olvida una piel, un perfume, un aliento?.
Sé que no son míos tus latidos, tu piel, ni tus sentidos.
Muñeca bajo mi techo. Dueña del engaño, y yo, con mi venda caída.
Cuando hoy abras la puerta, y te diga: Te vas. Sangraré por dentro, y si te niegas, sangrarás por fuera.
Cualquiera será el modo, cualquiera el costo. Te irás.En una noche de espanto, también, quizá, vaya contigo.

MARISA PRESTI


EL PAQUETE

Ángela se incorporó bruscamente de la cama, tiró las sábanas hacia un costado y me miró. No pude articular palabra. Estaba desnuda. Desnuda ante mí, que quién era yo para tener derecho a su intimidad. Su mirada era desafiante; no pude evitar recorrerla lentamente; desde su mentón, mis ojos se extasiaron sobre sus pechos turgentes y húmedos, bajaron hacia su ombligo y quedaron vedados sobre sus muslos cruzados. Seguí las suave línea de sus piernas hasta los pequeños dedos, con uñas atrevidamente pintadas de rojo. Al levantar de nuevo la vista, toda la habitación se nubló como en una madrugada de invierno. Sólo ella y su cuerpo quedaron en primer plano. Tuve deseos de tocarla, de comparar la suavidad de su piel con otras conocidas, y debiera haber avanzado unos pasos para lograrlo, pero me quedé quieto, inmóvil, casi infantil.
En el bar, los muchachos gritan. Hay un humo espeso mezclado con el desagradable olor a transpiración rancia. Los cuerpos, sudados, se amontonan en las rústicas mesas de madera, mojadas por los restos de interminables cervezas. Ruedan los dados con apuestas fuertes. Hay violencia contenida en algunas voces, y en otras una amargura silenciosa. Me acerco a una mesa de conocidos; hablan de mujeres con palabrotas fuertes, el alcohol parece corroer lo que les queda de humanos. Sonríen, sin embargo, cuando acerco la silla y los saludo. Entonces escucho el nombre de Ángela. Es una puta, grita Víctor, yo me la gocé varias veces. Los demás asienten alzando la voz, y todo se mezcla en una algarabía de versiones diferentes, de orgías vividas o fantaseadas.
Ángela me mira con una sonrisa irónica. Parece divertirse con mi estupor. Sigue en la misma pose; la luz del mediodía da justo sobre su pecho derecho, sonrosando el pezón altivo que parece desafiar mis labios ávidos. Ninguno de los dos habla, hasta que digo: Disculpe, no quería molestarla. Ella se lleva hacia atrás un mechón rojizo que cae sobre su frente y me pregunta: ¿Qué querés?
Con el movimiento de su brazo siento que las piernas me tiemblan porque ha quedado más desnuda aún para mi mirada. Toso suavemente. Intento disimular la excitación que me provoca levantando un pequeño paquete que llevo en la mano izquierda: Me pidieron que le trajera ésto, digo, mientras extiendo el recado frente a ella. Abrilo, ordena secamente. Imposible, respondo, debe ser algo personal. Ella se levanta y acerca toda su humanidad a mi cuerpo, tristemente vestido con un traje de franela gris áspero y gastado. Pone su dedo en mis labios y dice: Ya que viniste hasta acá, hacé lo que te pido.
Siento mi mano temblar sobre el paquete. El cordel de hilo sisal lastima mis dedos haciéndome olvidar, por un instante, de la urgencia de mi deseo. Toda desnuda frente a mí, toda desnuda frente a mí, vuelve a insistir de nuevo mi pensamiento.
Fue esa noche, en medio de la borrachera generalizada, que el turco José acercó su silla, y me abrazó efusivamente poniendo su boca cerca de mi oído: Pibe, tenés que hacerme un favor. La música y los gritos me impidieron escuchar su historia como merecía. Apenas fragmentos entrecortados: es mía… no quiere… la última vez. Asentí con un gesto, almacenando su confidencia in entendible junto a mis náuseas de cerveza. Y entonces se levantó, fue hasta la barra, y para mi sorpresa, volvió con un pequeño paquete entre las manos. Un paquete atado con hilo sisal.
Pasaron más de dos semanas. No fui al bar ni llevé el paquete hasta hoy. ¿Qué derecho tengo a abrirlo? Ábralo usted, dije de pronto con un enojo inesperado. Ángela rió con ganas. Su boca, de dientes amarillentos pero parejos, se desnudó ante mí, y un furioso deseo de atrapar su lengua hizo que la tirara violentamente sobre la cama. Quise succionarla entera, comerla a mordiscones, invadirla hasta dejarla exhausta y ella no se negó. Cabalgué mi instinto sobre sus caderas, socavé sus honduras hasta el fin de mis fuerzas enrojeciendo su carne blanca, ahogando sus gritos locos con mi boca atormentada.Me fui de la pensión dolorido de placer. Ángela me dio el paquete antes de cerrar la puerta: No me gustan los anónimos. Devolvéselo al que te lo dio. Caminé silbando dos cuadras, perdido en la serenidad de mi cuerpo hasta que me acordé del turco. El turco y el paquete. Podía abrirlo, pero no me pareció prudente. En un acto de respeto lo tiré a las turbulentas aguas del río color marrón; flotó un rato hasta que lo perdí de vista.

FRANCISCO D. GONZÁLEZ

MATURANA

Nadie podía explicarse cómo ese viejo cacharro fuera y viniera por los caminos del norte, metiéndose en los lugares más inhóspitos para llevar a las farras, a las fiestas, al centro mismo de la tierra, a dos íntimos amigos que hicieran de sus días una inspirada obra de arte. "El carnavalito" así es cómo llamaban al auto destartalado, conducía en esa mañana de agosto de 1975 a Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón que fueran invitados por Maturana a comer un asado. Maturana había levantado su rancho a orillas del río Lavallén, en la provincia de Jujuy. Hachero de profesión y añorando a su Chile natal, se la pasaba cantando.
Luego de un largo viaje llegaron a destino. Los recibió con una sonrisa enorme la mujer de Maturana, también chilena, que había estado preparando las ensaladas y ordenaba la casa.
Entraron... ¿Y Maturana?
-Ahí está, ¿ves? ahí está haciendo el asado. Recién se ha estado quejando. Estaba acordándose de Chile. Dice que quiere volver. Yo no lo entiendo. Está aquí y vive llorando su tierra chilena, se va a Chile y vive llorando la tierra del Lavallen...
Manuel Castilla lo escuchaba muy atento y dijo, riendo: - ¡No!- hay que avisarle a Maturanita... Con la tierra no caben dos amores, se puede querer a dos tierras, pero cada una a su tiempo, no hay que armar entreveros, sino va a sufrir mucho...
No tardó en llegar el hachero con la ropa ahumada y el abrazo fuerte. Estaba muy feliz y honrado con sus amigos por los que puso un gran empeño en agasajarlos. Pronto el asado sabroso estuvo sobre la fuente, los corchos salían de las botellas y la charla tan amena corría como el río que miraban maravillados...
Gustavo observó que poco a poco Manuel se iba retirando de la conversación. Lo vio ensimismado, con la mirada perdida... Mientras Maturana contaba de su pueblo, el poeta tomó un papel y comenzó a escribir... Hablaron de las cosechas, del gobierno, de los hijos... Los temas se iban sucediendo y el tiempo pasaba pasaba...
Ya el sol se dirigía hacia las montañas y el frío se hacía sentir. Había sido un gran día, habían compartido el pan y el vino con ese hombre que querían. Se despidieron con promesas de futuros encuentros.
Ni bien "Carnavalito" arrancó, Manuel dijo, muy alegre: "Ya le he escrito la letra". Y mientras Gustavo conducía y Jujuy ofrecía los más bellos paisajes, leyó con claridad sus coplas recién amasadas:

"El que canta es Maturana
Chileno de nacimiento
anda rodando la tierra
con toda su tierra adentro

Andando por esos pagos
en Salta se ha vuelto hachero
si va a voltear un quebracho
llora su sangre primero

Chilenito, hay desterrado
en el vino que lo duerme
dormido llora su pago

Que será de ese hacherito
de ése que no ha sido nada
lo irán cantando los vinos
que ese chileno tomaba

Tal vez el carbón se acuerde
del hombre que lo quemaba
y que en el humo irá al cielo
machadito Maturana.

Gustavo sonrió al escuchar las coplas tan bellas y simples, tan llenas de verdades...El auto crujía con cada piedra, con cada hondonada, el polvo del camino entraba por las ventanas y el primer lucero asomaba en el firmamento; Entonces comenzó a pensar muy seriamente en una música para alumbras esos versos atardecidos

NORMA PADRA

EL INFINITO

El pozo infinito, que apareció de la nada, invadiendo terreno fue apoderándose de la gente que vivía en la más absoluta tranquilidad...
Algunos lo llamarían: "la máquina de Dios".
Protones, acelerador de partículas, el colisionador, símbolo elemental de Dios, el Big Bang.
Científicos y estudiosos reunidos ante infernales aparatos, juegan y manipulan, como niños traviesos, la vida de terceros.
¿Qué los impulsa?
¿El egocentrismo, la necesidad de destrucción?
¿Tantos cuidados intensivos para que colisionen partículas?
Cuanto bien le harían al mundo, si todo el esfuerzo fuese dirigido hacia el logro del bienestar de la humanidad, de los carenciados.
Y ahora mismo están matando con todo tipo de armas, peleando entre tribus rivales, por tierras, por religiones, por ideales.
Y por si fuera poco, ahora mismo están matando canguros, por sobre población.
Sangre, tiene que correr mucha sangre por este planeta, para que algunos pocos hombres sobrevivan, y pueda nacer una nueva raza, que no se llamaran Humanos.

