lunes, 9 de noviembre de 2009

ALICIA DUO


LA BANDERA


"Segundo premio en "Cien años de historia, pasión y gloria", Premio Ferrofer 2008"

Mi vieja dice que le duele la cabeza. Se ha tomado dos pastillas para la migraña y se ha encerrado en su habitación. Pretende evitar los ruidos. Sin embargo, de inmediato, las dos niñas de mi hermana abren la puerta del dormitorio y se suben a la cama. Saltan sobre las cobijas y ella se queja, con voz aguda, que nunca le permiten descansar.
Esta mañana me dijo:"Vos, maestro pizzero, dejá lista tu especialidad para el almuerzo". Empecé temprano con la masa de las pizzas, rallé la cebolla, corté en fetas el queso, condimenté la salsa. Y también, muy temprano, preparé la mochila, con la bandera adentro, doblada con cuidado, para que no se arrugue. Esta tarde me voy a la cancha, con Pirincho, que es mi mejor amigo, a ver el partido de fútbol.
Mientras acomodo las fuentes pienso en mi madre, que me da pena. La presiento sola, aunque vivamos con ella, en esta casa de tres dormitorios, los cuatro hijos (Elisa, Tina, Rito y yo), las dos nietas (Joana y Lorena) y un tío abuelo, que se estableció con nosotros cuando enviudó.
Elisa, mi hermana mayor, se separó del marido. El Gordo le pegaba y ella, cansada de malos tratos, guardó la ropa en unos bolsos y buscó refugio para sus hijas en nuestro domicilio. Mamá propuso que las niñas durmieran en su cama matrimonial. Elisa agregó una camita para ella, en el costado donde descansarían las nenas y juró: "con ese atorrante no vuelvo más". Madre, hija y nietas se organizaron en una sola habitación. Tina mantuvo su espacio, porque ella aprovecha el dormitorio con otro afán. Al día siguiente, Elisa salió a buscar trabajo. Consiguió empleo en una agencia de limpieza. Por las noches, asea las oficinas de un edificio de ocho pisos. Vuelve fatigada y somnolienta. Se levanta a las seis de la tarde, come algo y se va, para presentarse otra vez ante su jefe, con un exceso de puntualidad. Ampara su angustia en el deber. Mamá es quien cuida a las nietas. Joana y Lorena la llaman con insistencia: "Nanina, tengo hambre"; "Nanina, me lastimé el dedo"; "Nanina, me hace falta un cuaderno". Mi madre, con setenta años, cría otra vez niños. "Es demasiado para mí", se lamenta. Después, agrega lo de siempre: "Menos mal que tu padre no vive. Muerto, descansa. Él no aguantaría tanto bochinche". Es cierto. El viejo, con la sola amenaza de darnos unas bofetadas, imponía un sagrado silencio.
Serafín, el hermano de nuestro abuelo, está muy anciano. Por las mañanas, desaliñado y lento llega hasta la cocina. Se ceba unos mates mientras mira, distraído, por las ventanas que dan a la calle. Huele mal. No quiere cambiarse de ropa. Se resiste a cortase el pelo. Deja crecer su barba por varios días. Cuando su hedor impregna la habitación que compartimos, mi hermano Rito y yo, con diversos argumentos, lo llevamos hasta el baño, lo colocamos bajo la ducha y el ejercicio de la limpieza parece un pugilato. Hoy nos toca esa tarea.
No me preocupa lo que me queda por hacer. He solucionado el almuerzo. En un rato más, con Rito, dejaremos a Serafín nuevito de jabón y colonia. Y tengo en condiciones la mochila que, para mí, es lo más importante.
Joana grita y nos asusta. Dice que ha visto una araña debajo de la mesa. Llora con espanto y Lorena, que imita a su hermana, gimotea: "No quiero morirme; mirá si me pica". "No linda", le digo, "aquí estoy yo para matar todas la arañas del mundo". Corro los muebles, separo cajones, levanto papeles. Sí, es verdad; una araña negra está escondida en un rincón de sombras. La aplasto. Busco si hay otros nidos, reviso escondites. Mamá dice que las arañas pequeñas son muy peligrosas.
Los llantos y los gritos de las nietas han perturbado el reposo de mi madre, que aparece, desde su habitación, con el cabello que le tapa los ojos "¿Qué sucede?" dice sin poder mirar. "Nada, vieja", le contesto, "arreglate la peluca, que la tenés torcida".
Mamá comenzó a perder su cabello a partir del momento en que supo que mi padre había muerto. Lo mataron al salir de un comercio, cuando se produjo una balacera circunstancial entre delincuentes y policías. El Estado, después de siete años de litigio, pagó la indemnización por el daño. Con el dinero, la vieja compró esta casita, pero la impresión del esposo muerto, en forma tan repentina, la dejó calva y muda. La mudez se le pasó; sin embargo su calvicie resultó una situación permanente, como un duelo eterno. Mi hermana Tina, obsesionada por las apariencias, le regaló una peluca y mi madre, olvidada de sí misma, en algunas ocasiones se pasea por la casa. Camina entre los muebles con su recitado de oraciones insomnes y el peinado desequilibrado que le deja alguna oreja al descubierto.
Mientras se cocinan las pizzas limpio las suciedades que ha dejado Caramelo, un perro que sacamos de la calle, que nos sigue con devoción y que es bueno para nada. Come, duerme y esparce inmundicias que yo, diligente, pongo en bolsas de basura. Retiro las pizzas del horno; las aprecio doradas y en su justo punto de cocción. Luego, con Rito, bañamos a Serafín. Cuando terminamos con la higiene del tío me sobran, apenas, unos minutos. Ya es hora. Tengo que pasar a buscar a Pirincho. Me cambio la remera, me cruzo la mochila sobre el pecho, subo a la bicicleta que tiene enganchado el carro y le digo a mamá que me voy a ver el partido.
"Cuidate", me contesta, "a ver si te traen muerto como a tu padre". "No seas miedosa", replico y, al mismo tiempo, toco la medalla de la Virgen que llevo colgada al cuello.
Rito no me acompaña. Se queda bajo su pequeño tinglado donde repara piezas eléctricas. "Hoy tengo que entregar este motor", señala, y mira resignado hacia la mesada de metal, sobre la que desparrama tornillos y herramientas.
Pirincho me espera. "Creí que no vendrías nunca" susurra con voz de queja. "No jodas", le digo en el mismo tono, "¿Cuándo te he fallado?" Lo levanto, lo instalo en el carro y, en un costado, cargo la silla. Pedaleo fuerte. Hay una subida hasta el estadio, pero con las ganas que tengo de ver jugar al campeón de nuestro equipo, parece que mis fuerza aumentaran. El camino lo considero liviano y el trayecto corto.
Cuando llegamos hasta las boleterías nos encontramos con una larga fila de concurrentes. Escuchamos chistes, cantos, amenazas, burlas, desafíos. "¿Qué hacemos?", se angustia Pirincho. "No te preocupes", lo tranquilizo. Dejo la bicicleta, bajo a mi amigo y a su silla del carro, lo acomodo en el asiento, después empujo y por otro sendero, nos situamos, ansiosos, ante una valla de madera. Detrás de la valla "El Moreno" Ramírez me recibe con una sonrisa. Le paso una tarjeta y Moreno, que es guardia especial del estadio, abre una entrada disimulada que está en el sector de los camarines. "¿Qué le diste?", dice Pirincho. "La dirección de una chica que lo va a atender muy bien cuando la invite a bailar. Hace rato que anda detrás de ella y yo se la conversé", le explico con la boca pegada a su oído. "¡Ah!", dice mi amigo y se ríe con carcajadas.
Le dejo encargada la silla de ruedas a Moreno y cargo a Pirincho sobre mis espaldas. Lo ubico en una de las gradas. Nuestra hinchada nos rodea. De la mochila saco la bandera del Club. La hizo mi madre, cosiendo los retazos con paciencia, para que los colores blanco y negro, que nos identifican, quedaran paralelos con exactitud. Lleva escrito, en el medio, las siglas del Club Atlético Gimnasia y Esgrima.
El paño es bastante largo. Tiene como cinco metros y toma toda la distancia de los escalones que hemos ocupado. Nuestra bandera pasa sobre las piernas inmóviles de Pirincho. En un rato más van a entrar los muchachos a la cancha; empezará el partido. Durante noventa minutos Pirincho se va a agilizar en los pasos ligeros y en las corridas de los otros y yo me voy a olvidar del cadáver de mi padre, de la mugre de Serafín, de los hombres que asedian a mi hermana Tina, del cansancio de Elisa, de las porquerías de Caramelo, de que a veces no tengo trabajo, de la cabeza lisa de mi madre, de que Rito quiere estudiar para técnico electricista y no le alcanzan los ahorros, de mis sobrinas nacidas de un padre golpeador que no las ama.
Estoy lleno de dudas, pero hay algo que sé con certidumbre: el primer gol de mi equipo lo voy a gritar con todos los pulmones, y cuando grite, entonces, se me va ir la rabia por la parálisis incurable de Pirincho y por esos dolores que me detienen en el mundo. Yo, los goles, los saco de adentro, como si tuviera en las entrañas altoparlantes de una gran voz . Con aciertos o sin ellos, entre todos agitamos la bandera con los colores del Club. Si nos fotografiaran desde el cielo, cualquiera creería que lanzamos al aire los pájaros del corazón, para que latan con las alas hacia arriba, como los giros de la pelota que vuela. Esa pelota que, a nosotros, nos parece que juega siempre a nuestro favor.

