viernes, 7 de marzo de 2008

CARLOS MARGIOTTA



SOLDADO CLASE 46

El rumor se extendió rápidamente como el agua del mar desparramándose sobre una playa desierta. Dicen que empezó a correr en la cocina y terminó en el puesto de guardia más lejano del cuartel, mientras estaba nevando. El coronel Arévalo había dispuesto una licencia de 48 horas para la tropa, después de la celebración del 9 de Julio, cuando el regimiento debería desfilar en la plaza de la pequeña ciudad encalvada en la cordillera.
El ánimo de los soldados volvió a encenderse como el 20 de junio. ¡Sí, Juro! habían gritado al unísono en el patio del cuartel frente a la bandera, haciendo estremecer las cumbres nevadas para convertir a los reclutas en verdaderos soldados.
Hacía seis meses que estaban allí, tan cerca Dios y tan lejos del mundo. Apenas algunas salidas al pueblo, en las tardes del fin de semana, donde los esperaban el bar con el billar y el metegol, y en el recodo del camino de ripio, el prostíbulo de Anita. "Para hacer una visita higiénica", decía el sargento Jiménez, mientras les repartía un forro a cada uno en el portón de la cuadra. Seis meses de orden cerrado, ¡Carrera mar... cuerpo a tierra... alto... firmes... descanso... salto de rana... parecen vacas cansadas! Prácticas de tiro, instrucción militar, cortar el pasto, limpiar los caballos... el soldado es mudo, sordo y ciego... el soldado no piensa, obedece... el soldado no siente, cumple órdenes. Sin embargo, y a pesar de todo, para muchos el cuartel era su mejor hogar. Estaban bajo techo protegidos de las inclemencias, aprendían a leer y a escribir con el maestro Cosentino, comían tres veces por día sentados a la mesa con cuchillo y tenedor, se bañaban todos los días en la ducha, dormían en una cama, y tenían un padre, el ejército, que velaba por ellos. Para otros, en cambio, era someterse a un verdadero destierro lleno de privaciones sólo para cumplir con la ley del servicio militar obligatorio.
Al soldado clase 46 Zabala José, la noticia le iluminó la cara. Hacía rato que extrañaba las comodidades de su habitación en la casita de Monte Grande con sus discos y afiches colgados en la pared sin pintura, a su madre ocupada con los mellizos, a sus amigos, y a Marta, sobre todo a Marta y sus besos. La piba que había conocido en la cancha de patín del club Defensores cuando ambos tenían 17 años. Todas las semanas le escribía en secreto cartas de amor sabiendo que algunas no llegarían a destino, porque siempre hay otras prioridades para el correo que las de un simple soldado. Tiempo atrás el teniente Berrogaray había interceptado una de ellas en el momento que Zabala escribía en el puesto de centinela. "¡Déjese de escribir pelotudeces, soldado. Y vigile, que para eso está.!" Dicen que el teniente evitó de mandarlo al calabozo conmovido por la calidad poética del texto.
Esa misma noche el rumor fue confirmado después de la cena por el sargento Jiménez y las expectativas con sus comentarios recorrieron la cuadra. Zabala calculó las horas que le llevaría viajar en tren a Constitución, encontrarse con Marta y volver al cuartel en el plazo previsto. Ocho horas tengo, y sonrió.
El 9 de Julio desfilaron con el uniforme de combate delante de un pueblo agradecido que los saludaron con los pañuelos al viento (días antes un episodio, sin consecuencias, en la frontera con una patrulla chilena, había alertado a la población) Las familias colmaron la plaza, a pesar del frío, y los chicos de las escuelas agitaban banderitas argentinas mientras la banda frente al palco de autoridades, ejecutaba su repertorio de marchas militares. Después, en el cuartel, se cambiaron de uniforme y se formaron en el patio esperado las instrucciones que el teniente Berrogaray iba a ordenar para la licencia. “¡Soldados, en el día de nuestra independencia, tienen el privilegio que pocas veces la patria les otorga de tomarse un descanso para encontrarse con sus seres queridos......!”
Zabala se imaginó subiéndose al camión que lo llevaría a la estación de trenes de la ciudad, y allí ascendiendo en el vagón de segunda clase con asientos de madera donde los conscriptos no pagaban boleto. Vio a la máquina de vapor exhalar el humo blanco y caminar por las vías sinuosas de la montaña. Vio subir y bajar gente humilde con sus rostros curtidos por el viento cargando bolsos, vio llevar algún animal pequeño, vio comer pan con queso de cabra, embutidos y pastelitos. Vio a otros soldados que viajaban a Buenos Aires, vio el paisaje vacío de verdes y los ojos verdes de Marta.
“¡... Han llegado aquí como nenes de mamá y hoy vuelven como hombres. Sepan apreciar la tarea que el ejército hace por ustedes y espero que algún día puedan reconocerlo...!”
Cuando llegó a Constitución se puso el capote y se despidió de sus compañeros. Buscó un teléfono para llamarla. Se encontrarían en el Parque Lezama, ella vendría con el jean ajustado y el gamulane tostado. Se darían un enorme beso en la elevación de Martín García y ella le haría cosquillas en el pecho haciéndolo reír. Después irían al hotelucho de la calle Brasil para acariciarse toda la tarde, beso tras beso.
"¡ ... Pasado mañana los quiero ver a todos a las 12 del mediodía, la única razón por la cual justificaré su ausencia es que estén muertos! ¡Me entendieron!"
“¡Sí mi teniente!”, contestaron.
Tomarían un café con leche y media lunas en el bar de la estación y Marta lo acompañaría por el anden hasta el vagón de segunda clase para despedirlo. Antes de partir le haría otra vez cosquillas en el pecho que lo hacían reír inconteniblemente.
“¡ ... Y usted soldado, de qué se ríe!”
Cuando volvió de su ensoñación, el soldado Zabala, vio partir a sus compañeros desde la celda del cuartel.

