miércoles, 18 de abril de 2012

ANDRÉS ALDAO



JACOBO FIJMAN, POETA

Jacobo Fijman nació en 1898 en Besarabia, Rusia -hoy Rumania- y falleció en 1970 en el hospicio, más precisamente en el Hospital Borda de Buenos Aires, donde permaneció casi 20 años.
En 1902 viajó con sus padres a la Argentina, se instaló en Buenos Aires y luego en Río Negro. Su padre fue colocador de vías de ferrocarril. En 1907 se asentó con su familia en Lobos donde cursó sus estudios primarios. En 1917 dejó su familia, se fue a Buenos Aires y se graduó como profesor de francés.
Su primera internación por problemas mentales data de 1921, dándosele el alta seis meses después. En 1942 lo recluyen por segunda y definitiva vez en el Hospicio de las Mercedes (hoy Hospital Borda) donde permaneció hasta su muerte. Durante ese período escribió numerosos poemas y dibujaba constantemente
El poeta y periodista Vicente Zito Lema fue quien estuvo con Fijman durante su última etapa y es, junto con el poeta y ensayista Juan Jacobo Bajarlía, el principal difusor de su obra la cual, de otro modo, hubiese quedado silenciada pues Fijman fue un poeta olvidado hasta por sus propios compañeros de ruta. Perteneciente a la generación del 22, se conectó con el grupo Martín Fierro y entabló amistad con escritores y pintores de esa camada, tales como Oliverio Girondo, Pompeyo Audivert, Leopoldo Marechal y Jorge Luis Borges, entre otros.
Luego de más de un año de haberlo entrevistado, dice Vicente Zito Lema: "…lo que más nos ha impresionado en Fijman es su humor corrosivo, en el sentido estricto de humor surrealista. Su autenticidad de poeta, que trasciende hasta en los menores gestos. ¡Qué le ha determinado estas formas de vida, estos castigos sobre su persona! Y su bondad, más allá de los policías que lo castigaron; más allá de los jueces que lo privaron de su libertad; más allá de los psiquiatras que le descargaron su odio y su propia enfermedad; más allá de los que supieron de su situación y nada hicieron. La enorme bondad de Jacobo Fijman equilibrando tantas de nuestras maldades, perdonándonos".

En Jacobo Fijman la poesía es un llamado a la más honda intimidad, a la preservación de la inocencia a través de una música entre simbólica y celebrante. Él se separó de sus compañeros literarios de la generación del 22 evadiéndose de las metáforas y las combinaciones estróficas cerradas para intentar una poesía de imágenes. Según Fijman, la imagen es la verdadera creación, es una invención, mientras la metáfora es una mera comparación entre las cosas. Su singularidad radica no sólo en la materia de estas imágenes, sino en la autenticidad de su camino, según él, el más alto y más desierto.
Molino Rojo, su primer libro (1926), es el antecedente natural -casi secreto- del surrealismo argentino. Ese mismo año viajó a París donde, supuestamente, conoció a André Breton, quien en el año 1924, había escrito el Primer Manifiesto Surrealista. Veamos el poema que inicia el libro Canto del cisne:


Demencia:
el camino más alto y más desierto.
Oficio de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes
afónicas lamentaciones.
Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!

En Molino Rojo la música es estructurante. Así lo comentó Fijman en una de sus conversaciones con Vicente Zito Lema: "Mi poesía es toda medida, de una manera que la acerca a lo musical. En Molino Rojo hay una gran influencia de la sonata de CorelliEn Hecho de Estampas, de los cantos gregorianos. Y en Estrella de la Mañana la medición sigue la del latín eclesiástico".
Él era violinista y durante mucho tiempo se ganó la vida tocando el violín por las calles de distintas ciudades. Tocaba para ganarse la comida del día. La realidad del poeta -la desolación, la angustia, el pavor encarnado-, debía ser transformada y esta premisa fue la que, entre líneas, permite descubrir aquello que resolverá con un gesto fundamental e irreversible: su conversión al catolicismo. Lo bautizaron en 1930 en la abadía de San Benito, Buenos Aires. En su segundo libro Estrella de la Mañana, escrito en el año de su bautismo, se advierte la prosecución del solitario camino que ha emprendido.
La extensa dedicatoria a sus compañeros martinfierristas parece ser una despedida más que un homenaje.
De Estrella de la Mañana:


Poema VI
Ha caído mi voz, mi última voz,
que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
Pequeña línea, pequeña canción
que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo,
vestidos de humedades blancas.
Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.

