sábado, 24 de mayo de 2008

LECTURA: REDES DE PAPEL

CARLOS MARGIOTTA, CORA STABILE,
LULÚ COLOMBO,
NORMA PADRA Y NORMA TRAFERRI.
INVITADOS A LA LECTURA EN EL CAFÉ LITERARIO
"BARTOLOMEO"
DIRIGIDO POR DANIEL GRAD
12 de mayo de 2008

jueves, 8 de mayo de 2008

EMILIO NUÑEZ FERREIRO

ÁTAME

Todas las noches fueron un poco mi muerte. Siempre sentí eso, aún de muy pibe; de la época en que mi padre me obligaba a apagar todas las luces. Y desde que estoy aquí, esa sensación, hasta que llegó ella, me fue creciendo noche tras noche como los tentáculos de un enorme pulpo.
Antes que ella llegara yo me resistía a que me ataran a la cama. Más de una vez tuvieron que venir de a tres para lograrlo. Pero ahora comprendo que es mejor así; pues aunque los fantasmas siguen torturando mis sueños, al estar atado, tengo la certeza que no van a poder llevarme, porque los grandísimos canallas no tienen manos. Ella me lo dijo, y tiene razón. Además, dejándome atar por ella noto el contacto de su piel, y en esos momentos, siento algo parecido a lo que debe ser la felicidad.
Como dije: Al principio, cuando me trajeron aquí, el pánico que le tenía a la noche fue creciendo hasta hacerme caer en el más profundo de los abismos. Ya no me importaban ni los jeans de marca ni el último C.D. de "Los Redondos". Lo único que extrañaba era fumarme un porro de vez en cuando. Pero igual seguía viendo a esos espectros horribles, que me acosaban y se reían de mi miedo. Mas, desde que ella (Gabriela se llama), me enciende el velador, descubrí que los que no me dejaban dormir, tienen más temor por la luz que yo por la oscuridad. O sea que lo mío no es tan grave. Todo es según el enfoque que se le quiera dar.
Yo, eso se lo dije a Sandoval: "Usted, doctor, me tiene aquí por mi miedo a la noche, pero si tuviera los huevos bien puestos, encerraría a los que le tienen miedo al día; pero claro, una cosa es agarrársela con un muchacho tierno como yo; y otra, a los que llegan en patota". Él, cuando le digo eso, me mira y no dice nada, pero yo sé que por dentro me da la razón. Se hace, pero no es ningún gil.
Aunque volviendo a Gabriela: el otro día ya estaba oscuro, y cuando llegó, como estaba acurrucado y todo meado en el rincón de siempre, me retó, no sólo por eso sino porque no había encendido el velador. Yo no le dije nada. ¿Qué le iba a decir? Si hiciera eso, en una de ésas, ella no se preocupa más en llegar en cuanto oscurece. Yo necesito que siga viniendo, pero no quiero presionarla; deseo que venga "de onda", por propia decisión.
Cuando Gabriela aparece es una fiesta. Enciende la luz, me habla con la ternura que nadie me habló, luego sugiere que me acueste y al fin logra atarme. Yo vi la película esa: "Átame", y siempre tengo la esperanza que ella me haga lo que el flaco aquel le hizo a la minita aquella. Yo sé que "Gaby" está metida conmigo. Se lo noto cuando me ata, cuando logra que tome la pastilla, la forma en que acaricia mis cabellos cuando se me da por llorar…
...Además, descubrí en ella lo que siempre busqué en todas las mujeres (incluso en mi mamá). ¡No! No voy a decir qué es. Esas son cosas privadas. Pero cuando ella llega, siento… siento como campanitas festejando el hecho.
Yo le dije que la re-amo. Y ella siempre responde que también. Pero dijo que tiene un problema: Me confesó que ella, con luz no puede dormir. Entonces, hasta que a mí no se me vaya esto que me atormenta, nuestra relación no va a poder ser.
Yo le sigo la corriente. ¡Pobre, es tan buena! Pero para mí, que me dice eso para conformarme; que en realidad, su problema es el marido, que es muy viejo y parece que está enfermo. Además, a ella le encantan los chicos. Me di cuenta porque no habla de otra cosa que de los nietos. Y yo, por ahora, no estoy en condiciones de darle ningún chico; sería una locura.
Y bueno; está visto que, el que más y el que menos, todos tenemos nuestros problemas. "Nudos psicológicos sin resolver": como dice el doctor Sandoval.
Por ahora, lo fundamental, es lograr que "Gaby" deje las inhibiciones de lado, y que cuando me ate, se anime y trate de ser feliz conmigo. Pero eso no es ningún drama, yo sé que ya va a llegar; todo es cuestión de tiempo.
De lo que estoy seguro, es que, mientras Gabriela me siga atendiendo así, yo, de acá, no me voy ni loco.


(Publicado en la revista virtual Con voz propia Nº 14, dirigida por Analía Pescaner)

VERÓNICA IGNATTI

COMO DEBE SER

Manuel fue un hombre que vivió como debe ser.
Nació en una familia de clase media. Como debe ser sus primeras palabras fueron papá, mamá, agua. Aprendió a caminar a los doce meses. Deportes y cursos, útiles para el futuro, ocuparon sus tardes infantiles. Su primera y única novia, que ahora estaba sonriendo a su lado, había sido su vecina en la adolescencia. La besó por primera vez mientras miraban una película romántica en el cine del barrio. Se casó, como Dios manda, luego de dos años de noviazgo. Su alegría fue completa con la llegada de los hijos, el primero nació luego de un año de matrimonio, los otros dos llegarían en el transcurso de los cinco años siguientes. El resto de su vida adulta no escapó a la rutina, trabajaba durante el día y a la noche compartía la comida con su familia. Los sábados los pasaba en la casa de sus suegros y los domingos en la de sus padres. Luego de la jubilación pasaba largas horas junto a sus nietos, a quienes les relataba historias de su juventud. Ahora, a los 75 años, estaba en un sanatorio, acompañado por sus seres queridos, como debe ser, moría a una edad acorde a las costumbres.
Manuel fue un hombre que se arrepintió de vivir siempre como debe ser.

