martes, 21 de octubre de 2014

Negro Hernández



Todo es negociable  Negro Hernández

Volví al café después de un mes que llevó la reforma del local. El gallego Rogelio había renunciado a sus pretensiones de convertir el "Tres Amigos" (allí había cantado Alberto Marino)  en un moderno "Restro bar", convencido por la presencia de los numerosos turistas extranjeros que se paseaban por Barracas. Finalmente, y por el alto presupuesto del proyecto, se conformó con darle una mano de pintura, cambiar la mampostería de madera y remplazar las sillas y mesas desvencijadas por otras nuevas. Todos contentos.
En esa ocasión me lo encuentro al flaco Raúl, que había desaparecido durante varios meses del café, se comentaba, tras los pasos de una  hermosa mujer. Yo estaba con el tordo Jorge, el Gordo y Sandoval lamentándonos de la prohibición de fumar en lugares cerrados. Se acercó a la mesa y nos abrazó como un hombre que buscaba consuelo, y mientras compartíamos un café, en ese atardecer de un octubre lluvioso nos contó su conmovedora historia.
Miren muchachos, uno a veces hace  cosas en la vida para que a uno lo quieran y así le va. Apenas la conocí en una noche de tormenta creí encontrar a la mujer de mi vida. Estaba toda mojada y sin paraguas, la lluvia se le escurría  por el pelo como un llanto y la pollera se le pegaba a las caderas de tal manera que parecía desnuda. Subió al tacho en Plaza Italia y me pidió que la llevara hasta Lugano. "No tengo plata, dijo, hacéme el favor, mañana le pago". Y así fue como confié en ella para poder verla al día siguiente.
El Gordo me miró disimulando una sonrisa. Jorge, que era padre de cuatro hijos de cuatro madres distintas  dijo: ¿Pero vos siempre caes en la misma trampa?. Sandoval hizo un gesto con ganas de rajarse  o para no escuchar esos lamentos, y yo me moría por fumarme un cigarrillo pero me daba no sé qué, irme afuera.
Al día siguiente vuelvo a la casa para cobrarle y me atiende envuelta en un toallón rojo y el pelo mojado ¡Me quería morir! Y así empezó todo. A la semana estábamos viviendo juntos. ¡Al fin nene, era hora!, dijo mi vieja mientras yo hacía la valija. Con el  tiempo me doy dando cuenta que se trataba de una típica reformadora de hombres, pero por el metejón que tenía no quería reconocer el destino que me esperaba. Empezó por la vestimenta, con qué ahora se usan las pilchas de tres botones, que tenés que usar camisas que te hagan más joven, que los zapatos, que las camperas... y así fui cambiando, poco a poco, la ropa. Te juro que lo hacía por complacerla, porque ustedes saben que a mí me da lo mismo. Siguió con el trabajo, que el taxi no es para vos, que tenés que volver a tu profesión de masajista, que te mereces algo mejor... Después se ocupó de enseñarme inglés básico para relacionarme con los hoteles de lujo. ¡Si querés progresar tenés que ser más fashion y dejar de ser tan grasa!  decía. Y cuando me enojaba, acariciaba mi oreja mientras me cantaba Bésame mucho. Ahí moría, perdía el control y me entregaba a sus designios. Fue así como terminé siendo un esclavo de sus caprichos. Me hice vegetariano, largué el faso, tome flores de Bach, fui a yoga, dejé de venir al café, de visitar a la vieja y estuve a punto de integrar una congregación de seguidores de Sai Baba.
En un momento se le entrecortó la palabra y amagó a llorar con la mirada perdida en algún lugar. Fue entonces que sudando como un chivo se levantó y caminó hacia el baño. Es un mitómano, me tiene podrido con sus bolazos, dijo Sandoval. Por ahí es cierto y sólo es una exageración, agregó el Gordo. Yo lo entiendo porque me pasó lo mismo, dijo Jorge, cuando una mina se te clava en el corazón hacés cualquier cosa y perdés noción de la realidad. Yo, para relajarnos y porque la noche ya se había desvanecido sobre Riachuelo, pedí una picada grande y dos cervezas. Además tenía hambre y Marta no volvía hasta la medianoche.
Es muy buena mina, continuó Raúl al regresar distendido, culta, cariñosa, fina, desnuda no sabés lo que es y en la cama una diosa, pero llega un punto en que uno no puede ceder, llega un momento en que abrís los ojos y te preguntas si sos un hombre o un juguete. Hasta me convenció para que me hiciera la carta natal y así saber cómo estaban mis astros con los suyos. ¡Somos dos almas gemelas!, dijo después de consultar al astrólogo. 
 Estaba tan contenta creyendo que éramos la reencarnación de antiguos amantes, ¡Como Antonio y Cleopatra!, que sólo atiné a mirarla engatusado y a quererla como nunca quise. Ahora la extraño y me muero de ganas de verla, pero, como te dije, todo tiene un límite.
Te la hago corta Negro, así te cuento cómo terminamos. Un día buscando la factura del teléfono ella encuentra en una caja donde guardo mis papeles y el carnet de mi querido Huracán. ¿Cómo podes ser hincha de un cuadro que juega en la B? Tenés que elegir un equipo ganador. ¿Por qué no vas a un psicólogo?. Ahí planté bandera con todo el dolor del alma y escuché la voz de mi viejo que desde el cielo me decía: "Todo es negociable, menos la camiseta de Huracán"

Alicia Chilifoni


                       VISERAS Alicia Chilifoni


Los jovencitos de todas las épocas han adoptado rasgos característicos para distinguirse de las otras franjas etáreas.  Es una de las maneras de expresar su rebeldía para con las generaciones anteriores. Han habido tanto petiteros como hipies.

