viernes, 12 de febrero de 2010

ROBERTO ROMEO DI VITA


EL BOXEADOR

..............Este cuento es un humilde homenaje a todos aquellos
................que vendieron sus vidas impulsados por la pobreza.


Me estoy estrenando duro para que vuelva el día, sabés pibe, y te juro que esta vez voy derecho al título; lo gano, te juro que lo gano, esta vez el cinturón no se me escapa". Carlos Rivero apuró el vino y limpiándose con el revés de la mano recalcó.
"Ya lo tuve una vuelta y qué lindo era, la guita me sobraba, las minas también, los changos se me colgaban del brazo y todos me saludaban. ¡Chau Campeón! ¡Qué lindo pibe! ¡Voy a volver, y me voy a cuidar, te lo juro que me voy a cuidar!
La calle barrosa con un cielo gris y una llovizna traicionera parecía guiñarle un ojo al ex campeón. La soledad mañanera no le creía.
"En la colimba me pasó un carro por encima y no me hizo nada, fuerte el indio. ¿No?".
Rivero amaga un gancho de izquierda y saca una derecha, que da en pleno mentón del rival brumoso.
"La leche, ¡qué espuma tenía esa leche calentita que todas las mañanas le afanábamos a las vacas de don Ramón !"
Ahora es un directo de izquierda en plena mandíbula de una sombra que se escapa.
"Comíamos bien, sabés; claro, nos amasijábamos diez horas seguidas en el frigorífico; hacía frío en la cámara . A muchos les agarró la brucelosis; a mí no; teníamos de todo, entrañas, cabezas y chinchulines, comida de negros nos decían, pero el asado de achuras nunca nos faltó en el rancho".
El apercad de derecha parte en dos una hoja amarilla de un árbol raquítico.
"Y Olga, ¡Qué guacha linda esa Olga! A los demás les cobraba a todos, a mí no. ¡Bah! una sola vez, la primera, pero después no, ¡Y cómo me quería! Tenía once años cuando empecé, la seguí hasta los quince, el macho se hizo amigo mío y me lleva de joda por todos los ranchos, pero Olga no venía, ella se quedaba trabajando, pasando puntos".
Son dos izquierdas lentas que abren camino a una rápida, derecha en pleno rostro desfigurado del rival transparente.
"Me voy a conseguir una mina rubia, como la mujer que tuve en Las Vegas. ¡Qué bombón pibe!, hablaba inglés y cuando me besaba me mordía todo; me mordía las orejas, me acariciaba el pecho, me clavaba las uñas en la espalda hasta hacerme sangrar".
El cross de izquierda se incrusta en el hígado del viento.
"Y Nancy, mi hijita, ¡cómo la quiero! una vez me hizo llorar. Resulta que pongo el pan en la tostadora para darle la mantequilla y ¿Sabés lo que me dice?: Así nomás papá, ahora que nadie hincha con las buenas costumbres. Se quedo en Norteamérica con la madre, qué le vamos a hacer".
Ahora una mano veloz estrecha un puño cerrado, en algo tambaleante que se derriba y cae por toda la cuenta.
"La rubia lloraba, sabés, lloraba mucho, cuando volvía borracho de wisky y un montón de porquerías que me daban de tomar, me tiraba en la cama puesto en guardia, y ella me pegaba con sus manitas, pero yo me dormía hasta tarde. No me estrenaba.
¿Sabés lo que pasa?, en Nueva York, el frío se mete hasta los huesos".
Varios saltitos y un amague de cintura dejan salir una mano alegre en el ojo del cielo.
"Los muchachos del Barrio Derqui me quieren y en los actos me llevan con ellos para que los cuide, son comunistas, pero a mí no me importa porque defienden a los pobres. Y yo les digo que voy a volver. Voy a volver, sabés, y esta vez el cinturón no se me escapa".
En este momento son dos brazos, que parten en clinch y dejan escapar un garrotazo de cinco dedos a un rayito de sol que se va.
"Y el tano? ¡Cómo perdió! Era el dueño del almacén. No me despachó ¿sabés? Y afuera me quiso empujar. Fue una mano suave, una caricia, pero durmió por toda la cuenta. ¡Ese no le pega a ningún borracho más!."
Y siguen los saltos, sacando una derecha, una izquierda, dos derechas, tres izquierdas, amague de caderas, y una trompada cruza el centro de las horas.
"Y cuando perdí el título con el negro Thompson. No lo vi pibe, me dobló de repente con un gancho al estómago y la derecha, me rompió el mentón, dicen que pegué con la nuca en el piso, no lo sé, me desperté al otro día en el hospital".
En este instante es un brazo tembloroso y débil en el corazón de la bolsa mañanera. "Pero voy a volver sabés pibe, para ser campeón y para que vuelva el dia. ¡Ah se me olvidaba, gra, gra, gracias por el vino!

