martes, 18 de agosto de 2009

MARISA PRESTI


ARTÍCULOS DE LIMPIEZA

Apenas las seis de la tarde, y el día oscuro, casi de noche. La gente deambulaba como sombras perdidas, apurando el paso por la tormenta anunciada. Alerta meteorológico, peligro de granizo, fuertes ráfagas de viento. ¿Cuántas veces habían fallado los pronósticos? Vivimos en un país donde nada es seguro, el blanco puede ser negro y las tormentas pleno sol. Comprendo ahora la serenidad que me llevó a sentarme, ajeno a todo, en aquella confitería de la calle Rivadavia. No les creí, nunca les he creído; sobre el final de mi vida puedo decir con orgullo que ninguno logró engañarme. Pedí un café en la vereda desierta, me atreví a desafiar al clima y al mozo que me atendió con fastidio. Extraña sensación vivir la noche en el día, algo melancólico se cuela en el alma, más allá de la voluntad. Preparado para resistir el ataque de los recuerdos, no noté que alguien estaba a mi lado. Apenas el susurro de una voz chiquita me reveló su presencia. Ofrecía esponjas, trapos de piso, jabones. Puso todo frente a mis ojos con el temor en las manos. Decir No Gracias ya era costumbre, pero algo esta vez me impidió hacerlo, y creo que fue su mirada, una mirada vieja en un cuerpo de niño. Los ojos marrones, comunes, parecían hundidos por la fuerza de ojeras prematuras, dibujadas con violencia vaya a saber por qué circunstancias. Esperó alguna palabra de mi parte; su mercadería había ocupado la mesa y el mozo se acercaba con el café. No me interesa, pero puedo darte una moneda, me oí decir, al tiempo que corría sus cosas para hacer espacio. Sin contestar, se quedó a mi lado.
Y fue entonces, que al bajar la mirada, descubrí que estaba descalzo. Gastados pantalones azules de gimnasia que le llegaban hasta los tobillos dejaban ver los pies desnudos. Pensé en el pronóstico: marcado descenso de temperatura. Él apenas si tendría diez años y ya era víctima de un marcado descenso de humanidad. De baja estatura, morochito, triste, el pequeño ser me enredó en su tragedia. No necesitó decirme nada, apenas se levantó la remera gastada para mostrarme su torso lastimado. Crueles líneas rojas marcaban su piel infantil con el estigma de la impotencia.
Mi pasado melancólico quedó atrás, la urgencia del presente me comprometía con ese necesitado visitante que caía en mi vida sin pedir permiso. Era un minúsculo grano de arena en la inmensidad de la pobreza, pero estaba frente a mis ojos, ¿podía ser indiferente?
Cayeron unas gotas sobre mi calvicie; corrí la mesa, apresurado, para protegerme bajo el techo. Acerqué una silla, y con un gesto, le indiqué que se sentara. Había guardado su mercadería en una bolsa negra de plástico; la puso sobre sus piernas y se quedó quieto, mirando al suelo.
¿Quién te lastimó? ¿Dónde vivís? ¿Y tus padres? ¿Vas al colegio? ¿Comiste? ¿Tenés hermanos?
¿Qué hacés con la plata? Catarata de preguntas que quedaron sin contestar, salvo una. Le pedí, entonces, una hamburguesa completa. Comió lentamente, ajeno al frío que ya nos incomodaba. Cada mordida dejaba al descubierto sus dientes abandonados, con espacios vacíos, perdidos en la lucha diaria de un adulto hecho niño. Busqué en su rostro el placer que dan los buenos sabores, pero comía con la mirada perdida, hincando las uñas sucias en la esponjosidad del pan. Cuando tragó el último pedazo, se levantó de repente, con una urgencia imprevista que me sorprendió. Gracias, señor, apenas dijo antes de irse a paso rápido. Quedé casi bajo la lluvia que ya arreciaba; lo seguí con la mirada. Caminaba con un buen par de zapatillas blancas.