NORMA TRAFERRI

ABSTRACCIONES

Vuelvo a la casa que con su atávica imagen, muestra entre la fronda terminal, la glorieta con sus rosas, pocas y envejecidas para los ojos que sólo ven lo tangible. Otras miradas, no la mía.
Volví hoy, deseaba restaurar mi adolescencia.
Caía la tarde y quedo allí, quieto, de pié como antaño viéndote venir.
Se inhiben mis sentidos, consciente de tu ausencia. Te siento, te veo dentro de mi, renovando esa marginal turbación.
Inmaterial y perfecta me arrasas el alma, sin encontrar barreras que te detengan, con mi intangible anhelo y la necesitad de que acunes mi alma.
Siempre te amé con penosa ilusión. Sabía que eras sólo el objeto de mi delirio. Abstracciones de mi espejismo, mas escucho tus pasos acercándose, dolorosamente teñidos de ausencia.
Desvarío imaginando tu boca amplia, sonriente y silenciosa. Sé que no escucharé tu voz, nunca... Sin embargo tus palabras me llegan entre el aire animoso que engaña al silencio y acaricia mis oídos. Tu voz que no existe complace mi desatino, donde puedo crear todo lo que ambiciono poner en tus labios.
Emergen de la nada, y sólo mi imaginería ven tus brazos extendidos, tus manos como dos palomas traslúcidas, aleteando hacia donde me encuentro como una gasa sugerente. Mi corazón late desbordado, alucinando que tomarás las mías... Leve, larga túnica te envuelve del color de lo etéreo. Tus pasos engañando mi visión que orada tu sombra, ésa, que no existe. Mi abrazo vacío, para el que vea... lo que ignora de mí.
Conjuro al tiempo y no existe. La noche, implacable, la detengo en el preciso instante en el que asoma Venus que destellará sólo para nosotros.
Espero un soplo de tu aliento, tu pelo me acaricia. Inmóvil quedo, es el instante ideal en que asumo en plenitud tu presencia y mi locura.

NORMA PADRA

LA LOCA DEL MAR

Nadina, era muy curiosa... no sabía la que le esperaba... Nadina, Nadina Miramar era su nombre completo.
Como todos los años, Nadina salió de vacaciones para su casa en las playas de Miramar. Allí pasaba tres meses junto al mar que la había visto nacer, crecer, hasta irse, un día, con la intención de entrar al ruedo de la Gran Ciudad. Ya en ella, además de trabajar con ahínco para poder mantenerse, amante de la lectura como era, se esforzó en sus estudios logrando recibirse de profesora en Biología Marina.
El mar era su punto de partida y, también, el poderoso interrogante por los misterios allí escondidos.
Curiosa empedernida, siempre que podía buceaba con sus compañeros, o ¿por qué no?, sola.
Ganó becas para conocer los misterios de los mares del mundo, investigar, escribir sus hallazgos, para después darlos a conocer. Pero no todos, siempre guardaba para sí... algunas cosas...
Con el correr del tiempo fue escribiendo un libro que solo sería para ella, donde volcaba esas curiosidades que veía y recogía. No sabía que eso le costaría muy caro.
Con los años ese libro fue haciéndose cada vez mayor; eran muchas las cosas que encerraban sus páginas. Sólo para ella, para poder atesorar sus momentos.
Y, sí, llegaron sus vacaciones, allí estaba ella, sola en la paya que la atraía como un imán. Sentada cómoda es su silla a la orilla del mar leía su libro, escribía más notas.
Sin darse cuenta de que una tormenta se acercaba repentinamente y, una ola inmensa la atrapó.
Gracias a su pericia como nadadora salvó su vida, pero el libro, se lo llevó el mar. No lo pudo asegurar contra su cuerpo.
Ese era el lugar donde debía estar el libro.
El mar había recuperado parte de sus secretos.
Dicen los que la conocieron, que con el correr de los años, un día vieron pasar a una anciana, con su mente ausente, caminando por la orilla del mar, con la vista perdida en el horizonte.
Todos la llamaban "La loca del Mar".

MIRÓN DE PALERMO

EN ESTE OTOÑO

Te entrego mi canción y mi copa de vino y mi nostalgia y la tarde de baldosas calientes en el patio bajo la parra moribunda de racimos morados.Y el río en el verano y el viejo puente de hierro donde se deslizaba un tren de carga que miraba de abajo, preso entre aguas verde marrón que dormían las siestas del enero caliente. Y la vieja pasarela de madera siempre pintada de blanco y colorado que unía las orillas. Y una foto en blanco y negro rodeado de compañeros de colegio y un carnaval y su corso apretado que caminaba la calle principal del pueblo y otra foto también en blanco y negro en la colimba de uniforme.Y una mañana en La Plata en el barrio del turf mirando desde la ventana de 116 cómo vareaban los caballos y un regreso por la avenida 38 pisando atardeceres embriagados de azahares en primaveras de exámenes cercanos. Y el aroma de tilos sobre la calle 7 y una salida un sábado a la noche a bailar en Federico o en María la O. Y una madrugada de domingo en El Modelo con chorreantes chops negros y rubios y el murmullo de cáscaras de maníes aplastadas agonizantes sobre el viejo piso de pinotea. Y después Buenos Aires arrinconado en "filo" con carteles pintados colgando desafiando el ocupado continente donde queríamos naciera el hombre nuevo aquel del que Viglietti hablaba.Y los bares cercanos a Independencia y Urquiza donde se prolongaba en charlas la política, el amor y aquellas utopías. Después llegaron los inviernos trayendo aquel oscuro territorio donde tuvimos que inventar tantas maneras para sobrevivir a tanta muerte. Después otros otoños establecieron nuevos diálogos ante otros rostros más jóvenes ahora que pisan otra historia.
Y entonces te entrego también un aula y un banco donde hay grabado un nombre y un pizarrón verde y una tiza blanca y una calle de Palermo Viejo y un cancionero con letras de Homero Expósito y la película La Vida es Bella y un café que demora la tarde y un tango de Piazzolla y un mediodía nublado con gotas de llovizna somnolienta y otro con sol y un poema de Benedetti y el Río de la Plata cuando el sol se refleja en sus aguas.
Ahora en este otoño te entrego mi canción y mi copa de vino, y mi nostalgia.