Del libro de cuentos : “Once y Uno”, cuentos de amor y bronca - Ediciones Ocruxaves - cuento premiado -

SERGIO SPINELLI


LA ESPERA

Si se pudiera al menos por un instante congelar el tiempo, lo haría justo en el momento en que tú y yo nos cruzamos en la ciudad grande y misteriosa. Las voces del ayer nos acosaban sin importancia: Ecos de palabras vacías sin sentido y fantasmas de la noche desvaídos e ignorados.
La luna llena sobre el techo de losa asfaltada de aluminio se reflejaba, mientras los pasos errantes que dábamos dejaban su huella sobre el sendero que íbamos trazando. Los extraños nos miraban pasar en el momento exacto en el cual los ojos comunicaban mas que un puñado de palabras. Ojos que miraban hacia un horizonte seguro. Ojos que vieron el abismo de la soledad y que ahora, el alma estaba a salvo del olvido y la frustración.
Sin embargo, ese precioso momento en mi mente sólo existe. El tiempo ha de seguir transcurriendo. Tú también quizás guardes ese tesoro valioso en un pequeño cofre blindado, en un rincón del alma, donde siempre la luz aclara los recuerdos y esfuma los viejos fantasmas de ayer.
Así, a la cálida brisa de verano hemos de ver aquellos sitios donde volveremos a saborear el dulce sabor del encuentro, a la sombra de un herrumbrado farol. En donde las palabras sean el ancla que nos detenga justo en el lugar, a tiempo. Antes de que nos arrastre la corriente del río que nos lleva al abismo de la soledad nuevamente y para siempre.
Es ese instante eterno que siempre ha de recordarse, descartando todo aquello que ya se ha marchitado, que no ha de hacernos sentir nada. Como esas cartas amarillas que alguna vez se guardaron inútilmente. Más se avanza cuanto menos se mire hacia atrás. Entonces, a la luz de la luna, en el rumor de la ciudad durmiente, volveremos a vernos, como prófugos.
Y en el silencio, en la penumbra bañada por el claro de luna, cuando no hemos de decir nada, los ojos han de cerrarse y los labios que callan, sellarán frente a frente el momento. Entonces nuevamente el reloj se detendrá, el cajón ahí arrumbado de viejos fantasmas y desdichas se abrirá. Y como de un soplo el viento del olvido todo se lo llevará. Entonces para siempre ese instante.

EDGAR BASTIDAS URRESTY

LA METAMORFOSIS

La metamorfosis, que etimológicamente significa más allá de la forma, es la transformación de una cosa en otra, o el cambio que se produce en el carácter o el estado de una persona.
En principio corresponde a la transformación del cuerpo y del modo de vida de ciertos vertebrados como los anfibios y ciertos insectos, durante su desarrollo.
La metamorfosis en la rana, por ejemplo, se da a partir de su estado de larva, por el cambio de sus órganos.
Este fenómeno que, al comienzo interesó a la ciencia luego atrajo a los escritores. En el año 102 d. J.C. el poeta latino Ovidio en su libro Las Metamorfosis, en una de las historias, cuenta las trasformaciones de un ser humano al convertirse sucesivamente en piedra, vegetal y animal.
La metamorfosis, de Kafka por su parte, narra la mutación que sufre Gregorio Samsa al convertirse un día en un escarabajo gigante, figura que expresa el rechazo a la relación autoritaria de su padre y la incomprensión de sus semejantes.
El símil es válido para todos aquellos que viven una vida inhumana, miserable.
Pero más allá de las ficciones, los seres humanos experimentan trasformaciones de diversa índole, que comienzan desde el momento de la concepción.
Por nacer sin mayores diferenciaciones físicas las madres caen en la confusión, y en la clínica toman al bebé que no es el suyo. Pero cuando los niños llegan a cierta edad y no muestran ningún rasgo del padre, este empieza a desconfiar y finalmente cree que le han dado gato por liebre, y abandona a la madre y al hijo ilegítimo.
Los cambios físicos son grandes y muchos humanos se vuelven irreconocibles. No sólo por los nombres raros con que los bautizaron sino por las nuevas fisonomías. Hay hombres lobos, otros tienen cabeza de caballo, de cerdo, o pelo de puerco espín. El rostro del escritor Samuel Beckett es aguileño, y no faltan quienes parecen ser hijos del diablo.
Se conocen casos de parejas en los que luego de muchos años de convivencia, la mujer adquiere los rasgos físicos del marido, o este los de aquella, o se convierten en un híbrido racial.
Hay quienes se trasforman totalmente tomando licor y se justifican recitando los versos de Baudelaire: "siempre hay que estar ebrio. Para no sentir el horrible fardo del tiempo, que os quebranta los hombros y os doblega hacia el polvo. De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo".
Hay mujeres de perfil de pescado que toman con tanta naturalidad el papel que se convierten en anfibios. Otras cantan e imitan a los mirlos para justificar sus delgadas piernas.
El tamaño diminuto y el canto del gorrión han servido para llamar así a Edith Piaf.
Algunas mujeres con figura de brujas aprovechan el Haloween para animar la fiesta y ganar unos pesos pero cuando son obligadas a volar, caen a tierra por las leyes de la gravedad.