MÓNICA TARRAB


CUENTAS

Puntualmente a las ocho, seis veces a la semana, recibe una bolsa con el material para la tarea diaria, y entrega la anterior, con las unidades terminadas, a cambio del pago, según lo pactado.
La jornada comienza cuando Isabel levanta la persiana del taller improvisado en uno de los ambientes de la casa. Afortunadamente entra claridad suficiente durante todo el día. Es primavera. La experiencia le indicó entornar la ventana que está cerca de la mesa, porque una brisa arruinaría todo lo que hasta ese momento no hubiera integrado su forma definitiva.
Trabaja sobre un terciopelo negro que mantiene tensado sobre la mesa, para facilitar la adherencia de las cuentas a la superficie, limitando la posibilidad de que rueden, porque son perfectamente esféricas, con excepción de las blancas, más grandes y de forma irregular.
Primero, las separa por colores, según el orden de enhebrado. Las verdes, las violetas, las de metal plateado y al final las blancas. Se agregan los broches de plata y los pequeños ángeles cincelados en jade. Las dos manos al mismo tiempo, con la habilidad que dan los años del oficio, y ágiles los dedos como si arañaran las cuerdas imaginarias de un arpa horizontal. Clasifica lo que al azar le va acercando, hasta tener los cuatro montones de abalorios, el pilón de broches subdividido en macho y hembra, y el ejército de ángeles recostados. El manojo de hebras transparentes, ya cortadas para una semana de trabajo, espera en una mesita auxiliar. Isabel empieza a armar. Se pone crema en las manos para adherir fácilmente las esferas. Asegura con calor el broche hembra al filamento, luego apoya el índice de la mano izquierda sobre la primera cuenta verde, posicionándola con el dedo pulgar para enhebrarla con la mano derecha. Le siguen la violeta, la plateada y la blanca. Tres veces más en ese orden, y el ángel.
Invierte la disposición de los colores para concluir la otra mitad. Entonces sigue la blanca, la plateada, la violeta y la verde. Cuatro veces. Y el broche macho, afirmado con calor. Queda completo el primer collar de los ciento veinte convenidos. Es tan tedioso todo, que Isabel prefiere concluir lo antes posible, por lo que casi no descansa hasta dejar la entrega lista, al cabo de diez horas. Sólo vuelve a mirar la bolsa con la producción a las ocho de la mañana siguiente, para recomenzar la rutina.
Alguien finalmente pagará por cada gargantilla unas cien veces más de lo que ella recibe. La postura le exige masajes en el cuello, para aliviar los dolores.Tiene consuelo cuando piensa que los ángeles verdes que le traen cada día, son quienes la protegen asegurándole el trabajo durante esta temporada.