FRANCISCO D. GONZÁLEZ


EL TIO THOMAS

En la esquina de Malabia y José María Paz en el barrio de Ituzaingó, Carolina detuvo su bicicleta cuando vio pasar a ese linyera que caminaba, rengo, con la vista perdida. Lo miró profundamente, como quién mira una foto del pasado, y estuvo a punto de decirle algo. Pero sólo fue un suspiro lo que salió de su boca. Sintió el corazón alterado, al igual que las piernas y las manos. El anciano, sin prestarle atención, siguió su camino, y Carolina volvió a intentar la palabra que no pudo pronunciar si no hasta mucho tiempo después, y fue para recriminarse. Quizás, porque había comprendido que debía esperar otros veinte años para volver a encontrarlo.
Su mente fue un remolino de imágenes tan felices y tan hermosas como solo pueden serlo los recuerdos de la infancia. Y cuando al fin pudo reaccionar, recordó, como si fuera una postal en color sepia, esas tardes llenas de sol que compartía con su tío Thomas. Entonces él ya era un linyera, pero un señor linyera. Un linyera tan amoroso y especial que nunca lo había dejado de querer: Cada vez que iba a visitarla Thomas le llevaba juguetes, regalos... Una vez le llevó una cajita de música. Carolina lo abrazaba con todas las fuerzas de las que disponía a sus pequeños seis años, sin importarle la ropa sucia, descosida, el mal olor ni la resaca del vino: Ella amaba a su tío linyera como a ningún otro. Thomas se tiraba a tomar el sol en el pasto, y no le gustaba nada a los padres de la niña que sentían vergüenza: Desde la calle podían verlo sucio, desparramado, y era un espectáculo que hubiesen querido evitar. Le ofrecían ropa, le ofrecían el baño para una ducha, pero Thomas no entendía más razones que las de su vida vagabunda.
Carolina me contó de los brazos cortados de su tío, de las curaciones que le hacían en su casa, del temor de sus padres en dejarla a solas...
Solían encontrarlo en terrenos baldíos, en la calle... Y cuando lo llevaban a la casa, la niña era inmensamente feliz. Pero un día desapareció de los lugares que solía frecuentar y nunca más volvieron a saber de ese hombre abandonado al ensueño del vino.
Veinte años después Carolina volvía a encontrarlo y no había podido pronunciar palabra: Veinte años pensando en él, haciéndose preguntas, extrañándolo... No estaba del todo segura, pero entre otros indicios había uno en particular que la había hecho pensar en él: su marcada renguera
Cuando Carolina vino a corregir sus poemas y me contó la historia no pude dejar de impresionarme. Con lujo de detalles habló de esos olores que ella había querido tanto, de cómo lo extrañaba, de su origen bastardo... El abuelo de Carolina, salteño y amigo del Cuchi Leguizamón, se había enamorado de una puta a quién dejó embarazada. De esa relación nació Thomas que fue criado por la abuela, pero nunca lo quiso ni lo pudo aceptar. En realidad nadie lo quiso, solo Carolina. Era lógico pensar que con los años este pobre hombre se hundiera en el alcohol y se hiciera linyera.
Le dije a Carolina que volviera a Malabia y José María Paz esa misma tarde, que lo buscara en el barrio...
Cuando se fue pensé en Thomas, y pensé en que debía escribir la pequeña historia de ese encuentro, y eso fue lo que hice día al día siguiente, en un descanso en mi trabajo.

