lunes, 6 de septiembre de 2010


TALLER DE ESCRITURA CREATIVA
REDES DE PAPEL
Todos los lunes de 18 a 20 hs.

En LA SUBASTA

Río de Janeiro 54 Capital, Bs.As.

Coordina: Carlos Margiotta

Informes: 4857- 5119

NÉSTOR FABIÁN FARINI


CUATRO BOCAS

El velador encendido en uno de los vértices de la habitación, ilumina con debilidad el rincón que ha escogido para sentarse, al otro lado, cerca de la ventana. Allí permanece, en la penumbra de un cuarto frío. Afuera, el escaso tráfico de vehículos le produce somnolencia. El silbido de la pava le indica que el agua para el mate hirvió, de modo que la tira por la misma ventana en donde recién fisgoneaba distraído. Antes de hacer correr la hoja vidriada para cerrar el paso de un viento frío y tenaz, saca la cabeza y echa un vistazo en todas direcciones. Algo le inquieta. No es el viento que esta noche sopla en fuertes ráfagas, haciendo descender la sensación térmica al grado de molesta.
Pasa el agua de la pava al termo, ahora a temperatura exacta, cuando desde la ruta desolada y oscura, llega la señal esperada. Dos cortos destellos de linterna llegan a través de la ventana, de modo que sabiendo que se trata, cierra el termo, manotea la chaquetilla calzada en el respaldo de una silla despintada y un paquete prolijamente envuelto en papel llamativo de enormes girasoles estampados. La puerta de chapa de la casilla hace un chirrido al abrirla mientras el viento le hace achinar los ojos y le congela las mejillas. Sube el cierre de la chaqueta hasta el mentón y de un fuerte golpe cierra la desvencijada puerta.
Cecilia apura su andar medio desgarbado encima de los mal gastados tacos de sus botas negras, caminando como puede con una incómoda maleta de mano, sobre la banquina de una ruta provincial angosta y poco transitada. Viene de caminar seis kilómetros y quiere llegar a las cuatro bocas, peligroso cruce de rutas en medio de la llanura que, de tanto en tanto, se devora viajeros dormidos o incautos, sumando en la banquina pequeñas cruces de madera, cual siniestros mojones.
El lugar, visto de otro modo, no es más que un punto del que parten zigzagueantes y asfaltadas líneas buscando cuatro destinos cardinales. Más allá, un par de petroleras desafiándose, decenas de camiones estacionados en los enormes playones y sus casi siempre desalineados capitanes de navío pugnando por una ducha, un plato de comida caliente y reposo para sus cuerpos de abultadas buzardas y ajetreados huesos. Los típicos turistas, bajan de sus modernos vehículos orondos y rozagantes. Se mueven dispersos, toquetean todos los productos del mini mercado, se trate de souvenir, artesanía, bebidas o postales, para luego probarse un par de lentes, cargar combustible, controlar el aceite, renovar el mate y vaciar la vejiga...siguen camino, desde luego, tan orondos como habían llegado.
Completan el paisaje una casilla pintoresca y los conos luminosos en medio del asfalto, indicando que allí funciona un puesto de Policía Caminera. Un par de agentes se turnan en lapsos de dos horas para hacer el plantón, observando a los viajeros, haciendo las clásicas preguntas de rigor, "de donde viene Señor, hacia donde se dirige?" y en algunos casos, si se está tras la huella de algún "pescado gordo", curiosean en los papeles y asuntos legales de los autotransportados. En esos casos un seco pedido de "licencia de conductor, cédula verde y seguro...señor."
El Mercedes Benz 1114 se ahoga en revoluciones intentando la trepada del puente que pasa por encima de las vías, sobre la ruta 12. Embrague, rebaje a cuarta velocidad y aún así no alcanza la relación para llegar al tope de la arribada. Pesan los veinte mil quilos de pomelo a granel que arrastra desde Clorinda, entonces, baja la perillita, hunde el pié izquierdo en el embrague, y como si fuera parte del mismo movimiento, desembraga con acompasada suavidad y ya en cuarta baja, los 140 caballos del viejo camión rezongan agudos a través de un caño de bronce con forma de corneta, dando un brinco y recomponiendo una marcha que se vuelve fastidiosa y lenta, para colmo con el viento en contra. En la bajada vuelve a colocar la quinta marcha al tiempo que revisa en un espejo su barbado rostro, apenas visible merced a un par de luces rojas instaladas con unos cuantos propósitos.
Antes de salir de la estación Pacheco de Corrientes, al atardecer, había preparado un meticuloso mate amargo y ordenado su hábitat, tras lo cual repasó todas sus partes con un paño humedecido en perfume de ambiente, dejando lista en el bolso de mano, la muda de ropas que utilizaría al bañarse en cuatro bocas.
Camina por la calle principal de un pueblo muy viejo, de costumbres estudiadas y mantenidas en el tiempo como sus edificios coloniales revocados y asentados en adobe, con rigurosas y estrechas aberturas de quebracho. En las casitas de corredor, a la hora de estirar la lengua, cuando el mate les calienta el pico y exacerba la malicia, las mujeres honradas del rededor de la plaza emiten epitafios irrepetibles, condenando con cierto conocimiento de causa, cada acto espurio de "la Cecilia".
Los "tac-tac" de sus botitas mal gastadas les repercuten en los oídos apurándoles deseos de un largo y merecido infierno, alguna enfermedad venérea poco venerable o en el mejor de los casos, un lento e incurable cáncer de ovarios, seguramente la relación exacta y justa en pago por una desagradable actividad, que no solo afectaba la moral de los hombres que son todos iguales y tienen esa debilidad, "sino el ejemplo que está dando delante de nuestros hijos".
El Cura Párroco atraviesa la plaza en diagonal y ve la escena. Adivina cada palabra de las tres comadronas que gesticulan, ríen y no paran de hablar. La única reprimenda que se escucha, es una insistente mirada que lo dice todo. Ellas hablan un poco más bajo, al darse cuenta que el Cura las observó. La más osada señala casi entre dientes, que su marido y el Padre Pedro deben ser los únicos que defienden a esa loca, "y no hace falta que explique porque, ¿no?".