SERGIO FELIPE MATTANO



MANIFIESTO
..........................."
Los poetas mienten demasiado"
............................................. F. Nietzche

El que escribe es un ególatra
que sólo habla de su dolor
tal si fuera importante,
que juzga todo su derredor
como si su miseria
rigiera el mundo.

El que escribe es un lunático,
metafísico de mermeladas,
con agujeros en las medias.
Él cree, ciertamente, que es el único Mesías,
que su lumbre libera de la estupidez al vulgo.

El que escribe es un poeta.
Un patético, infame e imbécil
decidor de mierda.



CANTO CUARTO

No creo que venga
el juego
de algún subidos
inquieto
que poca savia de amor
bebía
pero todo aroma es de blues
y entre los pájaros
que reptan asfalto
se me hunde
la duda vinagre.
Descreo de las luces arriba
que senderan
el mejor allá
Del coágulo patrón
que finge entender
de la última medida de vodka
q libra este vómito
sin nombre.
Penarse es morder
la pústula cruz
y postrarse
pensar que más acá de uno
está la sombra
imprecisa
de un vejado anciano
reclamando las palabras
que hemos perdido.



DESMIGARNOS

migar la noche
para que de mi mano comas
y confesarte al oído
un deseo
mientras se duerme la luz

migar el deseo
para que de mi árbol bebas
y contraer en la mano
un beso
mientras se desmaya la voz

migar la voz
para que de mi beso verdee
y cantarle al pájaro
a tempo
mientras nos envuelven
la noche, los brazos,
el deseo, las piernas,
la voz, los poemas

re-migar(me)
re-migar(te)
volver(nos) pan.




CANTO CINCO

....................."Se sienta a la mesa y escribe"
....................................Juan Gelman

Ahora es mañana
mi pelo se enreda
entre los lentes
mi boca tiene besos
de café
poco, vicente, tengo de dios
-y sin embargo-
Ahora es mañana
mi piel se deshace
de la piel de ayer
de la sábana ya cansada
de abrigarme
poco, huidobro, tengo de fe
-y sin embargo-



CANTO SÉPTIMO

Ahogaré en el whisky
............. la pierna de la mujer muda
en el café la vulva
.............del dragón dormido.



domingo, 8 de noviembre de 2009

MARIO LAMIQUE


COMBATIR EL OCIO

Escribo en la semipenumbra de mi sótano, ya no por la necesidad de la oscuridad sino por el acostumbramiento, que intenta ser un alivio al espanto, sólo es eso, un intento.
Esta diminuta luz me fue acompañando y arruinando la vista durante años, estos años, en los que escribir algo fuera del ámbito laboral era castigado pero no por el poder central con su pantalla, sino por otro poder más cercano y cotidiano.
Hace muchos años que la pantalla recorre calles vigilando nuestro andar, aunque no solamente ella, no solamente los monitores, no solamente los robots de seguridad.
Recuerdo cuando se detuvo mi deslizante en las coordenadas que en algún momento se llamara avenida 18 de Julio y calle Yaguarón, yo era una de las pocas personas que las llamaba por su nombre antiguo.
En el visor comercial pude ver la revista, mis amigas la coleccionaban esto me dio curiosidad, pero igual resistí y no compré el disco.
Lo que más me llamó la atención fue el título “Como combatir el ocio”, traía consejos para no quedarse ni un segundo sin hacer algo productivo, consejos prácticos, simples, peligrosos.
Sentí un primer impulso para comprarla, pero cosa rara en mí, no obré impulsivamente, no llené el cupón de suscripción, pero fui una de las pocas porque las suscripciones crecieron a un ritmo exagerado, esa exageración que ocupa el lugar que el asombro deja libre a la intolerancia.
De ese grupo salió el primer comando de lucha antiocio que se dedicó a atacar de forma violenta a todo aquel que a su muy particular juicio, o estaba haciendo nada, como si se supiera, o no estaba pensando en nada, como si se pudiera.
A mí personalmente me tocó presenciar una masacre en el Parque Electro 1 que antes se llamara Parque Rodó, ahí el comando irrumpió brutalmente y comenzaron a golpear a todo aquel que estuviera sentado, lastimaron a un anciano que en la desesperación sin darse cuenta que se auto-incriminaba cuando gritaba: déjenme, no estaba haciendo nada.
Una señora pudo salvar de casualidad a su bebe y salir corriendo, cosa que se lo permitieron porque la corrida tenía una razón de ser, la de escapar.
Los termos y mates eran estrellados contra el piso, luego del desastre, el comando se retiró y cómo no había registro de en audio de antiguas marchas de guerra, entonaban la que uno de sus componentes recordaba, es así que se despedían vociferando su distintivo feroz: E oé, salchicha con puré.
Luego de esta situación tan absurda como desagradable comencé mis primeros contactos con la RESISTENCIA, que no era más que un grupo de personas escondidas en sótanos juntándose para hacer lo que afuera se denominaba como nada; escuchaban música, se quedaban sentados, escribían, leían un libro-cosa que también es repudiada por este grupo- mirá para los costados y si no ves personas desencajadas gritando E oé, salchicha con puré, seguí leyendo vi como simplemente charlaban entre amigos, o alguien se quedaba durante horas mirando un rostro amado.
De uno de esos sótanos salió el lema el lema que nos acompañó, era parte de un poema de alguien que curiosamente en algún momento se dedicó a escribirlos, el poema decía NI A IRSE NI A QUEDARSE; RESISTIR... así es que frente a una redada violenta, las personas decidían entre irse, quedarse o resistir; que es mejor.
En la semioscuridad de mi sótano puedo apreciar la foto de mi madre a la que raptaron hace cinco años cuando estaba jugando al solitario, mi esposo en cambio se fue para formar parte del
comando al que el gobierno de la pantalla de control, no logró desactivar, pero se animó a denominarlo como clandestino.
El único entretenimiento que era respetado por este montón de personas enojadas con el no hacer, era el fútbol, que es transmitido por los monitores emplazados en cada esquina, nunca falta quienes comentan que antes se tenían que trasladar a lugares llamados estadios para poder ver un gol, si es que goles se convertían en ese partido, claro está. En estos momentos es tanto el miedo que se tiene al encontrarse sin tener nada para hacer, que cada uno tiene su actividad programada cuestión de ocupar cada instante, cada momento, sin resquicio par la sorpresa, como si se pudiera.
El comando se dividió, algunos, al haber casi exterminado el ocio, se dedicaron a sentirse indignados por otras razones, pero están quienes siguen adelante con la empresa de combatir a los que se encuentren ociosos, por eso, de vez en cuando se escucha un resonar de voz en cuello entonando "E oe, salchicha con puré", mientras las personas comienzan a irse, otras se quedan y están quienes resisten, que es mejor.