ALICIA INÉS CHILIFONI


MALA COPIA

El destino lo hago yo. Ésos que dicen yo pensaba que mi vida iba a ser así, o asá, pero . . . son llorones, flojos. Yo voy a poder hacer y ser lo que me proponga, con paciencia, y fe. Así decía yo a los veinte, y acá estoy. ¡Uy, en Moreno!
Bajo del tren. Está menos atestado que en los días hábiles. Voy de memoria mirando de reojo el paisaje deprimente sin verlo. Me sacude un aviso pegado en la pared. Es la fotocopia de un rostro adolescente igual a cientos de miles. Más igual por culpa de la ampliación y la pésima calidad de la copia. Un rectángulo blanco, una imagen negra y gris, más negra que gris, y debajo "desapareció tal día, se lo vio por última vez en tal parte, llamar a tal teléfono". Todo incierto, indefinido, como la carita y la mirada del pibe retratado.
Qué palabra puede definir lo que sienten los padres. Infierno es poco. Además, al infierno yo no me lo creo. Días, noches, semanas, meses esperando, imaginando, desgarrándose, queriendo despertarse de la peor de las pesadillas. Perdieron un hijo y no saben si volverán a verlo. Intuyen que no, pero y si. . . en una de ésas. . .
Siempre perder un hijo, como sea que lo hayamos perdido, es algo que uno no termina nunca de "masticar", que si llegara a comprenderlo en su dimensión, sucumbiría.
Para peor, a veces, sabemos dónde está; lo sabemos con lujo de detalles. Sin embargo, se nos fue de las manos, lo perdimos, y hay que seguir sin él. ¡Si lo sabré! Lo que no sé es a qué otras pérdidas y bajo qué forma me someterá la vida. Esta vida mía, cuya foto de hoy se parece tanto a aquel proyecto veinteañero, como la fotocopia al pibe.
¡Hay que tener fe! me dicen como una muletilla. ¡Me caigo en la fe! Si el destino juega conmigo como el viento con las nubes, me arrastra . . . Más le vale que ahora me dé un buen empujoncito, porque el micro que está en la plataforma con el motor en marcha, tiene el cartel de Open Door, y si no lo alcanzo llego tarde a la colonia. Ese destino no estaba en mis planes iniciales, pero allá voy, o mejor dicho, allá me lleva la vida, que, como decía la tapa del costurero de la abuela, "es como los dados, tiene los puntos marcados". ¡Qué me van a hablar de fe!

JORGE GROSCLAUDE



NO ME USAN

Ayer un hombre mató a su mujer". No pude impedirlo. Me enteré por un comentario de dos amigos viajando en subte.
En realidad casi no me entero de nada. "Una garrafa explotó en la casilla donde dormían cuatro niños, sus padres estaban en el trabajo"... "Violador somete a niña de seis años"...
Nada puedo impedir, debo permanecer impasible ante multitud de atrocidades, pues soy un ente abstracto sin más poder que mi propio sino: pasar y pasar. Si camino, mueren los que dependen de mí; Si me detengo, los que me necesitan, que a la postre es lo mismo. Y no daría abasto, a pesar de hallarme repartido por el mundo en millones de aparatos que me muestran sin vergüenzas. Y me siento inútil, hasta nefasto, por más que digan que soy como el oro.
"Ayer un hombre mató a su mujer"...
Si me hubiera detenido, tal vez el asesino se arrepintiese, y sin embargo cuantas vidas hubiese costado píntese, y sin embargo cuantas vidas hubiese costado la actitud mía. Tengo todo el poder, y lo padezco.
"Ayer un hombre mató a su mujer"
¡Cuantos hombres habrán matado a sus mujeres en ese instante, o un poco antes, o algo después... Y yo inmutable, recorriendo la fría pista con mis tontas agujas día tras día, holgazaneando indiferente... Debo hacer algo, tomar una determinación, ¿pero qué?...No puede ser que yo sólo cause tanto daño; aunque no sé si me tendrían en cuenta. Fíjese: está por estallar el Etna. Ya vomitó toneladas de lava y los que viven en el camino del horror esperan que se extinga. No va a extinguirse, está avisando ¡Es sólo cuestión de tiempo es cuestión mía! No me escuchan...
Los que viven en las islas: ¿No saben que año tras año se repiten las inundaciones? ¿Acaso se van? No, se quedan, sabiendo que el tiempo, "Que yo", únicamente yo, puedo salvarlos...
Los que están en guerra con sus vecinos, por generaciones ¿Qué esperan para usarme de una vez? Es cuestión de tiempo, es cuestión "de mí", redúzcanme, comuníquense, acérquense, pacifíquense, cuanto antes, que no muera un incidente más, aprópiense de mí, abrácense. Ejemplos tengo por millares, desde la propia creación. Este mismo que está escribiendo me malgasta con la mente en blanco, sin pensar que se le va la vida no dejará nada escrito, por perderme así.
Y no me saben usar, ya no sé cómo hacerme ver. Un día me voy a acabar, entonces sí... lo triste es que ni aún así me van a tener en cuenta. Te cuento un cuento truculento.
Acercate hijo, sentate a mi lado que voy a contarte una historia, de cuando tenía tu edad y era un chico lleno de fantasías que vivía en Moreno, en ese entonces desconocido pueblo del oeste, donde para mí sucedían cosas muy raras.
Un albañil, que no era de allí, cruzaba la plaza a la misma hora de la tarde con una mochila de herramientas, de la que sobresalían cabos y aparejos. Venía en camiseta sin mangas, descalzo y peinado. Era curtido, musculoso y muy alto, tendría cuarenta años, quizá menos, con ese desgaste que ostentan las gentes de trabajo rudo. Yo me preguntaba por qué siempre lo veía volviendo, nunca de ida a su trabajo. Empecé a madrugar cada vez más para verlo pasar hacia la obra. Fue inútil, hijo.
Lo seguí una tarde, quise ver donde vivía. Su paso resuelto me dejó atrás, muy lejos, me dolían los pies por el pedregullo, y el albañil caminaba descalzo...
Una mañana muy temprano, casi de noche, pintaba yo la verja de mi casa y pasó por detrás, como un fantasma. Lo presentí por el sonido de las herramientas entrechocándose. ¡Iba hacia el trabajo!... Dejé el pincel en el tarro y comencé a seguirlo, me llevaría cincuenta pasos; a pocas cuadras terminaba el pueblo bruscamente, abriéndose hostil el campo desierto: Matas hirientes de abre-puño y cortaderas, sembradas al azar por la naturaleza inundaban rudamente el suelo virgen. El hombre caminaba sin pausa, jamás se volvía.
De frente, nacía el sol, y su figura imponente parecía resplandecer sobre el cardizal. Sin duda se dirigía al cementerio viejo, ese que quedó en el olvido; estaba en una loma cercana, ahora hay gente allí que vive sobre antiguos muertos sin saberlo... ¡Cuantas veces, hijo, al clavar la pala habrán cortado una tibia sin el menor respeto, o revoleado una calavera sin detenerse a pensar...
Volviendo al cuento, hijo, me propuse descubrir cuál sería la tumba en que trabajaba. Ése era un cementerio pobre, nuestro pueblo era pobre y no había bóvedas, sólo alguna cripta confundida entre los pastos, cruces caseras, viento y soledad. Nada sobresaliendo del horizonte. Todo lo que había allí estaba bajo tierra. Pensé cuánto campo quedaba libre para enterrar tan poca gente, tan poco frecuente como era la muerte en mi pueblo; pensé que de no ser por las cruces, se podría tropezar con un sepulcro; pensé que mal momento sería pisar alguno, me habían enseñado tanto que no debía molestarse a los finados...
Sumido en mis reflexiones, había olvidado al albañil. De pronto no lo vi más. Tuve miedo, hijo, un miedo que nunca había sentido, echo de muertos y de mañanas soleadas. El sol había subido y las cruces, sin orden ni medida simulaban ramas secas desafiando al viento. ¿El hombre estaría acechándome, escondido en una tumba? No fui capaz de revisar una por una. Quise correr y mis piernas cobardes no respondieron más que para pisar el campo sin mirar atrás. Tropecé en una abertura y caí al lado de una escalera de cemento bajando a la oscuridad. Ni quise mirar adentro. A un costado, asomando del pastizal, una mano señalaba el cielo, mecida por el viento. Era un guante de goma, hijo, un guante que en otro lugar me hubiera dado risa. Debajo de un cardo en un zoológico. Mientras apuraba el paso, supuse aterrorizado que el albañil se transformaba el lagarto. Traspuse la última sepultura temblando como un conejo, y temblando desanduve el camino hasta el pueblo.
Esa tarde lo esperé pintando la verja, a la hora de siempre. El tiempo se fue y el hombre no volvió. Desde ese día, pregunté a mis padres y a todos mis conocidos por el albañil que trabajaba en el cementerio. Nadie lo había visto nunca, se reían y me echaban a broma, pidiéndome que no soñara tanto...
Para mi edad, me ofendí demasiado, querido. Yo era díscolo y susceptible como vos. Tuve que agregar a esta historia, que el lagarto arrastraba de la boca la bolsa con las herramientas... Al llegar aquí, se ponían serios, sólo así me dejaron tranquilo, hijo.