El Cura, un hombre de sesenta y tantos, de reconocida bondad y bohemia, detiene su marcha lenta y sin hacer caso de las testigos oculares, se interesa por el bolso de mano... adonde vas a ir, m´hija... la pucha con esta vida, no me gustaría que pase necesidades, ¡como no me va a aceptar unos pesitos!... Perdón hijita si le causé mal o tristezas, Dios y la Virgen la van a proteger, ya sabe que cuenta con mis rezos y hasta con mis recursos, cuídese... cuídese.
El radio grabador es una infernal máquina de cinco mil watts que reproduce un disco compacto regrabado por un amigo que tiene PC y el mismo fanatismo por la Nueva Luna, una banda de cumbia que se caracteriza por sus canciones de amor.
Cuando su Madre ingresa casi con violencia al cuarto en el fondo de la casa, apenas si puede escucharla. Esta especie de bulín al que se accede por un largo pasillo tiene dos únicas virtudes, ser tan pequeño que no caben más que dos personas en silencio y oler tan apestosa y húmedamente que jamás lo descubrieran fumando. Casi a los gritos le pide dos cosas, que baje el volumen y que deje abierta la puerta... "ahí vino a buscarte esa, que no sé que le anda picando con vos"...
Ella simula no haber escuchado y pasa. No sabe desde cuando y cuantas veces tuvo que hacer oídos sordos. La impotencia se le instala justo entre el pecho y la garganta y le vienen deseos muy fuertes de gritar sus razones, de explicar que ella escucha lo que dicen, que le hace mucho mal, tanto mal como sus noches con tipos oscuros y egoístas. Abuso de alcohol para evadir rancios alientos, alguna piedra mal rallada, alguna cosa que alivie esos olores nauseabundos de cuerpos ajenados de calidez y afecto. El no habla. Desde su cama, que a ella se le antoja cuna por lo pequeña y tibia que le resulta, le hace seña de que se acomode a su lado. Le hace caso. Se le instala a un lado como un sentimiento, apoyando su cabeza con dulzura sobre su hombro izquierdo. Ella siente que se desangra lentamente y tiene frío, entonces se acurruca junto a él. No cierra los ojos, no. Quisiera siempre ver las luces amarillas de las jirafas de las cuatro bocas sobre su eterno triste negro cielo, que, aunque se le va la vida, se le antojan brillantes girasoles. Sonríe al tiempo que de la comisura de los labios comienza a correrle una delgada línea de muerte. Girasoles... como los que plantó en su patio de niña, como los que estando estampados en el papel de regalos que envuelve una pequeña caja, no alcanza a divisar tirada en medio de las penumbras.
... dos cortos destellos de linterna le avisan que Cecilia se acerca. Deja el termo con el agua a punto para el mate encima de una mesita, se coloca la chaquetilla azul de la Policía de la Provincia y levanta el cierre hasta la pera para que no se le cuele el frío viento que insiste desde el sur. Sale de la casilla con un paquete envuelto en papel de regalos con flores de girasol estampadas y se encamina a la casilla con un paquete envuelto en papel de regalos con flores de girasol estampadas y se encamina a entrevistarse con el amor de su vida. Le dirá que la ama y que está dispuesto a pedir el traslado, que irán a vivir muy lejos para iniciar una nueva vida sin que nadie les estorbe o moleste con injurias o burlas. Mirá, te traje el conejo de peluche con un corazón que dice te quiero, ese que viste en la vidriera, está envuelto en flores de Girasol, mirá... -Escuchá, por favor... sshhh! vos no me vas a entender, ssshhh... escucháme... - él se calla y lo único que escucha es el viento. Oscuridad y viento y sollozo que lastiman donde más duele.
En un cuarto húmedo al que se arriba por un largo pasillo, en el fondo de una casita sencilla, se escucha una canción que habla de olvido y de dolor. El es Policía para felicidad de su Papá; ella es puta, joven y muy linda. Nadie está orgulloso de sus días. Algunos pocos, festejan sus noches.
Un póster enorme de alguna banda de cumbia, le pone una nota de color estridente a una pared mal pintada.
Tirados en un flaco colchón, boca arriba, mirando con los ojos muy abiertos un cielo raso de machimbre barnizado, se juran amor duradero tomándose las manos y respirando a unas sin que medien palabras, quizás por aquello de que no quepan. Tal vez, no se ven de transparentes.
El hombre sabe que después de un baño caliente podrá llegar hasta Concordia de un tirón. La ducha despeja esa modorra que amenazante invade tornando los párpados tan pesados que dan la sensación de estar pegoteados. La cabeza pesa el triple y sostenerla erguida sobre el cuello mientras bosteza como un hipopótamo, aumentan los deseos de llegar. Entonces se divisan las luces de las estaciones de servicio a poco menos de mil metros, tras la curva. Hace unos años, cuando traía tabaco de Salta casi no tenía este problema del sueño. Coqueaba de lo lindo y hacer 800 kilómetros de un tirón en un once catorce del 79, parecía sencillo. Escucha y siente un golpe que sin embargo no altera el avance del camión. Es zona de zorritos o Aguará guazú, tal vez un perro. Unos pocos segundos y a pocos metros de allí, las luces del camión destellan indicando giro a la izquierda. A marcha lenta y forzada, el mercedito rojo estaciona en el playón junto a otros camiones, con los resoplidos de sus frenos y el polvo que levanta con la ayuda del viento. Un hombre de mediana edad, casi gordo y en hojotas baja con esfuerzo y se dirige al frente del vehículo. Se sorprende viendo la magnitud del golpe que denuncia la abolladura del guardabarros derecho e íntimamente, presiente que algo está mal. Admite un cosquilleo nervioso en el estómago, nada que se disipe con una simple ducha.
Cecilia pierde de vista los girasoles. El viento llora desconsoladamente, de rodillas en el asfalto. Por primera vez, dos hombres la cubren con respeto. Han colocado una manta sobre su cuerpo blanco y perfecto.