Se llamaran Trasmutados.

VICTOR HUGO VALLEDOR


EL RELOJ DE EUCLIDIANA FONTANA

De tan joven se rebalsa en belleza. La Euclidiana Fontana como así la conocen, anda paseando sus caderas como si detrás de ellas se anclarán todas las miradas de todos los hombres de la tierra. Gira en torno a la plaza y de allí al muelle a esperar la llegada del gran barco que anuncian desde hace veinte años.
La primer noticia se tuvo cuando la niña tenía nueve años, ya han pasado veinte, como si una nube de relojes redondos con agujas de silex fueran regenerando el tiempo y comiéndose la vida de todos por igual. Sentada sobre durmientes de madera anciana, espera a que la chimenea diga; aquí estoy llegando Euclidiana, vengo a buscarte, pero la chimenea no aparece, sólo aparece el horizontes con su delgada línea de ojos misteriosos y con sus labios salados y apretados a los corales nonatos de las ilusiones irremediables.
Vuelve en el atardecer. Vuela sobre la tierra dando inestabilidad a las raíces y a los frutos a los que ruboriza sin compasión.
Los ancianos confirman que sólo suceden por la noche los hechos trascendentales y que esas mismas circunstancias son las que alimentan las pasiones y las leyendas de los pueblos que aún sostienen su peregrinación sobre un mundo imaginario, que las matrices se vuelcan sobre las calles y construyen ornamentos de viento a los monumentos que soportan estoicos los peores temporales de la ignorancia.
Euclidiana repite el fenómeno de la espera durante años impregnados de tedio, de aburrimiento conseguido a fuerza de no cambiar nada en la nada de esas personas concluidas.
En tanto y cuanto las voces sigan la vida continuará. Mas todo sería culminación si la chimenea negra apareciera en el horizonte y se llevara a Euclidiana hacia donde ella desea ir.
El consejo de los ancianos deportados de las redes y de las capturas se reunió en la estación meteorológica abandonada a raíz de que ya no era necesario saber el modo en que comportaría el clima. Ya no se zarpaba a capturar peces, los últimos ya habían sido muertos hacía más de una década. Los más intransigentes propusieron decir toda la verdad a Euclidiana antes que la belleza se alejara de su cuerpo, otros, más volátiles y soñadores propusieron guardar el secreto y dejar que la niña siguiera rebalsando ya que no había otra en el pueblo con esas condiciones naturales.
Finalmente llegaron a una decisión que sorprendió a los ancianos, aunque fuera propuesta por ellos mismos, harían imprimir mapas, con detalles de todos los puntos importantes del pueblo, nombres de calles, números de propiedades, accidentes geográficos y características del clima y el terreno que circunda el mar. Se les repartiría a todos los habitantes, por lo tanto llegaría a manos de Euclidiana y esta comprobaría que un barco de gran tamaño no podría llegar a este puerto pues carece de calado suficiente. Así se hizo.
La mujer más bella nacida desde la fundación del pueblo tomó el mapa y leyó detenidamente. No comprendió el objetivo de aquel mapa y comenzó a recorrer calle por calle y número por número, muelle por muelle, madero por madero hasta que divisó a lo lejos la gran chimenea de un barco que apuntaba su proa hacia el puerto.
Se paralizó. Su corazón hablaba más que su boca. Esperó cuatro horas hasta que pudo divisarlo perfectamente. Un gran trasatlántico blanco, con grandes banderolas al viento y mástiles erguidos como amantes en la primera cita. Corrió a su casa, tomó la valija preparada desde siempre y corrió nuevamente al puerto. Miró con una sonrisa amplia, el gran barco seguía avanzando. Lo hizo hasta que se detuvo y ancló a unos mil metros de la costa. Los ancianos sostuvieron que el calado no daba para un barco de ese tamaño. Del gran y portentoso objeto marino partió una pequeña embarcación con dos marinos negros, amarraron justo debajo de Euclidiana y la invitaron a embarcase con ellos. Euclidiana descendió la pequeña escalera y se sentó en el medio del pequeño bote, los dos remeros comenzaron a mover las palas que revolvían el agua del mar, la mujer más hermosa de todas las mujeres hermosas olió por primera vez el mar desde dentro del mar. Observaba a su pueblo que se alejaba y la soledad de aquellas casas, de su casa a la cual podía divisar y ver que había olvidado la puerta abierta.
Por fin embarcó. Un sonido de maquinas trabajando por mover aquel artefacto y la alegría profunda de Euclidiana por haber cumplido su sueño marítimo.
Giró sobre su quilla inmensa y se alejaron.
Un anciano muy anciano se acercó al muelle y con lágrimas vio que el mar se llevaba a la belleza. Pensó con un dejo de tristeza y de justificación humana:" El funeral más triste acaba de suceder en el mar"



Víctor Hugo Valledor: escritor nacido en La Plata y actualmente radicado en Posadas, Misiones, Argentina

MÓNICA TARRAB

A NICKY, CON AMOR

Tenía un nombre elegido, sin sospecha de poder llamar a alguien así. Mi adolescencia lo escuchó por primera vez. Armonioso, mitad dulzura y mitad firmeza. Reconozco que es polémico y difícil de sobrellevar. No es común, tampoco extraño. Casi veinte años después, resistí a cualquier tipo de consejo familiar. A tu papá no le pareció mal; con eso fue suficiente. Si es varón se va a llamar Nicanor, y que lo disfrute o lo padezca. Después supe que es de origen griego, y significa guerrero victorioso. Te lo dije las veces necesarias para que el estímulo entrara en tu cabezota rapadita. Por eso te lo puse, te decía cuando empezaste a reclamar. En verdad, te llamaste Nicanor por venir a donde estaba guardado el nombre de varón más lindo del mundo.
¡Llegó mamá, Nina! ¡Nina… Nina! Llegó mamá. Yo en el pasillo, tratando de embocar la llave a oscuras, imaginándote saltando de alegría detrás de la puerta. Tomando conciencia de cómo esperabas todos los días que llegara del trabajo. Cuando a veces lo cuento me río para que no se escape, que no vaya a rodar esa culpa húmeda y transparente.
Nicky… ¿Te sentís solo algunas veces?
Yo sabía que no, mami, estoy bien. ¿De verdad? Siii…maaaa, estoy acostumbrado.
Te creo, siempre te veo animado y con buenos amigos.
A tus diecisiete, insisto por oposición preguntándote si no preferirías en realidad que tarde un poco más así no rompo la delicia que tiene algunas veces la soledad, especialmente cuando sabemos que el otro vendrá indefectiblemente.
Estoy bien, pero igual me gusta que llegues, contestás cortante.
A mí me gustaron hace unos tres meses tus ojos profundos, mirándome fijo, conteniendo el eclipse de aquella luna. Tu palabra indagatoria y precisa, tan profunda como tus ojos, aliviando mis miedos inexplicables. Confirmé que ya no solamente dependías de mí. Me calmaste, me diste fuerza, y te quedaste a mi lado hasta tener la certeza de que yo estaba en paz.
Esa noche me fui a dormir resplandeciente de orgullo como una luna llena, sin lágrimas ni fantasmas.
Me deslumbra tu crecimiento permanente.
Tus sinceros abrazos, de cuando en cuando; tus manos antes regordetas y ahora estilizadas, palmeándome la espalda al pasar cerca. Siento el peso de tu cariño en ese instante. Que antes por la calle, tus bracitos apenas me bordearan a la altura de las rodillas y ahora me puedas abarcar los hombros.
Las ganas que ponés en todo lo que te interesa, y la responsabilidad en el hacer lo que pese a todo. Y que me digas dejame que yo me ocupo. Cómo nos cuidás a Nina y a mí, observándonos desde lejos para que no nos demos cuenta. Se nota igual.
Cómo querés a tu papá, conciente de su difusa presencia pero certera en los momentos oportunos.
Tus valores, tus amigos, tu solidaridad y capacidad de liderazgo natural de perfil bajo.
Que casi siempre tengas qué hacer y con quién, y tu ingenio inquieto dando vueltas como una fiera embravecida cuando estás ocioso. Que seas apasionado por el deporte y la música.
Verte reír, y saber que con otros disfrutás tanto, aunque no me lo cuentes. Se suele decir que lo último que se pierde es la esperanza. Agrego que entonces nos queda el humor.
Cómo resguardás tu intimidad, y que confíes en mí cuando te vale contarme.
El enigma de tus sueños; que me hayas revelado como a una amiga, algunas ilusiones de amor, aunque te suene inapropiada esta palabra. Enamorado no… copado, decís. El cariño y admiración que despertás en quienes te conocen.
Que distingas que tu alto coeficiente intelectual es sólo una herramienta, y peligrosa. Por eso, como si fuera un juego, les enseñé a vos y a Nina que lo más importante es…Y la respuesta viene a coro, después de tantas veces: "Que nos queremos mucho."
Nicanor, creo que ahora te gusta tu nombre, aunque te siga llamando Nicky. En esta etapa usás la cabeza rapada como cuando eras chiquito, y me acuerdo de tantas cosas al verte llegar…Y vos embocando a ciegas la llave en la cerradura, detrás de una puerta distinta. Es otro departamento y el mismo hogar.
Hubiera querido hacer la carta más linda del mundo, como tu nombre, y me salió este resumen de algunos motivos de mi vida que están en vos. Si en algún momento perdés la risa, se recupera con otros. La capacidad de asombro, también se rescata con empeño. La inocencia, no.
Permanezco cerca, aunque no me veas, como siempre supiste, y te doy un beso enorme.