ALICIA INÉS CHILIFONI

CLARINDA

Pensar que pasé tantos años tratando de ignorarte, y como no podía, te menospreciaba. Hasta llegué a llamarte Aparato, y para peor te apellidé Siniestro, sin sospechar que llegaría un día en que me resultarías indispensable. Pasaba al lado tuyo, y aunque no te importaba, te miraba por sobre el hombro con aires de "quién te necesita". Cuando el desorden se volvió incontrolable, tuve que pedirte auxilio. Me costó convencerte, te resistías a ayudarme. Pero era porque no comprendías mi idioma. Parecía que te vengabas, pero sencillamente no me entendías ni jota; ni yo a vos. Por eso, como no pude descifrar tu nombre, te bauticé Clarinda, porque tenés cara de Clarinda y me gusta que los nombres se parezcan a quienes los llevan. Y bué, ya que la montaña no viene a Mahoma... traté de aprender tu lenguaje, por lo menos lo básico. Para recibir, primero hay que dar; y si al fin no recibimos nada, seguir dando. Pero al fin lo logré. Me dejaste todo ordenadito y encuentro todo rápido. Porque siempre estoy apurada, no sé para qué, pero así soy. Así que tengo que pedirte perdón y darte las gracias. Pero, siempre hay un pero, te pediría que te moderes. Consumís demasiado, y cada vez más. Por si no te enteraste, se triplicó el precio de los insumos. Está bien que con sólo apretarte algunos botones tengo una editorial en casa, pero tampoco es cuestión tragar tanto papel y tanta tinta. Moderate, Clarinda, mo-de-ra-te.

LULÚ COLOMBO



CAPERUCITA NEGRA

La palabra es de ocho letras pero tiene tres consonantes, es un molusco de las Indias Occidentales, es la última que me falta, hace una semana que estoy preguntando y nadie sabe, no lo puedo terminar y ando con esto de un lado para otro. No sé, nunca hice crucigramas, bueno, voy a tratar, pero no le aseguro, capaz que la pego. Mirá, ya llamé a ese muchacho que es periodista, sabés que siempre estamos cambiando revistas usadas, él es campeón en eso, pero no la sabe, vos que estudiás esas cosas seguro que te va a ser fácil.
Empujó la frazada deshilachada con que se envolvía las piernas y se levantó. Es gracioso, desde que descubrí los crucigramas, no puedo dejar de hacerlos y tengo que terminarlos porque es algo que me pone muy nerviosa. Mirá éste, lo tengo hace casi dos meses, es una sola palabra y no hay nadie que me la pueda decir.
Revolvió unas bolsas de plástico ajadas y sacó una revistita rasgada y llena de tachones. Aquí está, a lo mejor vos sabés, vos que sos tan inteligente. Bueno, no sé, es que tengo que terminar de arreglarle la puerta que está electrificada y ya son las dos. Sí, pero esta palabra, seguro que la sabés. Y la uña negra me señalaba tres cuadraditos vacíos en una hoja arrugada. Mirá lo que dice: "lo más inútil y despreciable de cualquier cosa". Qué podrá ser, y lo peor es que tiene dos vocales juntas al final, es raro, nunca me encontré con una palabra así, no me coincide con la zeta de la primera vertical, porque pensé en trasto, pero no me entra, resto, tampoco, sobra, ves, ninguna tiene dos vocales seguidas. Pero tengo que arreglar la puerta, es peligroso. Bueno, ya lo vas a hacer, no te preocupes, mirá, mirá si no es difícil. Si, claro, difícil, es que me tengo que ir a ver otro cliente y si alguien toca el timbre, aunque no suena, puede pasar algo serio. No, si aquí no viene nunca nadie. Antes cuando daba clases de francés, venía mucha gente, todo el mundo quería en esa época saber francés y yo tenía muchos alumnos y salía a dar clase a colegios muy importantes, mucha gente que debe estar paseando por París fue mi alumna. Yo amaba el francés, y hasta me gané una beca, era en la época de la posguerra. En serio, pregunté. Si, yo soñaba con entrar a París sentada en el capó de los camiones de los aliados que entraban a la ciudad y la gente que los esperaba con banderitas y pocas chicas tenían medias de seda. Si querés te canto la Vie en Rose, me sé todo el repertorio de La Piaff. Quién es ésa, dije. No puede ser que no conozcas a la Piaff, vení que te la voy a hacer escuchar. No, pero la puerta... la palabra... no quería que vea si conozco la palabra, y me tengo que ir, además. Si, ya sé.
Prendió la luz en un rincón del cuarto, una luz dulzona de mostacillas de colores y las pupilas verdes me señalaron un aparato que no conocía, era la vitrola. Puso música. Esta es La Piaff, vení a bailar. El batón floreado se estiraba en el vientre. Es que se hace tarde. No, si son las tres. Bueno, pero una sola, no le puedo dejar la puerta así, es peligroso. No, si no se va a morir nadie, me dijo, y me agarró y el olor a sueño viejo me mareó. Aquí vivió mucha gente, así como lo ves, y la Piaff que ahora conozco nos mecía en la penumbra. Esto es música, no las porquerías que se escuchan ahora. Bueno, hace un tiempo que dejé de escuchar radio, se me rompió y para lo que sirve, estoy mejor así. El hálito intocado como una garra en la garganta. Sólo veo la novela. No me la pierdo. Después hago palabras cruzadas.
Terminó la música y me solté. Ahora voy a ver la puerta. No, primero mirá si me encontrás la palabra. No sabés como me gusta escribir, hace poco descubrí que yo debería haber sido periodista. Se acercó a la puerta que daba al patio y entreabrió un postigo, la tarde intentó entrar con poco éxito. Pero te voy a dar un café, no podés ir a trabajar sin tomar un café, quedate aquí. No, si puedo empezar ya, voy a ver donde están los fusibles. No, antes, un café. Yo estoy acostumbrada a los buenos modales, quedate aquí. Me miró como si yo fuera traspasable e inmaterial y sentí un malestar difuso. Quedé solo, rodeado de polvo, revistas apiladas, marcos ovalados con señores de bigote y mirada asombrada y no sabía como salir.
La puerta estaba tan cerca y para mí tan lejos. Pensé rápidamente cómo adivinar la palabra para poder irme, pero no se me ocurría nada. Creía que estaba pensando. Entró arrastrando flacideces y hablando en francés, me extendió una taza, sonrió como una niña vieja y me estremecí.
Lo que estaba recitando era Rimbaud, me dijo, pero mejor es Baudelaire, lo tenés que conocer, escuchá esto. Pero, ya son las casi las cuatro. Sí, pero no te vas a ir sin tomar el café, además, no puede ser que hayas vivido hasta ahora sin conocer a Baudelaire. Desató a recitar en francés, la puerta cerrada a sus espaldas y el postigo otra vez aplastando la cortinita color té, y la luz confitada de mostacillas. Y yo parado tomando un café de olor extraño y sabor ácido. No me atrevía a despreciarlo, ella mandaba con los ojos. Terminó el recitado, que no entendí. Te voy a contar por qué yo debería haber sido periodista y no profesora. Bueno, pero otro día... yo vengo con tiempo... Pero si es sólo un minuto, escuchame bien. Otra vez una historia. Yo no me podía concentrar y quería salir, pero ya sabía que la puerta estaba electrificada porque ella me lo había avisado y para poder entrar hice un puente y pasé. Ahora no encuentro mis herramientas, estoy mirando y no las veo, quiero abrir la ventana, ella no se mueve... y entonces me fui a los diarios y llevé una nota... tengo que salir ... mirá en ese rincón vas a ver la carpeta, tengo todo, me llevó nueve años... Me tengo que ir, me parece que me estoy enfermando, tengo miedo... Miedo de qué ... la puerta, no se puede pasar ... Que te puede hacer una señorita como yo, creo que no estás bien, vení, recostate aquí. Apartó unas cubiertas manchadas y me desplomé. No recuerdo cuanto tiempo. Ella seguía hablando en la luz acaramelada... y ellos se asustaron... se creyeron que yo soy ingenua... uno de ellos está preso... hay otro que tuvo un infarto cuando fue descubierto... me lo dijo la señora del carnicero ... Y el sueño que no me deja levantar... hace un tiempo, no lo recuerdo vino un muchacho como vos, era rubio, buen muchacho, arreglaba lavarropas, pobre... descansá... tampoco sabía la palabra... y lo tengo que terminar porque cuando no termino un crucigrama me pongo muy nerviosa.