MARCOS RODRIGO RAMOS


ÚLTIMO CIELO EN PINAMAR

"El viaje fue largo pero valió la pena", pensó cuando llegó a Pinamar. Por una semana disfrutaría del chalet de sus primos a solas, lejos del trabajo, la rutina, los conocidos, los horarios, los recuerdos. Lejos de Mariana. Pasaría su cumpleaños número cuarenta sin nadie alrededor, solo con su violín, así lo había decidido.
El chalet era pequeño, tenía un living que era también cocina, un baño y un altillo en donde estaban las camas. Rodeada por pinos la casa no era visible desde la calle y la poca luz que entraba entre las ramas le daba cierto aspecto lúgubre.
Cansado por el viaje decidió dormir un poco. Soñó que una mujer rubia y alta lo abrazaba por la espalda. No sabía quién era pero algo de ella lo tranquilizaba. Se dio vuelta y la besó con pasión.
Despertó contento, presuroso se cambió y fue a la playa. Instaló la lona en la zona de los médanos y se recostó al reparo de la sombrilla. Se sentía acariciado por el murmullo del mar mientras el sonido de risas lejanas de la gente se mezclaba con el eco de sus recuerdos. Miró su mano, todavía se notaba la marca del anillo.
En otro de los médanos vio recostada una chica en traje de baño que le recordó por su figura exuberante un poco a la mujer del sueño. Escuchaba música con un auricular. De repente se dio vuelta, se sacó los anteojos y lo miró a la cara. Se sintió avergonzado y bajó la cabeza. Ella se paró y se dirigió en dirección a donde estaba. Intentaba desviar la vista y simular indiferencia pero sabía que era inútil. Cuando ella estuvo enfrente de él no tuvo más remedio que mirarla a la cara. Sorprendido se encontró con un rostro demasiado joven que le sonreía.
-¿Vos sos Rodrigo Ramos?
-Sí. ¿Nos conocemos?
-Soy Carolina González. La hija de Mauro y Leticia.
Se tapó la boca y sintió un leve mareo.
-La última vez que te vi tenías cinco años. Fue antes que se fueran a España los tres. ¿Cómo me reconociste?
-Me acuerdo de vos. No cambiaste tanto.
-Si, salvo que se me cayó casi todo el pelo, estoy lleno de canas y peso treinta kilos de más por lo demás estoy idéntico.
-No estás tan mal. Sos muy duro con vos mismo.
-¿Sabés la historia de tus pañales?
-No.
-Cuando naciste, que fue hace 18 años un treinta de noviembre, tu papá venía de tres días sin dormir porque hubo algunas complicaciones con el parto, se ve que no querías salir y tuvieron que hacer cesárea. Yo estaba de vacaciones y me ofrecí para cuidar esa noche a tu mamá en el hospital. Como estaba muy dolorida por los puntos no se podía mover mucho entonces, como te habías ensuciado, yo te limpié y fui el primero en cambiarte un pañal.
-Sí. Había escuchado algo pero nunca pensé que fuera cierto.
-Podemos decir que soy el primer hombre que te vio desnuda.
Se hizo silencio entre los dos. Pensó que quizás le había caído mal su comentario. Ella se tapó la boca y tosió fuertemente.
-Tenés la nariz roja.
-Estoy resfriada desde ayer. Te juro que no siento ningún olor ni ningún sabor pero en tres días dijo el médico que se me va a pasar. ¿Qué estás haciendo acá?, me acuerdo que tu cumpleaños era por esta fecha.
-El trece de marzo.
-¡Mañana! Supongo que estarás en el chalet de tus primos. ¿Vas a hacer alguna fiesta?
- No estoy con mucho animo de fiesta.- le dijo secamente.
Pareció ponerse pálida. No había tenido la intensión de ser agresivo pero la imagen de su último cumpleaños junto a Mariana lo sacó de quicio sin que se diera cuenta. Carolina se levantó, le dio un beso en la mejilla y se fue en silencio despidiéndose con la mano. Él no le respondió y se quedó ensimismado mirando al suelo. Recordó para qué había venido a Pinamar y estaba decidido a cumplir su cometido el día y la hora en que lo había prefijado.
Era casi la medianoche. Su cumpleaños número cuarenta lo encontraría solo como lo había planeado. Inició el ritual. Se puso en la bañadera y comenzó a rociar su cuerpo con nafta, lo mismo, no dejó parte sin mojar. Ya cambiado tomó su violín y comenzó a tocar su versión de "El día que me quieras". La música comenzó a mezclarse con recuerdos: el primer beso con Mariana escondidos en el aula de Química, su compromiso, la casa de los sueños, el auto, el aborto, el reproche, el silencio, la distancia, el "hasta nunca".
La música seguía y sentía que su sangre se volvía más espesa, que sus fuerzas y su alma se iban de a poco y que ya no podía seguir. De repente alguien golpeó la puerta. Faltaban aún quince minutos para la medianoche. Bajó despacio y con desgano abrió sin preguntar quién era.
-¡Carolina!
-Hola. Quería pedirte disculpas por lo de la tarde.
-No hay problema. ¿Qué trajiste?
-Sabía que ibas a estar solo y como es tu cumpleaños te hice una torta.
-¿Para mí?
-Claro. Puedo pasar a dejarla en la mesa que está pesada.
¿Qué tenías pensado hacer?
-¿Yo? Nada.
-Si estás esperando a alguien me voy
-No, quedate.
-Traje sidra para festejar.
-¿Hay algo bueno porque brindar?
-No seas tan negativo. Vos sentate que voy a preparar todo.
Le hizo caso, se sentó en la cabecera de la mesa. Ella hablaba mientras ponía el mantel, los vasos, los platos y sus palabras y movimientos se volvían música. Tenía puesto un jean azul que le quedaba grande al igual que una camisa del mismo color, parecía con esa ropa estar pidiéndole disculpas. Se dio cuenta que ella estaba en este momento en que precisamente necesitaba a alguien. Vio la sonrisa de Carolina y en ella un porvenir fabuloso lleno de alegría, amor y futuro. Comenzó a llover y sintió unas ganas irrefrenables de abrazarla.
Ella colocó la torta frente a él y besándolo con los ojos le dijo:
-Prendé la velita y pensá tres deseos.
-No necesito pensarlos. Ya sé lo que quiero.Carolina se sentó a su lado y tomó su mano. Rodrigo sonriendo y sin quitarle la vista de encima, tomó el encendedor y lo encendió para prender la velita.