Mamá. Que hay sólo una, y por suerte.

ALICIA CHILIFONI


ESPERANZA DEL DÍA

Me traspasa el canto mañanero del pájaro mientras pongo la pava, y va perfilándose el recuerdo de lo de anoche: señora déme la plata llévate el bolso no la plata quiero esperá que el monedero es chiquito. Escarbo en el gran bolso artesanal de arpillera que ostenta un arbolito al que hay que salvar. Y a mí quién me salva, che Green Peace? Se impacienta, me ayuda a buscar. ¡El movicom doña! ¡Déme el movicom! No tengo. ¡¿Cómo no va a tener movicom, doña?! No uso, pienso ahora me mata, yo y mi testarudez de ir siempre contra la corriente, compraré un celular cuando traiga microondas y secarropas incorporado.
Para que vea que no miento empiezo a tirar al suelo libros, revistas, en un intento de que me salve mi franqueza, que fue es y será mi único orgullo. Pero me salva la nicotina. Ve un rojo paquete de puchos, ¡bien, cigarrillos!.
El monedero no aparece. Me doy cuenta de que lo tomó junto con los cigarrillos. Ahí, en el monederito está la plata, pobrecito, tranquila señora, tranquila, sí, estoy tranquila, junte sus cositas y vaya. Pobrecito.
Mientras junto, digo perdón Juan Carlos de Mataderos, tiré La Vida en Lunfa que me diste en la radio, y hasta El Bronce que Sonríe de Mario Rojman, perdón gardelianos, y tu nuevo libro, hijo Padre José Barbosa, cura brasileñito y treintañero que me enoja con sus muletillas de la "cercanía del ocaso", ¡tan joven!, de "para qué todo si se avecina la muerte". Veo que es cierto, no hay edad, nos toca a cualquiera.
Suenan tiros y el grito ¡policía! Corro a protegerme. Cuando salgo de la ochava el supuesto salvador me pregunta qué me sacaron, tiene que estar enterado para reclamar su parte. Quiero saber de dónde salió. Su "no importa" tiene aire altruista, solidario, justiciero. Él no es un chico, los dos chicos sí.
Analizo mi estar viva. Si no lo estuviera el mundo no cambiaría. Si esos pobrecitos chicos estuvieran en algo positivo, entonces sí el mundo sería distinto, mejor. Por qué sus padres y sus maestros no les supieron enseñar a hacer en vez de deshacer; deberían estar en un taller de arte, o fabricando algo . .
Pero es evidente que las mochilas escolares van sobre ruedas para soportar el peso de tanto conocimiento bien guardadito en tantos manuales, al ras del suelo, bien lejos de los cerebros, que no quedan vacíos, no, en la naturaleza no existe el vacío. El lugar que no ocupa el saber lo ocupa el delirio.
Si los maestros no saben que un esqueleto infantil no soporta tanto peso sin las severas deformaciones derivadas del inhumano acarreo, y evidentemente no lo saben, no quiero creer que sean torturadores, si no saben eso, digo, no saben nada. Entonces . . .
Si los políticos hablan de disminuir la inseguridad comprando más patrulleros, haciendo más cárceles y pagándole más a la policía, y no tocan el tema droga, cuando hace días se les escapó el dato de que un "señor" que trabaja en el Congreso hace veinte años vende "tizas de cocaína", o sea no las de escribir en el pizarrón, o sea, es mayorista el tipo, y me frustré esperando detalles que nunca llegaron y la noticia se esfumó.
Entonces . . . tarea para el hogar, no guardarla en la mochila que queda lejos.
Lo último que levanté del suelo fue el libro de poemas "Esperanzas del día", que es como atravesar una noche negra, con fe en el amanecer. Nada mejor para abrazar sobre el pecho como un escudo invulnerable, y seguir caminando, ahora con más garra y firmeza.No sé si mis hijos rodearon la casa de poderosas rejas para que no entren los chorros, o para que no salga la vieja. Pero saben, y están resignados, y casi diría orgullosos, que mamá va a morir viviendo, y viviendo a su manera, que es aprendiendo de todo, de lo bueno y de lo malo, para crecer con la esperanza y la calma de quien sabe que ninguna bala la mata y ningún camión la aplasta, porque es eterna en ellos, los chicos, que merecen un mundo más digno. Y se lo debemos nosotros, que tenemos que salir a ocupar espacios en vez de quedarnos encerrados tras nuestras propias rejas, mirando narcotizados una tele culocrática, tetocrática e hijopútica a más poder, porque siempre se puede estar peor, aún cuando peor estemos. Es ahora o nunca.