Por estos días y desde hace algunos años se ha instalado la gorra con visera como identificación con esa pléyade pujante, aunque unos pujan para un lado y otros para el otro. Y llegó para quedarse. La visera dice de quien la ostenta “yo soy joven”, “soy capo”, “acá vengo yo”.

La usan a toda hora, aún en plena noche o de madrugada. Cuando yo era chica la llevaban los varones, tan salvajes ellos, contra soles insolentes de siestas zumbadas por tábanos, a la orilla de la cañada cazando ranas, o cubriéndose de tierra fina como talco en el potrero de la esquina, pelota y gritos.

Ya no más. La computadora y la inseguridad los mantienen en casa, pero con la visera puesta, eso sí. Siempre. Si hasta se me hace que duermen con ella. Para protegerse de qué?

Me gusta observar semblantes,  en el tren, en la calle…Vereda: universo en miniatura, dijo un poeta. Verdad. Hay de todo. Caras de soberbia y superioridad, de agotamiento, de preocupación, ensimismadas, extrovertidas y curiosas, indiferentes, de hastío, hostiles, amables y relajadas….de todo un poco.

El tema se me complica con “los viseras”. Cuesta verles los ojos. Muchas veces, como por telepatía, algún muchachito sentado en el micro, como espoleado por mis ojos clavados en él, hurgueteado, me dedica una ojeada ligera como diciendo hoscamente ¿qué te pasa? Me pasa que quiero verte y te escondés.

No hay sol. No hace frío, y si hiciera más te valdría un gorro de lana. Estarías más confortable, y, lo que más me interesa, podríamos vernos a la cara. ¿Para qué? Y… ya que todos tenemos que tirar del mismo carro por convivir en el mismo mundo, cuanto más a la par nos sepamos, más llano se hará el camino.

Ves que tengo razón? Pasó el vistazo apurado y te volvés a esconder. La visera te da anonimato y sentido de pertenencia. Una gorra más es un joven más, un rebelde más.

Si en este momento ocurriera un ilícito, es probable que se te mire con más desconfianza por “portación de gorro”. Generás cierta desconfianza, precaución. En alguna medida te discriminan, porque no te conocen. Tampoco a los demás pasajeros, pero los otros son más “iguales”. 

Como un espejo, devolvés  igual sentir en tus miradas recelosas. La visera es una pantalla protectora eficaz en direcciones enfrentados: que no te alcancen los rayos fulminantes del que necesita descubrir en vos una amenaza, y para disimular el bumerang que a partir de tus ojos devuelve la misma incomodidad.

Sí. Creo que todo sería mejor sin esas gorras, pero siempre los jóvenes buscaron elementos de diferenciación, y lo seguirán haciendo, como todos alguna vez.

¿Entonces? Entonces lo que quiero decir es que no veamos en la gorrita ninguna amenaza. Si los que nos despojan de verdad, no usan visera, y sin embargo igual no se los ve en absoluto. No se  ven, pero  se sienten, y cómo!!!!




ANA ROMANO



POEMAS  ANA ROMANO

CUÑA
La matanza
coagula
El quejido
secciona
El soporte aflige
escarba
amputa
Inocula
-estéril
roto
perplejo-
autonomía.
DESCARTABLE
Arrastra
marginado
el cuerpo
La búsqueda
devuelve
miseria
El viento
entumece
¿Prosigue?
desnudo
Las ruedas pesan
e insiste
El hambre
traspasa su sombra
Sueña
con una frazada.
ESBOZO
Sobre la mesa
de un bar
apoyada
una taza blanca
de café
El aroma
acaricia la mirada
ausente
Las manos
aferran la ilusión.
AÑORANZA
Asomada al recuerdo
emerge
tu
figura soberbia
autoritaria
desprotegida
En aridez
sembraste
diminutas semillas
La muñeca impávida
detecta
cómo llega la muerte
Despido
en cuanto salpica
un hálito de destellos.
CAUTIVO
Se sacude inquieto
aletea
Aun agobiado
se rebela
Mientras lo acordonan
en el intento de
aplastarlo
chilla
hiende
rasguña
Dispuesto
a salir (se)
además gime.

Cora Stábile



Sonia  Cora Stábile
Corría la década del 50, transitábamos por la mitad del siglo XX.