SALOMÉ MOLTÓ


AQUELLOS OJOS VERDES EN EL TREN

Subí al tren con el suficiente tiempo y me acomodé de forma rutinaria, sin pensar en nada o quizá pensando mil cosas a la vez. Creí estar sola en el vagón pero cuando levanté la vista quedé sorprendida ante la mirada inquisitorial de unos ojos profundamente verdes que me miraban como preguntándome qué hacía yo allí, me sentí sobrecogida como si me hubieran cogido comiendo el pastel a hurtadillas. Me apresuré a saludar discretamente y la severidad de aquellos ojos se desvaneció como si hubiera soplado una ligera brisa acariciándome, me sentí mejor. Acababa de cumplir los preceptos de educación que la respetable viajera de los ojos verdes esperaba de mí como norma de cívico comportamiento.
El tren arrancó con las dos mujeres como únicas viajeras. Me vi obligada a observar a la dama que tan severamente había juzgado mi despiste. Vestía sobriamente quizás a la moda de veinticinco o treinta años atrás. Su figura recta y enjuta, sus labios delgados cerrados con un rictus desdeñoso, el pelo negro con avanzados mechones blancos, y sus ojos, sí, sus inmensos ojos verdes profundos, expresivos que pasaban rápidamente de la censura a la conmiseración, incluso a la permisividad.
Podía seguir los dictados aprobatorios o los rechazos más contundentes sólo con mirarle a los ojos. En poco tiempo aprendí la regla, sí aprendí a saber cómo poner las manos, cómo las piernas, cómo inclinarme hacia un lado u otro siguiendo el dictado aprobatorio o censor de su mirada.
¿Pero quién era aquella señora salida de un cuadro de los años cincuenta? ¿Se le había parado el reloj? La forma de su peinado, su traje, los zapatos, incluso el bolso eran de tiempos pasados. Así creí recordar, los llevaba mi madre, cuando yo era pequeña. Habían pasado muchos años ya, las formas, las relaciones humanas, la moda, habían cambiado. Unos ciertos valores democráticos se habían impuesto, ya no era necesaria tanta rigidez.
En una de las estaciones subió un grupo de jóvenes. Los ojos verdes se espantaron, recorrieron la exigua ropa de la joven, sus enormes botas, su pelo descuidado, los ojos verdes interrogaban, se inquietaban, incluso una aguda sorpresa se implantó en ellos al observar el pendiente de uno de los muchachos y una mueca de espanto al ver la cresta del tercero.
Yo me puse a temblar ante el desparpajo de los tres jóvenes, su charla, sus risas, su despreocupación pensando qué harían aquellos hermosos ojos verdes ante tamaño sacrilegio cívico. Los ojos verdes seguían observando desencajados, aterrados, como si mil preguntas los golpearan. De repente se cerraron y ya no se abrieron más.
El tren seguía su rápido camino, en el vagón tres jóvenes reían, hablaban, gesticulaban, una figura rígida, ausente, impávida intentaba aislarse. Yo vigilaba a los unos y a la otra como cuando en un tribunal intentas encontrar la respuesta más exacta.
Dos estaciones después subió una pareja de personas mayores, se sentaron enfrente de mí y saludaron a la señora de los ojos verdes.
- ¡Hola Marita! Dijo la mujer. El marido correspondió con una sonrisa.
Era la primera cosa que sabía de ella. Se llamaba Marita. Correspondió al saludo con una sonrisa de compromiso pero no dijo palabra.
En la próxima estación se apeó.
- ¡Pobre Marita! Es la primera vez que sale de casa desde que su marido se fue a Alemania.
- Sí, creo que ha ido al médico, repuso el hombre.
- Veinticinco años esperándolo. El reloj se le paró entonces y no conoce el mundo de hoy.
-¿Para qué? Así no sabe que su marido vive con otra con la que tiene otros hijos.
Quise verla por última vez. Sólo apercibí su figura elegante y digna que desaparecía por entre las casetas de la estación mientras el tren seguía rápido, los jóvenes continuaban hablando ajenos a todo, la pareja se acomodaba para echar un sueñecito y yo con la imagen en la mente de aquellos preciosos ojos verdes, imaginando su infinito sufrimiento, sentí un escalofrío sacudirme el alma.


Publicado en Con voz propia, revista dirigida por Analia Pescaner.

CARLOS DRUMMOND de ANDRADE


LA BAILARINA


La profesión de mercachifle está reglamentada; sin embargo, nadie más la ejerce, por falta de baratijas. Pasaron a vender helados y jugos de fruta, y son conocidos como ambulantes.
Conocí al último mercachifle de verdad, y le compré un espejito que tenía en el lado opuesto una bailarina desnuda. ¡Qué mujer! Sonreía para mí como prometiendo cosas, pero yo era pequeño, y no sabía qué cosas fuesen. Me perturbaba.
Un día rompí el espejo, pero la bailarina quedó intacta. Sólo que no sonreía más para mí. Era una fotografía como cualquiera. Busqué al mercachifle, que no estaba más en la ciudad, probablemente había cambiado de profesión. Hasta hoy no sé qué era lo mágico: si el mercachifle, si el espejo.



Publicado en Con voz propia, revista dirigida por Analia Pescaner

ANTONIO CRUZ


EMBOSCADA

En cuanto la vi, supe que estaba muerta.
Cuando nuestros ojos se cruzaron sentí un extraño escalofrío pero sacudí mi temor y avancé entre el gentío.
Era imposible que ella supiera de mí.
Caminó hacia la estación de trenes y sentí que el momento había llegado. Apreté el cuchillo y apuré la marcha. Cruzó el molinete del otro lado de los rieles y se perdió en la esquina. Corrí.
Al doblar la esquina me detuve con sorpresa y terror. Con una sonrisa sardónica y una luz cruel en la mirada me observaba por encima del caño de la pistola.
Cuando comenzó a mover el dedo en el gatillo supe que mi corazonada era cierta.
Yo ya estaba muerta.