*Lulú Colombo. Escritora. Primer Premio Nacional de Creatividad en Prosa de la Secretaría de Cultura da la Nación por “Encrucijada y otros cuentos”. 2004. Autora de “Protextos”. Poesía Social. 2004; “La coreografía de los Mares” .2002. “Haycus”. 2003. “Gente de tierra, de agua y de aires”. 2006.
Premio “Cuentistas Rosarinos”. 1998-1999-2000. UNR Editora. Universidad Nacional de Rosario. Premio UNL Conmemoración Aniversario de la Facultad de Química. 1999.

MARCOS RODRIGO RAMOS


LA VOZ DE DIOS

Mario subió al colectivo de la línea 202 y se sentó cerca de la puerta trasera. Observó con disimulo las piernas de la chica que estaba al lado suyo. Colocó el estuche entre sus piernas. Ella le preguntó la hora. Diez menos cuarto. Gracias. Las piernas no eran lo único atractivo en ella. Trató de retener su sonrisa en la memoria y su pelo negro suelto le sugirió la imagen de un ángel. Eso le parecía ella, un ángel educado, puro, limpio. Pensó: "Dios no se olvida los ángeles en la Tierra". La mujer intentó hablarle pero al darse cuenta se levantó rápido descendiendo ocho cuadras antes de donde debía bajar. Se detuvo en la esquina quince minutos para evitar toda posibilidad de encuentro.
Más tranquilo se dirigió a la estación de trenes. Sacó el boleto y ya sentado en el vagón se puso a leer un libro, reconoció en el aire olor a marihuana. Del furgón contiguo apareció una chica alta de pelo mal teñido de rubio, botas altas hasta la rodilla, una camisa blanca casi transparente y un falda demasiado corta. Se sentó frente a él con las piernas cruzadas. Cuando él la miró le sonrió guiñándole el ojo
-Me encantan los músicos, los que tocan batería, guitarra, piano, cualquier instrumento. Mi sueño es que un hombre esté tocando su instrumento para mí sola, y yo frente a él, desnuda, lo esté escuchando. Te aseguro que puedo ser muy agradecida. Eso que tenés, ¿es un violín?.
-Es el estuche de un violín, pero no tiene eso. Hay otro instrumento, bastante parecido.
-¿Qué cosa es?
-Cosa no. Es un instrumento como el violín. Cuando toco, en las notas, en la melodía se puede descubrir la voz de Dios, tajante, poderosa, penetrando en el interior de la persona y liberándolo de todo mal. Si querés te puedo dedicar una canción, en mi departamento.
Ella aceptó gustosa la invitación. Caminaron diez cuadras en Castelar hasta llegar a donde él vivía. De la puerta salió un gato que llevaba una laucha viva de la cola con la boca.
-¿Por qué no se la come de una vez?- preguntó ella con repugnancia.
-A los gatos les gusta siempre jugar con la comida.
Cuando fue a buscar los vasos para darle un trago ella sintió la tentación de abrir el estuche. Él la detuvo a tiempo, en forma amable pero a la vez enérgica.
-Quiero mi canción
-Yo tu cuerpo desnudo.
-Perfecto. Voy al baño. Cuando vuelva quiero mi tema, yo voy a darte lo que pediste. Apagá las luces.
Cuando ella se fue abrió el estuche sobre la mesa. Entonces sacó su instrumento. Viéndolo delante suyo pensó que tenía demasiado de violín, dos en vez de cuatro las cuerdas, el doble filo del puñal. Se colocó detrás de la puerta y cuando ella pasó comenzaron a caer las notas. En la melodía Mario la reconoció, como en las otras veces, tajante, poderosa, penetrando en el interior de ese cuerpo y liberándolo de todo mal, a la voz de Dios.

NORMA PADRA


LA FUGA

..................................
A Sebastián Jorgi

En la torre del castillo
..............................revolotea
..............................embriagado
esquivando el combate.

Acepta
................... la
..........................caída
..........el gigante blanco
..........prófugo rebelde.

Una mano
.................. lo arrancó
...................del escenario.

El caballo con su lanza
se retira
...............del
.......................tablero
burlándose de los reyes.

miércoles, 7 de mayo de 2008

JUANA SCHUSTER

LA PREGUNTA

Fui yo quien le habló de Martí, de Tiradentes.
Fui yo quien le contó de Rigoberta. También le expliqué cómo el apartheid
Avergonzaba al ser humano.
Fui yo quien le habló de Luther King y de Mandela.
Fui yo quien le explicó que toda guerra es fraticida.
Fui yo quien le dijo que por un ideal se lucha hasta la muerte.
Fui yo quien le habló del ghetto de Varsovia.
Fui yo quien le dijo que no se deje reducir a silencio con medidas de fuerza.
Entonces viene el temor a la pregunta que se acerca...
Mi hijo me mira fijo a los ojos, no pestañea...
¿Y tú, mamá? ¿No has hecho nada?