MARISA PRESTI

ADOQUINES

Camina en círculos. Sus pies recorren el mismo diámetro sobre el empedrado áspero y oscuro, mientras sus pensamientos parecen seguir la misma rutina. La noche había ido cayendo sin que se diera cuenta, ajeno, como estaba, a todo estímulo exterior. En la mente de Leandro se dibujaba una y otra vez la misma escena, y hasta las voces sonaban claramente en su interior. Ahora escucha a Clarisa, con esa voz tan íntimamente conocida como si fuera propia: Tenés que comprender, las cosas cambiaron, ya no soy la misma de antes. Leandro no comprende, la mira y la ve como siempre, con su pelo rojizo inundándole la frente, sus ojos de mirada profunda, su nariz respingada y juguetona. ¿En qué había cambiado? Las personas no siempre siguen igual, como vos, yo necesito aire, libertad, vivir otras experiencias.
Los pies trazan una y otra vez el mismo dibujo sobre la calle ajena y solitaria. Recuerda sus propias palabras: ¿Tres años juntos no significan nada?, los tirás por la borda, así nomás… Ella se inquieta, parece fastidiada. Descruza las piernas y sin quererlo, roza sus pantalones. Leandro se queda con esa sensación cálida en la pierna hasta que sus palabras lo vuelven a la realidad: No estoy tirando nada, esta fue una experiencia, un trozo de vida que compartimos con todo lo bueno y lo malo, ahora quiero otra cosa, ¿es que no podés entenderlo?
No puede entenderlo. El agujero que siente en su interior lo invalida de todo razonamiento, un vacío profundo que parece sumirlo en un inacabable movimiento de sus pies. Cuando ella se levantó y le dio un beso en la frente, Leandro intentó retenerla sujetándole la mano. Clarisa lo miró con un dejo de ternura, pero se desprendió lentamente apenas murmurando Adios.
Quedó solo en la mesa. Desconcertado, dolorido con dolor nuevo que le recorrió todo el cuerpo. La vida sin Clarisa no podía tener ningún significado para él. Terminó el medio vaso de cerveza que había quedado, dejó unos billetes sobre la mesa y salió del bar. Tuvo ganas de seguirla, de rogarle, de amenazar con quitarse la vida si ella lo dejaba, pero aunque hubiera querido hacerlo ya no se la veía. Recordó que siempre había caminado muy rápido o quizás había tomado un taxi en los pocos minutos que tardó en salir del bar.
Se sintió perdido. Los años de convivencia fueron para él una experiencia nueva, una escuela donde aprendió a desnudar sus sentimientos, a confiar en ese ser que cada noche le ofrecía la tibieza de su cuerpo. La voz de Clarisa le llegó nítidamente: Te amo, Leandro, nunca voy a separarme de vos, vamos a envejecer juntitos… ¿Cuándo fue que se lo dijo? Tuvo que reconocer que fue al principio, quizás a los dos o tres meses de vivir juntos, después, no sabe, no recuerda o no quiere recordar lo que pasó.
Da vueltas sobre el empedrado. No mira, no ve. Pero en su dolor, apenas percibe la luz potente de un automóvil sobre sus ojos.