Poema VII
Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la estrella de la mañana.

Entre su primer y segundo libro Fijman colaboró con el diario Crítica. En 1927 Natalio Botana lo despidió, y viajó otra vez a Europa.
En 1931 publicó Estrella de la Mañana cuyos poemas bordean el misterio del alumbramiento. El cisne se convirtió en cordero de Dios. Su canto es un canto de alabanza, no exento de dolor, soledad y muerte.

Poema XXXI
En mi gemido
conté mi soledad envejecida;
conté todas las noches de mis días.
Mis huesos cantan el misterio del mundo.
El agua perturbada de mi reposo.
Me veo en mi gemido según pavores de inocencia.
Paz, paz:
oído de mis palabras.
El ruego alcanza oído a mis palabras
carne sanada;
y hay espanto de luz en nuestras manos.

Diez años después de la publicación de este libro, se produjo su internación definitiva. Es posible entrever el conflicto que la presencia de este loco de bondad -de este auténtico poeta-, provocó en los círculos literarios. Hipocresía anidada no sólo en esos círculos, sino también en toda la sociedad que arrojó en la magnitud del esplendor poético a este hombre, a este doliente poeta, a un lugar de marginalidad vergonzante.
En el hospicio siguió desarrollando su poesía, completando su expresión artística a través del dibujo, utilizando cualquier papel, servilletas y cartones.
Jacobo Fijman supo transmitir un profundo y estremecedor mensaje de dolor.
Cuando murió, en la morgue del hospicio le ataron en uno de los dedos de los pies, una cartulina con su nombre y un número.
Sólo eso.

viernes, 13 de abril de 2012

TALLER

TALLER DE ESCRITURA CREATIVA 
"REDES DE PAPEL"

Coordina: Carlos Margiotta

Todos los lunes de 18 a 20 hs.
En LA SUBASTA - Río de Janeiro 54 cap.