LULÚ COLOMBO


EL PLATERO

¿Quién es? Soy yo, Jesucito, vengo a traerle su cafetera de plata. Pase... deje el paraguas en el patio. Permiso... Gracias... Qué lluvia fuerte, casi no vengo; aproveché que mi patrón salió... porque en esta época hay mucho trabajo. Gabriel me dijo que se la trajera, es una pieza muy buena... vale mucho. Ah, no sabía, en realidad, es como una hilacha del pasado de mi familia que me tocó por azar; la usaba todos los días y la puse al fuego. Y, claro, la plata no resiste; es plata pura, por eso. Bueno, no sabía, yo la usaba igual porque eso de tener las cosas guardadas, me parece una idiotez. Pero... siéntese, y tómese un cafecito. Gracias, Gabriel ya me había dicho que usted es muy amable. No, por favor, qué es eso, con este frío y usted que se tomó toda esta molestia, es lo menos que puedo hacer. Mire como le quedó la manija, mire aquí. Sí, está perfecta, sí... excelente trabajo. Lo felicito pero, dígame ¿su nombre, es realmente Jesús? No, la verdad es que no, pero me llaman Jesucito porque soy el que le hizo las sandalias a la Virgen. ¿Qué virgen? La patrona de la ciudad. ¿En serio? Sí, de verdad, yo le hice las sandalias. Son sandalias de plata pura, tiene que ver que lindas le quedaron. Mirá Jesús, disculpame que te trate de vos pero esto, qué querés, me parece tan extraño. Tenés un oficio realmente nada común. Bueno, la verdad es que me gusta lo que hago. Si viera la corona llena de piedras que le hice; seguro que usted la vio en la catedral. La hice hace unos años cuando se robaron la original. No me digas que se robaron la corona de la virgen. Ah, usted no se imagina las cosas que pasan en esos lugares; no le puedo contar muchas cosas porque son secretos. Y cuál es el problema si me contás algo; yo no se lo voy a decir a nadie. Mirá que día feo. Vamos, tomate un cafecito y contame; esas historias me encantan. Mi familia, Jesucito, era católica hasta la médula y también eran todos bastante misteriosos, así que de misterios yo tengo para hacer puré. ¿Sabés una cosa, Jesucito?, los míos se fueron muriendo como por un plan maléfico y siempre sospeché que era por causa de algún secreto que dejaron escapar. Todos tan religiosos. Y todos murieron de causas tan extrañas. Y bueno, ¿vio?, por eso le digo que son cosas de las que no se debe hablar. Ah, no, eso no, hace unos años vino un pariente de Italia, creo que era un obispo de la Iglesia de Roma; tenía mi mismo apellido. Sale siempre en los diarios acompañando al Papa, pero no te voy a decir mi apellido porque vos no me querés contar sobre el robo de la corona de la virgen. Ese pariente me dijo que las muertes habían ocurrido por causas relacionadas a unos documentos que estaban en poder de una de mis tías que era abadesa en un convento de aquí; y que alguien los vino a buscar de Roma; y que no indagara más porque me iba a meter en problemas. Pensé que estaba loco, pero después de varios extraños acontecimientos, comprendí. Y me fui del país. Hace poco que estoy aquí y ahora tengo otro apellido, así que me podés contar tranquilo. Esto que te cuento, tampoco lo sabe nadie, así que vos: cerrá el pico. Sí..., claro..., está bien. Lo del robo de la corona iba a ser un escándalo porque tenía 27 esmeraldas, 3 rubíes, 19 diamantes y 47 aguamarinas del tamaño de un garbanzo. Sin contar los 22 brillantes del tamaño de lentejas y no sé cuántos granates, creo que 76, y más de cien perlas verdaderas; algunas eran cultivadas y tenían el formato de grandes lágrimas. Oh..., yo conocía bien la corona porque yo era el encargado de limpiarla. Era hermosa. El engarce todo de oro amarillo, blanco y plata. No debe haber algo igual porque lo habían traído de Florencia en 1910, cuando se celebraba el Centenario de la República; un valor incalculable. Pobre la Virgencita, le tuve que hacer una imitación toda con piedras semipreciosas. Siempre voy a verla y a pedirle perdón por las piedras falsas; porque su corona desapareció. Pero vos no tuviste la culpa. Sí, pero es como si la hubiera engañado haciéndole una corona de piedras falsas. Me tuvieron trabajando en secreto durante dos años. Mi patrón no me dejaba salir ni hablar con nadie y como no tengo familia nadie me reclamó; menos mal que eso pasó hace muchos años porque ya he sufrido mucho por esas cosas. Qué increíble, contame cómo hicieron. Bueno, la verdad es que ellos son muy poderosos así que dijeron que la iglesia estaba en reformas y que el altar mayor no se podía visitar y así quedó todo; el seguro pagó una fortuna y el principal benefactor de la iglesia desapareció. Cómo que mayor no se podía visitar y así quedó todo; el seguro pagó una fortuna y el principal benefactor de la iglesia desapareció. Cómo que desapareció; nadie desaparece así como así. Bueno, pero en esa época desaparecía mucha gente y uno más no llamaba la atención: así que desapareció. Era coleccionista de objetos religiosos y platería. Dicen que ahora vive en Suiza.
Parece que este hombre se dedicaba a negocios con antigüedades y compraba en secreto todo lo que le ofrecían. En una época yo le limpiaba las platerías, eran tantas que me instalaba una semana por mes para hacer el trabajo. Siempre entraba gente con cosas para venderle, él no se fijaba en mí y mientras yo limpiaba, veía todas esas cosas. Llegué a ver cruces con esmeraldas del tamaño de una nuez y pesebres de oro y nácar. No me digas, qué locura. Sí, vi muchas cosas hermosas, de esas que ya no se hacen más. A veces venían a ofrecerle cuadros pero eso a él no le interesaba; era gente desesperada que le rogaba que se los comprase pero él era imperturbable. Dicen que era descendiente de nobles de Europa, no sé, decían tantas cosas en esa época. Contame cómo fue que desapareció, no lo puedo creer. La verdad es que ni yo lo puedo creer, a veces eso me parece como una película, pero le juro que no es ninguna película. No, si te lo creo, ¿acaso yo no te conté lo qué pasó con mi familia? Y..., sí. Hay tantas cosas que uno no sabe y yo, la verdad, yo no quería saber pero ¿vio?, esas cosas, todo sucedió prácticamente delante de mis ojos. Cómo que delante de tus ojos. Sí, yo estaba lustrando un candelabro y entró una mujer preguntando por el hombre. Él la recibió enseguida; y eso que él no recibía más que con horario anticipado. Ella me era cara conocida, yo había visto esa cara antes. Parecía asustada o preocupada, le entregó un paquete mal envuelto en papel madera y adentro varias capas de envoltura de papel de diario; él desgarró los papeles y blandió algo brillante en alto y escuché que le decía: lo conseguiste. Sí, ellos deben estar notando la falta ahora, en este momento deben estar encendiendo las luces para la misa de seis. Calma, el auto está abajo por calle Santa Fe y tiene chapa diplomática, aquí tienes los documentos, ahora lo que tienes que hacer, dijo, envolviendo ese brillo increíble en los estrujados papeles, es ir al puerto. No te preocupes, son pocas cuadras y Tomás tiene instrucciones. El barco es de bandera griega y el capitán es amigo mío. Irás a Montevideo donde mi gente te espera; allí debes entregarla; Norberto es el nombre de la persona, es pelirrojo y tiene el cabello largo. ¿Y qué pasó después? Bueno, yo me quedé quieto, tenía tanto miedo que sudaba frío, lustraba esas platerías como si fuera la última vez. Vi como el hombre despedía a la mujer, le dio también una valijita que no quise mirar mucho por el miedo, ¿vio? Y entonces, qué pasó. Bueno, ya era casi de noche y había que prender las luces donde yo estaba trabajando, hágase de cuenta que era como un museo. El hombre no vivía allí, en ese piso y otros era donde él tenía las colecciones; creo que él y la familia vivían en el último piso, imagínese, no sé cuántos pisos eran de él solo. Decían que era dueño de media ciudad, a mí me tenía confianza por mi patrón, ¿vio?, la verdad es que yo le tenía miedo. Y, no es para menos, yo en tu lugar también lo habría tenido; bueno, y qué pasó. Bueno, se puso escuro y yo me quería ir pero tenía que prender las luces; unas lámparas doradas enormes llenas de caireles facetados formando flores y con el centro lleno de cuentas enormes de cristal. Si yo prendía las luces, él se iba a dar cuenta de que yo estaba allí y que había escuchado todo; así que me quedé acurrucado con el candelabro en la mano, inmóvil, hasta que el hombre se fue. Qué miedo, no sabe lo que le recé a la Virgencita para que me ayudara, si yo le había hecho los zapatitos..., no me podía abandonar así. ¿Pero, en serio pensaste que el hombre era peligroso? Y, bueno, que quiere que le diga, en esa época se contaban unas cosas sobre el hombre, que no estaba como para dudar. Además, si usted lo miraba a los ojos, parecía que le salía fuego, le juro que le hacía bajar los ojos, daba miedo, mire. Bueno, y qué pasó. Pasó que me quedé un rato largo en el escuro, prendí un fósforo para ubicarme y buscar un lugar donde dormir escondido; encontré escondido; encontré un arcón grande y lo abrí para meterme, encendí otro fósforo y cuando miré adentro, casi me muero. ¿Qué había? Una estatua de una mujer del tamaño de una niña, bañada en plata, los ojos abiertos me miraron y me siguen mirando desde aquel día. Cerré la tapa sin aliento, fui gateando hasta la base de un piano de cola, estaba cubierto con un gran mantón bordado, tomé el almohadón de terciopelo de una banqueta y me estiré debajo del piano, aterrorizado. La cara de la mujer, vea, no la olvido. Mire, para mí, le voy a ser sincero, ésa no era una estatua..., ésa era una mujer de carne y hueso, una muerta; como una virgen, toda de plata, pero estoy seguro que no era una estatua.
Pasó un tiempo que me pareció infinito y de pronto se prendieron las luces y sentí los pasos de dos personas que entraban a la sala. Traté de ver por entre los encajes del mantón pero sólo veía los pies. Hablaban bajo y se movían como gatos, me acomodé para ver qué hacían. Fueron al arcón y lo abrieron, miraban admirados la mujer de plata, después la sacaron y la pusieron de pie, el horror me paralizó. El tratamiento de infiltración dio resultado, dijo uno. Sí, quedó perfecta, fijate la piel y la expresión de la cara, es maravillosa. Se ha solidificado bien el metal, palpó el otro, buscando alguna falla en la textura. Después no entendí lo que decían porque empezaron a hablar en otro idioma que no entiendo. No me digas que, en serio, era una muerta, y que estaba revestida de plata. Sí..., me parece que tenés una imaginación desbordante. No, es en serio, nunca se lo conté a nadie porque no quería meterme en problemas, todos estos años estuve buscando en los diarios alguna noticia sobre una mujer desaparecida, me acuerdo de su cara como si fuera ahora. Seguí, y qué pasó después. Y..., que la envolvieron en unos paños blancos y la metieron en una gran canasta de esas que se usan para las mudanzas y se la llevaron. ¿Y quiénes eran los tipos? No sé, porque sólo les vi los pies, eran grandes y con zapatos muy caros; le puedo decir cómo son esos pies porque no los he olvidado, no eran los pies del coleccionista. Mire, le pido que esto no se lo cuente a nadie, por favor, es peligroso. Sí, te creo, pero me parece que ahora ya no debe haber más problemas. Mire, sigue siendo peligroso; a mí, aunque usted no lo crea, me siguen hasta ahora. Bueno, calmate, contame más, cómo saliste esa noche de abajo del piano. Esperé hasta hacerse de día. A media mañana el frío me estaba matando; de repente la puerta se abrió y apareció la mucama para ventilar la sala. Los ventanales son inmensos, si pasa por allí, es por aquí cerca, en la calle Santa Fe y la bajada, las puede ver, en ese tiempo tenían cortinas de voile y por afuera eran de terciopelo granate; ella usaba un palo muy largo, especial para mover las cortinas, porque eran muy pesadas. Mientras las empujaba metida entre los pliegues de terciopelo yo me arrastré hacia la puerta, y salí. Me metí en el ascensor que es de esos de tijera, hacen un ruido bárbaro, qué miedo. Por suerte no me crucé con nadie. Llegué al hall de la planta baja; no había nadie. Abrí la puerta y vi el río Paraná allá abajo, como esperándome. No corrí, porque hubiera llamado la atención. En ese tiempo allí estaba siempre lleno de guardias, así que seguí caminando por la bajada de la calle Santa Fe hasta el monumento y me senté a mirar el río como si no hiciera frío y fuera domingo. Quién iba a creer lo que me había pasado, nadie, así que me guardé el secreto para mí. Se lo cuento porque Gabriel la conoce y he cargado con esto por muchos años; sé que usted no se lo va a contar a nadie. Claro que no se lo voy a contar a nadie, ¿acaso no te dije lo que pasó con mi familia?, además, a mí tampoco me creerían. Lo que te conté de mi familia pasó cuando yo era muy chica y traté de averiguar cuando crecí, pero se me apareció ese cura que venía de Italia y que me dijo que me quedara en el molde y aunque "me porté bien", igual pasó de todo. Y, decime, ¿ahora qué hacés? Y, ahora hago pequeños trabajos a coleccionistas, ¿vio?, porque acá se conocen todos; no abro la boca, no digo ni pío. Después de aquella noche, de hace tanto tiempo, parece que recién ahora están averiguando sobre la corona y la mujer de plata, unos dicen que es una desaparecida y otros dicen que es una virgen de plata maciza que fue comprada por el coleccionista que desapareció a unos contrabandistas que venían de Macedonia por la vía del Mediterráneo al río de la Plata, no sé, es lo que están diciendo ahora. ¿Y vos qué creés? Y, no sé, la cara de la virgencita de plata no me la puedo olvidar y lo que esos hombres hablaron esa noche, tampoco. He estado leyendo bastante sobre metales y aleaciones. Hasta me metí a hacer un curso de platería con el Profesor Noval que es una eminencia en eso, pero falleció y ha dejado sin terminar una investigación sobre el asunto. Noval fue el que hizo la réplica del sable curvo de San Martín, el hombre sabía sobre réplicas y sobre muchas cosas más, pero ahora está muerto y además, ahora están los herederos del coleccionista clasificando con especialistas la colección del desaparecido; aquí en la ciudad nadie sabe que esto existe, ni siquiera la gente que trabaja en los museos, el acervo es mayor que el del museo Julio Marc. Andá, cómo no lo van a saber. Le juro que no, si yo los conozco a todos y nunca nadie habló de la colección del hombre desaparecido. En el museo lo nombran, pero no saben nada sobre la colección. También sé que la gente de la Iglesia ha contratado especialistas internacionales para encontrar la corona robada; yo lo escuché al obispo el otro día hablando sobre eso con un cura de la catedral, si le llego a decir que la vi una noche, hace tanto tiempo, en las manos del hombre que desapareció, no cuento el cuento. No te preocupes, tomate otro cafecito, tengo que hacer una llamadita; esperame que enseguida vuelvo.Pronto, ciao Gianni, sono io, lo encontré, es él. Es bajito y de tez clara. Tiene los ojos negros y le llaman Jesucito. Va a salir dentro de diez minutos; ya saben lo que tienen que hacer.