MARÍA JULIETA SALUSSO


ESE LUGAR, UN UNIVERSO

Hacía unas pocas horas que había amanecido en la ciudad. Ana despertó y dando un salto se despojó de las sábanas. Tomó el jeans y la camisa blanca que había preparado la noche anterior con motivo de estar lo mas presentable posible para su primer entrevista laboral. Su desayuno fue más a prisa que de costumbre; los nervios y la ansiedad trepaban por sus piernas hasta apoderarse poco a poco de su cuerpo. Muy adentro de su ser palpitaba la convicción de que ese día sería diferente, que sucedería algo de gran importancia para su vida.
Tomó la cartera, las llaves... y se entregó a los acontecimientos del día.
Caminaba apresurada por la calle San Martín; el sol proyectaba sombras definidas por la vereda; numerosos pensamientos flotaban por el aire hasta estrellarse en su cabeza. Faltaba un cuarto de hora para definir su futuro laboral.
Todo lo simple sucedía en la vida de Ana sin que le prestara mayor importancia.
Caminaba por la vereda de la plaza, de pronto un marcado y penetrante olor sumado a un ruido desconocido centraron su atención; comenzó a girar la cabeza para todos lados hasta que descubrió que los árboles estaban repletos de golondrinas... absolutamente todo el universo estaba allí ¿cómo pudo pasar tantas veces por el mismo lugar sin haberlas descubierto?
En sus ojos fermentaba la imagen de estos pequeños seres de plumaje oscuro y en su pensamiento miles de preguntas sin respuestas.
Cuántos secretos y misterios guardarán sus pequeñas alas. Cuántos trocitos de cielo albergarán sus ojos. Cómo van y vuelven encontrando el camino de regreso. Qué maravilla poder sobrevolar infinitas distancias...cualquier humano en su lugar se sentiría el dueño del universo.
La bocina de un auto la trajo de regreso a la realidad de su vida; miró el reloj y comprobó que el tiempo la había traicionado, no se había hecho presente a su entrevista y habían pasado mas de tres horas.
Una angustia oprimió su pecho hasta transformarse en alegría. No había podido definir su futuro laboral... pero había alimentado su alma y había descubierto que el universo entero se encuentra a la vuelta de cualquier esquina.


Maria Julieta Salusso: nació un 11 de marzo de 1976 en Ciudad de Río Cuarto, Cordoba.