-del libro: Historias de humor-

LULÚ COLOMBO


EL TIEMPO

No me gustan los rosales porque tienen algo de siniestro, como un no sé qué con el dolor, me producen mucho malestar -había dicho la más joven, mientras tomaba delicadamente el pocillo de café. A mí me gustan mucho, me recuerdan cuando podía pasear a gusto sin problemas, cuando tocaba a Schubert y el sol se deslizaba por los cerros -dijo la otra. Mira, niña, yo soy del tiempo en que se tomaba el té a las cinco en punto. Y cómo vino a parar aquí, a este lugar, en esta ciudad tan plana y tan lejos de los ingleses. Las señoras de mi edad se visitaban a la hora del té y se rivalizaba por la calidad de la repostería y del servicio doméstico. Ah, no, de eso, no tengo la menor idea, me imagino que serían unas vidas muy correctas y protegidas. Bueno, correctas no sé y, protegidas, quién sabe. Eran tiempos donde una se enteraba de las cosas en esas tertulias con las amigas pues ciertos asuntos sobre la intimidad de las personas, no se ventilaban por ahí como ahora. Te contaré, niña, un caso muy famoso en la ciudad: el de una maravillosa escultora de aquí, de esta ciudad. No te voy a decir el nombre pues hasta ahora sigue siendo un secreto. Era bellísima y de ella se enamoró locamente un médico de familia tradicional; ella lo hacía padecer con sus extravagancias, y él se enamoraba cada vez más. Por fin, un día se casaron, pero antes, él la hizo revisar por su mentor, famoso psiquiatra, éste testimonió que se trataba de una mujer normal; se podía casar tranquilo. De esa unión nacieron muchos hijos y después de un rosario de escándalos notables, terminaron viviendo uno en la planta alta y otro en la baja. De ella hay muchas estatuas por ahí, eso fue en el año en que llegué a esta ciudad que en aquel entonces era como un pueblo, con gente de todo tipo y de todo el mundo. Había gente muy rica que había hecho fortunas con el comercio; vivían en casonas espléndidas, se construían grandes mansiones que todavía deben estar en pie. Sí, está bien, pero quiero saber por qué la escultora y el médico no se separaron. Mi querida, así no se resolvían las cosas en mis tiempos. Mira, yo vine de Santiago muy jovencita con el consentimiento de mi suegra y con la ayuda de mi aya. Cuénteme de su familia. Ay... hijita, qué puedo contarte... si son sólo historias viejas. No importa, a mí me gustan las historias, cuénteme. Bueno, mi esposo era político y escritor. Me casaron con él cuando cumplí los quince años; tenía el genio fuerte. Luego la policía me andaba buscando. Cómo que la policía la buscaba. Sí, porque él era un hombre poderoso; y dirigía un periódico muy influyente pero..., olvídalo.
La anciana respiró hondo y miró al infinito con los ojos brillantes y azulados por el tiempo. -Sin duda es ella-. A las muchachas jóvenes como tú, en otros tiempos, yo solía aconsejarles que nunca se separasen de su máquina de coser y de su colchón, pero a ti, qué te voy a decir, pues, con lo despierta que eres, niña. Máquina de coser, para qué. Para ganarse la vida, mi niña. Yo tocaba el piano y era maestra; pero cuando llegué a Mendoza hacía flores de tela para vivir. Y por qué se vino. Ah... querida, eso fue hace tanto tiempo.
Suspiró entornando los ojos... No se olvide de las partituras. No, no se preocupe, las llevo en el bolso, para cuando llegue y me pueda establecer, la verdad es que no sé adónde; eso ahora no importa. Le encargo mi guagüita, no me la deje solita. No piense más, m´hija, sabe que esto es lo que tiene que hacer, pues. Que Dios la bendiga. No escriba porque si lo hace la van a hallar; veré que puedo hacer con el muerto, déjeme a mí, lo vamos a arreglar en familia; pero tiene que irse ahora mismo. Le tejí estas medias para que se abrigue, el viaje es largo y hace mucho frío, llévese al niño porque aquí corre peligro. Háblele de mí a la niña; para que no me olvide; volveré cuando todo se haya calmado... Ay, dónde estará mi niña...
La anciana abrió los ojos mientras la joven le preguntaba algo. Se siente bien. Sí, sí..., gracias hija, es que me adormecí un poco, no recuerdo de qué estábamos hablando. Me estaba contando de la máquina de coser y del colchón, claro que eso ahora no tiene nada que ver, nosotros somos de la era de la informática. Sí, he visto por la televisión as maravillas que hacen ahora; niña, tú ni te imaginas todo lo que el mundo ha cambiado. Yo hacía flores de todos los colores, se usaban mucho las camelias y las rosas, en sombreros y solapas; y se pagaban muy bien. Allá en la casona quedó la negrita Pancha que daba vuelta a las hojas de las partituras cuando yo tocaba el piano en la sala de música; eso fue en el diez. Y por qué nunca más volvió a verlos. Cosas que pasan, hija, es tarde ahora. Y estoy muy vieja..., prefiero este jardín, y visitas como la tuya, además, eso fue hace mucho tiempo. Mi hijo, mira que te hablo de cuarenta años atrás o más... si tú ni habías nacido... sintió curiosidad y quiso conocerlos; estaba ilusionado y se fue hasta allá a buscarlos. Logró encontrarlos y se presentó ante ellos. Lo recibieron pero no creyeron que él fuera pariente y que yo estuviera viva en Argentina. Temían que fuera a buscar la herencia; le dijeron que yo había muerto después de haber sido encontrado el cuerpo de mi esposo con el cráneo roto de un golpe y arañazos en el cuerpo. Cómo es eso, su esposo fue asesinado. Bueno, ha pasado mucho tiempo, creo que tal vez pueda confiar en ti. Ya que eres tan curiosa, te contaré algo que he ocultado toda la vida, niña, dijo la anciana bajando la voz -creo que algo sospechaba porque miraba hacia mí, o me parecía eso.