Me asomo a aquella vieja casa con jardín en el frente: a la derecha tres amplias habitaciones corridas, un techo que cubre la mitad del patio y varias columnas de hierro que lo sostienen; de ellas se tomaban los cuatro amigos para practicarlos pasos con los que después pensaban lucirse en la pista del Club Social Rivadavia.

Desde el tocadiscos surgen las notas cadenciosas de un tango: “Bahía Blanca” comienza a escucharse, ellos abandonan las columnas, forman dos parejas y se entregan a la música.

De pronto, desde el fondo, se asoma tímidamente una muchachita, no muy alta con largo cabello oscuro, grandes ojos negros y actitud apocada.

La miran y le preguntan su nombre.

- So … So … So …

No puede seguir, uno dice:

- Che, ni a le sale de la boca.

Los otros lo miran y contestan juntos:

- Sonia, ese es el nombre de la percanta

Ella asiente sin decir nada, la invitan a bailar y acepta serena. Durante media hora continúan can las prácticas. Luego ella se acerca al combinado, busca entre las 15 ó 20 placas de pasta que estaban apiladas a un costado y encuentra una versión musical de “Toda mi vida”, se apresura a colocar el disco y comienza a entonar aquellos versos escritos por José María Contursi acompañados por la melodía compuesta por Aníbal “Pichuco” Troilo.

Ellos la escuchan extasiados, cuando el tango termina Sonia se da vuelta y comienza a caminar lentamente, pasa al lado de la vieja higuera y su figura desaparece entre los árboles del fondo como si hubiera sido devorada por la noche.

Marta Becker



                        ARREPENTIDO Marta Becker 

Te confieso de corazón que estoy arrepentido de todo lo que te hice pasar. Se que nuestra convivencia no fue buena, mi autoritarismo, mi carácter arrogante, mi estúpido machismo, todo, todo, arruinó nuestra relación. También perjudicó nuestra vida mis cambiantes estados de ánimo a los que te adaptaste no sé si por sumisión o por conveniencia, pero supongo que no fue fácil. También te pido perdón por mis infidelidades, ya se que no tienen justificación, pero formaron parte de mi ser, de mi mundo perverso, de mis inseguridades que necesité reforzar con las engañosas caricias ajenas. Por ese mismo motivo no me enojé con vos cuando supe que también me eras infiel, touché, pensé, y no te lo reprocho. Me disculpo además por los problemas económicos que sufrimos gracias a mis caprichos, fantasías y malabares en los negocios, bien alejados de la realidad y con catastróficos resultados, admito que nunca te quise escuchar por menospreciar tus opiniones. Pero hoy cuando te veo impasible, observándome tan serena, sin derramar una sola lágrima, casi diría aliviada, sin siquiera intentar fingir tristeza para que los demás te digan “pobre viuda”, te confieso que no me arrepiento de haber tomado la decisión que tomé, no me arrepiento para nada.