Publicado en Con voz propia, revista dirigida por Analia Pescaner

STELLA MARIS TABORO


MARÍA E IVO: ABRIENDO EL SOL DE LAS MADRUGADAS


Después de cualquier día agotador, una vez más , es decir siempre, volvían a sus retinas la llanura enorme , tan grande como sus esperanzas y avanzando las noches , aquellas valijas aún estaban impregnadas con la humedad del océano. ¿ Cuantos sueños, cuántas preguntas calladas había en las manos laboriosas de Maria?¿Cuántos temores galopaban en el pecho de Ivo? ¿Cuántas ilusiones enhebradas en su frente arrugada de soles y fríos?
Como flores trasnochadas, se abría un horizonte nuevo, distinto, desconocido , un pueblo adoptado casi cuando empezaba la noche estrellada, casi cuando las luces de un herrumbrado farol empezaban a temblar en el humilde hogar .El vacío de la lejanía golpeaba, mientras la presencia de la nada se hacía desafiante,con escasos centavos y un irrenunciable mar de esfuerzos.Maria e Ivo, libaron juntos las tormentas que golpeaban , pero volvian a volar , a remontar como pájaros en un cielo de esperanzas .Un sabroso pastel con sus cúpulas de azúcar , o quizás alguna dura galleta casera esperaba a Ivo cuando llegaba a casa . Cargado de alboradas. Callosas sus manos de cal , de arena , de empujar la pala .Ni sombras ,ni ataduras,ni fríos, ni vientos lacerantes dañaban su risa, ni su voz con lumbres marchigianos ,mientras viajaba una nueva historia entre sus manos y las de María.
Ivo era así, simple como un gorrión y trabajador como un hornero.María era ,un lirio entre las espinas desafiantes. María incansable , María con esa paz incesante donando luz , dulzura genuina y sin llorar su destino, abría la tierra mientras una lluvia de semillas caía y unas hortalizas pondrían color a la mesa servida
María, hundía sus manos en la harina y el horno de barro esperaba y la casa toda ,olía a pan casero.
María, en un barrio humilde , al que se abrió sin titubeos, porque no bastaba rezar ,era más importante elevar las mejores oraciones en sus ayudas , en la solidaridad entre vecinos.! Todo se impregnada con su aroma de mujer laboriosa !Hasta aquellas bolsas del Molino que debia lavar y remendar !! Hasta el costurero , su rústico diploma de modista ,tenía aroma a María!Y Maria e Ivo añoraban el celeste del Adriático ,extrañaban aquel suelo tan lejos, tan querido . Mientras un arco iris iba protegiendo los pasos de sus niños corriendo, jugando entre travesuras, amparando su hogar , mientras ese arco iris puso en sus manos todas las estrellas, para sembrarlas a aquí ,esas estrellas ,las mismas que brillaban allá en el cielo de su distante Patria.

NORMA PADRA


EL CAOS DE UNA TARDE

Sueño con una abuela que no amaba, ya había muerto hacía muchos años. En esa casa donde vivía, estaba mi primo Daniel. El patio de la casa estaba lleno de gente, como si fuese una fiesta. Estábamos muy contentos mientras la abuela cocinaba buñuelos rellenos de crema pastelera. Están riquísimos exclamaban. Era una tarde fresca de verano, luminosa y perfumada. Irene llevaba a sus hijos al parque del barrio. Eran calles angostas, callejones, una calesita y con su música llama la atención. El vendedor callejero con su altavoz nos despertó del letargo. Una ventana, rodeada de flores multicolores y una vieja enredadera que nos lleva al infinito, escarabajos en el césped y la eternidad jugando a las escondidas, sombras en el charco de agua, peces de colores en un cuadro sin agua. Llueven pétalos de papel y el sol hoy no sonríe.
La luna triste nos hace señales de silencio. El hombre de negro custodia a la muerte.
Un aljibe en el patio de la casa guarda su fortuna y ella no quiere ser encontrada. El hada madrina se enojó con su amado. Una extraña música nos rodea, los ángeles salen de sus tumbas para ver la vida danzar.
El silencio está presente.

Silencio.

CORA STÁBILE

EL PLACER QUE SE PERMITÍA

Cuando yo nací le faltaban tres meses para cumplir 66 años. En mis recuerdos más lejanos aparece ya como una viejita de cabello blanco, corto, sostenido por dos peinetas a ambos lados de la cabeza, siempre con medias negras y zapatillas, usaba anteojos, caminaba lentamente, sus labios eran muy finos y apenas sonreía.
Una de las cosas que más le gustaba era pararse duran te horas en la puerta de calle a charlar con los vecinos y enterarse de todos los movimientos del barrio.
Por las noches, una vez que habían cenado, se sentaba en la larga mesa con mi abuelo y jugaban varios partidos a las cartas (chin-chón y escoba de 15). Era casi un ritual, lo mismo que el otro: la visita diaria del quinielero, el cual sacaba un lápiz y un papel blanco y comenzaba a apuntar la larga lista de números que le cantaba Doña Carmen.
Recuerdo que cuando iba a hacer las compras llevaba la libreta y el comerciante anotaba, pero el pesito diario para el juego nunca le faltaba.
En las numerosas reuniones familiares, que eran una vez por semana,
Se armaba la lotería y a continuación de cada número que aparecía ella decía el significado (55 los gallegos, 48 el muerto que parla, 13 la yeta, etc.)Hoy comprendo que para ella el juego era una adicción, una necesidad. Nunca gozó de bienestar económico, se pasó gran parte de su vida pariendo hijos (tuvo 12) y vivió siempre en lugares muy estrechos con toda la familia apiñada, todo ello desembocó en una adicción que hoy creo, fue uno de los pocos placeres que hubo en su vida.