Informes: 4857- 5119

DANIEL GÓMEZ


CULPABLE

¿Le seguían? No lo sabía. En la pequeña ciudad, iba, andaba, caminaba, sigiloso, por las noches en las callejuelas, todas eran casi callejuelas, más concurridas. Había luces, muchas luces. La gente aquí y allá tomaba cerveza en las terrazas de los bares. Todo era, parecía, ocio y felicidad. No muy lejos, el mar de los griegos y de los fenicios, allí en el Mediterráneo, rompía, y se despedazaba, lento, muelle, contra la costa limpia y de arena clara. Pero le seguían.
A veces, casi que se metía como en el medio de la gente, entre luces, pizzerías, heladerías, mesones, pero nadie le hacía caso, nadie le hablaba.
-Oiga- dijo a uno, una vez-, es que a mí me están siguiendo.
El interlocutor rió, no dijo nada, y se fue caminando por otro lado.
El abogado, en los juzgados, apenas se movió de su silla, cuando dijo su, acostumbrada, inútil frase:
-Es que, letrado, me están siguiendo.
El abogado le llenó de respuestas burocráticas, de trámites burocráticos y de largas burocráticas, le tendió la mano, le dijo que "nadie le está siguiendo, señor", y le dio la dirección de, palabras más o palabras menos, una residencia para el favor de las infrecuencias en el sentido de los pernicios neuroemocionales. O sea, un asilo para lunáticos, palabras más, palabras menos.
Nuestro hombre tomó la dirección, la guardó, y se despidió, claro, con estas palabras:
-Pero es que me están siguiendo, señor.
En los días posteriores, anduvo más vigilante que nunca. Y una vez, en su apartamento, no se cortó la luz, no, mejor dicho que se cortó… sospechosamente… la luz.
A tal punto, que nuestro hombre, muy presto, muy urgido, salió de su miserable apartamento, y anduvo de aquí para allá y, al fin, se encontró con su más dilecto vecino, hombre afable y solitario, quien le saludó de muy buen humor.
-Me están siguiendo- se sinceró, a diferencia de otras veces, con su vecino-. Es que me están siguiendo.
El vecino, para su gran sorpresa, fue receptivo al temblor de sus palabras, y más todavía, a las palabras mismas. Le invitó a su propio apartamento, le sirvió una copita de coñac, otra, luego otra.
Estaban, no muy luego después, digamos que muy alegres los dos.
-A mí también- dijo, casi distrayéndose el anfitrión- me están siguiendo, sí. Eso se puede decir en estos momentos.
-A mí ya no, quizá- dijo nuestro hombre.
Dicen que luego sonó algo, algo así como un disparo, quiero decir, y que después un señor apareció, muerto, asesinado, en un apartamento.
Así, desde luego, murió el anfitrión. Así, desde luego, asesinó: el hombre a quien querían chantajear y asesinar.
Lo había visto en efecto- y siempre el pobre anfitrión asesinado le había creído engañar con su compañerismo de apartamento, con su afabilidad- en muchas ocasiones en la calle, con alguna mirada de más, con algún encuentro, casual, ja, ja, ja, de más, con alguna pregunta de más, en la confraternidad y compañía de la soledad apartamental.
-Ya no me buscan, ya no me siguen- dijo, algunos meses después, en el tiempo de las visitas, y en un ámbito carcelario.
El abogado, muy quieto, casi ni respiraba.
-Me seguía- dijo, nuestro hombre-, me seguía, me seguía, me seguía. No quise aceptar su chantaje. No quise.
-Bueno- le dijo el abogado, el mismo de la otra vez- ¿y ahora qué? Ahora está usted aquí.
-Y usted también, señor.
-¿Se va a declarar culpable?
-Sí, me voy a declarar culpable. Soy culpable.
-Bien.
El abogado apuntó algo en una libreta.
-¿Lo dice usted?
-No- dijo, insidioso, nuestro hombre-. Declárelo usted por mí, o dígalo usted por mí, o represénteme, pues, de verdad en estos momentos: porque así sí quizá estemos, al fin, usted y yo, los dos, ante la justicia….

ALICIA CHILIFONI


AQUELLA VALIJA

En la vida hay valijas … y valijas.
"La maleta en la cama preparando tu viaje, un boleto de ida y en el alma coraje…" cantaba Julio Iglesias. Y así fue mi valija, la que más gravitó. Las de hoy, son de ida y vuelta: descanso, visita, reunión con amigos, con los que quedaron allá donde preparé aquélla que fue la valija. La que acompañó la aventura de irme a la Patagonia, pensando en trabajar un par de años, hacerme de un capitalito, y volver.
Me mentiste, dijo mi madre. Dijiste que volverías.
No la engañé. Tal era mi propósito, pero el cambio me abrió la cabeza a una realidad desconocida, insospechada. Supe que hacía falta gente en los confines de la Patria, y supe también que la Patria no termina en el hito que materializa la línea de puntos del mapa.
Supe que vivir en una aldea apartada no quita derechos. Que menor cantidad de habitantes no implica menor calidad de servicios.
Y entonces ya no volví, sino con valijas de ida y vuelta, vacacionando. Porque ya en aquel entonces, cuando todavía no me daba cuenta de que no tendría cómo volver, porque no quería volver, había colgado en la pared el poema de Rabindranath Tagore "Servir", que me sigue, y me seguirá acompañando siempre:

Yo dormía, y soñaba
que la vida era alegría.
Desperté, y vi
que la vida era servicio.
Yo serví, y vi
que el servicio era alegría.