OLAYA MAC-CLURE

EL  ACERTIJO OLAYA MAC-CLURE
En Santiago de Chile, a la edad de la Primavera con los árboles en flor, acusé recibo del primer llamado telepático de Saint Exupery en respuesta a mi llamada idem pues, tenía cortado el teléfono por obra y gracia de un destino curioso. Quedamos de acuerdo después de largas horas de conversación que, Saint Exupery contactaría a los personajes y autores de diversos libros para que me ayudaran a investigar un hecho casi inédito en la literatura planetaria: un dilema muy complejo que resolver. Así que tomé mi pluma haciendo un taco entre mis hojas y, me dirigí personalmente pedaleando con mi bicicleta a la “Rinconada El Salto Parcela 6”.
La Señora Luisa (la cuidadora) me saludó muy contenta de verme nuevamente y abrió el portón. Le avisé que tendría varias visitas aunque calculé que no necesitarían puerta.
Exactamente lo que pensé, la visita me tomó por sorpresa.
-Mogwli ¿qué estás haciendo aquí?
-Te vine a ayudar, escuché tus gritos de auxilio. Antoine me avisó que viniera lo más pronto posible.
-Pero, si no he gritado.
-Eso te parece a ti pero, a mí me tenías con las dos manos apretadas en las orejas.
-¿Qué puedes hacer tú después de tanto tiempo?
-Escuchar los sonidos de la casa: el aire, las hojas de los árboles, los muros, las puertas.
Un momento, silencio… (Me hizo callar de frentón colocando su manito en mi boca). Ahí estás tú.
-¿Dónde?- pregunté escéptica sin ver nada.
-Frente a la puerta de entrada.
-¿Qué estoy haciendo?
-Piensas y transmites tu filosofía al veterano
-¿Qué sucede Mogwli?
-El toma nota de todo lo que tú le dices hasta los enigmas más ocultos que coleccionas en tu corazón.
-Mogwli, ¡estás exagerando!
-Te equivocas, a ti tu padre te fue a tirar en una bolsa negra de basura a Conchalí junto a tu hijo de apenas un año pues, no tenía la más mínima comprensión hacia tu talento. Pero, este veterano te supo aprovechar. Se encerraba luego, en su escritorio y escribía como malo de la cabeza. Terminando, te iba a mostrar el poema para que tú se lo corrigieras y, más tarde no te regalaba sus libros para que no te dieras cuenta de todo lo que tú le habías ayudado. Además, te hizo hincapié que si llegabas a divulgar este asunto, nadie te iba a creer porque tú sólo eras una autodidacta en cambio él, un reconocido Académico de la Lengua.
-Por supuesto, yo se los corregía y si estaba malo lo volvía a hacer todo de nuevo hasta que yo le informara que estaba correcto.
Gruesas gotas de lágrimas resbalaron por mis mejillas como caída de agua hacia los pétalos de flores esparcidas por la tierra de Conchalí al recordar, los detalles de los sucesos en forma tan cruda.
-El no daba puntá sin hilo mi querida amiga, amante de los animales.
-Mogwli ¡cuidado! Baghérha se va a tirar a la noria.
-Sí, tenemos sed. Voy para allá. – y, se tiraron ambos al pozo lleno de agua cristalina y fresca. Tomaron todo el agua que quisieron.
A mí me habría dado un poquito de asco tomar agua después de ahí pero, qué le iba a decir a un niño tan tierno como Mogwli.
Mogwli, ¿te tiro la cuerda para que salgan?
- No. Vamos a nadar un rato. Al segundo comenzó a patalear y a hacer piruetas junto a baghérha y a mover sus brazos como remolino.
De repente sentí que alguien me abrazaba con fuerza por la espalda. Era Fiammetta, dulce, atractiva, sexy, elegante, una diva sin lugar a dudas que habría causado más de algún dolor de cabeza. Nos besamos con efusión contentas de volvernos a encontrar (ella se había presentado a trabajar a varios de mis anteriores cuentos. De repente, se había colocado bastante catete y estuve a punto de enviársela de vuelta a Boccaccio pero, me arrepentí: por lo extraordinariamente bella y bien vestida que se presentaba en cada ocasión lo que seguramente, haría que mis lectores engancharan mejor con el texto.
-Fiammetta, agradezco tu presencia pero, ¿qué va a decir Boccaccio cuando no te encuentre en el “Decamerón” donde tú tienes un papel importante de participación?
- No te preocupes, ya le avisé a través de un circuito de ultrasonido que maneja en el bolsillo de su pantalón. Vine a acompañarte para ayudar a revelar lo que sucedió aquí hace tantos años. Así que ahora quédate quieta.
 ¿Qué haces?
-Huelo
-¿Qué hueles?
-Olor a sexo. A esta casa llegaron muchas mujeres de diferentes edades. Algunas de ellas saben tu secreto pero, lo ocultan. ¡Esto más parece lupanar que casa solariega y blasonada!-terminó diciendo Fiammetta. Después de haber olido minuciosamente continuó-posiblemente, llegaban muchas mujeres a visitarlo y él se encerraba en su casa. Y, ¿tú no hacías nada?
-¿Qué iba a hacer? Era su vida. Además, él no me permitía la entrada.
Tocaron la campana.
Fui a ver el portón y era nada menos que Brian Weiss. Lo saludé muy contenta. Ray Bradbury lo acompañaba desde las soledades inconmensurables de los desiertos, en las órbitas Plutonianas de las “Crónicas Marcianas”.
Entonces, me dijeron: sabemos que eres una mujer muy creyente y, que no puedes resistir la idea que alguien se despida de este mundo a hurtadillas callando un misterio que no ha dicho y que se sabe a mil voces ¡sí! porque tú te has encargado de pregonarlo a los cuatro vientos a por lo menos 1000 seres humanos (aunque hoy, hay que multiplicarlos por tres.)
Brian Weiss prosiguió: - los enredos, se tenga la edad que se tenga hay que aclararlos pues, he constatado personalmente a lo largo de mis años que, tienen un comienzo pero nunca tienen final.