VERÓNICA IGNATTI

HA PASADO EL TIEMPO

¿Dónde han quedado los días
del árbol sin dueño
y la flor sin prisa?
¿Dónde han quedado los días
de la tarde clara
qué anido en el cuenco
de mis manos tibias?

Hoy me estás mirando
pero diferente
ellos han quedado,
resguardo seguro,
en nuestros recuerdos
de vida silente.



LOS DE LA CALLE

Tienes la cara gris de una moneda
y la seca de la cruel indiferencia
sos parabrisas, semáforo, rosal
soñador incansable de vidas promisorias
sos el gorrión que habita las cornisas
sos el ángel guardián de Buenos Aires
que sin saber que la sueñas te cobija
en infinitos umbrales de sus calles.

JUAN ENNIS


EL SIGLO DE ORO DE KID ATÓN

A Howard Carter se le atribuyen dos hechos, uno significante y el otro insignificante: haber descubierto la tumba de Tutankamón y haber cubierto, con un grueso papiro de olvido, al arqueólogo John John Smith.
Vale la tinta, la pena y gastarse un poco más los ojos, esta reinvidicación de J. J. Smith, quien descubrió varios años antes la tumba de un señor de nombre Atón, dios de la civilización egipcia, quien realizó incomparables hazañas según ilustran los registros antiquísimos cuya autenticidad solamente los eruditos con menos de un metro y cincuenta y dos centímetros de altura, ponen en duda.
Atón, Kid Atón, este sub-faraón intrépido, al mando de las tropas aliadas de las tribus melónidas y sandíacas, fue quien derrotó al poderoso ejército de "Tomátides El Rojo", poniendo fin a una cruenta guerra de siete años (así llamada en beneficio al disimulo, ya que en realidad duró siete minutos, pero se pronosticaba mucho viático a justificar después de aquella lanza clavada en la última espalda enemiga).
Las crónicas del débito relatan la muerte de ocho millones de civiles, entre mujeres, niños, ancianos y Anas, todos ellos calificados como "terroristas apátridas post-mortem". Las del crédito, dos mil degenerales, mil de cada bando, quienes fueron ascendidos a terratenientes degenerales y sin rasguños pre-jubilados, por supuesto, con asignaciones de privilegio.
Así comenzó el siglo de oro de Kik Atón: con sangre, sudor y lagañas (no hubo lágrimas por falta de espacio).
La primera en declararse, la única autorizada desde entonces, fue la religión Pepinuchoteísta, la cual prohíbe pensar después de la caída del solepipedo, por lo cual, se le encarga a José Glutenberg imprimir las Sagradas Mentituras; también se impone in facto e in situ la excomunión y el destierro para cualquier mortal que intentara leer otra cosa. Solamente se le permitía leer otra cosa a los muertos cuya nariz nunca hubiese estornudado.
Ciertamente, el siglo de oro de Kid Atón no duró un siglo ni fue de oro, aunque Atón hizo lo que pudo, pero su inconmesurable esfuerzo quedó semi-enterrado en el lodo del tiempo y fue precisamente el científico J. J. Smith quien descubrió, al lado de la momia de Kik Atón, cien kilogramos de discursos los cuales, traducidos por el famoso enólogo boliviano George Joshep Gómez Fonseca González, dan cuenta a la posteridad la prolífica y sublime obra legada a la humanidad por el sub-faraón Kid Atón.
Con la intención de no abusar de la generosidad del lector, transcribiré a continuación uno sólo de esos discursos, habiendo ya acordado con mi editor de cabecera la edición del libro "El último tira la cadena, por favor, muchas gracias" (en esa obra estarán los otros 99 kilogramos de discursos). He aquí el kilogramo restante, el cual Atón pronunció por última vez con su pequeña y desafinada voz de gorrión que recién despierta de su siesta dominical:
"¡Hermanos y hermanas de mi patria! ¡Un medicastro a la derecha, un veterinárido a la izquierda, un gasistérico matriculado al diome! ¡Los E. T. al fondo, por favor! ¡Vengan santos en mi ayuda que no los voy a defraudar ni a rogarles monedillas de oro! Todos quienes apostaron a nuestro fracaso… ganarán. Los niños pobres que tienen hambre, serán hombres con más hambre, pasado mañana. Los niños ricos que tienen riquezas tendrán ataques de pánico. ¡Sí! Cerraremos los cabarés, las cárceles, los colegios, los hospitales, los cuarteles, los estadios de fulbo, los boliches bailables y los peloteros… todos estos lugares con todos los que todavía estén adentro, los prenderemos fuego para Nerón que lo mira por televisón. ¡Hola, Nerón! Sí: nosotros mismos fundaremos un gran movimiento de oposición a nosotros mismos porque todas estas barbaridades tienen que terminar de una buena vez. Derrotaremos nuestra tiranía estableciendo un nuevo gobierno y habrá nueva salud, nueva educación y nueva seguridad. ¡Tiraremos a los viejos por las ventanas de los primeros pisos para que no se lastimen… tanto. Y habrá manicomios para los cuerdos y una renovación del stock de sogas gruesas, sillas de ruedas para los ciegos y audífonos para los paralíticos."
Estas y otras obras vieron la luz, bajo consumo, durante su riquísimo mandato, enriqueciendo a los hermanos y hermanas, y castigando con la más espantosa miseria a los primos lejanos, quienes constituyeron el noventa y nueve por ciento restante ("minoría" de renegados que nunca faltan en las sociedades).
Corrieron descalzos inciertos rumores hasta la oreja derecha del bisnieto de J. J. Smith y le susurraron lo siguiente: que muchas de estas iniciativas proclamadas durante aquel inolvidable discurso de Kid Atón fueron imitadas por innumerables civilizaciones, cuando no plagiadas por gobernantes de las más o menos diversas comunidades, durante siglos que se pusieron de acuerdo para juntarse y ser milenios.
Tendrán que disculparse por su injusta memoria las generaciones siguientes, porque nadie derramó una lágrima cuando, víctima de una excesiva ingesta de porotos embalsamados, a la tierna edad de doce años, en el inodoro de oro del baño de servicio de la pirámide, uno de los dos eunucos que los asistían en esas ocasiones, con un trozo de papiro higiénico en la mano, lo encontró sin vida, con los ojos abiertos y el blanco de su túnica no tan blanca ni tan perfumada con incienso de jazmines al baño María.
Dicen que nunca es tarde para dibujar un árbol, un hijo o un rectángulo con un título centrado en su interior; tampoco para que la humanidad agradezca a John John Smith y a su faraónico descubrimiento: Kid Atón.