ALICIA CHILIFONI


EL DÍA MENOS PENSADO

Estoy concluyendo la lectura de El Evangelio según Jesucristo, de Saramago, y me aterra. Reitera constantemente que desde que nacemos estamos condenados a morir, y el saberlo nos condiciona por completo, conciente o subconscientemente.
Asimila la religión a la destrucción, las guerras sin fin, y la muerte precedida de torturas encarnizadas. Me confirmó esa interpretación el escuchar la crítica de su nuevo libro, Caín.
Y este año se muere todo el mundo. Amigos, vecinos, conocidos, gente famosa y no. Bien dicen que no hay nada más igualitario que la muerte. Y como no soy, en lo posible, de desperdiciar nada, ando meditando sobre estas cuestiones. Porque soy de tomarme todo muy en serio y hacerme problema por cualquier inconveniente. Pero últimamente me digo que no tiene sentido tomarse la vida tan en serio, si al fin y al cabo no saldremos vivos de ella. Tanto hacernos problema, y el día menos pensado…
Además, analizo la conducta ante la desaparición de una persona de nuestro entorno, y ese análisis me contiene también a mí.
Por ejemplo, nos enteramos de que alguien padece una enfermedad grave, que está internado en un centro de salud. Enseguida nos damos cuenta de que "es una pena, no tengo tiempo para visitarlo".
Y cuántas veces un amigo trata de organizar una pequeña reunión un día cualquiera, en cualquier parte, para charlar, matear, estar juntos… pero entonces nos disculpamos por no poder asistir, pensando "cómo se ve que no tiene nada qué hacer; lo que es yo, tengo que trabajar".
Pero hete aquí que el día menos pensado, en el momento menos esperado, nos sorprende la noticia de su muerte. La del enfermo, o la del que aún gozando de muy buena salud, nos necesitaba con él. Entonces se produce el milagro: de pronto tenemos tiempo para el velatorio. Nos "ponemos" nuestra mejor cara de apenados, y permanecemos horas en esa especie de certamen para ver quién lo siente más, que son los velatorios, y los entierros. Y no conformes con ello, visitamos a los deudos, para acompañarlos, asistimos a las misas por el descanso de nuestro amigo, volviendo a calzar la cara solemne que convencionalmente se estila en tales circunstancias.
Mientras vivía, importunaba nuestra conciencia con el remordimiento que nos provocaban las excusas que ni nosotros mismos creíamos, pero las esgrimíamos, engañándonos, para no ir a verlo. A veces ni siquiera para recibirlo. Siempre teníamos algo impostergable, más importante que nos impedía el encuentro.
Después, la muerte lo cambia todo. Y pienso que se debe a que eso nos recuerda que todos caminamos hacia nuestra propia muerte. Y nos apena el no haberle dedicado más tiempo, más atención al amigo. Y nos duele el no poder ya remediarlo. No pensamos tanto en que murió, más bien en que "nos dejó sin él", como si cada uno de nosotros fuera el centro de todo, y los demás fueran menos importantes. Acudimos a ellos cuando los necesitamos para algo, y listo. Por supuesto que hay excepciones, pero pongámonos una mano en el corazón, y veremos que la mayoría de las veces sucede lo que digo.Como siempre, quiero hallar una enseñanza, algo positivo, que me ayude a seguir "remando" en este valle de lágrimas. Y lo encuentro: tantas promesas de visitas que me hicieron y nunca se cumplen, tanto "un día de éstos nos juntamos y hacemos algo", y el día nunca llega, todo se verá realizado por fin cuando me "llegue la hora". Tendrán tiempo y estarán ¿conmigo? cuando cierre mis ojos definitivamente. Entonces, al morir, empezaré a existir, a ser tomada en serio. Es bueno encontrarle algo positivo a la propia muerte: empezar a existir. Pero claro, no nos engañemos. Por un tiempo, nada más, que en seguida otros sucesos habrán de hacernos caer en el olvido. Pero lo breve del lapso se compensa con la intensidad con que sentirán nuestra ausencia en sus vidas. Ausencia que no será completa, ya que alguito nuestro siempre queda: una frase, una palabra, un gesto, por qué no una receta de cocina…y quizás al recordarnos, pensarán como Macedonio Fernández, "mientras vivió, de todo hizo placer; cuando partió, nada dejó que no doliera". Porque como bien dice Borges en uno de sus poemas "no hay nada como la muerte para mejorar la gente".

MARISA PRESTI

TEMERARIO


Casi todas las semanas pasaba unas horas en el pequeño jardín de la librería Cúspide. Le gustaba el lugar; las apacibles tardes de verano le permitían estar al aire libre, aspirar esas bocanadas de vida que parecían emanar de las amistosas plantas que lo rodeaban, mientras leía su libro favorito. La charla de las otras mesas se iba diluyendo a medida que sus ojos y su espíritu absorbían las letras impresas, metiéndose, poco a poco, en el mundo que palpitaba dentro de las hojas de papel.
Al llamar a la camarera para pedirle un café, sonrió para sus adentros ¿Recordaría ella las veces que dejó el pocillo lleno, abandonado a un placer que lo estimulaba más que la cafeína?
Mientras esperaba, miró la tapa del libro que minutos antes había sacado de la mesa de novelas. Le atraían las aventuras; conservaba el espíritu infantil que lo convirtió en pirata junto a Sandokán, lo llevó al fondo del mar en el Nautilus y lo hizo aguerrido y valiente al lado de Tarzán. No fue casualidad que lo eligiera, la imagen de una barcaza zozobrando en un mar tormentoso hizo que desviara su vista de los demás. Y ahora lo tenía entre sus manos. Lo abrió cuidadosamente, leyó la dedicatoria, y con cierta avidez se abandonó a la lectura de las primeras líneas.
Apenas notó el café que apoyaron sobre su mesa; estaba más interesado en visualizar al viejo marino, el capitán Olsen, un hombre valiente y rudo, de tez acartonada por el sol del Pacífico, dispuesto a enfrentar cualquier peligro con tal de obtener la pesca necesaria para alimentar a su familia. Sin esfuerzo, se trasladó a la rústica embarcación amarrada a la costa. El ajetreo y los gritos de los marineros preparando la partida incrementó su ansiedad; un intenso aire salobre fue invadiendo sus fosas nasales. El mar lo iba atrayendo poco a poco, como el sabor de la aventura que lo incitaba a meterse más y más en aquel mundo de hombres rudos, y quizás por eso sintió que pisaba los viejos maderos de la endeble escalera, mezclándose con los marineros que iban y venían por la cubierta.
Cuando la barcaza zarpó, las mesas se habían ido desocupando para llenarse nuevamente de otras caras y otras voces. La camarera pasó a su lado varias veces, podemos suponer que miró el café abandonado en el pocillo. Podemos suponer que lo reconoció y pensó Qué tipo extraño, ¿para qué pide si nunca toma nada?
En realidad, hacía más de dos horas que él estaba leyendo. Casi sin moverse, recostado contra el respaldo de la silla, ajeno a toda realidad que no fuera la de esos hombres en medio del mar. El intenso oleaje que golpeaba rítmicamente la embarcación había llegado a marearlo; con esfuerzo se agarraba de las gruesas sogas y caminaba inseguro hacia donde echaban las redes, para ver como aparecían salpicadas de pequeños y grandes peces plateados. La pesca no era mala, pero el gesto adusto de Olsen revelaba que no era lo que esperaban.
A la hora de la cena, alumbrados por la luz amarillenta de un farol, los rostros se parecían a esos tétricos muñecos de cera que tanto lo asustaban de chico. Un intenso olor a guiso recalentado revolvió su estómago, pero las bocas se abrían con avidez vaciando rápidamente los platos. Después de un largo silencio, el capitán anunció que por radio advirtieron que se aproximaba un fuerte temporal.
El celular sonó varias veces en su bolsillo izquierdo. No advirtió las miradas de impaciencia de las mesas cercanas, ni siquiera el roce del gato negro que se cruzó entre sus piernas. La embarcación zozobraba en medio de un oleaje furioso, bajo truenos y relámpagos que iluminaban de terror la noche cerrada. Los gritos, ahogados por el aguacero, sonaban como lamentos desesperados. Y entonces vio caer la vela mayor, vio a hombres lanzados a la voracidad de las aguas, vio a Olsen tambalear sobre la cubierta, vio que el final había llegado.
Con mano temblorosa tanteó sobre la mesa buscando el vaso de agua. Un desagradable gusto a sal le secaba la garganta. Los músculos, endurecidos, no le impidieron estirar su brazo para ayudar al viejo capitán. Un relámpago iluminó de color plata la nave desierta. Supo que era inútil, ya no estaba frente a sus ojos.
Las primeras luces del amanecer despertaron su dolor. La calma del mar lo mecía suavemente, pero su mente recordó todo. Se arrastró hacia el timón que giraba sin sentido y lo obligó a tomar el único rumbo posible.Cuando la joven levantó las últimas mesas, se dio cuenta que el extraño cliente ya no estaba.