Del libro "La coreografía de los Mares", UNR Editora. Rosario, 2002

GIOCONDA BELLI

PEQUEÑAS LECCIONES DE EROTISMO

I
Recorrer un cuerpo en su extensión de vela
es dar la vuelta al mundo
atravesar sin brújula la rosa de los vientos
islas golfos penínsulas diques de aguas embravecidas.
No es tarea fácil - si placentera -
No creas hacerlo en un día o noche de sábanas explayadas
hay secretos en los poros para llenar muchas lunas.

II
El cuerpo es carta astral en lenguaje cifrado.
Encuentras un astro y quizá deberás empezar
corregir el rumbo cuando nube huracán o aullido
profundo
te pongan estremecimientos ,
cuenco de la mano que no sospechaste.

III
Repasa muchas veces una extensión;
encuentra el lago de los nenúfares ,
acaricia con tu ancla el centro del lirio .
Sumérgete ahógate distiéndete
no te niegues el olor la sal el azúcar .
Los vientos profundos cúmulos nimbus de los pulmones
niebla en el cerebro
temblor de las piernas
maremoto adormecido de los besos.

IV
Instálate en el humus sin miedo al desgaste sin prisa
no quieras alcanzar la cima .
Retrasa la puerta del paraíso
acuna tu ángel caído revuélvele la espesa cabellera con la
espada de fuego usurpada
muerde la manzana.

V
Huele
duele
intercambia miradas saliva imprégnate
da vueltas imprime sollozos piel que se escurre
pie hallazgo al final de la pierna
persíguelo busca secreto del paso forma del talón
arco del andar bahías formando arqueado caminar
gústalos.

VI
Escucha caracola del oído
como gime la humedad
lóbulo que se acerca al labio sonido de la respiración .
Poros que se alzan formando diminutas montañas
sensación estremecida de piel insurrecta al tacto
suave puente nuca desciende al mar pecho
marea del corazón susúrrale
encuentra la gruta del agua.

VII
Traspasa la tierra del fuego la buena esperanza
navega loco en la juntura de los océanos
cruza las algas ármate de corales ulula gime
emerge con la rama de olivo llora socavando ternuras ocultas
desnuda miradas de asombro
despeña el sextante desde lo alto de la pestaña
arquea las cejas abre ventanas de la nariz.

VIII
Aspira suspira
muérete un poco
dulce lentamente muérete
agoniza contra la pupila extiende el goce
dobla el mástil hincha las velas
navega dobla hacia Venus
estrella de la mañana
el mar como un vasto cristal azogado
duérmete náufrago.

Poeta y novelista, Gioconda Belli nació en Managua. Participó, desde el año 1970 en la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza, Vivió exiliada en Mexico y Costa Rica. Ocupó varios cargos en la Revolución Sandinista en los 80. Es madre de cuatro hijos.

sábado, 1 de noviembre de 2008

NEGRO HERNÁNDEZ


LA SUERTE ES MUJER

Estábamos en el Tres Amigos, el café de siempre, en medio de una partida de truco con Jorge, Sandoval y Oliviero, cuando el Mirón tiró la idea: ¿Qué tal si le hacemos un asado al Gordo para festejar su jubilación anticipada?
Sandoval contestó instantáneamente: -Me parece fenómeno, contá conmigo para ser el asador, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico.
-Si la hacemos un viernes por la noche puedo venir porque tengo guardia en el hospital el jueves, agregó Jorge, levantando un vaso de cerveza como diciendo ¡Salud! con el gesto.
Yo me demoré en contestar porque pensaba en la partida de truco que hacía un tiempo que no podíamos ganar y quería, de una vez por todas, romper con la racha. Esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré a Oliviero, mi compañero, para que me pasara una seña... un tres.
-¡Venga! Dijo, y tiró el cinco de copas.
-Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle al Gordo, contesté. Después arreglamos quien compra la carne y las achuras. También en la iniciativa de la propuesta me habían ganado.
-Podríamos hacerlo en el patio del fondo del café, dijo Jorge mientras jugaba un caballo de espada.
-¡Envido!
-¡Quiero!
-Veintiocho
-Son buenas
-Antes tenemos que pedirle permiso al Gallego para que nos preste el boliche.
En la tarde soleada de Barracas las pibas que caminaban por la esquina me distrajeron del juego un rato hasta que una morocha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces del truco y los ojos de la muchacha que parecían dos uvas color miel.
-¡Jugá Negro! dijo Oliviero.
-Y distraído grité ¡Truco!
-¡Quiero! dijo Sandoval.
-¡Retruco! Volví a gritar
-¡Quiero vale cuatro!
-¡Quiero! Dije.
Sandoval puso el siete de oro, y yo jugué el as de bastos.
Cambió la suerte, pensé. Esa morocha me cambió la suerte. Como se la cambió al Gordo, el día que le ofrecieron en el banco donde trabaja, el retiro voluntario a cambio de toco de guita y seguir cobrando un sueldo hasta el momento de jubilarse. Fue justo un mes antes que se desplomaran los valores de las bolsas de comercio internacionales y los titulares de los diarios anunciaran una recesión mundial.
No hay nada que hacer, pensé, las bolsas, la recesión, la jubilación, la suerte son femeninas.
-¡Grande, Negro que lo tenemos!
Las palabras de Oliverio me volvieron a la realidad. El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. Sin embargo el interés por la partida se había desvanecido entre los ojos aquella mujer y su cabellera negra y enrulada. Me moría de ganas por encender un cigarrillo para controlar mi ansiedad y me incorporé de la silla para estirar las piernas. Lo llamé al Gordo desde mi celular para comentarle lo del asado mientras me acercaba a la mesa donde estaba ella y no puede dejar de mirarla hasta que el hombre que charlaba con la muchacha de dio cuenta. Tan evidente eran mis intenciones que tuve que volver sobre mis pasos sin que ella se diera cuanta de mi presencia. Entonces me acerqué al mostrador para preguntarle al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla y había acomodado unos balones sobre la bandeja.
-Gallego ¿hay algún problema para hacer una reunión el próximo viernes, mejor dicho un asadito en el fondo para festejar la jubilación del Gordo?
-Ninguno.
-Mirá que van a venir como cincuenta personas.
-Mejor, así cerramos el boliche y listo.
Volví a la mesa y detrás de mí el Gallego con la picada con la cerveza. -Ya arreglé lo del viernes y hablé con el Gordo, dije.
-Desde que se mudo a Belgrano se ha vuelto medio tilingo, hay que llamarlo a cada rato para que venga, dijo Jorge, mientras mezclaba las cartas para empezar el bueno.
En eso la belleza y el señor se levantaron y ella lo tomó del brazo, después subieron a un auto lujoso y se marcharon.
-¿La conocés? Me preguntó el Mirón.
-No, es la primera vez que la veo.
-Anda siempre por Palermo con algún viejito con plata, dijo.
El corazón se me partió en dos, como cuando me enteré que los reyes magos eran los padres.
-Negro, te toca repartir.
(La puta madre que los paríó, dije para mis adentros)
Y seguimos el truco. Yo totalmente distraído y sin ganas de nada. Un minuto después entró Marta al café y me miró con bronca porque sabía que debo cuidarme del colesterol y respetar la dieta. Pero no le contesté a su mirada cuestionadora, y al verme ocupado pidió una gaseosa en la barra como para esperarme.Mi mujer tiene la mala costumbre de invadir mi territorio cada tanto, sobre todo cuando intuye que me estoy mandando alguna macana, pero esta vez me trajo suerte y ganamos el partido.