RICARDO ALLIEVI


EL SAUCE DEL RÍO

Era un añoso sauce llorón. Estuvo allí desde siempre, como si su vida e historia hubieran comenzado con la creación del mundo y la división de las tierras y las aguas. Cerca del agua; su lugar era en el delta, en una isla del majestuoso y embravecido río Paraná. Así lo creyeron desde sus tatarabuelos y él, quienes pasaban la historia de generación en generación.
Siempre lució sano, esbelto y, con los años, cada vez más grande, con copa amplia lleno de ramas colgantes, con hojas lánguidas, mecido por el aire que traía el río.
Supo de los tiempos duros de trabajo y esfuerzo, soledad y aislamiento para levantar el rancho de adobe y pajas bravas, plantar y cuidar los frutales de la futura quinta.
También de los tiempos blandos y dulces de soliloquios y diálogos, cuando se sentaban bajo sus ramas, a la media sombra de sus largas hojas, confiándole proyectos, sentimientos, dudas y hasta amores rotos o imposibles. Escuchó muchas palabras y cobijó muchos deseos, albergó pájaros y mariposas, sufrió bandadas de langostas.
Fue refugio de todo. Ahora estaba al borde de un barranco, en la tierra carcomida por el río, sus raíces a la vista, seguían aferradas a ese suelo para no caer vencido por su peso y ser arrastrado por las aguas. Disfrutó siempre de tanta compañía y se preocupó mucho por su abuelo que había perdido el rancho en esa grande inundación que se llevó todo lo difícil de recuperar, por la prolongada sequía posterior, sin frutas para vender.
El viejo sufría su pena junto al sauce que nunca había llorado; pero sí derramado sus hojas en la corriente del río. Él, que había hecho todo, se sintió derrotado, sin pensar que los hijos y los nietos, criados y crecidos en la isla, con su mismo esfuerzo, continuarían la obra.
Ellos serían como el sauce, que reclinaba parte de su copa en la corriente; pero se mantenía aferrado al suelo con sus raíces como garras. Así harían ellos, como el sauce, que aún estaba allí desde siempre. Pero el abuelo no sabía hasta cuando.Sus ramas eran fuertes y de ellas brotaban hojas tiernas; pero el viejo ya estaba débil y había gastado su dureza. Se sentía seco por la pena. Una de las ramas, la más gruesa, fue de donde se colgó el abuelo porque no pudo seguir soportando la desgracia del río y la corriente y se dejó llevar por la tristeza de su cauce.

HÉCTOR CEDIEL


CARTAS DE AMOR DE UN ENFERMO DEMENCIALMENTE LOCO
Dedicado a ISABEL TORO "ISATOLUP"

1

Soy un animal enamorado por el vino de las estrellas; un demente enfermo de locura y amartelado al aroma de tu piel; me has acompañado como la lepra durante un rico manojo de años. Se que te han herido algunos versos, pero muchos te acompañarán durante como las sombras de las largas jornadas, así solo haya sido un accidente en tu historia. Mi alma conoció contigo la claridad y la magia de la demencia carmín de los sueños, en una modesta y solitaria habitación, que ya llevo grabada para siempre en mi corazón; alquilada a extraños forasteros, a medrosos pasajeros que siempre ingresan sin más equipaje que los disfraces que llevan puestos… nómadas siempre sin un rumbo por destino… solo deliran sus pasos errabundos… como el cansancio de las huellas que dejan estampadas el dolor y el desencanto los enfermos mentales, por los pasillos de los sanatorios… Revoloteamos como caballos de fuego y te amé de rodillas… y te amé así o asa en silencio y te adore con palabras soeces. Me conmoviste con embarazos indescriptibles y culilleros; atemorizantes como todos los compromisos no deseados con el futuro; y sin embargo, te seguí jineteando como a una ardorosa sierva salvaje. Te resucité como a una sonata muerta; bramamos como animales retozando o como las ramas de los árboles otoñales o las alas de las mariposas cuando se abren al abandonar las crisálidas; como un glúteo furioso cuando ansía ser empalado y escarmentado por la saliva del fuego; o los labios vaginales al rendirse sin capitular al deseo. Tus sentimientos de mármol, pudren al verde de mis risas; me he impregnado con la alegría de los pájaros, con el musgo de las llamas virginales de las durmientes que en la oscuridad se ensalvajan. Me ha derruido el silencio del amor; florece la tristeza como el amarillo de una tarde de invierno, cuando el dolor no es más que una sonrisa loca, extasiada por las mentiras piadosas que intentan en vano mitigar el daño. El fin solo nos muestra el rostro otoñal de la vida que se escapa como una rata murte acobardada por la vergüenza. Ya no eres la mujer bella y apacible que conocí; siento apagado el fulgor de tu pasión y sin sentido tus ligeros azores... esas necedades que devastan mi deseo por ti.

2

Escucho la voz de una sociedad inexistente; de una decadencia que se empina sobre el estiércol para comprender al odioso lenguaje, de una sociedad muda o que se acobarda frente a la agresividad de los malandros murtes. Nadie es maestro de nadie, porque todos a nuestra manera, tenemos que aprender de nuestros errores y aciertos; nos seduce el paganismo que brota de un absurdo pragmatismo, que crea dioses a su conveniencia y realidades que se engendran del delirio desbocado, de las pasiones de aquellos rebaños que piensan con un cerebro seco, un cerebro que desconoce el canto de los pájaros y la música melodiosa de las tempestades místicas del viento. La naturaleza engendra versos que brotan del oscurantismo que intenta descifrar los conceptos de los jeroglíficos y de los absurdos crucigramas de los pensamientos de las sensaciones, que rompen los esquemas de la lógica de los discursos y de esa morbosidad con la que el pensamiento, hila los eslabones que conectan a los sentidos con el absurdo de una realidad que delira, con el fulgor invernal de los arreboles del verano o de los neurotransmisores cuando se excitan con las caricias de las feromonas, cuando se deslizan sobre sus genitales raptando.
Cuestiono la ceguera de los sentidos que intentan descifrar a su manera, los versos de ese dulce paganismo que nos reduce a casi todos, a aprendices de orfebrería, a neófitos novicios en el arte amatorio de la seducción. Es curioso que un verso encierre tantas interpretaciones o facetas como los visos que deslumbran, a las interpretaciones del pensamiento. Un cuerpo vestido, encierra a un alma castrada, fosilizada, emparedada por un doloroso desasosiego que la desnuda; un cuerpo desnudo, regresa al naturismo puro, a la esencia más franca, real y auténtica