RAÚL LELLI


¿QUÉ VOY A HACER CUANDO ME MUERA?

Cuando me muera lo primero será quedarme quieto, mirar alrededor y confirmar si mis creencias sobre el estado de la muerte cuando estaba vivo eran esas y de no, tratar de adaptarme a la nueva "situación" como escribiera mi querida amiga Victoria Pueyrredon en su cuento "Acabo de Morirme" Todo dependerá del lugar donde haya muerto también, porque no es lo mismo que muera en la cama de mi casa como en la de un hospital, o morirme entre los hierros retorcidos de mi auto por un accidente y ni que hablar si me muero en un hotel alojamiento por pedirle a mi corazón un esfuercito más para lograr la gloria del macho argentino, o quizá por haberme interpuesto en el trayecto de una bala por este juego de poliladron tan común por estos días, o ser el protagonista de un asalto y por boludo al defenderme el choro drogado hasta los caracuces en busca del tan ansiado título de carteludo, me mete plomo hasta cansarse, aunque no se lleve nada.Obvio también me puede caer una viga desde un edificio en construcción si atino a pasar por el lugar equivocado, en el momento equivocado, o porqué no morir electrocutado en mi taller en un descuido; en fin hay tantas maneras de morir que no terminaría nunca de hacer un listado. Pero suceda como suceda, me gustaría elegir alguna, al fin y al cabo el que se muere soy yo y creo que algún derecho tengo.De sólo pensar que me muero en un hotel alojamiento con una pendeja treinta años menor que yo, no podría para de reírme ante las caras y comentarios de alguna gente. Por ejemplo: Mi ex diría -¡Se lo merece por degenerado y mujeriego, era un sinvergüenza y murió en su salsa!, mi hija: -¡Papá, nunca imaginé que podrías morir así, que bochorno!, mi hijo más grande: -¡que viejito desgraciado, mirá que echarse un polvo con esa pendeja! Y el más chico: -¡no, este no es el padre que me educó con los principios morales! Y mi actual esposa pobrecita, se golpearía la cabeza pensando en que se equivocó si nuestra vida conyugal era perfecta y terminará maldiciéndome por ser un vejete calentón. Imagino los comentarios de los vecinos, amigos y colegas reunidos en el velorio, unos por cumplir y para la foto, los otros que me querían y los chusmas y enemigos que van a divertirse y a recopilar cuentos para ponerse al día para tener fresquitos para el próximo asado, sin contar con la jugosa anécdota del finadito (o sea yo) que eschopó en un telo por fifarse una pebeta, pastillita azul de por medio que terminó con la carrera de mi alocado corazón, mi vida y mis miserias.Y en los rincones de la sala velatoria, de los gomías de mi palo se escuchará entre murmullos: "pasa que al loco, se le fue la mano se hecho como tres y se pasó de dosis con el viagra y no le aguantó el bobo, ahora si que el gordito murió en su salsa y muy divertido, ¡que hijo de puta!" Las viejas chusmas amigas de mi ex, apoltronadas en un sillón de varios cuerpos tapándose la cara con pañuelos, regurgitaran morbosidades que sólo se permiten entre ellas (de no, no serían las señoras) y dirán: "dicen que la tenía gorda, que por eso era tan mujeriego porque las mujeres morían por ese "regalito"; a mi, dirá la más pizpireta una vez se me lanzó y digan que estaba mi esposo que si no ¡me lo volteo al gordito!Acaba de pasar mi señora y cuando quise acariciarla mi mano la traspasó como si fuera de aire, me levanté y quise darle un abrazo fue como tomar a nadie o a un fantasma; le grito y no me escucha y mi cuerpo está blandito, transparente, ¡no peso nada!
¿Será que me morí nomás? ¡huy! ¡y no pude elegir la forma! La puta, morirme a los cincuenta y cinco y con tanto para hacer.

En realidad no sé para que me preocupo si lo hecho, hecho está, mejor le veo el lado bueno; al menos, si no pude elegir el modo, me morí escribiendo.