Comprenderás que son secretos que deben ser guardados a siete llaves, como se decía en mis tiempos. Sí, seré una tumba, tómese otro cafecito, me muero de ganas de saber, no se lo contaré a nadie: se lo juro. Además, el único que está aquí es ese señor canoso; pero está leyendo el diario y no nos escucha. No sé, tal vez no debiera, pues. Sí, por favor..., mire que si no lo hace, no la traigo más a tomar café. Está bien, me has ganado. Como ya te he contado, mi esposo era una persona rica y famosa. Yo amaba el piano y las flores. Él gustaba de recitar la Comedia en las tertulias; lo admiraban y le temían por ser hombre de la política. Tenía cuarenta y cinco años cuando mi padre, que era su amigo, sintiendo que iba a morir, le pidió que me protegiese. Y así arreglaron mi casamiento. Pero si usted tenía sólo quince años. Sí, así eran las cosas, no decidíamos nada, nos casaban y se acabó. Qué terrible. No, porque ya nos criaban así. Yo no tuve suerte. Mi esposo era irascible, un genio indomable que ni su propia madre podía doblegar. Tuve con él dos niños. Cuando di a luz a la niña quedé muy débil y eso lo puso furioso; decía que yo simulaba para no cumplir con mis deberes de esposa. Algo me ocurrió, pienso ahora, pues me rebelé y así su ira se hizo incontrolable. Una escena, niña, me ha acompañado por muchos años. Ese día tuve que defenderme, creí que me mataba. Estábamos en la sala de recibo y me tiró al suelo; yo acababa de dar a luz y me sentía sin fuerzas.
La voz de la anciana era apenas un soplo estremecido, -me costaba escucharla. Había un reloj inglés sobre la chimenea, era todo de mármol con un aro de bronce trabajado, marcaba las cinco de la tarde, recuerdo. Conseguí incorporarme y le salté a la cara, lo arañé. Sentí la satisfacción de producirle algún daño. Me siguió golpeando y empujándome hacia la chimenea. Yo ya estaba desfalleciendo y jadeaba por el esfuerzo y la desesperación, hasta que logré tomar el pesado reloj y arrojárselo a la cabeza. Después, creo que caí desmayada; no recuerdo más. Me dijeron que lo había matado, la aya fue mi ángel salvador. Me sacó del recibidor medio muerta y en el ínterin acomodó el cadáver, según me dijo cuando desperté. Luego preparó unas ropas para mí y para mi hijito; me dijo que debía irme porque me pondrían presa.
Percibí que la joven miraba a la anciana con espanto e incredulidad. Quiere decir que usted lo mató. Hay niña, yo tenía sólo diecisiete años y estaba muy asustada. Nadie hubiera creído que era en defensa propia. Como ya te dije, pues, mi esposo era un hombre también admirado por sus modales refinados; esposo era un hombre también admirado por sus modales refinados; tuve que huir. Crucé la cordillera a lomo de mula con mi hijito que tenía menos de dos años. Cambié de nombre y aquí viví hasta ahora; claro que no siempre en esta ciudad. Fui maestra en el campo, allá en el norte. Hice flores para señoras elegantes en Santa Fe. Toqué el piano. Y seguí andando de pueblo en pueblo dando clases; hasta llegar aquí. Años después, conocí el amor de un hombre bueno y lo seguí, pero como ves, niña, todo eso ya no es nada... nada, son sólo recuerdos que se irán conmigo. Bueno abuela, bueno... no se ponga así, cuénteme todo. Y pensar que a mí me impresionan las rosas... A usted le debería tener miedo, abuela. No, no te preocupes, eso pasó hace más de setenta años y, como sabes, los crímenes también envejecen... Ya no importan porque son olvidados, y éste también.
Eso dijo la anciana mientras yo me incorporaba y me dirigía hacia ella: Señora, disculpe la interrupción, he escuchado todo. Yo sabía, le aseguro, que usted debía de estar viva en alguna parte. Al fin la he encontrado; soy su pariente, no se asuste; yo heredé las acciones del diario. La vengo buscando desde hace muchísimo tiempo. Sólo tenía esta foto... Esta hermosa foto donde está sentada tocando el piano. La buscaba para decirle que usted no lo mató aquella tarde. Se decían muchas cosas. Después se dijo que usted había muerto, pero nunca lo creí. La criada me lo confesó todo... por miedo a irse al infierno. Esta foto me la dio su hija cuando yo era apenas un niño. Mire joven, puede ser que lo que usted dice sea cierto; no quiero saber para qué me busca ni como me encontró. La he estado buscado por tantos lugares para devolverle lo que le ha sido substraído por todo este largo tiempo. Además, siempre soñé con que al fin la encontraría y que tocaríamos juntos el Nocturno de Chopin que dejó en el atril. He conservado la sala del piano intacta, allí quedó abierta la partitura del número 1, opus 48. Le agradezco joven pero hay cosas, pues, que es preferible no saber; es mejor así. Respondió sin mirarme siquiera y ordenó a la joven: Niña, llévame de vuelta a mi habitación, siento mucho frío y ya se ha hecho tarde.
Quedé inerme junto a la mesa mirando el rosedal. Miré la foto y la guardé. La terminaba de perder para siempre mientras la joven, sin emitir palabra y mirándome con estupor, tomaba del brazo a mi tía abuela, la bella pianista de la foto; tenue viejecita de corazón fuerte, trastabillando como un ave nueva. Su vestido lavanda con gardenias blancas en la solapa se iba descolorando hasta diluirse. Las manos... las magníficas manos y sus elásticos dedos, se iban afinando hasta prenderse al bastón como las patas de un pájaro. Traté de retenerla más allá de la revelación, pero se disolvía a cada paso. Miré con pena esos frágiles huesos donde mi fe y mi búsqueda se iban deshaciendo.Y me fui.