JAVIER MADEO


EL SECRETO DE LA REINA

I)

Tal vez y sin exagerar habrán sido más de cien, las tardes, las noches y las mañanas que se sentó junto a la ventana hasta que tomó la decisión…
Su rostro blanco, anguloso y delgado se calcó en el vidrio frío como un retrato, a veces interrumpido por un pequeño parpadeo y, más tarde, por lágrimas que caían rotundas y sinceras.
Para Leonor el hecho de pensar en la muerte era algo totalmente incomprensible, inaudito. No soportaba saber que algún día también iba a morirse. Muchas veces estando acostada en su majestuosa cama y antes que la oscuridad la envolviera se miraba los pies y pensaba: " Así estaré enterrada".
Leonor fantaseaba con que podía elegir el momento, el día, y el lugar para morir. Quería tener esa posibilidad, saludar a todos, de a uno, para luego caminar hasta el ataúd, levantar su vestido largo y entrar, primero con un pie y luego con el otro como si fuese a un bote. Mirar nuevamente a todos por última vez y recién ahí, sí, recién ahí, acostarse en la madera eterna y esperar el segundo final como se espera el sueño.
Aquella tarde no fue una más. Tal vez, y sin querer, en un instante de conciencia el hecho de verse tantas veces calcada en el vidrio de la ventana la terminó de convencer y por fin tomar la indeclinable decisión. Una decisión determinante, que al menos la aliviaría de tanta angustia, padecimiento y encierro. Su negación a envejecer se había trasladado a un segundo plano.
¿Era eso realmente lo que la deprimía? Definitivamente sí. Y esa idea, la única, fue el motivo suficiente para comprender que a la muerte había que tolerarla más que a la vida misma.
Cuando su esposo abrió la puerta de la habitación ella acababa de levantarse de la silla. Esta vez y como nunca le notó cierta frescura en su rostro pero no insinuó nada, la contemplo con la mirada y prefirió que el silencio se interponga entre los dos para luego decirle lo que ella ya sabía: - Debo marcharme.
Y así, con un tímido beso en la mejilla, casi desconocido y antes que Leonor contestara, se fue. Y otra vez, su mundo se reducía simplemente a una silla, una ventana y unas lágrimas, al temor de enfermar, sufrir y morir.
El día siguiente, era el esperado, no quería que nadie de la realeza se enterara. Su cómplice iba a ser sólo una persona, identidad que jamás divulgaría. Para ello debía moverse con total cautela y no provocar sospechas. Más aún, el hecho de que su esposo se hubiera marchado ya le había despejado suficiente terreno como para no tener que dar ningún tipo de explicación a nadie.
Ahora sí, de quien más debía cuidarse era de su hija Cristina. Su única hija, la heredera. Con la cual, jamás, pero jamás, bajo ningún punto de vista llegaron a conciliar y a tener una mínima relación como pueden tener cualquier madre e hija. Si bien Leonor, había perdido tres embarazos no significaba que por haber tenido a Cristina estaba feliz, plena.
Durante toda su vida recordaba sus primeros días como madre. Días difíciles y llenos de inexperiencia. Le había resultado doloroso amamantar y, constantemente, las heridas provocadas por su hija por no poder prenderse al pezón volvían a abrirse sin respiro. A eso se le sumaba que la heredera no dormía de noche y Leonor pasaba horas despierta intentando hacer cualquier cosa, casi desesperada con el afán de lograrlo. Pero todo fue en vano. Una noche, una cruel noche llegó a pensar algo extremo y llevarlo a cabo. La estranguló, sí, y mientras lo hacía fue interrumpida al escuchar los pasos de alguien acercándose, era su marido. Y así, esa vez la beba se salvó de morir. Pero Leonor no tenía paciencia, sus días se repetían y el calvario de criar a su hija aumentaba. Hasta que en otra oportunidad mientras Cristina lloraba de hambre, le arrojó desde una escalera una viga de madera al moisés y que por fortuna no llegó a golpearla.
Creo simplemente, que en la mayoría de los casos, parir en estas latitudes y en estos niveles sociales, era sólo por asegurarse la continuidad real.
Sus monótonas vidas las llevaban a no hablarse durante meses, ni siquiera mirarse, pareciendo sufrir alergia una de la otra. Se rechazaban, cada una desayunaba o almorzaba en distintos salones. Igual el resto de las comidas. Salones vacíos de amor, equidistantes, pero ocupados por mesas enormes y rodeadas por docenas de sillas innecesarias. Vajillas de plata brillante y ostentosa. Cuadros de los pintores más grandes del siglo y del anterior. Cortinas rojas de tul y seda, altas y largas encerrando aún más toda esa osadía, toda esa hipocresía absurda.

II)

Luego de una continua llovizna el cielo gris de a poco se iba descubriendo, las nubes escapaban hacia el norte librando a un puñado de estrellas opacas y a una luna minúscula que apenas iluminaba el camino. Un camino inhóspito y sinuoso, sin fin. Pronto sería recorrido bajo la
frialdad de la noche. Cada tanto, se oía el impacto del lazo
en el lomo de los caballos y el andar acelerarse. Custodiados a ambos lados por árboles solemnes como una guardia imperial, aunque a veces, agitados por el silbido de un viento lejano.
Luego de la última curva la marcha comenzaba a apaciguarse y, desde que el carruaje con sus ruedas embarradas y el galope de los caballos se detuvieron, hasta que golpearon la puerta tres veces, sólo pasaron unos instantes. En ese momento, tan esperado e intrigante, a Sebastien Bourdon le restaba doblarse una de las mangas de su camisa. Antes, se había preocupado por tener encendida una cantidad innumerable de velas y la salamandra. Había cubierto con una sábana blanca y limpia el sillón. Cuidadosamente colocó el lienzo sobre el caballete donde más tarde debía batirse a duelo con su cuadro más difícil, desafiante y jamás imaginado. Eligió sus pinceles, uno por uno. También su paleta, la cual sería su aliada en esta batalla, mostrándose como un escudo que lo protegería en los instantes más arriesgados. Por último, preparó sus colores frescos y determinantes.
Antes de que golpearan la puerta nuevamente, abrió. Rápidamente la visita impaciente entró llevándoselo casi por delante mientras que al mismo tiempo le dijo:
- ¡Buenas noches! ¡Cierre! Creo que me siguieron.
Sebastien no respondió, la miró pasar y obedeció. Traía un abrigo negro con capucha que descubrió una vez que el pintor terminó de darle dos vueltas a la llave en la cerradura. Caminó lentamente hasta ella y una vez que vio su rostro alto inclinó la cabeza hacia el suelo y le contestó:- Buenas noches su majestad.
Tomó su mano y la besó. -No me diga su majestad, Leonor esta bien, y no es necesaria tanta reverencia.
El artista se sentía impactado y esos segundos de puro silencio, donde fijaron sus miradas casi sin parpadear, fueron eternos. Ante su humanidad se encontraba la reina de Suecia. Estuvo a punto de hacerle una pregunta e intuyó que ella estaba algo tensa y nerviosa. Por eso prefirió ayudarla a relajarse y optó por esperar -¿Desea tomar algo?
Leonor sonrió tibiamente y respondió: Una taza de té estaría bien, y mientras el pintor servía con sumo cuidado, la reina comenzó a caminar por la sala observando minuciosamente las obras realizadas por el artista. Obras que daban muestra de la plenitud del estilo barroco, deteniéndose unos instantes en cada una y en medio de esa luminosidad amarillenta y acogedora, mezclada de sombras deformes que aclimataban el encuentro. El olor a vela derretida la había envuelto, obviamente no le agradaba, pero debió soportarlo porque por encima de todo estaba el deseo de que Sebastien lograra lo que ella necesitaba. Justo, minutos después, de las doce de la noche.
Se sacó el abrigo, lo apoyó en una silla y apenas bebió un sorbo de té. Esta vez el pintor no dudó y mientras doblaba la manga que le restaba de su camisa, preguntó: -¿Está segura del pedido que debo cumplirle?
-Por supuesto.
Entonces cuando usted disponga comenzamos.
-Como no, ahora mismo.
Sebastien tomó la taza de ella y la apoyó al lado de la suya sobre la mesa, y caminó hasta el caballete para asegurarse que todo estaba bien. Lo que menos imaginó cuando miró hacia el sillón, era encontrarse a la reina recostada, mirándolo y desnuda.
Nuevamente estaba impactado, acababa de enterarse que esa era la condición. No sabía que debía retratar a la reina de ese modo y la realidad comenzaba a punzarlo. Ese cuerpo blanco, delgado y de suaves curvas perfectas no se parecía en nada con las imágenes de probables monarcas que habían deambulado por su mente. Sebastien jamás había visto anteriormente a la reina de Suecia.
-¿Estoy bien así?. Preguntó.
Se acercó hasta Leonor y pidiéndole permiso le levantó levemente el mentón hacia la izquierda. Le acomodó un poco el pelo largo y negro y le pidió que su mano cubriera la pelvis.
Regresó al caballete, tomó su paleta, un pincel y mezcló sus primeros colores. La observó a Leonor y antes de dar su primera pincelada se dio cuenta de que la reina no le había obedecido. Su mano no cubría la pelvis, la dejó encima de su pierna a la altura de la rodilla.
Sebastien optó por no decirle nada pero ella se le anticipó. -Así, estoy más cómoda.
El pintor asintió con la cabeza, respiró profundo y comenzó…
En algún momento dudó de su capacidad pero a partir de los primeros rasgos fue ganando confianza y concentración. Se podía decir que estaba inspirado como en todas las obras que lo habían consagrado. Le preguntó a Leonor si deseaba descansar un poco, pero ella fiel a su tenacidad respondió que no.
Luego, donde el tiempo simulaba no transcurrir, todo parecía girar en medio de un universo cuyo centro era el caballete. Los rostros se sucedían. El de Leonor mirando al pintor y éste a ella y a su tela, una vez y otra vez.. Rodeados de esa luminosidad amarillenta y deforme. Abstraídos y en silencio, girando. Girando como la Tierra, el Sol y la Luna.
Aunque estaba acostumbrado a trabajar durante horas Sebastien se sentía totalmente relajado pero prefirió dar por terminado el primer encuentro.
En la siguiente noche la escena volvió a repetirse a pesar de que al pintor le costó encontrar la posición similar de la reina recostada. Y, mientras ella se exhibía solemnemente a Sebastien se lo notaba más tranquilo. Había despejado de su mente los temores y los nervios lógicos que demandaban las circunstancias.
Observaba segmentos de ese maravilloso cuerpo blanco con total impunidad, sin tener siquiera un segundo de insolencia. Sus ojos se posaban como una suave caricia en las manos de Leonor y en sus labios, en las piernas, en el cuello y en sus pezones rosados, una vez y otra vez.
Ella, paradójicamente, disfrutaba de una sensación placentera, única y extraña a la vez. Ni su esposo, el rey Gustavo II, había recorrido tramos de esa piel sedienta con total romanticismo, con total excitación.
Y mientras Sebastien se vanagloriaba con su obra tuvo tiempo de pensar algo sencillo. De preguntarse algo lógico que antes no se le había ocurrido.¿Por qué la reina quería un retrato desnuda?
Pregunta que jamás se atrevería a hacerle. Pero la respuesta sí estaba obviamente en la cabeza de Leonor, en la frescura de sus ojos y en el placer de su mirada. Esta brillante idea fue lo mejor que se le había ocurrido en años. El hecho de que existiera la posibilidad de hacerla real la mantenía feliz, viva. Había recuperado su sonrisa y confiaba ciegamente en él. Más aún, porque averiguando con cierta discreción quien era el mejor pintor de la actualidad, todos mencionaban al bretón, Sebastien Bourdon. Cuando el artista dio por concluido el segundo encuentro, miró a la reina y le dijo: -Puede vestirse. Leonor, fiel a su estilo no dudó un instante, caminó desnuda hasta el caballete y observó durante minutos y en silencio lo que se encaminaba hacia una gran obra de arte, como todas las obras del pintor.
Sebastien comenzó a limpiar sus pinceles y se anticipó:
-Necesito que me de diez días su majestad. En ese plazo su retrato estará terminado y podrá retirarlo, espero que mi trabajo la satisfaga.
Leonor permaneció en silencio y comenzó a vestirse, dando a entender que estaba de acuerdo. Lo que menos imaginó Sebastien era que luego de transcurrir esos diez días la reina iba a pedirle algo más…