NORMA E. TRAFERRI


VEO UN HOMBRE

Longilíneo,
Con piel de ébano.
Lo veo venir.
Simula una palmera
Que la brisa mece al andar.
Ella cree que a su antojo.
Él la usa, no ella a él.
Camina lánguido,
Semeja a un felino de porte.
Falsea displicencia.
Sus hombros se elevan
En leve tensión
Que no abandona.
Frente amplia,
Ojos carbón y magma
Mirada atenta,
Voraz, ardiente o gélida.
Según pretenda
Disfrazada de hastío.
Una boca generosa
De sonrisa abandonada.
Deseo atraparlo
Mas allá de su cuerpo
Y hacerlo mío.
Lo se imposible,
Mas allá de mi deseo.

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


EL CANDIDATO

Dos timbres largos, incisivos, sonaron en la casa de los Fernández. Roberto tuvo un mal presentimiento. Pensó que no eran formas de llamar en un hogar decente "Empezamos mal"- pensó mientras dejaba en la mesa la botella de vino que había escogido especialmente de su bodega, y se disponía a conocer al fin al hombre que cortejaba a su hija. Había insistido férreamente con ese encuentro durante cinco semanas. Quería saber quién era el que se pasaba las horas hablando por teléfono. Quería saber de qué se reían. Quién era el que traía a Natalia en altas horas de la madrugada. Como pensaba, que pretendía... Las preguntas se iban acumulando en su mente, y los miedos y las preocupaciones estaban a flor de piel... Delia, su mujer, exclamó: - Querido ¿ Podés atender que estoy terminando de limpiar la cocina y la nena se está bañando?
Cuando el hombre se dirigió hacia la puerta volvió a sonar, insistente, el timbre.
-¡Ya va! ¡Ya va!- parece que el muchacho está muy apurado- Antes de abrir respiró profundo. Se dispuso disimular con altura los prejuicios. Se propuso cambiar "Esa cara" como le habían pedido encarecidamente su esposa y sobre todo, su hija. Habían tenido muchas conversaciones antes del encuentro. A sus dieciocho años, Natalia pedía a gritos libertad, confianza, respeto... Roberto no podía admitir que su retoño, su niña cándida, trasnochara en otro lugar que no fuera la habitación que con tanto amor le había construido. Si su hija tenía un "pretendiente" él lo quería conocer y darle el visto bueno. Pensó que no había nada de malo en eso. Pero lo habían tildado de "Antiguo" "Avinagrado" "Prejuicioso" y tantas cosas que lo habían llevado al hartazgo. En vano fue exponer una y otra vez sus inquietudes, sus resquemores... Delia tampoco conocía al candidato, sin embargo decía confiar ciegamente en el criterio de la hija que había criado. Tenían una complicidad ciega, y más que una relación de madre-hija, tenían una relación de amigas. Era una alianza inquebrantable.
Natalia llevaba un mes, cuatro sábados, yendo a bailar, yendo a fiestas, a tomar algo... Roberto estaba cansado de quedarse hasta la madrugada, esperándola. Apoltronado en su sillón, con un vaso de whisky en una mano, y el control remoto en la otra haciendo un zaping infinito, intentaba que las horas transcurrieran lo más rápido posible para que su pequeña volviese al fin a su casa donde iba a estar tan cómoda y segura como en ningún otro lugar. Allí nadie la haría sufrir. Nadie habría de lastimarla...
El primer regreso de la primer salida de Natalia sorprendió a Roberto dormido con una película de vaqueros. Su hija le tocó el hombro y Roberto saltó del sillón y la acribilló a preguntas. En segundos estaba en la vereda pero el muchacho ya se había marchado. Maldijo toda la semana, se sentía culpable.
El segundo sábado lo encontró en el baño y no podía creer su mala suerte.
El tercer sábado fue al cumpleaños de su madre. Natalia dijo que iba a ir, pero llamó en medio de la fiesta para saludar y excusarse por el cambio de planes. Desde el fondo de las botellas Roberto pidió hablar con ella, y cuando llegó al teléfono la comunicación se había interrumpido. En el almuerzo del día siguiente contó su hija que había estado en un teléfono público y se había quedado sin monedas. Roberto no supo si creerle o no. (Todo esto sucedía después que Natalia sufriera el robo de dos celulares y el extravío de otros dos. Su padre le había jurado no volver a comprarle teléfonos y se mantenía impertérrito en su palabra)
El cuarto sábado el señor Fernández estuvo en la guardia del Hospital Francés por una intoxicación aguda por la ingesta de un alimento en mal estado...
El humor de los últimos días lo había cambiando notablemente. Estaba irreconocible. Había vuelto a aflorar su antiguo problema de las hemorroides. Había vuelto su bruxismo, se había vuelto a comer las uñas... Se había encontrado haciendo cosas que detestaba hacer (Revisar la agenda de su hija para sacar el número del energúmeno) Natalia se lo había negado reiteradas veces. Roberto intentaba abordar sin suerte alguna temas como prevención. Le había encomendado a su mujer para que hablase con su hija, pero muy lejos de escucharla hablar como una madre preocupada, las oía cuchichear como dos adolescentes. Reían a carcajadas ante cada anécdotas de la joven, y todo el rostro del señor Fernández se tornaba de un rojo intenso. Desesperado, se había encontrado con el oído pegado a la puerta de la habitación cada vez que se encerraban en el cuarto, y muy a pesar suyo, en dos oportunidades, llevó un vaso que puso entre la puerta y su oreja...
Llegó un día en el que le dejó de hablar. Sólo volvió a hacerlo para exigirle de una vez por todas que traiga a casa a su novio. Al verse acorralada, ella asintió. Se la veía feliz, radiante. Le brillaban los ojos, escribía poemas y cantaba canciones con su guitarra. Escuchaba los boleros de Luis Miguel y las baladas de Chayane, y a Roberto se le hacía un nudo en la garganta, no tanto por su romance, si no más bien por su pésimo gusto musical. Natalia ya no escuchaba la infinidad de discos de música clásica que había en la casa. No escuchaba los discos de jazz que de pequeña le habían inculcado... Comprendió al fin que ya no era una niña. Que poco a poco se estaba revelando. Que estaba formando sus gustos, que tenía sus amigos y lo que era mucho peor, su novio. (Vaya uno a saber las cosas que hacían en la oscuridad de los boliches) Al fin, después de tanto tiempo, después de ese mes interminable, estaba detrás de aquella puerta, el candidato al que tantas preguntas tenía por hacerle...
Giró la llave dos veces hacia la derecha y abrió. En la entrada vio a un hombre enorme. Tenía una altura media, pero su panza era prominente. Parecía que en su vientre albergara un barril de vino patero. De inmediato vio la moto. Una moto desvencijada apoyada contra el árbol. En la parte de atrás tenía una caja para hacer los repartos de comidas. Suspiró aliviado.
-Te equivocaste pibe, acá no pedimos nada- Cerró la puerta y el corazón retomó el pulso al saber que todo había sido un error. Al saber que ese mastodonte no era el novio de su niña, pero el corazón volvió a sobresaltarse cuando el timbre sonó fatal, implacable, como un piano cayendo desde el balcón.
-¡Ya te dije que te equivocaste, nosotros no pedimos nada!
-Ey jefe, no me cierre... yo soy Matías... soy el novio de la Naty..
-¡¿Qué?!
-Que soy el novio de la Naty...
El nudo en el estómago del señor Fernández volvió a ceñirse como un cinturón trágico. Otro nudo le apretó la garganta. Pudo sentir como le subía la presión y le faltaba el aire...
El joven se acercó a la puerta y extendió su diestra.
-¿Qué hacés campeón, yo soy Matías, Matías Albarracín, pero me dicen Matu...
-Ro, Roberto- dijo el señor Fernández con la voz quebrada, y extendió también su mano. El joven la tomó en el aire, pero en vez de apretarla en forma convencional, hizo una llave, giró, y lo tomó de costado a imitación del saludo de los jugadores de básquet. Roberto sintió que la mano del gigante estaba muy transpirada. Cuando al fin la soltó, Roberto se limpió con explícita muestra de fastidio sobre su camisa.
-Disculpame campeón, lo que pasa es que soy muy sudoroso, a la Naty también le moleta, que se le va a hacer... ¿Me abrís el garage, papi, así entro la moto?