3

Más que un vaticinador que ve o imagina el futuro; que un profeta que pregona lo que sucederá con una seguridad casi fanática y sin dudas… que un mago que saca de la manga soluciones fantásticas… o un vidente que no sabe como explicar lo que sucederá… o como un pronosticador que deduce… que cree en formulas o procesos… en hechos que responden a patrones o comportamientos… a formulas por lo general científicas… o brujos y hechiceros que embaucan con el miedo que inspiran a sus diezmadores… un vate analiza o dispone de su lucidez al servicio de lo que ve, de lo que vive, de lo que toca y le estremece. El escribano auténtico tiene que consumirse dentro de su propia realización, dentro de ese holocausto, donde hay que ser victima y victimario. No importa pensar ni ser pensado; simplemente hay que desenmascarar a ese Dios que hemos enmascarado, disfrazado, creado y manipulado a nuestra imagen
y semejanza, así nuestros espíritus sean vacíos y carezcan de una razón de ser. Todos fingimos o somos frutos de lo inauténtico; importamos y usurpamos dones, cualidades, imágenes, huellas y a veces, hasta absurdos gritos de otras culturas. Todas las respuestas que se logran como un proceso cognoscitivo o de aprendizaje, pueden ser erradas; nada es nada y sin embargo, lo puede ser todo para algunos, por más que nos despersonalicemos. A veces admiro el valor de las enseñanzas que nos deja la sabiduría empírica de la locura; solo la locura desciende hasta el infierno para desenredar las huellas de ese animal que produjo la naturaleza humana o esos bastardos murtes que afloraron del alcohol del detritus, para desafiar el poder de las palabras; somos engendros divinizados por el ego; somos hijos adoptados por el alter ego, somos ese extraño que no reconocemos, cuando nos desnudamos frente al espejo como una manimota enmonada parodiando a las damas de las callejuelas. El desasosiego es un delicioso delirio; se que todos fingimos realidades y sentimientos, para engendrar versos conjugados por las deducciones lógicas de un azar dadaísta, que nos construye a la vez una realidad surrealista, para que soportemos sin pensar en el suicidio a esta absurda realidad. No es fácil sentir, la calidez de las llamas del desencanto absoluto que nos deshilacha como a la lepra, que nos arranca con sus colmillos las ilusiones, los sueños o esa mutación que nos permite ser la interpretación absoluta de los pensamientos.

4

Para nadie es fácil desdoblarse como una sombra sobre el blanco de una hoja oscura. Existe un gran desencanto en las almas que no encuentran una razón lógica o lúcida como un cuadro abstracto, que justifique el sacrificarse dentro de un cuerpo transeúnte. Solo las demencias auténticas, nos permiten confrontarnos con nosotros mismos. No me interesa sostener la música en los tonos de los versos, que nos permiten conocer los pensamientos de un alma que debe existir y aceptarse como una realidad lógica, como algo real. Los versos cuando se fatigan, ellos mismos se apagan; se borran como huellas grabadas sobre el azul de los arenales de los desiertos rojos. Las arboledas en los desiertos son una ilusión perfecta de un mar banal de colores alucinadores; de esa vida que nos finge que nos pertenece y que esta a merced de las necedades, de nuestra mal criada voluntad consumista y facilista. No somos más que animales que sentimos y pensamos cuando rumiamos como omnívoros, mares de palabras y conceptos, que se supone que nos culturizan. El hombre desencantado, siempre ha pensado más que un hombre feliz; un hombre feliz pierde la visión o desproporciones de la realidad; un hombre feliz solo ve lo que le interesa ver y es más invidente, que un ciego testarudo. No importa que los pensamientos se confundan con las ideas; creo en la lucidez automática de las palabras que se expresan o que simplemente escapan, cuando abrimos las ventanas de las jaulas, que impiden que las cosas sean tal como son o deberían ser. Jamás el hombre había vivido más apresado entre rejas invisibles o espacios amurallados, que hoy en día. No me importa desconocer las respuestas, que puedan descifrar los rasgos de las ideas; lo importante siempre es la cosa, porque tenemos que aprender a ver al mundo tal cual es y desnudo, sin aspavientos o vergüenzas bizantinas; así como a las personas, porque desnudas se capta su esencia pura, sin permitirle pensar o sonreír a nuestros sentidos, con una malicia perversa; es diferente desnudarnos a desarroparnos o simplemente desvestirnos… el hombre tiene que redescubrir la magia y el encanto del naturismo… debe ir y sentir a la naturaleza como parte de ella, acariciarla, tocarla… compenetrarse… tenemos que asumir nuestros compromisos como Ángeles de luz… ante todo somos vates y como tales tenemos que vaticinarle al viejo hombre, las opciones para que sea feliz, si desea salvarse; salvarse o ponerse a salvo, no es simplemente sobrevivir… es vivir con plenitud la vida… debe derrumbar esos muros o esas cárceles invisibles, que le han impedido ser él mismo… los invito a visitar la revista virtual NUDELOT, para conocer un poco de la luz del naturismo… El Loco