III)

Al día siguiente, Leonor había vuelto a su vida real pero con otra actitud. Se sentía segura y contenta, confiaba plenamente en las virtudes de Sebastien. Sólo debía esperar, ser paciente y controlar la ansiedad. Pero lo que no podía controlar era su relación con Cristina. Parecían competir, constantemente. Vivían descalificándose una a la otra. Cristina no entendía, no toleraba porque su madre se deprimía. Porque siempre recibía esa imagen débil, insegura. En cambio Leonor seguía aferrada al pasado y no comprendía porque su hija era tan soberbia.
Cuando la reina fue a buscar el cuadro de su retrato, la obra se hallaba en el caballete y cubierta de una sábana blanca. La misma que Sebastien había colocado sobre el sillón para que Leonor pose desnuda esperando a ser descubierta.
Es ella misma quien tuvo el placer de hacerlo, y otra vez el silencio se adueño de dos personas. La reina no salía de su asombro, estaba maravillada, se veía calcada pero al mismo tiempo con una belleza por demás, exultante, llena de luz. Y Sebastien aguardando el veredicto.
¡Lo felicitó! Sentenció Leonor. -Gracias su majestad. Contestó el pintor.
Debo pedirle algo más Sebastien. -Sí, diga. -El cuadro debe guardarlo hasta que yo se lo pida. - Bueno…como no. Respondió el pintor, entre asombrado y sonriente. Mientras recibía la suma de ochenta monedas de oro por la obra. -Pero, disculpe su majestad esto es mucho más de lo acordado. -Ya lo sé Sebastien, el resto es por guardar el cuadro. No debe enterarse nadie. ¿Entiende?. -Sí, por supuesto.
Cuando Leonor estaba a punto de marcharse se dio vuelta y volvió hasta el artista acercándose a la boca de Sebastien. -Recuerde, nadie debe enterarse. Y se marchó. El pintor una vez más quedó impactado, vio alejarse a la reina y luego miró el cuadro. Cerró la puerta, apoyó su espalda en ella y permaneció en silencio, tal vez el pedido de Leonor le generó demasiada responsabilidad. No sólo debía esconder, ocultar y proteger el retrato, si no que, debía guardar un secreto. El secreto de la reina.
Una vez más, Leonor se encontraba en su monótona vida. Equidistante de Cristina, rechazándose y odiándose. Pero sólo una noticia, una sola las acercó en todo este tiempo. Si bien el conflicto entre católicos y protestantes duró tres décadas, es ahí donde el rey Gustavo II pierde la vida. Cuando ambas escucharon esta triste información, pareció que iban a confundirse en un solo abrazo consolador, pero no, las dos al mismo tiempo dieron un paso hacia delante y se detuvieron.
Posteriormente a todos estos hechos, años mas tarde, y durante el reinado de Cristina sus vidas se mantuvieron igual o peor. Lo nuevo eran los continuos comentarios que sucumbían los pasillos reales acerca de los amores de la nueva reina, con distintos hombres y algunas mujeres. Y, el nombramiento del bretón Sebastien Bourdon como pintor oficial de la corte de Suecia, y es ahí cuando meses más tarde exhibe una notable exposición de sus trabajos. Pero una, sólo una fue la que más admiración y asombro causó. Cristina con cierta desconfianza la miró a Leonor y ella sonrió.
La nueva reina se acercó al artista e irónicamente preguntó: -¿Perdón Sebastien quién es esta dama desnuda? Sebastien se encogió de hombros y tímidamente respondió: -Es una joven de la cual alguna vez me enamoré…
Hoy, en el museo del Louvre, el cuadro "La inmortal", aún permanece y en su costado inferior derecho se pueden apreciar dos iniciales: S. B.
Y, mas abajo: mil seiscientos cincuenta y cinco.

CORA STÁBILE


UN CUARTO DE HOTEL
Era un jueves frío, gris y lluvioso. Se encontraron en la esquina de siempre y caminaron hacia el hotel que visitaban semanalmente.
Lo habían elegido porque estaba ubicado en una calle tranquila, pero, tal vez lo que más les gustó fue el nombre: "Pedacito de cielo", y era precisamente eso lo que sentían, que allí estaba el pedacito de cielo que les correspondía y que podían disfrutar sin testigos molestos.
Pero Florencia ese día estaba rara, inquieta, y finalmente le dijo:
-Mirá Rubén, ya estoy harta de esta situación … no aguanto más, debés decidirte, tu familia o yo.
Él la miró sorprendido, nunca le hizo un planteo de ese tipo, ni de ningún otro. Hablaron claro desde el primer momento y ella había aceptado, no iba a separarse, sus hijos eran muy chicos y lo necesitaban, tenían 10 y 12 años, era imposible que comprendieran y menos aún que aceptaran esa relación.
Sin embargo ella estaba muy firme en su planteo y no quería explicaciones de ningún tipo, exigía una definición.
El joven apeló a todo tipo de recursos y no lograba conmoverla, un no constante era la respuesta que recibía.
Le acariciaba esa larga y brillante cabellera esparcida sobre la almohada, ese perfume lo seguía embriagando, besaba con suavidad esa firme espalda bronceada, las redondeces de las nalgas y esas largas y bien torneadas piernas.
Se dio cuenta que envidiaba un poco esa constancia de Flor para trabajar su cuerpo, había logrado cambiarlo como si hubiera sido una dúctil arcilla modelada por manos expertas.
Sin embargo, sabía que no podía separarse de su esposa, Lydia era una buena mujer, si bien era cierto que jamás había disfrutado con ella como lo hacía con Flor, que le había permitido lograr el placer completo, llegando a límites ni siquiera sospechados alguna vez.
Sonó la campanilla del teléfono y ambos se sobresaltaron, aún no habían logrado ponerse de acuerdo.
Se dieron una rápida ducha, se vistieron en silencio y otra vez fue ella la que abrió el fuego:
-Estoy esperando una respuesta.
-Mi amor, no me hagas esto, te juro que no puedo …
Ella lo miró intensamente a los ojos, acarició su rostro con ternura y le dijo:-Ya está decidido querido, mañana vuelvo a ocupar mi parada en la calle Godoy Cruz.