El Principito fue muy educado pues, podría haber atravesado el portón con su transparencia en un vuelo cósmico sin embargo, esperó que la Señora Luisa le abriera la puerta de entrada. Se aproximó hacia nosotros y, se incorporó en el lote de sabios literatos como si los conociera toda la vida. Quiso acompañarme viajando velozmente desde un lejano planeta del satélite, para descubrir cualquier clave que se hubiera enterrado en la arena espacial semejante a la lunar. Llevó su sombrero para lograr el objetivo que nos propusiéramos.
A mi regreso, que fue por un lapso de breves segundos, vino la Señora Luisa a avisarme que me buscaba otro señor. Fue tan grande mi sorpresa, que corrí a abrazarlo: Jorge Luis Borges se acercó a mí (sin sus lentes de ciego pues, su vista ahora se encontraba perfecta). Me saludó también con un gran abrazo. Le comenté que estaba muy triste porque nadie recibía mis trabajos literarios.
-Es que son todos unos idiotas –me respondió
-No los descalifique, por favor Jorge Luis.
-No te preocupes aquí nadie nos escucha. Solo estamos tú y yo –a continuación me preguntó: -¿Te los han pedido?
-No, nunca.
- Tienen miedo…son unos cobardes. Anticuados, les escandaliza sobre todo tu “Poesía de Punta”.
- ¿Mi poesía hija de mis entrañas?
-¡Así es!
De inmediato tironee la manga de Jorge Luis y le dije: -Por favor no diga más que aquí las murallas escuchan más de la cuenta.
-No te preocupes hija mía, la honestidad de tus escritos tarde o temprano se van a imponer contra viento y marea.
Después, le conté lo que estábamos haciendo entre todos: desenmarañando la madeja porfiada para que nos diera la respuesta que necesitábamos.
Entonces él me dijo: yo lo sé desde hace mucho tiempo, desde que las Nieves Eternas del Kilimanyaro no quisieron derretirse nunca jamás. Antes, cuando él aún estaba en esta tierra, notó el cambio de escritura del veterano, indudablemente más rejuvenecida así que, no necesitaba darle mayores descripciones.
¡Claro! ¿Cómo no me lo pude imaginar ante el hombre más sagaz del planeta? Me propuso que invitara a ese hombre tan avaro y codicioso al: “Jardín de los Senderos que se Bifurcan” .-Estoy seguro que no sospecha que yo poseo el “secreto”-me afirmó.
-Mi voz humana es muy débil – le respondí – no sé como hacerla llegar al oído de los Jefes. Así que usted Borges es mi tabla de salvación. Y, terminé diciéndole: yo tengo sangre escocesa ¿le servirá para su plan?
-¡Por supuesto! – me respondió con emoción.
Le tiré mis últimas monedas que encontré en el bolsillo a un niño que nos indicó el camino frente al portón de la Rinconada El Salto. Ahí recordé que se me había olvidado avisar al dueño de casa. Borges me convidó algunas de sus monedas y atravesé al frente por un camino de tierra pedregoso. Las coloqué en la ranura del teléfono pero, no logré el objetivo, me quedé profundamente dormida con el auricular en la mano. Cuando desperté pensé: ¿llegaremos al laberinto con Jorge Luis? Pero, ya no me importaba pues, ese laberinto era infinito y solo besando el anillo en el dedo meñique de la mano derecha de Borges una podía encontrar infinitos laberintos más. Así que con eso me conformé.
 Fiammetta entonces, se acercó y me preguntó:-¿toda esa poesía es tuya?- refiriéndose a mi “Poesía de Punta”.
-Si Fiammetta, es toda propia y de mi natural imaginación y si existe algún poema que se asemeje a los poemas de otro poeta, ese poeta ha rescatado el lenguaje en mi persona sin consultármelo antes. Lo digo porque esta es mi forma natural y espontánea de expresarme. Mi obra completa, de principio a fin, está formada casi toda de humor. No necesito ideas ajenas para escribir como escribo.
Apenas terminé de decir la última palabra, escuchamos el Volswagen azul del dueño de casa. En cuanto entró me acerqué y le dije: - “Los personajes y autores de diferentes libros quieren conversar con usted en el jardín.
-Dígales que, no tengo ningún interés en conversar con ellos menos aún en los patios de mi mansión. Además, ¿no le he dicho en repetidas oportunidades que no invite a nadie a
la Parcela? ¡Hasta cuando me desobedece!
Fue el momento preciso que Mogwli y Bahérha treparon por la orilla del muro de la noria y salieron a la superficie y, él los vio. Comencé a tiritar…
-¡¿Qué hace ese cabro chico y el animal en el pozo?! Saque de inmediato a toda esta gente de mi casa. No los quiero ver cuando despierte. Yo me tengo que ir a dormir siesta y, partió sin saludar a nadie.
Nos reunimos todos y se nos ocurrió ir en el Volswagen. A pasarlo chancho pues, nadie andaba en vehículo. Echamos a andar el motor conectando un par de alambritos. Algunos personajes, se fueron navegando a través del viento sujetos al techo y a los parachoques para que cupiéramos todos. Nos fuimos a un café a celebrar todo lo que habíamos descubierto. Más tarde, le hicimos una llave y lo regalamos a un orfanato de niños huérfanos.
Por el camino, Fiammetta obsesiva, me siguió interrogando: - ¿A quién está dirigida “Poesía de Punta”?
- Está dirigida a los Gobernantes, para que en sus mandatos gobiernen en forma más humanitaria a su pueblo y, para que los políticos no se ufanen tanto de sus logros exitistas.
- ¿Dónde se encuentra tu poesía?
- Guardada bajo siete llaves en los bolsillos de los políticos.
- ¿Por qué?
- Porque es esencialmente “una ventana que se abre a Dios”. Un niño que maneja un Rayo de Luz que, se posa con destreza en las infinitas miserias del poder, sin rencor ni resentimiento sino mas bien, con humor y sabiduría.¿¡¡Cómo no se van a escandalizar frente a un niño Fiammetta, que les rompe todos sus esquemas poco humanitarios!!?
- ¡Yo se los voy a ir a sacar de sus bolsillos ¡ y, partió tan rauda que, ni siquiera le pude agarrar el vestido que llevaba puesto para detenerla. ¿Lo logrará? entonces, suspiré y me dije a mi misma: Si hubieran más Fiammettas en este mundo tan decididas y valientes como ella, viviríamos mucho más felices y contentas. Chao Fiammetta.