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No es fácil despojarnos de los mojones que estacan a los conceptos que empalizamos, como una incultura acondicionada por los preconceptos, que crean universos utópicos, ensueños nihilistas, fantasías místicas que le temen a los conceptos acondicionados por el prejuicio obsesivo de los ciegos; siempre intentan interpretar, lo que no conocen o dominan; que intentan ponerle voz, al silencio de las cosas o a los mismos pensamientos de los silenciosos taciturnos; no es aprender a ver, sino ver para poetizar y después si se puede ver a medida que se poetiza. La palabra evoluciona y crece cuando germina. El desasosiego más que ser el pensamiento de un mar de desencantos, debe permitirle ver al ermitaño, al asceta que piensa y es maldecido por no compartir la oscuridad de su cueva. Las sombras se convierten en cuervos, en buitres carroñeros que le arrancan con sus garras los ojos a la naturaleza. Una naturaleza sin ojos, ve con más amor a los hombres que la ultrajan, que la violan sin goce, sin la magia de ese placer libidinoso, sensual, amoroso… o inclusive ese éxtasis cuando nos masturbamos… por ser para muchos la única opción de felicidad e intimidad. No es fácil aprender a sentir y a enamorarnos sin sentimiento; un sentimiento sin emociones ni estremecimiento, es frío y seco como el cadáver de un sin sentido; que se burla del sentido que debe tener el fuego, como elemento básico de vida. Si no nos pertenecemos a nosotros mismos ¿Por qué permitimos que nos agrupen en rebaños o en colectivos y un solo camino, como opción de única de vida? El desencanto absoluto, siempre termina por engendrar guerras; conflictos absurdos que brotan de esa paz que desespera, que angustia, que enloquece y parece ir contra lo lógico o racional de la vida; que nos rompe los nervios y nos destempla el sosiego o esa absurda felicidad que hastía y nos patea los testículos. Amén y ámense… pero primero aprendamos a desnudarnos completamente frente a la vida y frente a las personas con un corazón limpio…

CARLOS IÑON


EL BRETE

Andaba por esos andurriales con calles de barro, preguntándose con miedo para qué se había metido en semejante brete. Pensaba que si el auto se quedaba en medio del fango y de la noche, no sólo no lo ayudaría nadie, sino que además le iban a afanar hasta las pilchas.
Felizmente la lluvia había parado y a dos cuadras un débil farol iluminaba una calle que parecía asfaltada. Allí quizás podría ubicarse mejor y emprender el camino de regreso.
¡Qué ganas de estar en casa!, dijo en voz alta, como para darse ánimo, exorcizando el fantasma de una pinchadura o un desperfecto mecánico en esos suburbios.
Dobló a la izquierda por la calle asfaltada, divisando a lo lejos una persona que aparentemente esperaba el colectivo. Se acercó, bajando la ventanilla del lado de la vereda, y cuando estaba por preguntarle a la joven por la avenida más cercana, se desplomó al piso cuan larga era, con la cabeza hacia atrás y los ojos en blanco, con un grito seco que sonó en el silencio de la noche.
Durante un segundo mil ideas cruzaron por su cabeza. ¿Y si es una trampa y me afanan?, ¿y si está muerta?, ¿qué carajo hago?, ¿salgo rajando?, ¿la ayudo?. Miró alrededor en busca de cómplices de la chica o de ayuda. No había nadie más que él y ella. Se decidió a bajar del auto, acercándose rápidamente. Recordó mentalmente el curso que había hecho sobre resucitación y cuáles eran los pasos a seguir. Puso a la joven boca arriba. Tenía el pelo mojado y la ropa húmeda y sucia. Tomando una de sus muñecas se fijó si tenía pulso. Por suerte sus venas latían aceleradamente.
Aflojó una bufanda que la chica tenía alrededor del cuello y a duras penas consiguió desabrochar el botón del jean en el que estaba literalmente enfundada. ¿Cómo hará para ponérselo?, pensó para sus adentros. Notó que una de sus mejillas se había lastimado al caerse. En cuclillas, volvió a mirar en derredor buscando a alguien, o algún negocio. No pasaba un alma a esa hora de la noche.
Mientras trataba de ordenarse mentalmente, buscando en su cerebro alguna alternativa posible, la chica empezó a estremecerse violentamente, con convulsiones que golpeaban contra el suelo su cabeza, sus brazos, sus piernas. No sabía cómo protegerla, cómo evitar que se lastimara más. Gritó con todas sus fuerzas pidiendo que lo ayuden, socorro, auxilio; mientras trataba vanamente de inmovilizarla.
Fugazmente recordó que los epilépticos pueden ahogarse con su propia lengua o mordérsela, pero no conseguía abrirle la boca.
Montado sobre ella, se preguntó cuánto podría durar este ataque, se sentía cansado frente a esa fuerza sobrehumana que se le oponía. Vino a su mente una imagen de su niñez, cuando jugaban entre hermanos y primos a Titanes en el Ring, y ganaba el que mantuviera la espalda del adversario contra el piso hasta contar tres. Pero esta vez no era joda.
De pronto, escuchó el ulular de una sirena muy cerca. Aliviado, pensó que en la ambulancia podría haber un médico, aunque sea un enfermero que entienda algo. Y que se hagan cargo, y que yo pueda volver a la seguridad de mi auto, y me pueda ir a mi casa, calentito y seco, donde están los que me quieren, y yo les cuente que cumplí con mi buena acción del día.
Una luz roja intermitente iluminaba cíclicamente la esquina y se escuchaba un motor regulando. Gritó nuevamente pidiendo ayuda.
Escuchó entonces una voz aguardentosa que le decía:¡Yo te voy a ayudar, violador hijo de puta! Mientras le apuntaba con una Itaka que sonó en la noche con un estampido fuerte, imprevisto, sorpresivo, que se fue alejando con un eco extraño y reverberante. Sintió como un empujón que lo volteó y un ardor quemante en la espalda. Quedó mirando al cielo, sintiendo en su cara que empezaba nuevamente a llover, suponiendo que la bala lo habría rozado, porque la espalda ya no le dolía. Pensaba cómo iba a hacer para aclarar este gran malentendido. Veía borrosas figuras uniformadas que dieron paso a una luz intensa. Su último pensamiento fue: qué boludez esto de morirse de confusión.