* A María "La Taco", a quienes viven marginados e incomprendidos la peor carencia del hombre, la falta de afecto genuino.

-Corrientes, Argentina-

MARISA PRESTI

GUISO DE NADA

Los tacos de Josefina avanzan con apuro sobre las imprevisibles baldosas. Los jeans ajustados delatan un temperamento atrevido, de los años en que las arrugas aún no habían delineado su rostro y las manos eran suavemente lisas. Aún así, el cabello largo, abundante y rojizo, le impide pasar desapercibida. Y justo esa tarde, nublada y cálida, en que ella alcanza la parada del 60, no quiere hacerse notar. Mira a las personas que esperan delante de ella, no reconoce a ninguna. Disminuye la tensión, aliviada, y recién entonces afloja el brazo derecho que sostiene la bolsa de las compras.
Sentada en el primer asiento, repasa la mercadería: papas, cebolla, tomates, puerro... Todo lo necesario para el guiso de la noche. Antes compraba a último momento, pero el temor de olvidar algo la había vuelto prudente. Acomoda la espalda contra el asiento y deja que la vista se diluya en esas imágenes que revive una y otra vez.
Aníbal besándole la piel, susurrando en su oído, deslizando el cuerpo contra el suyo en medio de forcejeos gozosos. La penumbra de la intimidad, el placer de saberse libre por algunas horas y el deseo exacerbado por varios días de separación, le dibujan una sonrisa sedienta. Abre los ojos, sabe que está recordando los mejores momentos. Evita pensar en los otros, en los que de a poco fueron deteriorando el placer.
¿Nunca pensás decírselo? ¿Cuánto tiempo me voy a bancar que duermas con tu marido? ¿Así que son como hermanos? ¿Me tomás por boludo?
No entendés, piensa. Tantas veces le había explicado que lo de ella y Germán era costumbre, casi pena. Dejarlo después de veintitrés años era como matarlo; sin hijos, sin amigos, no podría sobrevivir sin ella.
Baja del colectivo pensativa, pero a medida que se acerca al departamento de Aníbal un cosquilleo por todo el cuerpo engolosina sus sentidos. Sus tacos retumban por el largo pasillo. Se detiene en el último; no tiene que sacar la llave, la puerta abierta le anticipa que la está esperando.
La ropa cae sobre el piso, arrancada con impaciencia. Zapatos que resbalan sin destino debajo de los sillones. La bolsa de las compras derrama zapallitos al lado de la cama. Nunca había sido así, piensa ella, pero me gusta.
Se recorren con violencia hasta agotarse. La cama sostiene los dos cuerpos que por unos minutos quedan quietos, quietos y en silencio. Pasa su mano por el hombro masculino, para decirle algo sin decirlo. Aníbal se da vuelta, dándole la espalda.
El dolor después del amor presagia tormentas, por eso se levanta y busca el refugio de la ducha; deja que el agua resbale por su rostro, deja que prolongue el placer que sabe que está perdiendo. Se queda un largo rato, espera; al fin, envuelta en una toalla sale y empieza a juntar su ropa.
Sentado en el borde de la cama, él agarra el paquete de cigarrillos que está sobre la mesa de luz, toma unos fósforos y enciende un cigarrillo con gesto adusto. Detiene su vista en los fósforos. El dibujo de dos cuerpos entrelazados le hace recordar aquella vez, hace más de dos años, en el hotel Los Amantes. Abre la pequeña solapa y encuentra la letra femenina: Al único hombre de mi vida, José. La guardó mucho tiempo, pero ahora tira la cajetilla de fósforos al suelo, indiferente a su destino entre las verduras abandonadas. Josefina está a punto de repetir lo que siempre pide: No fumes, por favor, mi marido me va a sentir olor a cigarrillo. Pero no dice nada.
Aníbal se levanta. Con esfuerzo, recoge las verduras sueltas y las pone dentro de la bolsa. Mejor no vengas la semana que viene, voy a estar afuera por unos días. El cielo se convierte en infierno dentro de Josefina, una angustia desconocida se clava en su respiración quitándole el aliento. No sabe si es apenas una amenaza, pero quiere creerlo, por eso disimula la seguridad que no tiene: Como quieras.
El dolor del placer convertido en miedo nubla su vista mientras camina hasta la parada del colectivo. No consigue asiento, apretada entre muchos que van y vienen en la rutina diaria, prefiere creer que fue sólo un mal día. Ya se le pasará, se auto convence, mientras el peso de las compras lastima su mano izquierda.
Deja la bolsa sobre la mesada de la cocina. Mira el reloj, tiene el tiempo justo para preparar el guiso. Antes que nada, se lava las manos minuciosamente. El espejo del baño le devuelve una imagen angustiada, ensaya unas sonrisas. Mientras pasa un peine sobre su cabello siente el ruido de la llave en la cerradura.
Se saludan con módico cariño: Llegaste más temprano. Él asiente con un gesto, sin pronunciar palabra. Parece cansado, pobre. Nerviosa, ella prende la radio, se ajusta el delantal de cocina y dice con tono cariñoso: ¿Me alcanzás las verduras de la bolsa?Prolijamente, él saca las papas, el puerro, las zanahorias. Se detiene. Entre las últimas verduras, encuentra una pequeña cajetilla de fósforos.

PATOKATA


UN ÁNGEL EN EL CONSULTORIO

Cuando el médico le abrió la puerta del consultorio a su siguiente paciente, nada más verlo a él y a su madre supo de inmediato lo que ambos necesitaban.
Luego de preguntar cuál era el problema del chico, se trataba de un médico cardiólogo pediatra, comenzó a ojear la historia clínica de este.
La madre animaba al chico de 14 años a hablarle al médico acerca de las sensaciones que sentía en el pecho cuando respiraba y también ella, cada tanto, aportaba algún dato por él.
El cardiólogo hacía las preguntas de rutina como: cuáles eran sus actividades regulares, en qué momentos sentía esas sensaciones, cómo eran esas sensaciones, cómo le iba en los estudios, etc.
Antes de proceder a examinar al chico se intereso por saber más sobre la madre, su edad y la cantidad de hijos que tenía.
Bromearon cuando ella afirmó tener más edad que la que realmente aparentaba.
-Pensé que tenía menos, pero no tiene ni una cana -dijo en tono de broma el médico, lo que provocó la risa de los tres.
-¿Y cuántos hijos tiene?- siguió preguntando el profesional.
-Tengo dos- respondió la madre.
-¿Qué edad tiene el otro?- volvió a preguntar éste.
-Tiene 5 años-volvió a responder ella.
-Ah, es un bebe- termina diciendo el médico, pronto para iniciar la revisión.
Cuando terminó de revisar al muchacho y mientras anotaba en la historia clínica las conclusiones, le explicó a los dos que no había ningún problema con la salud de éste pero, para que ambos se quedaran tranquilos, él le iba mandar hacer algunos exámenes.
-Entiendo que es su primer hijo y que usted muere con él, que lo quiere mucho, pero quédese tranquila que él está bien. De todas formas, para que no se preocupe le voy a mandar hacer algunos exámenes que no es necesario que se los haga ya, tómese su tiempo y cuando tenga los resultados me los trae -decía, mientras escribía las ordenes de los análisis. Cuando el chico terminó de arreglarse la ropa y se incorporó de la camilla el médico le dice lo siguiente: -Pero, escucháme una cosa, mirá -poniéndole una mano sobre el hombro y señalándole a la madre que había quedado frente al chico-tu madre te adora... no la preocupes, ok.-le dice apretándole el hombro.Los dos salen satisfechos de la consulta, el chico sabiendo que además de estar sano su madre realmente lo ama y la madre agradecida con el médico por la gran intuición que éste poseía... su hijo realmente necesitaba escuchar de un extraño que ella lo amaba, sólo viniendo de otro él al fin lo creería, aunque fuera más que evidente.