Emilio Yaggi


                              Capitán Emilio Yaggi

 

¿Por qué Capitán? En realidad, nadie lo sabía con certeza, pero la historia más aceptada era ésta: por muchos años, él había sido capitán de un buque mercante. Un día mientras trabajaba, una grúa o algo muy pesado golpeó su cabeza. Desde entonces había perdido la razón.

Lo dejaron cesante.

Quedó sin trabajo, sin familia y sin razón, pero igual siguió andando la vida, lentamente, como a la deriva.

Capitán era bajito, tenía cabello casi blanco, largo y ensortijado.

Invierno y verano vestía con mucha ropa, toda la que los vecinos le daban y, arriba de todo aquello ¡un sobretodo marrón!

Tres fieles perros pulguientos le acompañaban a todos lados.

Los ojos de Capitán me impactaron siempre, tanto, que aún puedo verlos. Eran de un celeste tan intenso que parecía que el cielo había caído en ellos, pero no miraban cerca, siempre miraban más allá. Hasta cuando miraba a los chicos parecía estar viendo dentro o a través de nosotros; siempre lejos.

Capitán nunca estaba apurado; su andar lento casi arrastrando los pies le llevaba hasta las puertas las cuales golpeaba con delicadeza.

-Buenos días señora, ¿le barro la vereda?

Y aunque ya estuviesen barridas, las vecinas que conocían y apreciaban a Capitán le alcanzaban una escoba.

De forma monótona y mecánica realizaba su tarea y luego esperaba el fruto de su trabajo: algunas monedas, quizá comida, o tal vez ropa usada, y las infaltables palabras cariñosas y agradecidas de las vecinas.

Sí, Capitán, nuestro Capitán, era un hombre querido y respetado por todos. Era culto, amable y de noble porte. Solía sonreírle a los chicos; su sonrisa era clara aunque se parecía a su mirada lejana.

Me producía un cierto dolor, algo así como compasión. ¡Tantas veces sentí el impulso de darle un abrazo como si hubiese sido mi propio abuelo! Hoy sé que no lo hubiera comprendido.

Un día corrió la voz: ¡a Capitán lo mató el tren! ¿Lo mató el tren? ¡Sí, lo mató el tren!

Al instante, un tropel de niños, adultos y algunos ancianos corrió atropelladamente las tres cuadras que nos separaban de las vías. Se nos hicieron eternas; recónditas ilusiones me querían convencer de que quizá, no se trataba de él. Agitados, angustiados y con una engañosa esperanza llegamos al lugar.

Era verdad.

Sentí que me vaciaba; sentí que todo aquello no era real: los vagones, la gente, los sonidos, todo; y percibí de cerca el olor y el dolor de la muerte.

Sus tres perros hacían celosa guardia alrededor del cuerpo; sus ladridos eran aullidos lastimeros que hacían erizar mi piel: lloraban la muerte de su amo.

Los bomberos quisieron acercarse para retirar los restos, pero ellos no se lo permitieron.

Con fiereza mostraron sus dientes y gruñeron: nadie tenía permiso para acercarse a Capitán. (Si los perros piensan y sienten ¿qué habrá pasado por sus mentes y corazones en esos terribles momentos?)

Tuvieron que enlazarlos y meterlos en una jaula para poder llevarse el cuerpo destrozado.

Entonces, las compuertas de mis ojos de niño asombrado se rompieron, mojando mi cara y dejando en mis labios un largo sabor salado-amargo.