JUANA SCHUSTER


CRÓNICA DE UNA BAILARINA

Año 1979.
Maria Plissetskaia viajó esta mañana a Bruselas para encontrarse con Maurice Béjart.
Él le propuso ser la figura principal de La Consagración de la Primavera de Igor Stravinski.
Béjart dispone de cuarenta bailarines aparte de Maia. Ella se destaca por hablar poco, pero sus directores dicen siempre que basta que se le apunte con un reflector, para que se realice un milagro.
En el escenario se transfigura y se convierte en una de las mujeres más bellas del mundo.
La gente se conmueve hasta las lágrimas.
Debido al éxito le ofreció preparar La Novena Sinfonía. Ella tuvo que posar para Paris-Match, cosa que no la sedujo debido a su timidez.
Él le explico que hay que aceptar entrevistas.
La Novena fue un éxito total. Salió a saludar ocho veces.
Maurice había alquilado un estudio en pleno centro de Bruselas para ensayar.
Siempre dice Maia que el rigor la fascina. Por eso, tal vez, tiene con frecuencia buena relación con sus directores.
-En cuanto a mí, intento ser otra para reencontrarme a mi misma, repite a los periodistas.
Una vez Béjart le preguntó: ¿Dónde está uno y dónde está el otro?-
Ella le respondió: -es complicado.
Maia se halla ahora en el ensayo de otra obra: "Orfeo" de Hoffmann. Se intenta allí mostrar las correspondencias entre el arte y el hombre.
Maurice trabaja dando órdenes con un alto parlante.Preparémonos, para otro espectáculo memorable.

ROBERTO ROMEO DI VITA


EL JINETE

"Se nos perdió en la cañada y no pudimos seguirle el galope". Dijo el oficial de la guardia.
"Pasó como si volara". Afirmó la María.
“!Nunca van lo van a detener!" Exclamó Pedro, el hachero.
"El caballo lo guía y el jinete se deja llevar"
Comentaron los mineros del salitral
"Su caballo no es de fuego, pero tiene como una luz al andar". Aseveró, el maestro.
"Yo no sé si es él o su montura, si es él o las cinco punta de esa estrella que lo antecede, pero se va cuando está por volver; siempre vuelve el jinete y su estrella"
Escribieron en una sola persona los estudiantes del pueblo.

¿De donde vendrá el jinete que desató tanto alboroto? ¿Quién es el hombre parecido?
Dicen que lo estaban buscando.
¿Puede que sea un guerrero?
O tal vez. Alguien que pasó por la casa grande desde hace mucho tiempo.
Si a los pocos meses se le puede decir, espacio, dimensión, muchos años.
"!Usted sabe como es la idea de tiempo que tienen los lugareños!"
A los años que suceden les dicen días, y a los días años.
Dicen que hablaba con una voz clara y decía cosas.
Dicen que decía cosas.
Palabras que tal vez no las llevara el viento.
Palabras muy peligrosas.
¿De dónde será ese jinete?
Nadie daba un indicio.
Pero era bello o muy hermosa. ¿Vaya uno a saber?.
La Juana, dicen de la Juana...
¡Que rumbo tomaron las cosas con este jinete y su galope! ¿No?
Del Pedro, dicen del Pedro...

De la Juana, que le ofrecía el calor de sus senos y la curva de su vientre.
El Pedro le dio su pecho y sus brazos fuertes y sus besos y el remanso de sus caricias y el canto que siempre canta a las mujeres y las enamora.
¿Era Pedro el que cantaba?
¿Era la Juana la que ofrecía amor? .
Aún hablan de este jinete libertario.Dicen que decía cosas...

FEDERICO MATÍAS LÓPEZ


MUERTE PRIMERA
SEGUNDA ELEGÍA

Si es sordo y hueco mi dolor.
¿Por qué no pide un alivio?
Adormece la instrucción.
Que estimula el albedrío.
Sus eclipses descubrió.
Para encubrir sus solsticios.
Fue en sus libros mi padre.
Y yo soy yo en los míos.
Mis muertos no son mis muertos.
Si a sepultarlos no me decido.
Y si un hijo es un proyecto.
Yo introyecto muertos vivos.
Sus faltas sobre la tierra.
Soterrados desatinos.
No es tan sordo mi dolor.
Este renglón es oídos.
Ni abochorna tanto mi ardor.
Este otro son alivios.



JARDINES

Marchita antes que aromática
Fui atomizándola por su polen más fértil
La flor
La mía
Debió , creo ,de haber destacado
en aquellos jardines
Pero fui rebobinando su tallo su talla
Nupcial humada
Y atomicé en mil partículas
Con dolor de savia.


PARALELO 4

Estallando de significado
Rompés el semblante y sos
Des-espejas
Las apariencias
Mis corazones
Mis hígados
Mi demiurgia
Gritan, tosen
¿el afuera?
Sí, para un interior manifiesto


ATENEA

Es en tu fortaleza
Sin rector-ni Homero siquiera. Ni interprete
Desmigajamos tus áureos banquetes
Enséñanos, Atenea, qué es libertad y dudas
Más allá
...............De esta intención.



¿QUIETUD?

No habré de conocer, no , las secretas
Legislaciones de ese panteón inconcebible
Que ordenan este caos de planetas
O cosmos de la nada. Es increíble
Que el numen mueva las cosas quietas
Que somos. El buitre para prometeo
Y la mudanza errante de proteo.