Del libro "La coreografía de los Mares", UNR Editora. Rosario,2002

NORMA PADRA


TODO FRUTO TIENE SU SECRETO

Transito por los caminos misteriosos de la frugalidad y la sensualidad mientras estoy frente a un fruto, un simple higo, simiente, comienzo de vida, placer de néctar pálido, dulce, brilloso, carnoso, juego con todos los sentidos, con los ojos, el olfato; lo degusto, toco su aspereza externa, y la vellosidad interna y rosada.
Hasta puedo escuchar su lamento al separarlo con mis labios.
Y me lleva el recuerdo al jardín de mi abuelo, a sus higueras, a mi infancia, a esas tardes en que él, tomaba con sus manos esos frutos, y los dejaba en mis manos.
El abuelo tenía la misma dulzura que esas tardes en el jardín, rodeados de aromas de flores, placeres y sabiduría.
Siempre contaba historias que había aprendido en su tierra natal. Lleno de nostalgia, él y yo comíamos esos higos en pétalos, maduros, compartiendo secretos, sólo los dos en el jardín de la infancia.

ALICIA CHILIFONI

EL EVANGELIO DE HOY

-¡Qué olor a Navidad! -
-¿Cómo es el olor a Navidad? -
-Olor a viejo y a tierra. -
Y la naricita de Malén se hunde en la guirnalda de falso muérdago plástico. Estuvo todo guardado durante un año. Los meses volaron. Cada vez corren más rápido. Debe ser porque tienen mucha práctica.
Hoy es 8 de diciembre, se abren las cajas. Navidad es vida nueva, renacer; y renacer mejores, sinó para qué. Por eso para mí todos los días es navidad: ver el sol, el limonero con frutos y azahares, el verde, y hasta las hormigas que remozan su hormiguero cada día, pese a que las combato tenaz y sistemática.
Sí. Salgo al jardín cada mañana, al acecho de cosas buenas. Y busco en la calle, en el chimentito apurado con la vecina, o el ocasional vendedor ambulante, en la radio, hasta encontrar algo gratificante. De atrocidades ya estoy hasta la coronilla. Me esmero en encontrar algo alentador. Y no es porque escaseen las buenas noticias. Es que simplemente no tienen prensa, no "hacen ruido", y por ende no tienen eco en los medios masivos. Es preciso buscar con ahínco, con fe en hallarlas. Quiero ver el cosmos, que es armonía, adorno, por delante del caos, que es desastre. Pero nunca la primera plana muestra un titular positivo. Aún la novedad auspiciosa aparece vestida de negativa.
Evangelio es buena noticia, buena nueva. Eso busco cada vez que amanezco: el evangelio del día. Y lo busco para ayudar a que lo sepa más gente.
Si alguna vez se me dio esto de escribir sentires y emociones, sin proponérmelo, fui variando temas y enfoques.
Sucede que la vocación, en la mayoría de nosotros, es algo dinámico. Es raro que alguien tenga certeza, desde temprana edad, acerca de qué quiere ser, y logre vivir haciendo lo que quiso desde siempre, y eso lo haga feliz.
Por lo general, vamos buscando en nuestro camino, con sed, aquello que nos sacie. Y nunca llegamos. Me recuerda la frase de Julio Cortázar "andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos".
Así voy, sin pensar en vocaciones, acercándome a la felicidad, que anida en el servir.
Y hoy me siento como tomando conciencia de que, en esta etapa, mi vocación es de evangelista. Evangelista tan viva como imperfecta, para nada embalsamada en páginas amarillas con olor a viejo y a tierra, como el pesebre de Malén.
El evangelio del domingo fue la coronación del Rey Indio. ¡Ah, si Belgrano lo viera! No mentir, no robar, no ser "flojo" (haragán), esas premisas son las tres patas del trono de Evo. El de ayer, asomó apenas, como el descubrimiento de la proteína causante de los males de Parkinson y Alsaimer, por parte del Centro de Investigaciones Biomoleculares de la Universidad de Rosario, dependiente del Conicet. Tal hallazgo permite la elaboración del medicamento capaz de impedir la aparición de tal proteína.
Igual, cada día, cada acontecer que tienda a equilibrar la balanza, como eso de anteponer la pertenencia a la tierra (mapu) de la che (gente), ya que mapuche significa gente de la tierra, a los títulos de propiedad que impuso luego el sistema venido del viejo mundo.
Una cosa es convivir como parte de ella, amándola y cuidándola, hasta que la muerte los asimile a ella, en una unión perfecta; y otra cosa muy distinta es comprarla con dinero y usarla, como si fuera una simple cosa. Una cosa es decir pertenezco a la tierra, y otra muy distinta, este pedazo de tierra me pertenece.
Estas palabras salen ahora de mi receptor de radio. El que habla es Fidel Colicán, warquen de la confederación mapuche, refiriéndose a la zona de Villa La Angostura, en Neuquén. Hace más de cuarenta años fueron confinados hacia las cumbres, en un territorio de siete mil hectáreas, paradisíacas. Hoy sólo le quedan doscientos cincuenta de las siete mil. Los "notables" compran todo, con dinero. ¿Que dónde está la buena noticia? Primero en que existe una emisora que me trae su voz. Segundo, que vos también te estás enterando; o sea, ya somos, por lo menos, dos. Tercero y fundamental, en que siguen luchando por lo suyo con los medios a su alcance. En paz, pero de pie, diciendo a quien pueda y quiera oír su grito sagrado, petú mogue lein, aún estamos vivos.