José Menéndez

                          El cazador José Menéndez
  
Ya surgía el  ocaso por el horizonte, el aire estaba espeso, asfixiante, el agobio rondaba  el lugar, el día llegaba a su fin, era una tarde de primavera con un calor de verano, mas apropiada para estar en un escarpado a la sombra o en un oasis de frescas palmeras, que en una jungla como aquella, todas las especies se agolpaban al emerger, las nocturnas dando la bienvenida al nuevo día y las exhaustas que retornaban a sus hogares o madrigueras con pasos cansinos para encontrarse con la manada, con sus pares.
El aparentaba estar como todas ellas, había sido una jornada difícil, estaba agotado, lo atosigaba el calor extremo, estaba incomodo en su piel, estaba hambriento y sediento, estaba esperando paciente. Ni el ojo conocedor lo hubiera destacado, parecía uno mas de aquellos herbívoros que tomaban la vida con cautela, pastando, tal vez pensando, rumiando y dóciles a las vicisitudes de la vida, el aparentaba serlo, en cierto modo envidiaba a aquellos cuadrúpedos que moraban en manadas y vivían en las estepas, fieles a su especie, a su pareja, incapaces de hacerle daño siquiera a algún ser, temerosos de los salvajes, como el.
Le hubiese gustado ser así, de algún modo el llevaba su ser como una carga pero era parte de el y era inevitable, le parecía inverosímil de algún modo que hubieran sido creados para una vida tan monótona tal vez ansiaba llevar una vida duradera sin aventuras como aquellas criaturas, como sospechaba que ellos lo envidiaban a el por su bravura por su vida aventurera, por su poderío, si es que ellos ambicionaban algo.
Ascendió al puesto donde estaba lo espeso de la manada, pasaba desapercibido, tal vez era por su disfraz, tal vez por su imagen que no mostraban aquel temible aspecto que había sabido tener, tal vez ya no era sino uno de ellos, rezagados y resignados a la vida, se le ocurrió pensar que era un lobo disfrazado de oveja, estaba cavilando en el momento que localizo a su presa, estaba distante y era inalcanzable para el, lo antecedía una multitud, la vio y se dio cuenta de su belleza, su corazón se agolpo al pensar, había visto solo una parte pero su experimentado ojo sabia reconocer lo bueno, estiro el cuello pero estaba tapado por algún macho de gran tamaño, hociqueo y se propuso analizar su plan de ataque, su naturaleza felina le había enseñado a ser cauto, una precipitación significaba el fracaso, ordeno sus ideas, no le escaseaba el alimento, en su guarida reservaba una cantidad considerable como para durarle un par de días, además el sabia que con facilidad encontraría presas de mayor volumen con mayor facilidad, pero esta lo sedujo particularmente, era una empresa demasiado difícil pero le gustaban los desafíos. Se ocupo en imaginarse el acto mórbido en el cual llevaría la cacería, se vio retozando en ese cuerpo de líneas curvas, se vio relamiendo su presa, le produjo un sentimiento casi erótico, excitante, saboreando esos músculos jóvenes, esa carne fresca, esa sangre, no se dejo obnubilar, la vio de cuerpo completo y se le apareció perfecta sabia que no lo era pero el deseo delimita las líneas de la perfección, se irguió, estaba exultante y estiro su cuerpo haciendo sonar las vértebras, pensó en arrojarse precipitadamente, pero estaba disfrutando el momento de fantasear, el sol ya estaba cayendo, el aire cambio y sintió una brisa floral, era el olor del paraíso, quizás, o el olor dulzón de la muerte que acecha, se movió sigilosamente y se acerco unos metros pudo detallar en la complexión de su fisonomía, ella se encontraba ausente, ensimismada en sus asuntos, inocente, desconociendo completamente lo que sucedía y se avergonzó de pensar si fuera posible leer los pensamientos ajenos, volvió a estudiar la figura y la observación dejo lugar o mejor dicho fue arrastrada por el caudal de la corazonada, del palpito, estaba jadeando y tenia la boca seca.
No tendría sentido que las cosas sucedieran simples pues perderían su arte, su color, su sabor, el fruto prohibido sabia mejor que el mejor de los manjares servido sin el esfuerzo.
Quizás era incorrecto para el, un cazador reprimido, que había abandonado esos caminos salvajes para sumirse en la frivolidad, la vulgaridad, retornar a sus acechos anteriores, pero hay cosas que no se pierden, como la naturaleza de matar, de perseguir, de dominar, se la puede ocultar, enterrar, pero se despierta como un león dormido.
¿Acaso no era la seducción la más antigua de las artes? De repente se genero la situación, el momento justo, un pequeño grupo se había apartado y libro el camino recto hacia su cometido, era la hora, la vislumbro sola e indefensa, contuvo el aliento, saco sus zarpas y se apresto a embestir, flexiono su patas traseras para proyectar el salto.... súbitamente surgió desde un costado, una irrisoria criatura, inferior que el, insignificante, apenas
un carroñero, de aquellos que cazan solo por hambre o por necesidad, se dirigía hacia su elegida, vaya destino, con tanta variante, con tanto esmero destinado a elaborar, diseñar su plan, a degustar su victoria, se agazapo y quedaron enfrentados, en otros tiempos no hubiera sido contrincante, aun ahora no ofrecería resistencia, pero los otros tiempos habían dejado lugar a estos, los tiempos actuales, cedió su lugar, se resigno, inexplicablemente hasta se alegro de hacerlo, se alejo pasivamente y se entristeció al pensar que se conformaba tan solo con la fantasía, había pasado de ser un cazador nato a un imaginativo, se había satisfecho con el hecho de rememorar su antigua gallardía y asegurarse que todavía mantenía su instinto intacto, ni de eso podía estar seguro, pero en cierto modo lo inundo un sentimiento de alivio, no era mas que un soñador.
La muchacha, su presa, se bajo en la Avenida Álvarez Thomas, furtivamente él le dirigió una ultima mirada, él descendió dos paradas después meditando en lo bien que le vendría una ensalada que le habría preparado su esposa


David Slodky


Dibujitos David Slodky


Escuchan nuevamente los gritos. 