MARÍA CECILIA MUDANÓ


EL VINO

bebo y el vino se da cita con el eminente
tesoro de los días
residente mudo en el vertedero
aparente del olvido donde duerme
su insegura muerte para
de pronto desprenderse en
pequeños mosaicos de colores que
contemplo extasiada porque
entonces vivo de nuevo la vida-muerte finada
así voy uniendo mis pasos juntando al
presente el pasado que amé y que
olvidara luego en hondura silente y en
la distracción de un presente sin relieve
los tontos no me entienden porque ellos
están atentos a las necesidades primarias sin
nunca echar mano al ayer donde
su primigenios años se detuvieron y que
el vino como a Lázaro reanima para
volverlo a la proeza de
la dinamia subjetiva es decir
otra vez el recuerdo de nuevo hecho vida
dialogo con muertos inmortales
misterioso elixir el vino que puede
prestarnos el olvido y también puede
luciferar nuestra existencia
mozo traiga otra copa.

SUSANA VALLE


EMPEZARA A LLOVER…

Empezará a llover…
Y perderé de vista la nube ceniza
tu puerta
y el extraño que no has conocido
tu imagen del espejo.
Solo,
a orilla de los años
con ventanas que cargan
sentimientos
y agua gris
por la carretera en declive
brillando
como fuego móvil
y herboso;
apenado de poesía
trazando formas prolongadas
de vapor
por la sal que yergue de las olas,
aferrado al cuello de este mundo
empapado
de paraguas empuñados
como yelmo.
Empezará a llover
mientras el puente se desvanece
tras la tarde
de mi verso.

CORA STÁBILE


SOÑAR PUEDE COSTAR MUCHO

A las 5 de la mañana sonaba el despertador. Por suerte había conseguido ese trabajo cerca de su casa y, si bien el sueldo era muy bajo, esa ayuda les permitía comer todos los días y que los chicos pudieran seguir asistiendo a la escuela.
Ella sabía que Manuel se esforzaba mucho, pero sólo conseguía alguna que otra changa y así no iban a progresar nunca. Su vida era chata, gris y sacrificada.
Un día se encontraba en la hora de descanso y escuchó a dos compañeras que hacían comentarios acerca de la telenovela que veían diariamente. No se animó a preguntar nada, pero sintió curiosidad y al llegar a su casa encendió el televisor.
Al principio no entendía nada pero, poco a poco, se fue metiendo en la historia y superó ese sentimiento de culpa que la embargaba por el tiempo que le quitaba a las tareas de la casa y por el gasto extra de luz que ocasionaba.
Los personajes de la tira no hablaban como ella, utilizaban términos diferentes y la entonación también le resultaba extraña. Más tarde supo que los actores no eran argentinos, lo que ella veía era una telenovela mexicana y, sin siquiera haberlo notado, se fue enamorando del joven actor que protagonizaba la historia
Por primera vez en su vida se dio permiso para soñar.
Cuando su marido regresaba cada noche, Estela no podía dejar de hacer comparaciones, Jorge (el actor principal) estaba siempre bien arreglado, tenía una voz grave que parecía acariciarla todo el tiempo, se notaba que su posición económica era muy buena y todas las mujeres quedaban fascinadas con él.
Estela se mimetizó con la protagonista de la tira y, sin habérselo propuesto, comenzó a peinarse como ella, a utilizar muchos términos nuevos y a evadirse cada vez más de la realidad.
Su marido y los chicos percibieron el cambio y, sin saber a qué atribuirlo, se preocuparon mucho. La joven estaba siempre como ausente, hablaba raro y se arreglaba de otra manera.
Los días continuaron sucediéndose monótonos, iguales, pero los cambios que se habían producido en la joven se fueron acentuando, hasta que aquel fatídico martes por la noche, cuando Manuel regresó a su casa, encontró a sus dos hijos llorando y una breve esquela de su mujer que le decía:
"Estoy decidida, no puedo aguantar más, todavía no sé cómo pero me voy a México. Besos a todos y cuídense."
Estela – Mamá