MARÍA TERESA GIOVACHINI


MI AMOR, LLEGUÉ

Mi amor, ¿cómo estás? Le dijo Cecilia a Maxi, y salieron de la mano a recorrer la calle. Nada les gustaba mas que encontrarse así, luego del trajín de la oficina de él y de las ventas en el local de moda en que ella era una vendedora multifunción.
Nada les gustaba mas que perderse entre las callecitas angostas del centro y de reojo mirar vidrieras, regalarse una caricia, entregarse a un apasionado beso en una esquina cualquiera.
Charlaron mientras caminaban contándose su día.
Hoy no pude almorzar. El balance está atrasado y el jefe quería los papeles listos para firmar. ¿La hora de almorzar? Fue el momento en que tenía el local lleno de brasileros comprándose todo.
De reojo vieron ese barcito cómplice de sus largas miradas y encuentros. ¿Tomamos un café? Y sentados junto a la ventana ella rió a carcajadas con las ocurrencias de él. El tiempo pasó sin que Cecilia ni Maxi notaran su vuelo. ¿Vamos? Dijo ella. Y así iniciaron el retorno a casa con el monótono ritmo del subte como fondo.
El bajo en Agüero. Ella siguió hasta Ángel Gallardo.
Cuando Cecilia cruzó la puerta de su departamento dejó las llaves y anunció: "mi amor, llegué".

AMADO STORNI


AMADO Y DAFNE

He vivido en bosques tropicales, en bosques monzónicos y en bosques de montaña. En bosques ecuatoriales y en bosques de neblina. En bosques de brezo, de turba y de coníferas. En manglares. Bosques todos ellos perfumados por el aroma de las flores y alfombrados por las hojas arrancadas de los árboles heridos de otoño. Bosques rociados de nostalgia, de verbos en presente, cristalinos de pasados, indómitos de futuros. Bosques todos ellos donde el viento era viento, la lluvia era lluvia y la luna era luna. Pero ninguno como el bosque donde ahora vivo. Y es que el bosque donde vivo es un bosque encantado. Encantado por el trino de los pájaros despertando la mañana y por el agua mansa y transparente del río meciendo a los peces. Un bosque encantado por las flores que regalan su néctar a los insectos y por los árboles tatuados con miles de nombres en el tronco. Nombres como Yolanda, Ernesto, Eva o Joaquín. Nombres como el tuyo o como el mío. Nombres que son besos, besos que son pasiones, pasiones que son historias. Historias como ésta.
En este bosque donde ahora vivo había un árbol con dos nombres grabados en su tronco, dos nombres unidos por un mismo corazón, un corazón atravesado por la flecha que un Cupido inquieto y travieso les lanzó. Al azar. Un Cupido que solo sabe del Amor por lo que otros le han contado. Un árbol con dos nombres grabados en su tronco. Dos nombres como el tuyo o como el mío.
Aquella era una tarde que invitaba a pasearla. Andando y desandando los senderos, los mismos senderos que todos los días descubrían a sus transeúntes los secretos de aquel bosque encantado. Respirando aire puro con olor a Primavera, una Primavera recién nacida de mediados del mes de Marzo. Pasear por los senderos de aquel bosque encantado era como despertar cada mañana, como desvirgar el Amor, como andar sobre el agua. Desflorando sentimientos siempre nuevos, primitivos y primarios. Espontáneos. Necesarios. Sentimientos que brotaban como las hojas brotan del árbol.
Y fue así como aquella misma tarde mientras una señorita paseaba su belleza por el bosque, la casualidad la descubrió el Amor. Un Amor con forma de corazón; un corazón grabado en el tronco de un árbol. Con pasión, con dulzura, con paciencia. Un corazón hipotecado de Amor y tallado con la maestría de un Miguel Ángel esculpiendo su Moisés. Un corazón con su nombre dentro.
Aquella misma tarde, empujada más por la curiosidad que por el Amor, preguntó por aquel hombre cuyo nombre aparecía grabado al lado del suyo en el tronco de aquel árbol frondoso y tan lleno de vida. Preguntaba a todo el mundo por el hombre dueño de aquel nombre tan lleno de Amor: Amado. Pero de todos obtenía la misma respuesta:
-Lo siento. No sé quien es. No puedo ayudarla.
Los paseos de la dama se vistieron de nostalgia, endulzados por el deseo de encontrar a aquel hombre, por descubrir quien era aquel hombre tan misterioso. Pasaba horas enteras mirando el tronco, acariciándolo, sintiendo la madera en sus manos, en su piel. Imaginaba miles de historias, historias de ranas convertidas con sus besos en hermosos príncipes azules. Historias de marineros embaucados por el canto de sirenas varadas en la orilla para siempre. Pero una tarde vio a un hombre sentado en el banco que custodiaba aquel árbol. Era un hombre mayor, bien vestido, de pelo largo y canoso. Se acercó a él y con voz melosa le dijo:
-Buenas tardes. Me llamo Dafne.
El hombre se levantó con dificultad, apoyado en su bastón, cogió la mano de la dama y se la llevó a su boca. Sus labios liberaron un beso. Un beso suave, aterciopelado, sensual, ilusionado.
-Lo sé, dijo el anciano.
Ella se quedó perpleja, sin saber qué contestar, con ganas de preguntarle cómo y porqué sabía su nombre.
-Yo soy Amado y estoy enamorado de usted desde el día que la vi. Perdidamente enamorado. Yo mismo grabé nuestros nombres en el tronco de este árbol.
-Pero usted es… muy mayor para mí, dijo ella.
-El Amor no tiene edad.
-Siento decirle que yo no…
La mujer no pudo terminar la frase. La voz suplicante del anciano detuvo en seco sus palabras.
-¡Pero yo la amo!
-Pero yo a usted no, dijo ella. - Su Amor es el delirio senil de un anciano. De un anciano loco. Que pase usted un buen día.
La mujer siguió su camino, avergonzada, incrédula, sin saber muy bien cómo, cuándo y de qué manera aquel viejo, al que no había visto nunca, se había enamorado de ella. Ni siquiera miró hacia atrás para ver al anciano por última vez. Pero sintió que el aire puro y primaveral de aquel bosque encantado se volvía aquella misma tarde febril, plomiza y somnolienta.
La mujer no volvió a pasear por el bosque y el árbol, quizás por la falta de agua o por la falta de sueños, se secó. Poco a poco. Hoja a hoja. Día a día. Aunque cada lágrima que el anciano dejó caer al suelo fueron semillas, semillas que con el tiempo fueron arbustos, arbustos que con el tiempo fueron árboles. Árboles con nombres grabados en su tronco. Nombres como el tuyo o como el mío. Aunque esa es otra historia.
Por cierto, mi nombre es Amado y soy un duende. El duende de este bosque encantado.
El vestido rojo Sandra Vidal.
Nunca había bailado nada, pero cuando vio ese vestido sintió que la llamaba. Se lo probó sin pensar en los pliegues de su abdomen y aunque se sintió enfundada, comenzó a realizar movimientos que más que un baile parecía un ritual de liberación o de posesión. Sí, posesión, porque sus pies, sus manos, sus brazos, su cara, todo su cuerpo parecía poseído, como si hubiera bailado siempre, como si nadie la viera. Temblaba y sudaba, hasta que de pronto se detuvo, se reencontró con su cuerpo como quién vuelve de un trance.
Cuando levantó la cabeza él estaba ahí, mirándola con una expresión difícil de descifrar.
Ella trataba de escudriñarlo buscando en esos ojos que tanto conocía y amaba una pista para descubrir si esa mirada era de rechazo, de asombro, de ternura o de censura. En ese momento decidió jugar todas sus fichas y apostó por sentirse una bailaora de Carlos Saura, después de todo, con ese vestido no podía sentirse de otra manera.
Entonces dijo: No sabía que habías llegado, ¿te gustó?Y él, que apenas podía articular palabra, después de ver a esa mujer que había criticado tantas veces, le dijo: ¡Mamá estás hermosa!