MARCOS RODRIGO RAMOS


LA MEMORIA DE LO INTANGIBLE

Silenciosa como una sombra mi alma transita por las calles de Moreno. Entre prostitutas y jóvenes tomando cerveza en "otras"esquinas circula y nadie la ve ni la siente, ni siquiera como un susurro o una suave y casi imperceptible brisa. Nada. La nada es intangible y me he transformado en ella. Nada soy, nada tengo. Soy sólo el vacío caminando en medio de la noche. Quedan los recuerdos del pasado y sólo eso me da cierta sensación de corporeidad, de existencia pero sé que es falsa, que es un autoengaño y, sobre todo, que es efímera. Lo sé porque la memoria también se va yendo cada vez más rápido.
Ayer estuve en mi hogar y vi a mis seres queridos llorando mi ausencia. Hoy ya no puedo volver allí, ya no recuerdo el camino y los rostros, los nombres, el pasado compartido, todo se vuelve nada. ¿Habrán existido realmente alguna vez? ¿Habré tenido un hogar? ¿Existiré en la memoria de alguien?
Ya me cuesta precisar desde cuándo se fue mi alma del cuerpo. Miro los rostros de los que cruzo y no me ven y no me reconozco en ellos, no puedo diferenciarlos del animal recostado en la vereda, de la piedra caída a mis pies. Los rostros, los lugares, el cielo no me dicen nada.Comprendo que hace demasiado tiempo que no duermo y el temor me invade ¿Qué sucedería si cierro los ojos y no puedo despertar? Las luces en lo alto no me dicen nada ni este cuerpo mío que ya no puedo ver. El cansancio me vence. ¿Son dos o tres los días que llevo sin dormir? Ya no distingo los rostros, sólo siluetas que se transforman en manchas amarillas que indiferentes pasan a mi lado, manchas que no son nada para mí como yo no soy nada para ellas. Ya no tengo dudas, todo dentro de mí se está yendo. Ahora ellos son el susurro, la casi imperceptible y suave brisa. Esto no tiene más sentido. Ya no recuerdo porque no quería dormir. Respiro hondo (o creo que hago eso) y cierro los ojos con una sonrisa que nadie puede ver pero que adivino en mi rostro.

sábado, 7 de noviembre de 2009

MATÍAS LUQUE


SIN MUELA

Me desperté sin una muela. Realmente esta sucediendo, tengo una muela partida en dos en el costado derecho de la boca. Recuerdo bien como sucedió. Fue masticando un M&M mientras tomaba un whisky J&B en el bar El Único en Palermo. Estúpido, terrible sorpresa. En eso muerdo algo más duro que chocolate y busqué con la lengua algún indicio de rotura. Es severo, realmente grande. No entiendo porque en la noche de ayer me hice esa inmensa marca, ese tatuaje eterno que va a revivir con sutiles recuerdos.
Luego de que sucedió y mi angustia se derramó por el piso, para culminar lo que había sido una noche realmente ajena, de esas en las que uno es sólo un espectador de un evento que no tiene soporte. Claro, mi entusiasmo siempre es el mejor, sin embargo, sólo en mi interior sostengo los cómputos de mi felicidad y equilibrio; y por fuera, vaya a saber uno como lo ven los demás. Terrible palurdo, dirán. Este tipo no se sabe lo que le pasa, esta realmente loco. O es un niño, un cachorro que muestra un colmillo cada tanto para que nadie se le acerque, que más da, ahora tiene el colmillo roto, olvidémoslo.
Detestable noche que no podía terminar de otra manera. Si habíamos empezado ciegamente en mi departamento. Aquí donde esta hoja empieza. Un amigo y yo. Cierto, no puedo olvidarlo, también estaba una chica, la mejor amiga de la hermana de mi ex novia. Si, es rebuscado, lejano parentesco, pero cómo me hizo acordar a mi otra chica. Sus gestos y pensamientos, tan semejantes. Algo del cosmos estaría entrando por la puerta de mi casa y sentí que lo pude recibir como un grato regalo que estaba esperando hacía un tiempo. Sin embargo, esa chica no fue una gran protagonista de la noche. La acompañamos a Maipu, o ella a nosotros, luego de haber estado una hora en mi casa, hablando sin sentidos y riéndonos, en lo que Animal Channel llama el ritual del reconocimiento.
La noche tuvo más rituales de reconocimiento que momentos de tranquilidad. Esto me pasó a mi especialmente, supe más tarde, cuando hacía el racconto de la noche a las cinco de la madrugada desde mi cama. Todo para mi fue ajeno. Realmente no estaba en ningún lado donde quisiera entrar. Estaba por explotar en cualquier momento. Quizás lo que hubiera querido es que esa chica bonita nos hiciera compañía un rato más. O por ahí me hubiera gustado que hiciera algo realmente loco, como decirle a mi amigo que se fuera porque teníamos que hablar y entonces encararme a mi, sin presión, y decirme que quería sólo pasar un rato conmigo. Que solo necesitaba compañía.
Si bien fue una noche muy tranquila y se podría decir desafortunada, a cada segundo se presentía un síntoma de que algo estaba a punto de explotar, y la expresión más grande de esto fue cuando con mi amigo habíamos decidido abandonar San Telmo y regresar a nuestras zonas, para que el más tarde pudiera tomarse otro colectivo que lo lleve a Maswitch. Para cuando estábamos en la parada fumando un porrito, un auto con tres se detiene en frente y un pibito al volante nos invita a subir. No éramos putas que nos estaban contratando. Quizás éramos cinco pibes en busca de una noche inolvidable.
La cuestión es que una vez más odie la gente y sus movidas y sus pensamientos y sus maneras. Una vez más me sentí ahorcado por la fuerza de la situación e inmóvil para moverme en un mundo real. Quería desaparecer bruscamente, ningún lugar me estaba esperando. Entonces tuve que permanecer en calma, reconociendo a esos pibes como unos posibles captores. Nada de disfrutar viejo, todo era observación y silencio.
Estoy viviendo una mutación escatológica. Algo se esta moviendo en mi de una manera desagradable. No encuentro lo que estoy buscando, solo reconozco que durante toda mi vida prevaleció un sentimiento insoportable de búsqueda que no encuentra buen puerto.
Sinceramente tampoco me importa mucho esto de que lo que este escribiendo sea un buen material o no. No hay nadie más sensato que me mis ojos para juzgar la verdad sobre los acontecimientos de mi escritura, lo que sucedió ayer a la noche y lo que esta sucediendo en este preciso momento.
Estoy perdiendo competencia. Estoy perdiendo fuerza y estoy perdiendo felicidad. Estoy perdiendo dinero y estoy perdiendo comida, salud, educación y ahora perdí una muela. Es terrible lo que me esta pasando y no se como salir de esta situación. Lo único que estoy haciendo por estos días de manera disciplinada es escribir, aunque mis escritos no son tan ordenados y gratificantes.
¿Qué más puedo contar de la noche de ayer? No hay mucho más. Sólo esta el recuerdo de una noche ahogada viejo, vas a tener que perdonarme, porque no encuentro buenos nexos para entretenerte. No lo encontramos a Fede que en un principio era la razón de nuestra salida. Ir a buscarlo al bar donde trabajaba en San Telmo y a la salida tomar una cerveza, charlar de alguna estupidez, sentirnos amigos por un rato. Ese plan fue frustado aunque no era el mejor. Pero no hubo uno mejor a cambio, y que más da, si yo no estaba en la noche y la noche no estaba para mí.
Podrás verlo, cuanto me cuesta reconocer el fracaso. Es que este fracaso de ayer es lo que me esta pasando todos los días en mi cabeza. Es horrible cuando se presenta en la realidad. Muy bien, lo de ayer al menos me hizo escribir, ¿cierto?: si le quiero seguir dando vueltas al asunto. Me siento tan sólo. No se donde estoy parado. Necesito de la vida de los demás para guiarme, no comprendo como manejar mi libertad. ¡Qué desafortunado soy! Cualquiera que estuviera en mi situación me odiaría, pero yo soy el que más se sabe odiar. Tengo una fuerza del odio que mueve países, eso también tenés que saberlo si me va a elegir como tu escritor. No se si más o menos que los otros, recordemos que mis criterios de comparación son escasos y parciales. Mi mente esta viviendo tiempos de penumbra y no funciona bien, no esta viendo las cosas con claridad. Matias no esta viendo las cosas con claridad. ¿O acaso es un exceso de claridad lo que no me deja ver, moverme? Abrir los ojos para no ver. Si los cierro me encuentro tanto conmigo.