MARCOS RODRIGO RAMOS


LA LUNA CUADRADA

................"Ella cantaba los minutos sin dormirse" Paul Eluard

Carlos besó la medallita de oro, el ritual le traía suerte. La medallita la había encontrado a los nueve años mezclada entre viejas boletas del gas. Sin que se lo dijera su padre (jamás se atrevió a preguntarle) intuía que era de su madre, aquella mujer que nunca había visto ni en fotos y de la que ni siquiera sabía su nombre. Sólo tenía un dato revelador, contundente y a la vez vacío: "Se fue". Con el tiempo había dejado de preguntarse por ella. Miró por última vez la virgencita labrada de la medalla y tomando la carpeta entró junto a sus compañeros al salón donde le tomarían el examen.
Todos pasaron con sus libretas y la esperanza de que se llenara con el cuatro salvador. Hasta ahora las cosas iban bien: había aprobado seis materias en diciembre y cuatro en marzo, previas quedaron Música y Gimnasia, sólo tenía que aprobar Dibujo para pasar a Noveno. Se sentía confiado. Todos sabían que era bueno para dibujar. En pocos minutos podía hacer aparecer en el papel cientos de paisajes, miles de seres a los que nunca había visto y que seguramente no existían.
La profesora Peretti sabía de su talento y era un secreto público que lo odiaba por eso. "Use regla", "Este dibujo no está proporcionado", "Las puertas nunca van en los techos", "El minotauro tenía una sola cabeza", "No invente, Carlos", "Regla y escuadra", "Se cree gracioso. La luna no es cuadrada. ¡A marzo!
"Perspectiva. Quiero que dibujen una silueta humana y la repitan a 10 centímetros. El punto de fuga debe estar a la derecha."
Carlos sabía que no podía darse el lujo de la creatividad si quería aprobar. Cerraba los ojos y volvía a él el dolor de los cintazos en la espalda que le había dado su padre cuando se enteró que tenía diez materias para rendir.
Tomó la regla y marcó el punto de fuga. En ese momento entró la preceptora a tomar lista. Se mentalizó y pudo dibujar la silueta de ella a la perfección en un instante. Tranquilo comenzó a hacerle las facciones y la ropa; quiso dibujarle dos alas pero reprimió la tentación. Con la escuadra trazó las dos líneas hasta el punto de fuga. Observó los trabajos de sus compañeros, estaba bastante adelantado. Comenzó a delinear la otra silueta a unos diez centímetros como lo había pedido la profesora.
Habrán pasado poco más de cinco minutos cuando notó una leve imperfección en la zona de la cadera. Borraba y volvía a dibujarla modificándola cada vez más, le agrandó el busto, cambio la inmensa cabellera con rulos por un simple corte carré, comenzaron a aparecer otros ojos, otra boca, otra nariz bien diferente de la del modelo original, un rostro sonriente que nunca había visto ni soñado. Dibujaba con precisión milimétrica, algo en el dibujo lo conmovía sin entender muy bien qué era y se posesionaba de su alma.
El tirón sobre la hoja lo devolvió a la realidad. "Ya pasó el tiempo. En cinco minutos les digo el resultado. Esperen en el patio."
Carlos salió como sonámbulo y se sentó en el piso. No podía reconocer, por más que se esforzaba, a la persona que había dibujado en lugar de la preceptora. Le dijeron que se parara y en ese momento la cadenita en la que estaba la medalla se cortó cayendo al piso. Rápido la levantó y se colocó en la fila en la que estaban todos los que rendían Dibujo. Fue el último en entrar. Se sentó frente a la profesora. Ella firmó y le entregó la libreta sin decirle nada. Fue entonces que lo vio: "tres setenta y cinco". Sólo cuando las lágrimas y el ahogo inundaron su rostro la docente remató el hachazo: "Carlos, siga las reglas. No imagine. Obedezca. Así nunca va a llegar a ningún lado. Píenselo Carlos, píenselo."
Salió mareado con unas ganas inmensas de vomitar el alma y despertar de aquella pesadilla que se había vuelto su existencia. Llegó demasiado rápido a su casa. Sólo quería que los relojes murieran pero el tiempo estaba vivo y parecía burlarse de él transformando las horas en minutos. Se hicieron las nueve, pronto llegaría su padre del trabajo. Dejó sobre la mesa el dibujo del examen y la libreta abierta en la hoja clave "Desaprobado. Recursa octavo año."
Se acostó vestido cubriéndose de un frío inexistente. Era una noche oscura, sin estrellas ni luna. Sin darse cuenta el sueño lo fue venciendo y se vio a sí mismo dentro de uno de sus paisajes imaginarios. Una luna cuadrada iluminaba todo. Frente suyo reconoció una silueta ahora familiar; era la mujer que había dibujado. Minotauros de dos cabezas jugaban alrededor de casas con puertas en el techo pero él sólo tenía ojos para ella que lo acariciaba con la mirada. Quiso acercarse pero despertó bruscamente al sentir la pesada mano en el hombro. Era su padre que con voz ahogada le dijo: "Te salió bien. Así era tu madre. Ana".
Instintivamente se abrazaron y los ojos de Carlos brillaron en la oscuridad por un destello de la luna cuadrada.


JUANA SCHUSTER


PAISAJE

Velado por las gasas de nubes purpurinas,
a ocaso se encamina, agonizante el sol.
Se escucha, allá a lo lejos, la voz de una campana.
Avanza la mula vieja hacia el abrevadero.
Las perlas de sus trinos, el ruiseñor desgrana.
Un águila se eterniza desde la cumbre.
Una muchacha morena junta hierbas para el amor.
El viento arroja una bufanda de lana.
Las palmeras parecen sujetar el cielo.
Un perro ladra, un niño llama.
El eco me hace sentir menos solo...
Y sube de las almas al cielo la oración.