JOSÉ MOLINA


UN CORTE A MEDIDA

Etelvina esperaba ansiosa el baile, donde encontraría a esa persona internauta, con quien todas las noches charlaba desde su PC.
Esa noche, la anterior al encuentro, soñaba como iría vestida para la ocasión. Su mente divagaba entre diversos modelos de prendas, solo ancló en un pensamiento y puso manos a la obra. Se acordó, entonces, de una tela que había comprado un verano en una tienda londinense.
Trajo el costurero nacarado de su madre y lo colocó sobre la mesa de roble del comedor. Luego apoyó la tela sobre su cuerpo para sentirla y recorrió con sus manos las distintas zonas de su cuerpo. Luego la desplegó sobre la mesa y busco la trama. Sin dudarlo tomo la tijera del costurero, la entrelazo entre sus dedos y abrió las hojas. Acerco el filo a la tela y fue cuando la fuerza aplicada por la mano sintió un dolo punzante, como si el ojo de la tijera se hubiera metido dentro de su mano. Pensó que el contacto con el género había trabado el elemento cortante y volvió a intentar. De pronto el loco instrumento arrancó raudamente cortando por donde quería.
Etelvina, desesperada intento frenar el frenesí del corte, pero no lo logró. Cuando el corte estuvo terminado, unió las partes sin preguntarse nada. Todo estaba resuelto, nada había por hacer, solo hilvanar las piezas. Estuvo sentada a la mesa por largo rato. La aguja recorría uniendo lo que la loca tijera había cortado. Fue entonces que al terminar una nueva prenda salió a la luz.
La emoción invadió el rostro de la mujer, que frente al espejo se mirada. Luego, se desvistió y con mucho cuidado fue colocándose la nueva prenda.
El calce quedo perfecto, la ilusión tomaba forma. Se sacó el vestido y retomó cada unión y la paso por la maquina. Respiro, la obra estaba terminada y lista para la noche ansiada.Esa noche brillo en el baile, gracias a la tijera viviente que la había mirado como nunca se había sentido observada.

MIRIAM YANNUZZI

LA MISIÓN

Sobre las arenas doradas del desierto, Jesús despierta. Ya no siente dolor, sólo la paz lo rodea. Su cuerpo está flotando, se eleva imperceptiblemente pero sin pausa.
Los tibios rayos del sol acarician su rostro y su torso desnudo, sin las huellas de las heridas de su tormento.
Es hora de ir a casa, la misión aquí ha terminado, la vida terrenal por la que fue condenado, su sacrificio por las almas que ha salvado.
Nos quedan sus enseñanzas, su amor, su palabra.
Una luz blanca lo envuelve cual manto divino, una vida eterna lo espera, y con ella la gloria de sentirse vivo.
Ahora se siente parte del universo, fuerte, inmortal. Sabe cuál es el camino, la verdad, la vida, y hacia allí nos guía. Es como una gran nave que nos ayuda a traspasar el océano de la existencia; es el sol y la luna que iluminan nuestra mente; es el agua que calma nuestra sed.
La misión de Jesús está en sus palabras: "Amad los unos a los otros como yo los he amado".