-No te va a entrar, tengo el auto...
-Dale... no te ortibés que me la van a chorear ...
-Pero te digo que no hay lugar... - El señor Fernández apenas salía de su estupor. No podía respirar, no podía reaccionar... De repente se vio abriendo la puerta para mostrarle que no mentía.
-¡Perfecto! La pongo así, de costado.
-¡Pero me vas a rallar el auto!
-Tranquilo... vos fumá...
En un instante sacó la caja de la motocicleta y comenzó a maniobrar. Con gran dificultad pasó perfectamente, casi, si no fuera por un pequeño rayón en la puerta trasera izquierda. Roberto pensó que se iba a infartar. Se había puesto rojo y como pudo, entró a la casa. Sacó agua fría de la heladera. Tomó una pastilla para la presión. Luego tomó un calmante...
Sentado en el sillón se abanicaba e intentaba reponerse mientras su esposa, muy preocupada, le preguntaba" "Que té pasa" "Que té pasa"
-Eso me pasa- dijo señalando al candidato que había entrado a la casa y traía dos botellas de cerveza, una en cada mano.
-No te hagas drama, suegro, mañana vengo y le pongo autopolish...
Elvira, boquiabierta, se sentó en el sillón. Correcto sería decir que se cayó, y quedó tumbada observando al espécimen salido del circo del fin del mundo. El hombre mascaba chicle ruidosamente, con la boca abierta, sonreía y flameaba las botellas...
-Hola mamá, un gusto conocerte- se acercó para besarla y la mujer se limpió la mejilla con la mano que secó en el codo del sillón.
-Permiso ¿Eh? las guardo en la heladera...
Cuando el paquidermo regresó se quedó ahí, bajo la luz del comedor. Roberto pudo ver que en verdad era muchísimo más gordo de lo que le había parecido. Llevaba una remera y una camisa a cuadros, muy similar al mantel que Elvira acababa de tender sobre la mesa. Llevaba el pelo largo, muy largo y oscuro que le llegaba a la cintura. (Tenía las puntas quemadas y florecidas, y a simple vista le hacía falta champú) Arriba del pelo semejante a la paja, tenía una gorra en reversa, y arriba de la gorra, unos anteojos de sol. Se había dejado crecer una chiva absurda, puntiaguda, teñida de rubio, de al menos quince centímetros. Llevaba largas patillas... Aros llamativas en cada una de las orejas, collares... Pearcing en la nariz, en la ceja y en la lengua, muñequeras con tachas...
-¿No tenés un cartoncito papi? Me pierde un poco de aceite. Lo que pasa es que estaba corriendo de aceite una picada y le quemé las juntas ¿viste?- La señora de Fernández, visiblemente perturbada, fue a buscar una caja de zapatillas. El joven se dirigió al garage y cuando do, sostenido... Los padres se llevaban las manos a la cabeza, tosían, protestaban...
-¿Cómo estás mi amor? !Te extrañé!
La novia estaba ruborizada y había intentando evadirlo, pero el hombre era insistente. Parecía un oso abrazando a su víctima para matarla...
De pronto la joven sintió el olor del pollo quemado y fue a apagar el horno. Sus padres seguían clavados a los sillones, sin fuerza, si quiera, para discutir. Sacó un ala chamuscada y dispuso la comida en la fuente... Todos se sentaron a la mesa. Los Fernández parecían haber visto un fantasma. Parecían haber asistido a un velorio. No hablaban... miraban la mesa, se consternaban... Natalia estaba nerviosa e intentaba tapar todos los silencios con trivialidades, una detrás de otra... Sirvió los cuatro platos, el de su novio había acumulado una gran montaña de comida. Sirvió vino en las copas de sus padres, y había inclinado la botella en el vaso de Matías que la cortó en seco. - No, yo voy a empezar con las cervecitas que dejé en la heladera, andá, traeme una birra- dijo mientras daba una palmada en su trasero.
Roberto estalló en una crisis nerviosa. Tomó otra pastilla... Intentaba poner al joven en su lugar...
-¡No te agités, pá! Tá todo bien...
-Vamos a tener la cena en paz- dijo Elvira... Lo que pasa es que Natalia es la única hija que tenemos, la hemos criado con tanto amor... Y la verdad es que nos impresionaste bastante... Tu look, tus modales... Nosotros tenemos otras costumbres...
-Ta todo bien mami, los entiendo, pero quédense tranquilos que yo a la Naty la quiero. Conmigo va a saber lo que es bueno...
Nadie más volvió a decir palabra y el aire era cortado con el mismo cuchillo conque el hipopótamo trozaba la pechuga... Abrió la boca grande y con el primer bocado acabó con la mitad de la porción. -Hm, tá muy rico- dijo con la boca llena. Se limpió la boca con el mantel, pero la novia que estaba sentada a su diestra lo codeó y le indicó unas servilletas.
-Perdón... - Se sirvió cerveza hasta arriba y al ver que nadie amagaba con un brindis, dijo "Salud" y de un trago acabó el vaso. - Ahhh... - volvió a llenarlo y terminó con todo lo que tenía en el plato.
-Parece que tiene hambre- dijo Roberto que apenas había probado una papa. Elvira tampoco comió. Se les había cerrado el estómago.
-Lo que pasa es que Matu es de muy buen comer- Natalia le sirvió, sonrosada, e intentó otras conversaciones que no prosperaron... Cuando terminó la primer botella y el segundo plato, Matías dijo, resuelto.
-Qué calor. Me voy a sacar la camisa- Acto seguido se incorporó y dejó exhibir una remera musculosa, muy ceñida. Las aureolas pronunciadas, la panza a punto de estallar, los brazos llenos de tatuajes... En el hombro izquierdo lucía un pequeño oso de Winy Pohh. Elvira se había puesto los lentes para observarlo mejor y al detenerse en el osito, Natalia dijo: - ¿No es un dulce?
-No nos parece conveniente que Natalia siga saliendo con vos- dijo al fin Roberto con la voz más grave y más solemne de que dispuso.
-Yo a la Naty la quiero. La quiero y también la cuido. Con ella no hago picadas ni willys. Hasta le digo que se ponga el casco, pero no me da bola...
Una escena de llantos, reproches y quejas se vivió en la noche trágica de la familia Fernández. En las pausas de los retos, los padres de Natalia seguían tomando pastillas. Matías terminaba la segunda botella de cerveza y se servía el primer vaso de vino. Su novia intentaba justificarlo y volvía una y otra vez a cambiar de tema...
Un poco boleada, un poco adormecida, Elvira le preguntó cuales eran sus Intenciones, y preguntó, además, si trabajaba. La oración le salió completa, de corrido, pero con un dejo de derrota y un sabor amargo en la boca. Roberto fruncía el ceño, no dejaba de bostezar y era ganado por el sueño...
-Yo la quiero a la Naty, señora. ¡Me re-cabe!- dijo llevándose el pulgar y el índice a la pera- Natalia es un jamón del medio. Me vuelve loco. Para ella quiero lo mejor. Yo soy bueno, no le pego ni nada... Mientras ella me cocine y me planche las camisas va a estar todo bien. Yo trabajo con la moto señora, no soy ningún vago. Hago mensajería, reparto pizzas, gano apuestas con las picadas... me las rebusco bastante bien. Trato de que la Naty no escavie mucho- Interrumpió su relato cuando pudo reprimir un eructo que venía a su garganta. Solo emitió un gas por el costado de la boca- Perdón- dijo, y y volvió a servirse vino.
-¡Papá, te dormiste! lo voy a acompañar a la habitación- Fueron también con la madre, en lenta procesión, tomándose de las paredes. Matías, feliz, acabó el resto del pollo y el vino.
-¿Cómo les habré caído?- preguntó cuando volvió su novia.
-Me parece que no demasiado bien...
-¿Porqué? ¿Te dijeron algo?
-No, es una intuición... Lo que pasa es que son un poco antiguos.
-No te preocupes, ya se les va a pasar, ¿Vamos a dar una vuelta mi amor?
-Vamos...
Mientras la joven estaba en el baño, el muchacho puso entre sus ropas una botella de vino que encontró en la heladera. También atacó al postre del que comió dos porciones. Volvió a rallar el auto cuando sacó la moto, y necesitó un poco de velocidad para que el viento frío lo despabilara de la modorra del alcohol.
-Son un poco viciosos tus viejos ¿no? Altas pastillas...
Natalia no había podido escucharlo bien. Sólo se aferró con fuerza a esa panza prominente zigzagueando en la noche abierta del conurbano bonaerense...