SILVIA LOUSTAU


EL CHANGO ARAMAYO

Vio vieja, vio: ahora estará orgullosa de mi, del “Changuito Aramayo", como me dicen los periodistas usted apenas sepa leer recorta y guarda todo lo que publican sobre mi. Recortes apilados en esa, su caja alcancía donde ahorraba siempre algún pesito -"Por las dudas, no...”-. Ahora puede ahorrar más, guardar mangos nuevitos y orgullosos, los que envió yo, el Changuito Aramayo. Mangos hechos con patadas y sudor fuerte de una semana.
¿O también con le sudor fuerte de tantas siestas, de aquellas, cuando me rajaba de laburar en el campo y me iba al potrero?
-"Como los vagos..." -decía usted.- ¡Cuantas bofetadas! Y algún cintazo...
-"Pero para los cintazos hace falta un macho en la casa.”- Escuché que le contaba un día a la Luisa. Y tu hombre vieja, ese que contabas fue mi padre, se perdió en un Carnaval de la Quebrada, entre la chica y la coca y unos cuantos coyas que le gritaban: - "¡ Gringo, andate, gringo...!, burlándose de su piel y sus ojos claros usté sacó los ojos de su padre, m´hijo), y el viejo caliente por las burlas y el alcohol saco el rebenque y terminó con no se cuantas cuchilladas.
-Usted nos crió, laburando en la zafra o de cocinera en la casa de los patrones. Crió un racimo de pieles oscuras, iluminadas de ojos azules, y dos rubios, "los chiquitos", que tienen sus ojos de uva chinche madura..
- ¡Ay, qué dolor vieja!...Y bueno hay que aguantarse las patadas como un macho, para que ahora esté orgullosa de mí, pueda juntar unos pesos más, comprar la casona de los López, mandar los Chiquitos a la escuela de los curas en Jujuy, que no sean unos vagos. Vamos, vieja, cómo me va a decir:
-"Unos vagos como usté....-".
Yo le escapaba al yugo para ir con la redonda, me reviré me hice probar en el Atlético... les caí bien a los capos, decían: -" Juega bien de wing derecho este chiquito...", eso decían y hablaban del escore, del 4-2-4. ¡Qué se yo!. Si lo único que sabia era correr y darle adelante hasta meterla en la canasta... y así le di, vieja. Le di tanto y tan fuerte que un día me desperté en Buenos Aires. La cosa era seria ahora. Había que sudarla de verdad. Y los capos nuevos tenían morlacos del año que les pidiera. ¡Qué locura vieja!. Me acuerdo el primer partido que jugué en ese estadio grande como el jardín de los patrones. ¡Y jugué de noche!. Me mareaban esa luces blancas. Y cuando hice aquel gol sobre el último minuto y los fanas gritaban CHANGOOOOL, era un aullido, como el viento caliente que se embolsa en la hondonada. ¡Qué emoción vieja!. Me puse a llorar como un marica. Que ganas de tenerla cerca y esconderme en su pecho ancho y blando y llorar hasta reventar... como aquel día que se murió el Colita. ¿Se acuerda?. Lo envenenaron aquellos pitucos que veraneaban en la estancia... porquerías... pensar que ahora son de los cogotudos que me aplauden desde la techada. Y bueno, es como usté dice vieja, la vida tiene sus vueltas. Y ya ve, yo que le saqué tantas canas, el más vago, su chango mitá indio, mitá gringo, por mí, está mas hinchada que sapo en día de lluvia.
-No se por qué esta llorando vieja. ¿Por las patadas que me dieron los muchachos?. Bah, no es nada, los doctores me arreglarán tan bien que el domingo estoy de vuelta en la cancha...¡Vamos no llore!... Casi no siento la pierna... pero no llore vieja, ¿eh?. Que su chango Aramayo l todavía le regalará muchos goles. No llore y llame a la enfermera, que me den algo para aliviar el dolor de la gamba izquierda. Llame vieja.