JUAN CARLOS DE ROSA


LOS HUEVO FRITO


Todo empezó hace unos dos años. Fue a partir de entonces en que se iniciaron mis pesadillas. Mejor dicho, mi única y reiterada pesadilla.
Trato de dormir lo menos posible. A veces puedo evitarla durmiendo durante el día. Nunca en las noches. Apenas me duermo sueño con que estalla.
Estalla la burbuja, repleta de rostros aplastados, inundada de gemidos; me parto en mil sangrientos pedazos. Y sueño que muero así, descuartizado al estallar la burbuja, la maldita burbuja. Estaban siempre, (digo siempre porque cada vez que por allí pasaba, allí estaban), en la tranquera o caminando rumbo al pueblo.
Cuando los encontraba en la tranquera era por la mañana, temprano.
Estaba ella, de unos treinta años (aunque su edad era indefinible), con "la de diez" y con "el de ocho"; con sus caras de huevo frito, inexpresivas, moqueantes. Mogólicos, como los llamábamos hace años; "con síndrome de Down", como se los llama ahora, aunque a ellos les importe un bledo porque nada comprenden, o fingen no comprender.
Esperaban la llegada del camión de la leche junto a los míseros tres tarros. Ciento ochenta litros diarios (cuando lograban llenar los tarros).
Semana por medio venía la paga. Unos trescientos cincuenta pesos por quincena. La mitad para el patrón, la mitad para ellos.
Con eso vivían los cinco. Él, ella, "la de quince", "la de diez" y "el de ocho". Con eso y con las gallinas.
Los veía casi a diario. Cuando iba a González Catan los encontraba en el camino, haciendo señas para que los llevara hasta Marcos Paz. Entonces los subía a la camioneta. Ella y "el de ocho", en su falda, se sentaban adelante. "La de diez" se sentaba en el asiento de atrás.
Todos con sus caras (ya insoportablemente deformes para mi criterio) de huevo frito.
Él siempre se quedaba en el campo, con "la de quince".
Ordeñaban entre los dos, padre e hija. A las cuatro de la mañana y a las tres de la tarde, todos los días. Luego del ordeñe lavaban el tambo, llevaban las vacas a pastar y mateaban.
La madre iba a la tranquera, a esperar el camión y entregar la leche, para después partir con los críos al pueblo, a buscar pan y carne para todos, vino para él y a dejar que el tiempo pasara, para sí misma.
Él se quedaba en la casa, con "la de quince".
Nunca supe cómo se llamaban. Sólo supe de las edades de los chicos porque ella, en su media lengua, me las mencionó en un viaje.
Cada vez que los veía parados en la ruta me invadía un profundo fastidio. Parecía que estaban allí esperándome desde siempre, para castigarme con la visión de sus rostros. Su presencia me asqueaba. Las caras deformes, las sonrisas vacías, los ojos que miraban sin ver, la boca babosa del "de diez". Despedían un olor penetrante, a leche cortada, que quedaba impregnado en la camioneta por un largo tiempo, tal vez hasta el día siguiente en el que, maldito sea, los volvía a recoger en el camino.
Si los subía a la chata me sentía mal. Cuando no los subía también, pues la conciencia me remordía. Sentía que se iban a quedar ahí, petrificados en el camino, esperando; hasta que yo volviera a pasar.
Intentaba evadir el asco y la congoja pensando que el ser más inmundo puede atraer a un semejante, fornicar, ser amado, constituir una familia. Llegar a ser feliz. Porque era evidente que tras la imbecilidad se escondía la dicha. Así lo señalaban esas sonrisas permanentes, incesantes, de la boca de ella, que asomaba entre sus pocos dientes, de la boca leporina de "la de diez" y de entre las comisuras babosas del "de ocho".
Hasta que un día dejé de verlos. No los vi en la tranquera, ni camino al pueblo.
Lo supe, de pura casualidad, poco tiempo después. Un parroquiano se lo contó a otro, en el almacén "La Protegida", y yo pude escucharlo.
Ella había ido a Marcos Paz con "la de quince" y "el de ocho", pues él decidió que "la de diez", ya bien grandecita, debía comenzar a ordeñar.
Regresó del poblado llevando en su bolsa dos kilos de pan, un poco de asado y osobuco, algo de perejil.
Abrió la tranquera y se encaminó a la casa, la seguían "la de quince" y el "de ocho".
Dejó la bolsa en la cocina y entró a la habitación.
De su garganta surgió un grito, el primer grito de su vida.
Allí, sobre la cama, estaba él, dormido, desnudo y borracho. Allí, bañada en sangre, "la de diez", sollozando.
La policía lo detuvo en la tarde de ese mismo día, acusado de estupro.
El patrón se encargó, también en la misma tarde, de despedir a ella, a "la de quince", "a la de diez" y "al de ocho".
Desde entonces no están más en el camino.
Desde entonces han dejado de molestarme.
Desde entonces he dejado de encontrarlos durante el día.
Ahora nos encontramos por la noche, pero sigo sin dormir.

CLAUDIA DELLI QUADRI


EL DESENCUENTRO


En el bar de la esquina... ¿Habrá entendido en cuál? Hay tantos por acá. Tal vez pasó por enfrente y no me di cuenta, a lo mejor se desilusionó al verme. ¿Era a las 5 o me equivoqué de hora? Mejor me tranquilizo. Mozo por favor un té. No puedo creer que se arrepienta, un mes hablando, aún dan vueltas en mi cabeza todo lo que me escribió. Está anocheciendo. Mejor me voy.Las 5 de la tarde y Buenos Aires es un caos, el tránsito, la gente siempre apurada, corriendo, sin ver lo que pasa alrededor, y como si fuera poco un loco que no tenía otra cosa que hacer que atarse al obelisco por que la mujer lo echó y le cambio la cerradura. Todas las calles cerradas y yo en medio de una maraña de autos, no se mueven ni para adelante ni para atrás. Son las 6 y yo acá en vez de estar en el bar. Seguro que se cree que no voy. ¿Cómo le aviso? Encima me quedé sin crédito.

BETO CASQUERO


COMUCYBERNICACIÓN

Y no sé. Te habré dejado sin palabras porque "hablamos" con los dedos, meta tecla y pantalla. Diálogos que no logran transmitir la emoción de un encuentro, la belleza de una nube, la dulzura de una sonrisa o las ganas de gritar ¡Amor! o ¡Tengo miedo!
"¿En que consiste la belleza de las palabras? Las palabras, como las personas suelen tener belleza física y emocional". La física depende de su resonancia melódica y la emocional (detesto la palabra espiritual), de su capacidad de sugestión.
Por ejemplo para un tipo enamorado no hay palabra más dulce (reitero que detesto la palabra espiritual) que el nombre de su amada, aunque ésta se llame Enriqueta Eulogia.
Indudablemente algunas palabras suenan mejor que otras, tienen melodía.
Paloma mejor que madrastra; arroyo mejor que cloaca, libertad mejor que picana, Ana mejor que Internet.
El bodrio de hoy es que podemos "hablar" con todo el mundo diciendo nada y escuchando menos. Faltan los gestos, las sonrisas, los tonos de voz, los sonrojos, las posturas. Una máquina jamás logrará tal magia.
Las palabras nos hacen únicos en este estúpido globito que habitamos.
Entonces pues, hablemos a toda garganta y oigámonos a todo oído.
De otro modo sigamos transformando en ceros y unos las soledades y las esperanzas.
Tecleando hasta quedarnos sin palabras, para luego encontrarles todo lo que logran transmitir y toda su belleza física y espiritual (ahora que detesto la palabra emocional).Toda esta lata es para escribir a dos dedos, frente a una pantalla: Enriqueta Filomena ¡Te amo! Pero te soy infiel con la Eulogia. Sabé disculparme.