RICARDO ALLEVI


CAMPANAS CELESTIALES

Las hermanitas estaban muy cansadas. Las novicias no tanto como ellas porque eran muy jóvenes; pero todas habían dormido mucho, sin despertarse porque habían trabajado demasiado el día anterior. Lavaron el piso de la capillita, lo enceraron y lustraron, cambiaron los manteles de los altares, volvieron a pulir los candelabros de bronce y dejaron las flores del Altar Mayor preparadas para ponerlas al día siguiente.
Se fueron a dormir enseguida, después de la frugal cena, como todos los días, excepto la hermana que se quedaría toda la noche en vela, rezando y cuidando de todas ante cualquier peligro. Ella se encargaría de despertarlas a las cinco de la mañana para los últimos arreglos y que la capilla luciera hermosa como todos los domingos, cuando celebraban la misa de siete.
Pero ese día nadie las despertó porque la hermana en plegaria toda la noche, también se había dormido profundamente, asustada por dos o tres latidos metalizados de su viejo corazón enfermo.
Así la encontró la Madre Superiora que se levantaba antes de que la despertaran. Ella se encargó de llamar a todas las demás para que la ayudaran a preparar el café con leche y las tostadas del desayuno que tomarían después de la comunión. Lo hicieron rápido y fueron a terminar los últimos detalles de la capillita. Se les hacía tarde. Iban y venían por los pasillos del convento y la nave de la iglesia, deslizándose como palomas asustadas, con sus velos inmaculados que dejaban oír suspiros al rozarse.
La Superiora, como siempre, pidió a las dos más gordas y fuertes que la acompañaran al pie de la torre de la campana para llamar a misa porque eran las siete menos cuarto.
Las tres se sorprendieron cuando intentaron colgarse de la soga y la encontraron caída en el piso, ondulante y enroscada como una víbora.Las tres monjitas se persignaron al unísono, pensando en el demonio aparecido como una serpiente muerta en el suelo.Se asustaron y pidieron ayuda al Señor por sus malos pensamientos elevando la vista al cielo.
Esa mañana, vieron el techo del campanario vacío y desnudo de la única campana de bronce de ochenta y cinco kilos, robada durante la noche.
Pero el llamado de la campana no fue necesario. La gente del barrio ya iba a la iglesia desde donde se escuchaba el coro de las monjitas que sonaba como ángeles, cantando el Ave María, aquí, en la tierra de Gualeguaychú, lleno de ternura y emoción con sonidos celestiales.