Se miran, calladamente. 

Vuelven la vista a la pantalla. Jerry sigue escapando alegremente de Tom.

Un portazo. Escuchan llorar a mamá.

Se ensimisman ahora en el correcaminos que hace beep beep.

Se abre la puerta.

-Chicos -dice papá -: mamá y yo tenemos que hablar con ustedes.

Levantan la vista.

Mamá tiene los ojos hinchados.

-¿Puede ser después que terminen los dibujitos? –dice el menor.

María Julieta Salusso


El día y tu recuerdo María Julieta Salusso


El día emerge de su lecho de sombras, renace el sol desde su tumba ardiente volteando la puerta de los segundos matutinos. Se dibujan sombras proyectadas sobre la superficie terrenal que me sostiene.

Mis ojos capturan los esbozos que el destino caprichoso se encarga de trazar y mi mente desespera.

Entre mi tiempo y la nada, cruza el pálido reflejo de una vida inconclusa, que se funde en el eco de la frase que pronunciaste alguna vez; corriente sombría de silencio que nace de las ruinas de gritos olvidados y humedece las costas del mar de mi pasado.

El día y tu recuerdo, emergen de su lecho de sombras… y yo me ahogo en las aguas de mi propia nostalgia, para renacer mañana… junto al día y tu recuerdo.


María Fabiana Calderari


Circo inverso  María Fabiana Calderari


El famoso circo Comédie aterrizó en la ciudad a mediados de enero, instalándose en un baldío de la zona sur. Aquel armatoste policromo reunió a todos los personajes del lugar. Los payasos llegaron entusiastas, con sus trajes calandrados y las graciosas narices. Se ubicaron en los asientos de las primeras filas. Cargando famélicos animales domesticados, arribaron los domadores.

Sus torsos desnudos ensombrecían la figura esmirriada de los trapecistas.

Ocuparon, unos y otros, las gradas más altas ubicadas en la carpa.

Algunos enanos escabullidos por debajo de los toldos, se distraían enmelándose con copos de azúcar.

El anfitrión del espectáculo, un mago lenguaraz, inauguró la ceremonia.

Lentamente el jolgorio expandía un contagioso embobamiento.

Los aplausos estruendosos resonaban como viento, instando el comienzo del entretenimiento.

En medio del escenario, sumido en la más profunda soledad, el público. Monótono. Sin destrezas. Encarcelado en sus máscaras. Esbozando insulsas sonrisas.

Las ovaciones se convirtieron en chiflidos inarmónicos. Los espectadores se retiraron desconcertados, ante el fracaso de la función.

-Esta gente ha perdido la magia de mostrarse tal cual es -observó un conejo saltando de su galera. Una contorsionista anciana, conocida por sus facultades intuitivas, exclamó frunciendo el ceño: -¡Públicos, eran los de antes!


Fernanda López


Desenmascarada  Fernanda López


Y fue entonces cuando me quité las máscaras (sólo algunas de ellas) y me desperecé para despertarme definitivamente del sueño en el que me había sumergido por temor a vivir. Y me vi. Tan vulnerable. Temblando de miedo. Sintiendo la necesidad de correr para ocultarme detrás de cada una de las corazas que se encarnaron en mi cuerpo. Y miré a mi alrededor. Y de repente, me vi reflejada en tus ojos. Me observé desde muy dentro tuyo. Y sentí tu abrazo. Me confundí entre tus latidos. Y las máscaras que aún cubrían mi rostro comenzaron a caer al suelo. Y me entregué a una clara confusión, sintiendo que podía respirar la vida por primera vez. Y fue en ese preciso instante que, viéndome libre de ataduras, sin velos oscuros cubriéndome, NOS VI –

Antonio Cruz


                                                    Brujas Antonio Cruz


Era tarde cuando encontré a Leticia. Es una buena mujer pero no me simpatiza demasiado. Las personas que hablan de más me ponen de mal humor. Con infinita paciencia soporté durante un rato su interminable lista de desdichas. Me parecieron de lo más intrascendentes. Le pedí que se apurara pues temía llegar tarde a una reunión con mis colegas pero eso no le hizo mella. Siguió su perorata hasta que me sacó de las casillas con su afirmación de que las culpables de todos sus males son las brujas. "Seguramente alguien me hizo un trabajito" dijo convencida. "Voy a consultar con un parapsicólogo que me recomendaron". La miré de tal modo que ella se asustó. "¿No crees en las brujas?" preguntó. No le respondí. Ella insistió de manera descarada. "¿Crees o no?". Me vi obligada a contestarle "Según la sabiduría popular, que las hay, las hay". Ella se puso a reír. Logré zafar y fui corriendo a mi casa, me cambié de vestido, busqué mi sombrero y me dirigí a la pieza trasera. Saqué mi escoba y fui a reunirme con mis colegas que charlaban animadamente en la copa de los álamos.