MÓNICA ISCHO


LA MEDALLA

Al mirar entre los objetos esparcidos por la mesa, vislumbré una vieja medalla, tan vieja y gastada que casi no se distinguía lo que significaba.
Me trajo muchos recuerdos, como esas medallas guardadas en una cajita de madera que en la casa de mis padres tenia su lugar en la repisa del comedor. Esas medallas eran acumuladas por diferentes logros: campeonatos de fútbol, campeonatos de tiro, de el mejor alumno (que obviamente ganaba mi hermano).
Pero una medalla en particular llamó mi atención, era aquella que había ganado mi mamá de la Fundación Eva Perón, cuando por ese entonces estaba prohibido hablar.
Con el paso de los años mi madre me contó la historia de esa medalla. Ella, que era enfermera del hospital Casa Cuna, la había recibido como agradecimiento por haber donado sangre a Eva Perón cuando estaba enferma.
Esa figura grabada en la medalla resultó ser de una Virgen, tan simple... tan pura...
Había sido ganada por nada, sólo, tal vez, había sido otorgada con amor y bendiciones.


PATRICIA TEJERO


UN LUNES BIEN NEGRO

La canción de Sui Generis sonaba en la radio, me despertó su estridencia y me quedé pensando en la letra "… lunes otra vez, sobre la ciudad…"
Comenzaba así otra semana, larga, pesada, llena de reuniones y expedientes para sacar. Tomo aire, suspiro y ¡arriba!. Voy al baño, abro el grifo del agua caliente de la ducha y nada; pruebo entonces con el del agua fría y no salía ni una gota. En un segundo recé cien rosarios en todos los idiomas. Acudo al agua de la heladera, por lo menos me lavo la cara y los dientes, pensé. El agua helada me hizo visitar en un segundo las estrellas, en ese momento recordé la propaganda de pasta dental, ¿será cierto?... Mientras me higienizo, como puedo dadas las circunstancias, sigo rezando en un tono más audible. El frío era aún peor. Entre un Ave María y otro Padre Nuestro pensaba en la blusa que me iba a poner. Luego de vencer mi dura batalla contra la falta de agua, un corte sin previo aviso, algo común en esta ciudad; voy al dormitorio, abro el placard y ¡sorpresa!... lo que buscaba no estaba.

SEBASTIÁN JORGI

PLAZA VILLA OBRERA

..............................A Norma Padra y Raquel Soliva

Ahora me detengo en la plaza Villa Obrera. Antes se llamaba Güemes. Yo era un niño de menos de diez años. Papá me llevaba con sus amigos el Lolo Cartolano y Victorio al café de la esquina enfrente de la plaza : La Vasquita. Ahí de pronto caían Santos Zacarías y alguno que otro boxeador de la época. También jugadores de fútbol del Club Atlético Lanús, como Beltrán, el gran número 3 del equipo y Gil, entre otros que ahora no es necesario nombrar. Los lunes a la noche, era la cita obligada, pese a ser el primer día de la semana laboral, papá se llegaba casi siempre después de cenar y escuchar el Glostora Tango Club con la orquesta de Alfredo De Angelis y las voces espectaculares de Carlos Dante y Oscar Barroca.
Ahora me he detenido y los recuerdos me hacen bien, la memoria juega una buena pasada por mi racconto y sigo, ya no estoy fijo o quieto mirando los restos de aquel bar que se llamó “La vasquita” primero y “El Negrito” después. Uno de los ex jugadores de Lanús, a finales de los 60, compró en sociedad el bar –que estaba ubicado en Pergamino y Caa-guazú—y en homenaje de uno de los chicos que siempre iba con su papá al bar, del que había sido padrino de boda, le puso ese nombre en honor del hijo de su amigo. Y así le quedó por muchos años, hasta que hoy, descascarado, despintado y en ruinas casi, sólo le queda el cartel a un costado, imagen que me hace acordar a la cinta “Cinema Paradiso”.
Ahora quiero despegar de esta esquina, que, de pronto me da una especie de resquemor : he venido por cábala para pedirle mirando la torre de la iglesia que asoma por detrás en la calle Tucumán, que, en homenaje a papá y sus amigos, me brinde la satisfacción de muchos goles granates para que Lanús salga campeón. El resquemor es una sensación de huir y decirme que esto no es nostalgia, que la nostalgia tiene la contracara de la justicia, de este club mío y tuyo y nuestro, querido vecino de Lanús, que harto se merece el campeonato.
Ahora quiero irme pero hay algo que me detiene otra vez : miro hacia el quiosco y ya no está don Celestino vendiendo diarios y revistas y remiro y recuerdo que una tarde compré una novelita de Turgueniev en una edición de esas baratas, ya más grandecito : estaba cursando el secundario pero no puedo precisar que año.
Ahora me voy y de golpe, al querer cruzar la calle, el viento parece empujarme hacia atrás y me quedo clavado : arriba, en el firmamento hay cuatro luces paralelas que bajan hacia la plaza y que son las puntas de un cuadrado color granate que al acercarse en su aterrizaje se ha convertido en una gigantesca bandera con el escudo del Club Atlético Lanús
en el medio.
Ahora me quedo. Y miro esa bandera desplegada sobre toda la calle y me tapa. Ahora ya no me quiero ir. Ahora la nostalgia se torna alegre y la memoria es una cinta para atrás muy rápida, tan veloz que no veo más que el presente y a los pibes granates comandados por Ramoñín Cabrero.
Ahora minga de recuerdos. Me iré con la bandera hacia la cancha, apenas a diez cuadras
. Ahora goles.