martes, 6 de mayo de 2008

CORA STÁBILE


SÁBADO MILONGA

Era un punto cincuentón, fiel reflejo del milonguero viejo y bailarín compadrito. Habitué de los salones donde, los que como él, gastaron incontables tamangos al ritmo del 2x4.
Aquella tarde fue al boliche a tomar un feca solitario, campanea el panorama por la ausencia de la barra y juna la presencia de una piba que ingresa lentamente buscando, quizás como él, el programa nochero para compartir su soledad.
Él apura su café y sale rumbo a la milonga, sus miradas se cruzan fugazmente y ella siente un leve cosquilleo en la espalda.
Unos minutos después también la mina se marcha, va a su casa y elige las pilchas que lucirá más tarde, no sabe bien el porqué pero lo hace con mucho cuidado, como presintiendo un algo especial que se acerca.
Eufemio llega al bailongo, carpetea el movimiento y juna con desencanto todas parejas formadas. Cuando casi se arrepentía de haber ido a esa milonga su corazón pega un salto al ver la silueta familiar de una grela que se dibuja en la entrada.
Ella al verlo sonríe, los duendes del bandoneón parecen festejar el encuentro, se aproximan lentamente y, casi sin darse cuenta, unidos en el abrazo del baile, son una pareja más que dibujan en la pista los cortes y quebradas inspirados por la música del troesma.
Las horas se suceden sin que se den cuenta, de golpe la percanta ficha de reojo su muñeca derecha donde el bobo le marca que son las cuatro de la madrugada, el Punto juna la mirada de Rosita y palpita el final de esa noche de milonga bien de bute.
La acompaña hasta la puerta, allí los techos amarillos esperan, un tachero se adelanta para que no le amuren el viaje.
La piba sube y vuelve a su casa después de haberle dado a la milonga, por una noche, un perfume diferente.

ADRIÁN N. ESCUDERO


A los que nunca dejarán de intentarlo...
Plano por plano. Pieza por pieza. Piso por piso. Cueva por cueva. Nicho por nicho. Nido por nido. Y he ahí un nuevo, flamante rompecabezas urbano recortando el tiempo y el espacio. Oficio por oficio. Herramienta por herramienta. Eran como pájaros aquellos seres de alas invisibles trepados solazmente a los andamios celestiales...

PÁJAROS

Y preparaban, en las extremas nubes de argamasa, la torre de agua de otra delgada y cristalina esfinge o templo pagano floreciendo en el vientre ciudadano de esta oxidada Babel contemporánea: hablo de ella, de mi santafesina (Argentina) ciudad de la Vera Cruz, a la sazón ya sin fe y ya sin cruz...
Templo donde ellos no sabían -ni querrían saber- sobre su suerte de tórtolas y pichones para el holocausto que, ocultos sacerdotes obispales de escritorio, mitra, báculo, casulla, manípulo, dalmática, tunicela, estola, alba y sandalias de astutos comerciantes letrados, urdían a diario con su vidas a modo de impiadosa ofrenda, desalmado sacrificio y rendido tributo -a cualquier costo- en honor al más "poderoso caballero" de este mundo: don (su dios) dinero.
A unos cincuenta metros de mi oficina, por sobre el tráfico y la indiferencia absoluta de mis pares, aquellos pájaros humanos construían nidos de cemento, acero y plástico reforzado, como nidos de lujo para otros pájaros humanos... Ah, si éstos supieran el precio al que ellos debía sujetarse para...
Yo los miraba, absorto y demudado, admirándolos en sus vuelos de correas endebles y gastadas, en su pura valentía de equilibristas del aire con urgido ánimo de supervivencia -"porque de algo hay que vivir, y no le tengo asco a las alturas"-, y me preguntaba, cuánto alpiste comerían por su trabajo de navegantes aéreos. De controladores aéreos. De cosmonautas vernáculos sin escafandra... Cuánto alpiste alcanzarían sus dueños -aquellos avaros y engordados (para el Apocalipsis) patrones de las bellas arquitecturas que sólo "ellos" moldeaban y modelaban con la sencilla sabiduría del oficio idóneo- a esas bocas hambrientas y chillonas... Cuánto alpiste darían -aquellos avaros propietarios de la empresa inmobiliaria que administraría las rentas del futuro edificio en torre "Campanario 100"-, a esas bocas cantoras y desdentadas por el viento y el sol, como efímero premio a la audacia y pericia de su cabalgadura a destajo por sobre las riesgosas rutinas de intemperie en las que moraban como horneros deportados, pero siempre llenos de orgullo, sin embargo, como pájaros, porque lo importante era ser "eso", pájaro, y volar, saber volar y vol...
De pronto, el chirrido de los frenos de un automóvil justo en la esquina donde emergía el gigante constructivo, me desvió la mirada. Pero no más para volver a levantarla y presenciar, yo también, lo que sería el último vuelo, absurdo y desaforado, de uno de aquellos precoces -casi un niño por lo joven que parecía- pájaros sin módulo espacial, obnubilados por la falta de oxígeno, o el exceso de confianza en su pericia, o el fallo de un material de seguridad, o el pensamiento extraviado en las paredes a medio levantar de su casulla del Barrio La Lona -porque hoy es día de cobro de quincena-, y el descuido fatal o el golpe artero y sin aviso de una polea tonta y torpe en la cabeza vanamente enroscada ahora en un cuello roto, giratorio y mortalmente desgajado de aquel cuerpecito histriónico aunque inanimado...
Entonces, sucedió. Y niego que todo fuera producto de la imaginación; de mi imaginación, o, mejor, de la indignación que había venido acumulando mientras comparaba la responsabilidad y destreza que ameritaba semejante oficio con el de otras profesiones quizás -como la mía- más cómodas, burocráticas, aclimatizadas y un tanto vanas -por la corrupción institucionalizada-, y la miserable ración de alpiste con la que esos pobres pájaros eran motivados a jugarse la vida en cada asiento de ladrillo que plantaban sobre aquel muro voraz que crecía y crecía, veloz, sin detenerse jamás...
Niego eso y afirmo con certeza que, por un lado, una lustrosa bandada de golondrinas turistas abanicando el verano que ya se despedía de la ciudad-, y, por otro, una bandada de chijíes de pechos fundidos como en oro y plata, antes de que el plumaje pálido de su congénere fuera parte del sangriento guiñapo de un títere aplastado contra el insensible pavimento de concreto asfáltico -como una granada de carne y huesos-, lo alzó en precipitado auxilio, elevándolo hacia el más allá de los allá, sin relieves ni repliegues, sin molduras ni arabescos, sin pórticos ni galerías, sin impostas ni rosetones, sin pilares ni contrafuertes, sin columnas ni parapetos, sin escaleras ni ascensores, sin bóvedas ni subsuelos, sin puertas ni candados, sin ventanas ni antepechos, sin cañerías ni conductos, sin puentes ni cables, sin techos ni alfombras, sin tejas ni chimeneas, sin terrazas ni baldosas, sin aleros ni cobertizos, sin rejas ni barrotes, sin celosías ni listones, sin claraboyas ni buhardillas, en un abierto, rasante y plano y recto cortejo de ángeles luminosos que se fundieron en el crepúsculo de aquel atardecer inolvidable...
Plano por plano. Pieza por pieza. Piso por piso. Cueva por cueva. Nicho por nicho. Nido por nido. Oficio por oficio. Herramientas por herramienta. Fue así, créame. Ninguno de los otros encontró sus plumas derrapadas, ni en la vereda ni en la calle contigua donde yo lo viera flotar y volar, como un pájaro con otros pájaros en un vuelo de especie que se perdió, como pájaro, hacia el reino de los pájaros... Justo el día en que debía recibir su apretada ración de alpiste.-