CARLOS DRUMMOND de ANDRADE


LA BAILARINA Y EL MURCIÉLAGO

Hay un murciélago volando de madrugada por la calle Montenegro. Siempre después de las dos, nunca después de las cuatro.
Escoge entre ventanas abiertas y entra en dormitorios de jovencitas, para chuparles la sangre. Hace esto tan suavemente que la víctima no despierta, y sólo por la mañana, al levantarse, siente ardor en un pequeño punto amoratado del cuello.
Hay quien discute la identidad del animal, y afirma que se trata de un vampiro humano, como los hay en Transilvania. Falta consistencia a la afirmación, pues ningún hombre llegaría al séptimo piso, subiendo por la fachada de los edificios.
Muchos moradores ya vieron al murciélago e intentaron matarlo. Él escapa y se diría que no teme represalias, pues regresó por tercera vez al dormitorio de Hercilia Fontamara, bailarina del Teatro Municipal.
A los periodistas, Hercilia declaró que comienza a habituarse al hecho de ser visitada por un murciélago que le extrae algunas gotas de sangre sin mayor daño. Ella observó que, a partir de la primera visita, aumentó su flexibilidad muscular en los ensayos, y que nunca bailó tan bien como de ahí en adelante. Espera tener un desempeño perfecto en la presentación de "Giselle", si en la noche de la víspera le ofrece un poco de sí misma al estimulante quiróptero.


(Brasil)

JUANA SCHUSTER

INFIDELIDAD

La seguridad de que había más de una mujer detrás de la infinidad gris que formaba una telaraña mental, me produjo noches de insomnio y alteraciones en mi conducta habitual.
En tiempos de borrascas, cuando tuvimos que caminar por los trapecios, lo acompañé siempre.
No tuve la menor sospecha hasta ese día en que me dijo que iría al torneo de ajedrez con Iván, su mejor amigo. Esa noche, la esposa me telefoneó para decirme que Iván quería saber la dirección de aquel hotel en Alta Gracia.
-¿Dónde está tu marido?
-Aquí. A mi lado. ¿Pasa algo?
-No. Mañana te daré los datos que necesitan.
Recordé aquella noche, en la cual atribuyó su retraso al mal estado del motor del coche. Las mujeres conducimos, pero no entendemos sobre mecánica.
Me contemplé en el espejo. Rastros del paso inexorable, terco, impiadoso del tiempo, aumentaron mi zozobra interior. El cristal tiene voz propia. "No, no son más silenciosos los espejos".
Llamé a Patricia porque me conoce bien. Ella cuenta en su haber con cuatro divorcios.
Conoce muy bien el temperamento del hombre. Es codiciada por un empresario en este momento. Ella juega con él. Sabe que es muy atractiva. Tiene 40 años, pero parece 25.
Domina la magia de los cosméticos con absoluta precisión.
Patricia me llevó en su auto a una confitería ubicada en Rivadavia y Medrano.
-Es mejor que los niños no escuchen. Llamá a tu mamá.
No me fue fácil. Era la época de los campeonatos de bridge en una casa de un Country en Pilar. Finalmente, los dejé en el club.
-Sospecho que Adrián me engaña.
-Todas las mujeres pasan por ese estadio. Es como una pandemia.
-Es indiferente a la ropa que uso.
-Tenés que ser más independiente. No necesitás su aprobación.
-No tenemos momentos de intimidad.
-Trabaja mucho, su tarea es demandante. Además, la rutina desgasta. Como me sucedió a mí. Sorpréndelo con tu imaginación.
-Sé que no estoy como antes. Él tampoco. Años atrás, sus ojos de miel, de lejanas colmenas, me miraban con deseo.
-Es momentáneo. Siempre te hacés problemas por naderías.
-Quiero consultar con un terapeuta.
-No, es un error. Vas a quedar sujeta. Una vez que estés en trance hipnótico no vas a poder dejarlo.
-¿Cuál es tu consejo?
-Si seguís así, te vas a estrellar contra los arrecifes que vos misma armaste.
Adrián me abandonó a las pocas semanas. Empecé trámites de divorcio. Llama de vez en cuando para hablar con los chicos.
Le dijo al juez que la remuneración de sus actividades laborales, no le permiten pasarme una suma potable para mis necesidades.
Tomé fotos de obras importantes donde está su nombre como arquitecto. No me sirvieron.
Me aceptaron para trabajar como camarera en un salón de té en Puerto Madero. Me tuvieron piedad. Soy la mayor de todas. Aún recuerdo el inglés de Miss Taylor. Eso me ayuda.
Un día nefasto, impreso como rémoras en una ballena, me acerqué a tomar el pedido de una pareja, junto a la ventana que da sobre la calle Alicia M. de Justo. Patricia me pidió un cortado.

RICARDO ALLIEVI


LA MARIPOSA

Grácil, liviana, suave y colorida en la descolorida Villa, se detiene y aletea en el nylon que reemplaza el vidrio de la ventana.
Abre y cierra lentamente sus alas, cansada de volar en el lugar sin flores para llamar su atención porque no sabe de qué otra forma hacerlo.
La niña yace en la cama de la casucha prefabricada con chapas, maderas y cartón.
Sus ojos están abiertos de hambre que le hace un nudo en el estómago, y le rezonga. Gira la cabeza buscando el trozo de pan y el jarrito de mate cocido que hoy no tiene.
Ve a la mariposa afuera, en el momento que entra por el agujero de la ventana para distraerla.
No se olvida del hambre, pero por un momento, es como un juguete que tampoco tiene.
La mariposa baila para ella y ella sonríe. Va, viene, sube, baja. Da vueltas... y se frena de golpe. Interrumpe su vuelo cuando choca y queda adherida a los filamentos que se enredan sus patas y sus antenas.
La vibración de los movimientos para liberarse, despierta a la carcelera al acecho de una víctima en su tela.
Se descuelga por un hilo una araña negra que la atrapa con su hilo gris.
La mariposa pierde toda su gracia, pesada y áspera, se diluye su colorido y, al rato, muere.
La araña se prepara para comérsela.
Para la niña es un sueño que ya fue.Pierde el juguete que la distrajo un rato, haciéndole olvidar su hambre. Ahora vuelve a volar y revolotear en el estómago, como la mariposa, en pleno sol del mediodía.

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


CANCIÓN DE CUNA PARA EL VINO

De pronto y en un suspiro la noche oscureció el cielo de Cachi. La luna asomada entre los cerros resplandecía iluminando las calles de tierra por las que caminaban, ateridos, Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón. Habían andado toda la tarde dando vueltas, hablando con unos y otros, mascando coca, cantando... El frío se hacía sentir y los ponchos no alcanzaban... Un buen vino es lo que necesitaban para comenzar la noche, pero los dos almacenes ya habían cerrado y los amigos se habían ido del pueblo... La noche pasaba serena y silenciosa y el vino no aparecía por ningún lugar... Lo buscaban infructuosamente, lo ansiaban como el cielo a las estrellas... Tan noble y compañero de mil noches de farras, de músicos y de amigos, necesitaban beberlo para celebrarse... Gustavo leía siempre a los filósofos de la antigua Grecia que, como él, salían a caminar mientras reflexionaban. "Yo siempre ando distraído, silbando, pensando cosas en la calle; los entendidos dicen que estamos confundiendo a Salta con Atenas y que andamos queriendo aquí otra colonia peripatética". Y así siguieron hablando animadamente, riéndose a carcajadas...
De pronto las vieron erguidas sobre el aparador de una casa de adobe. Elegantes, distinguidas, ofrecían el más bello paisaje a trabes de la ventana, un puñado de botellas. Gustavo volvió sobre sus pasos y a Manuel se le hizo agua la boca. Golpearon, esperaron... Salió una mujer y le pidieron vino. Ella se negó, y a pesar que les expusieron una y otra vez sus razones, siguió negándose. Entonces Manuel Castilla la miró a los ojos y, envalentonado le dijo, en un tono desafiante: "¿Pero usted sabe a quién le está negando el vino? A Gustavo Leguizamón, el más importante compositor del folclore argentino".
La mujer levantó las cejas, sorprendida, dijo ahora vengo, y regresó con dos botellas de tinto que el músico y el poeta tomaron muy agradecidos. Saludaron y muy felices continuaron la marcha... Gustavo observó que ambos llevaban la botella recostada en el antebrazo. Pensó que era una imagen muy tierna y le comentó a Manuel que parecían estar acunando al vino. "Justo a él que tantas veces nos durmió"
No tardaron en hacer un alto para abrir la primer botella. Gustavo había estado madurando esa idea mientras Manuel pitaba sus cigarros y poco a poco iba bebiendo. El Cuchi tomó un papel que llevaba en el saco. Tomó un lápiz, y en la noche salteña fue soltando al viento sus coplas embebidas en el vino tan ansiado:

Arroró mi vino
lámpara de amor
que tu sueño crezca
cantando en mi voz

Duérmete contento
que están por llegar
las penas del hombre
que tu harás cantar

Arroró viajero
de la eternidad
duérmete adorando
nuestra soledad
Arroró cogollo
del amanecer
la tibia esperanza
de hoy, mañana, ayer...

Manuel lo vio tan apasionado que no lo quiso interrumpir. Con enmiendas, tachaduras, la letra se fue templando para escribir las coplas a ese amigo dueño de la alegría...

Duérmete en mis brazos
duende del amor
que la vida entona
tu dulce arroró

Arroró mi sangre
mi gajo, mi sol
si se duerme el sueño
cantaremos los dos.

Gustavo dio un trago y renovó el acullico. Carraspeó... Solo entonces leyó sus versos que Manuel escuchó muy atento. Lo felicitó, brindó con él y continuaron andando mientras la noche maduraba su dulzor y Gustavo tarareaba alguna melodía para su canción de cuna.