jueves, 11 de febrero de 2010

NIEVES JURADO MARTÍNEZ


DE LO QUE ACONTECIÓ AL MOLINERO Y QUE JAMÁS FUE VISTO NI OÍDO


................................"...ves allí, amigo Sancho Panza,
................................donde se descubren treinta o pocos
................................más desaforados gigantes...”
..............................."El ingenioso hidalgo Don quijote de la Mancha.
..............................................Miguel de Cervantes

El viejo molinero quedó quieto y asustado. Aquella voz, más propia de demonios que de hombres, se acercaba acompañada del ruido de cascos de un caballo que galopaba como si temiera ser alcanzado por alguna ánima perdida. Más alejado, alguien voceaba algo sobre molinos y gigantes.
- ¡Ay, señor, señor, templa la ira de semejante hijo de Satanás! - decía entre lágrimas el molinero, el cual temeroso de Dios se persignó y se dejó caer de rodillas para rezar el Pater Noster.
En acabando sus oraciones, sintió un tremendo golpe contra las aspas de su molino y sin poder contener por más tiempo su curiosidad, subió con paso atropellado hasta la segunda planta para asomarse con cautela por la ventana de la camareta. En esto descubrió a un hombre, más bien seco de carnes y vistiendo una vieja armadura de caballero, tirado en el suelo junto a un desventurado caballo, al que llamaba Rocinante, que yacía patas arriba sin saber siquiera lo que le había acontecido. Más allá una lanza hecha pedazos se esparcía por el campo. A la sazón, otro hombre, este de escasa envergadura, iba a todo el correr de su asno arrojando al aire cuantos ruegos sabía. Cuando llegó al lado del caballero se apresuró a bajar del fatigado animal para acudir presto a socorrerle. El desdichado señor no atinaba a menearse, pero mostraba una gran gallardía pues de su boca no salió quejido alguno. Más bien hablaba sobre hechos extraños obra de un tal sabio Frestón que, al parecer, era hacedor de malas artes.
- ¿Qué malas artes serán esas? - se preguntó el molinero.
En lo que se detuvo el contrariado molinero en dar vueltas a su cabeza, volvió el caballero, no sin la ayuda del que llamaba Sancho, a tomar las riendas de su maltrecho rocín. Y así, partieron lentos y algo afligidos, por donde habían venido.
Salió de su molino el pobre hombre, confuso y con el alma agobiada, dispuesto a correr de regreso a la aldea y referir a todo el mundo los asombrosos hechos que sus ya gastados ojos acababan de presenciar. Sintió la bravura del sol que le miraba grande y cálido desde un cielo limpio de nubes y sus pies tomaron el polvoriento camino que todos los días, desde que no era más que un zagal, le conducía fiel hasta su casa. No quiso que su mente, castigada por los muchos años que tenía, olvidara nada y tornó a hacer memoria, una y mil veces, de todo lo sucedido, hasta que el recuerdo de una palabra le apremió a detenerse: Gigante.
El molinero había oído historias de gigantes que devoraban hombres y destrozaban cuanto se encontraban a su paso; historias que bien podían ser verdad, pues su padre, aún siendo discreto de entendimientos y de escasa retórica, le narraba mientras atendían las faenas del campo. Espantado por ese último pensamiento, decidió desandar lo andado y retornar al molino, no fuera que uno de esos monstruos transitara aún por aquellos campos y le diera por quebrarle alguno de sus ya medio quebrados huesos.
Bajaba el sol por el poniente, templando el aire y tiñendo el cielo de rojo, cuando, en esto, alcanzó con gran fatiga el molinero a su molino. Quedose en oración ante la portezuela, esperando alguna señal divina que le indicare cómo obrar ante el posible ataque de desaforados gigantes, pues él sólo era un humilde molinero y no estaba cursado en combates ni en armas. Viendo que los signos de Dios tardaban en llegar y que las sombras ya se extendían por doquier, decidió entrar en el molino no fuera que los vientos de la noche acordaran darle tormento y lo agitaran como si se tratara de una más de las grandes aspas.
Era la noche oscura, aunque de vez en cuando, una pizca de luna asomaba por entre los ventanillos, dándole al lugar un aspecto aún más tenebroso. En esto, el viento que no dormía, empezó a volverse más furioso haciendo que las aspas comenzaran a girar emitiendo un ruido que producía verdadero espanto. El hombre, que en realidad era más bien de poco ánimo, deseó que aquel bravo caballero estuviera con él para asistirle. Pero no; era él, sin más compañía que su soledad, el que debía estar preparado.
Tornó otra vez al segundo piso, tanteando el suelo para no caer, y poder así asomarse por la ventana. El campo se veía negro como un pozo y los rayos de la media luna caían tan mustios que apenas sí alcanzaban a dibujar los molinos más cercanos. En esto que oyó un estruendo seguido de unas poderosas voces que se alzaban hasta sus desdichados oídos. Las lágrimas ascendieron a sus ojos y las plegarias a su boca, mientras aquel incesante vocerío se hacía cada vez más fuerte. Con asombro observó cómo los molinos que había enfrente del suyo eran ahora gigantes.
- ¡Qué razón tenía el caballero! Debe ser obra de esas malas artes de las que tanto hablaba, pues en verdad, veo gigantes donde antes había molinos.
No pudiendo contener el castañeteo que el pavor había puesto en sus escasos dientes, se tumbó besando el suelo con el propósito de no ser descubierto; aunque, con mucho temple, miraba de cuando en cuando por ver si esos gigantes se movían. Le llegó de pronto un pensamiento que por descabellado lo tomó por bueno y, haciendo caso a la ocurrencia, subió con tiento hasta alcanzar la Rueda Catalina que giraba lenta moviendo las aspas. De esta manera, se encaramó a la dentería y púsose el molinero a quitarle, uno por uno, los cuarenta dientes, ya desgastados por el roce, con los que contaba. Tiraba los tacos de madera al suelo y en viéndoles pensaba que bien le servirían para lanzarlos, si era menester, contra cualquier cabeza de gigante que asomara. Mas, no conforme, siguió mutilando la maquinaria, arrancando los husillos de la linterna, los cellos de metal y hasta la uña de freno. Las aspas, despojadas de trozos de su corazón, cesaron de girar y el molinero, agotado, cejó en su desatinado empeño.
Sucedió, pues, que un lamento salió de entre las tripas del molino, lo que provocó que el alma cristiana del hombre se encogiera de puro miedo.
- ¡Enhoramala, molinero, has dañado a tu molino! Que si ayer yo era gigante de estas tierras, ahora me has convertido en pedazos de madera y hierro.
Recobró el molinero parte de su aliento y con la voz más bien apagada dijo:
- ¡Oh, señor, quienquiera que seáis!, tened piedad de esta humilde ánima que no deseaba más que proteger su molino de los monstruos que rugen fuera.
- El daño está, molinero, en que no debiste quedar de noche en estos lugares; pues si de mañana molemos trigo, con el ocaso las sombras nos visten de gigantes y renacemos para recordar los sucesos de antiguos héroes que anduvieron por estas tierras, no sea que se olvide la historia de quienes los vivieron. Sin saber qué decir y creyendo que su envejecido seso se había perdido a causa de las malas artes de las que hablaba el caballero, corrió a bajar por las escaleras que, por venganza o por añejas, se rompieron, provocando que el molinero cayera golpeándose la cabeza y quebrándose las costillas. Quedó malherido el hombre en el suelo y rogándole a Dios por la salvación de su alma. En esto, apesadumbrado y sin aliento, imploró perdón a su molino, que viendo las lágrimas del arrepentimiento, recogió el espíritu del cuerpo extinto y lo unió al suyo para poder, así, renacer juntos cada noche y recordar las maravillosas historias de aquellos que, por ventura, transitaron esas tierras, ya fueran héroes, villanos o caballeros andantes.