ADRIAN N. ESCUDERO - Santa Fe (Argentina), 16/19 DE MARZO 2007. Integra los libros inéditos “DOCTOR DE MUNDOS II – VISIONES EXTRAÑAS” (Colección de Ficción Conjetural y Metafísica). La Botica del Autor, Santa Fe (Argentina), 2003/2007; y “MUNDOS PARALELOS y Otros Cuentos” (Colección de Realismo Mágico). La Botica del Autor, Santa Fe (Argentina), 2004/2007.
Mención Especial IV Concurso Bienal de Literatura 2007 (Instituto Municipal de Letras – Secretaría de Cultura, Educación y Promoción de las Artes – Municipalidad de Avellaneda). Avellaneda (Provincia de Buenos Aires), 26-09-07.

MARISA PRESTI


FINAL


Caía la tarde y Juan Irrazúel Puente continuaba afanosamente inclinado sobre el teclado de la computadora. Una hora antes lo habían llamado de la productora exigiéndole la entrega de dos capítulos adelantados. Estos tipos lo único que hacen es exigir, protestó para sus adentros, que vengan y se sienten acá. Como yo, a ver si les resulta tan fácil.
Tomó un sorbo de café bien fuerte y se vio obligado a prender la lámpara de escritorio. Aun con anteojos la vista había empezado a fallarle. Debe ser por este trabajo de mierda, murmuró. Los dedos empezaron de nuevo a moverse sobre el teclado. ¿Qué iba a hacer con Analía? La pobre piba de su novela no había tenido suerte; traicionada por su madrastra, tuvo que huir escondida en la camioneta de Don Lisandro hacia un pueblo de la provincia. Jerónimo, desesperado trató de buscarla por todos lados. Preguntó a amigos, vecinos, a casi toda la gente del barrio, pero nadie la había visto. Y ahora, hasta su propio padre, Germán Ibarola, lo obligaba a casarse con Eloísa Cassares. Era el último capítulo; tenía que darle un final a todo ese enjambre de enredos y equivocaciones. Pensó que lo mejor era que Analía fuera encontrada por Jerónimo gracias a un anónimo de un ex amante de la madrastra traidora. Sí, eso lo entusiasmó y las teclas comenzaron a moverse bajo la suave presión de sus dedos, pero cuando quiso escribir lo que bullía en su mente, vio con asombro que sobre la pantalla aparecían otras palabras. Las borró y comenzó a escribir nuevamente, pero aparecieron de nuevo, rebeldes, indómitas, dispuestas a desafiarlo. A Juan nunca le había sucedido nada semejante. Pensó que era producto de su cansancio. Y entonces se levantó, desperezándose, y caminó hacia la puerta del jardín. Un poco de aire fresco me va a hacer bien, se dijo a sí mismo, tratando de no preocuparse por la hora. Caminó unos pasos, aspiró el aire frío de la noche y se dejó envolver con la fragancia de las magnolias que desde la casa del vecino perfumaban el ambiente. Eran casi las diez de la noche, debía volver y terminar el capítulo que seguro le iban a reclamar a la mañana siguiente.
Abrió de nuevo la puerta y al entrar al living le pareció escuchar un murmullo de voces. Al acercarse al escritorio, el sonido se hizo más intenso. Gritos, eran gritos. Luego, un golpe seco. Alarmado se apresuró y casi corriendo se acercó a la pantalla de la computadora. No pudo creer lo que veía. Con tinta roja estaba escrito: Jerónimo nunca podrá encontrarme. He asesinado a mi madrastra con mis propias manos, mi destino será el olvido.


CARLOS MARGIOTTA


LA HAMACA

Mi hijo se hamaca en la plaza de invierno, cuando la tarde desaparece, como una llama, detrás de la muralla de edificios blancos.
Lo miro balancearse desde el banco verde de madera, y me dan ganas de subirme con él, para estirar las piernas con fuerza y elevarme hasta las copas de los árboles, donde el cielo se recorta entre las ramas solitarias esperando las hojas que vendrán.
En el camino hacia atrás, pliego las piernas para impulsarme, y el aire me atraviesa la espalda, como un pasado. Veo el suelo cubierto de piedritas de ladrillo acostado debajo del tobogán y el subibaja.
En el punto más alto de la nuca, me suspendo sin respirar, apretando las cadenas donde cuelga la tabla que se mueve como un péndulo.
Ahora soy un ángulo recto, empujo con la cola hacia adelante, y desciendo como un pájaro sin tocar la tierra. Allí el paisaje se confunde en una ráfaga de plantas, colores y chicos jugando.
Entonces subo hacia el vértigo, enfrentando el espacio que se arruga en mi vientre como un placer ingenuo, y cerca del cielo que se apaga, estalla.
Después viene el regreso frío, partiéndome la cabeza en dos con su espada, que desprende de mi cuerpo manos y tobillos. Los veo caer y rebotar con la pelota del picado azul y anaranjado. Y lleno mis pulmones, y empujo, y mis partes se juntan, y las mejillas cruzan el vacío, y el aire me penetra, y vuelo con los puños cerrados, y el mundo se hamaca conmigo, y el cielo es más gris, y la plaza un desierto, y la noche me espera otra vez atrás, y la memoria vuelve atada a la viga de metal como un pendiente, y me acuerdo y olvido, y voy y vengo, y me retiro y acerco, y me abro y cierro, y me contengo y vuelco, y soy libre y soy esclavo, eternamente.