RICARDO ALLIEVI


CONFIRMACIÓN DE VUELO

Se preguntó para qué estaba allí si en su casa tenía teléfono y podía hablar largo y tendido; pero, en realidad ya estaba a miles de kilómetros con ella, en el lugar seguro donde siempre quiso estar, desde que la había conocido.
Al salir de la aerolínea, buscó desesperado un locutorio y se metió en él aunque había muchas personas. Le dieron un número y le dijeron que lo llamarían por él sin necesidad de esperar adentro. Salió a la calle, encendió ansioso el último cigarrillo que se consumía en pitadas largas y profundas como él, esperando esa comunicación de larga distancia. Pasaron minutos estirados que le parecían horas. Cuando le tocó, se abalanzó sobre la cabina dejando la puerta abierta.
Digitó apurado todos los números con los prefijos y códigos de acceso a las localidades porque ya los sabía de memoria de tanto llamarla.A tercer ring escuchó su ¡Pronto!, le volvió el alma al cuerpo y gritó loco de alegría: “Tengo el pasaje en la mano. Acabo de salir de la aerolínea. Estoy allí, el sábado a las trece, hora de Italia. Nos encontramos en el aeropuerto de Fiumicino " Un altra volta insieme. Questa volta per sempre ". Largó el tubo que quedó colgando y bailando loco de alegría como ellos.

NORMA PADRA


UNA CARTA PARA LILIANA


Susana, sé que estás muy enferma, que tus días están contados, siempre que entro al hospital, por las mañanas, al caminar por los pasillos escucho tu voz, Susana, todos en el piso donde estás internada saben de la gravedad de tu caso y te tienen mucha paciencia, pese a tus grito y reclamos. Todos te quieren, sabemos que sos una gran mujer, muy fuerte y de tomar decisiones drásticas. Si Susana, yo te visito, atiendo, te doy todos los gustos, salgo a comprar todos lo que se te antoja con tal de hacerte olvidar que tus días se van. Liliana, tu hermana, también lo sabe y le hago compañía o bien otras veces la suplanto para que ella pueda descansar. Si yo sé Susana que no querés que te apliquen morfina, se lo pediste a tu médico para que esperen unos días más, y ya pasaron casi tres meses y tus días se te hicieron penosos, pero siempre que recibís a todos tus amigos renacés, una sonrisa para todos se dibuja en tu rostro, y tu espíritu se llena de alegría, eso todos lo sabemos Susana.
Voy a hall donde están las maquinas expendedoras de bebidas y me encuentro con hombres muy elegantes y cultos que visitan a un amigo también viudo, que está como vos, esperando, y charlamos mientras tomamos algún café, luego ellos se van y te saludan de lejos. Y así todos los días, con altibajos, tu celular no para de llamar, los compañeros de trabajo, tus amigas, tu familia, Susana.
Tu padre no sabe nada Susana, piensa que pronto te iras a tu hogar y vos no querés hablar con nadie del tema. Pasamos la navidad y el año nuevo juntas hasta que finalmente el 30 de enero, Susana, le pediste al médico que ya te aplicaran la morfina, ya te rendías, ya habías luchado con todas las medicinas alternativas durante siete años y te rendías Susana. Le dejaste una carta a tu hermana Liliana, para que se hiciera cargo de tus pertenecías y deseos. Y así Susana, entraste rápidamente el un dulce sueño, o en el mejor de los casos, en el final de una pesadilla. Todos estábamos alrededor de la cama cuando diste el ultimo suspiro y moriste Susana, nos dejaste solos llorando, ya no estarás más haciéndonos reír, contándonos las aventuras de tus viajes, tus amores, dos de ellos te extrañan aún Susana, no te olvidaron nunca y hoy están aquí a tu lado.
A tres años de tu desaparición, estás presente en la vida de todos los que te quisimos, entre ellos yo; tu prima que te escribe.