Nieves Jurado Martínez (Albacete, Castilla)
Publicado en la revista virtual El Poeta,
dirigida por José A. Arce

MARÍA LAURA GARCÍA DEL CASTAÑO


TRAERTE EL CORAZÓN, QUITAR LA PIEDRA

Suena imposible
entrar en tu corazón con una vela encendida;
fotografiar el nombre en la mano incendiada;
devolver el día recorrido por mis pasos.

Es más fácil
oír llegar el rostro de mis anteriores vidas;
recorrer la casa de lo no permitido;
tejer una llave para abrir la piedra.

Pero tienes el silencio del que escupe un adentro;
y no puedo entrar en él

pese a haber tejido la llave,
pese a haber transitado la casa de lo no permitido.

Pese a la foto de la mano encendida,
al nombre tatuado recorrido por mis pasos,
a la sangre subterránea alzada en el tatuaje;
tras violentar la casa con la llave precisa,
y quitar la piedra con la mano que quemada.




EL ANSIA

Atreverse a mirar lo resistido,
este flagelo sin fin con quien se ama,
(a quien no se habla ni se ve pero se ama)
cuando las palabras se interrumpen
en sus espadas o vacíos, y vacían,
ha sido como instruir a la muerte a salir del camino,
(Aunque vuelva con otro gesto de payasa marchita
a tocarnos el ánimo),
Este tocarse el ánimo
para encontrar tus ojos, arriba,
ha sido como ayudar al ahogado a morir de sed
al fondo del río.
Sale de la boca a caminar lo que anida,
un nido de silbidos que acaricia el ahogado
o la mano de los estremecimientos que llega
hasta el ansia
sobre la cual besar envenenándose,
mientras enmudece el nido,
las espadas o vacíos hablan
del flagelo resistido
entre los que sin verse
ni hablarsese aman.



I


Convertir una mano que cae
en alguien que se hunde.
Convertir la mano hundida
en guante, en pozo, en saco marchito
y de alguna forma morir.

Pero una vez luz,
una vez caída,
una vez muerte;
Dónde remontar el abismo?
Dónde retomar el hacia donde iba?
Cómo retornar la mano ya pozo,
ya marchita



II

No te sientes en la silla
Donde el poema desarmó sus pasos, volcó sus pedazos.

Escribe de pie,
tanto como él desordena la calma, o arma
sus valijas con los escombros que ve debajo de tus muebles,
lenguaje de la música que bebe restando.


III

¿Quién volvió del olvido con las manos vacías?,

O acaso se trajo entre las ropas ese único recuerdo
que no prende fuego.