De su libro inédito: "Bajo los techos de Lanús"

-Buenos Aires-

ALICIA CHILIFONI


CACHETES DE AZALEA

Riego mis azaleas fuertemente rosadas. De pronto te veo a partir del color de tus cachetes copiado en las corolas.
Reconstruyo lo oscuro de tus ojos, que buscan cariño, callados y ansiosos, como de cuzquito callejero. El rubio pajizo de tus pirinchitos lacios, curtidos, que se vuelven casi negros, color ratón, hacia las raíces. Una manito regordeta y mugrienta que toma la mía guiándome hacia el sube y baja. La otra barre, desprolija, mocos y lágrimas, porque un chico te tiró un cascote.
Una galletita te acerca olvido. Te adueñás del paquete con el derecho incuestionable que te da el hambre.
¿Te encontraré dentro de dos semanas en la reunión de "cine-debate-mate"? Se me clavan la incertidumbre, la pena, la impotencia… Porque a última hora alguien buscaba orientación para llegar a la Comisaría de la Mujer. Era tu madre, volviendo del Hospital, con la bebita de meses. En su ausencia le han quitado a Genara y sus dos hermanitas, una mayor y otra más chiquita. Sabe quién las tiene: alguien que se aprovechó de la tormenta repentina. Se niega a entregárselas. Hará la denuncia. Se pierde entre la oscuridad y el viento gélido… Y yo acá, Genara, sin poder nada que no sea regar tus cachetes en la maceta de las azaleas.

GABRIELA MORELLO


LA CUCHARA DE VERDAD


Siempre quise ser una cuchara de verdad, ¡Sí!, de esas que se utilizan para tomar el té o la sopa, y que según el tamaño, también sirven para comer riquísimos postres... hummm!!! esos que hacía la abuelita de Lara, mi dueña.
Claro, no les conté, hoy lamentablemente, soy una cucharita de colección, no sólo no me utilizan, sino que desde hace unos días dejé de ser importante, es que Lara adquirió una cucharita nueva, más pequeña y reluciente.
Me contaron las otras cucharas de la colección, que es la única que existe en el mundo. ¿Se imaginan la importancia que tiene para Lara? ¿Y el valor que representa ella solita en la colección? Porque las demás estamos todas repetidas... sin ir más lejos, yo tengo una melliza en el Museo Saavedra, la que fue comprada antes que yo, y un cucharón de porcelana que tiene como siete hermanos, todos iguales, y hay otra que está repetida cuatro veces y en esta misma casa. Así que todas las cucharas de Lara nos sentimos muy desdichadas.En realidad la única que no se pone demasiado triste con la compra, soy yo, porque cuando ella se descuida viene su hija Zoe y me elige a mí, entre todas las cucharas de la colección, para jugar a darle de comer a sus muñecas... y jugando con ella soy... ¡Una cuchara de verdad!

MARÍA VESCIO


PROVOCADORA

Atracción fatal para manos y pies soy, pocos se resisten a mi seducción. Veo en los ojos de todos el deseo de jugar conmigo. A veces puedo esquivarlos con mi rapidez… y un ¡uhh¡ de desaliento sale de sus bocas, pero cuando me atrapan un ¡sí¡ cantarino emiten de sus voces.
Reuniones provoco a mi alrededor, de grandes deliberaciones objeto soy, y los conflictos por mí al orden del día están.
Mi rítmico repiqueteo los va encantando de a poco… cual hipnótico sonido… es ese momento una ansiedad los invaden y empiezan a llover propuestas y si jugamos al quemado… se escucha una voz apagada, y si jugamos a los penales… dicen tímidamente, uno de más atrás con firmeza argumenta: es muy pequeña para esos juegos, mejor busquemos ¡paletas! ¡raquetas!
Sí, soy una sencilla pelota de tenis que provocadora… de todo esto y de mucho más, con mi sola presencia.

SANDRA BELANO


SELLOS

Sellos por aquí, sellos por allá. Mi vida desde hace dos años que está totalmente sellada…
El sello significa destacarse en algo, o tal vez querer destacar algo.
Algunos días los pongo con ternura, para que sus letras se vean bien.
Otros… torcidos, sin tinta… ¿Deberá ser con mi estado de animo?
Sellos, sellos… marcas empiezan a verse en mi vida del adulto.
¿Serán los mismos de la infancia?

TERESA QUIROGA DE JUÁREZ


YO

Yo, que nací para morir, viviré...
Continuaré aferrada al sueño y a la utopía..
bebiéndome en cómplice silencio la amargura
conque me colma
el sádico poder del fuerte sobre el débil...
Subsistiré en cada golpe canalla
que la cándida e inquieta sangre libera...
...Perduraré en el aliento febril e irrefutable
del tierno brote erguido
sobre la negación infame o caprichosa
...Viviré en el resuello de los bosques y sus hijos
cuando la mano criminal lo avasalla o lo incinera
...Clamaré en el dolor de la bestia herida e inocente
que no entiende el plomo cruel en sus entrañas..
y gritaré con el ave incauta que se desploma
ignorando la injusta razón de su martirio...
...Hasta que el mundo de los inocentes
pueda apartar el velo
del corazón de piedra de los hombres...
¡yo viviré!

INVOCACIÓN

Sobre mis cicatrices, hoy navegó la luna
y un ave inmaculada me llevó hasta mi cuna.
El seno blanco y sabio de mi madre lejana
dulcificó mi sueño y satisfizo mis ganas.

Mi cabello de niña se fundió entre los dedos
de la que me acunaba y de quien fui su credo.
Me abracé a su regazo, sin pasión ni banderas,
y el otoño doliente se volvió primavera.

Entusiasta, su boca me susurró un cuento,
arrojando mis penas a las alas del viento.
Germinó por mis poros el olor de la infancia
y una calma sagrada se derramó en la estancia.

...Hoy navegó la luna sobre mi cuerpo cansado,
y acorté las distancias con el tiempo pasado.
La presencia materna... ¡tantas veces llamada!
me entregó su fragancia, saturando mi almohada


CON LA COPA COLMADA

Con la copa colmada
de buen vino bermejo,
los impúdicos miedos
se remontan muy lejos

Bebe del néctar rubí,
y no llores tus faltas;
así el oscuro vino
que el corazón te exalta,
del cristalino vaso
la esencia perfumada,
encenderá en tu alma
una ilusión dorada.

Bebe. Brinda sonriendo,
e ignora el golpe ciego
de la pueril fortuna
y su inestable juego.
Que la risa y el vino,
en reputado empeño,
la verdad exhumaron
en devanados sueños.

Y... a todas las preguntas
que al vino haga el profano,
habrá leales respuestas
y no embustes vanos.


-Jujuy, Argentina-