Sin saberlo, había empezado a dejarme llevar por la vida a golpes de corazonadas. Sin saberlo, había deshecho la valija junto a las nieves eternas, para no volverla a hacer. Pese a que me fui convirtiendo en nómade, los embalajes para los cambios de destino nunca se etiquetaron con la dirección de aquel punto de partida, tan lejano en el tiempo y la distancia, que fue como el arco disparador de una flecha que se perdió de vista, con valija incluida.
En la tensión de la cuerda de aquel arco estaba la resultante de todas las energías acumuladas en mí a través de los años vividos, de las experiencias, las enseñanzas, los desengaños. Sobre todo había en ella una pulsión de libertad amaneciéndome desde muy adentro, y en la que seguramente mi madre, que nunca preparó una valija en su vida, tuvo mucho que ver, aunque no lo supiera.

CARMEN GARRIDO ORTIZ - ESPAÑA


MOMENTO (MI BAR DE NOCHE)

 Salen los brazos de las chaquetas que los guardan siempre a eso de las dos. Media hora más tarde, llegan las primeras carcajadas de unos chistes que hacen gracia. Y mire usted que son malos los chistes de madrugada.
De fondo, se oye el sempiterno quejido, o una música de jazz, Miles Davis, creo.
De decorado, Norma Jean, Hepburn (Audrey), Manhattan, la 54. Tres pinturas de un expresionismo agresivo que nadie compra. Exposición permanente de un pintor "muy logrado".
De atrezzo, las diez mesas, las sillas cómodas, respaldo forrado, cervicales agradecen.
De tramoyistas, el barman -un personaje gótico vestido de negro infame-, los dos camareros y el dueño -un tipo de aires nuevos, ni din ni don.
De actores, pibes de comedia bufa, un donjuán de bajos vuelos, las chicas rubias del vaquero bajo, los chicos altos del pinchado pelo, tres tristes tigres, la falsa rica, el rico bueno, el grupo de los que buscan, la solitaria in crescendo, la china de las mil rosas, el guapo, la buena y el feo. Todo un tango en una esquina. Y que comience ya el juego.
En el principio, fue la cerveza. La rubia para sembrar.
"Yo, de campo".
"No, detesto el baile. Soy tímido".
"¿Esquina Plaza de Cebada? Lo conozco".
"Un mal tipo. Aunque a mí no me gusta juzgar".
"De delantero. Del Barça".
"Seré polvo, mas polvo enamorado".
"Somos tres, conmigo".
"¿La echas de menos?".
Hora tercia (ya van tres). Gintonics. Mucho hielo.
"Pasear por el camino que va a la estación. De chico, quería ser maquinista, ¿sabes?".
"Mi cumpleaños es en mayo, el 21. Pero no me felicites... No soy de los que cuentan las llamadas".
"Estuve en un desfile. No era como los de París, pero casi".
"Vendía caballos de poco trapío y ella tenía una tienda. Los conozco porque eran vecinos de mi madre. Vaya tela de familia".
"No me gusta lo que hago. Pero intento ponerle pasión. Será que soy un optimista. Botella medio llena, siempre".
"No. No lo conozco. Me puedes dejar Bestiario? O una selva de Quiroga".
"No me importa vivir solo. Me gusta observar y callar".
"Me encantan los trenes. Y la velocidad. Y compartirlos con alguien. Qué triste es la soledad. Me da alergia también. Como a ti".
Las dos en punto. Hace calor: los ventiladores son de mentira. Cócteles de la casa: margaritas, caipirinhas. Especialidad: el melquite.
"Y no cumplir ilusiones te va haciendo viejo. No como tú, que eres tan joven. Y tan bonita. Y que tienes toda la vida por delante".
"¿Tengo la mano temblando? Es que... hace tiempo que no me miraban así, tan tierna...".
"Yo he cumplido mi sueño. Y eso que soy bajita, pero gano mucho de lejos".
"Yo sólo digo lo que pienso. Que no es justo que se separen, los hijos ya son mayores".
"Me gusta como te reafirmas. Tan clara, tan meridiana. Siempre me gustaste, aun cuando regañabas con el jefe, toda derecha, sin sutilezas".
"Yo sólo oigo a Veloso, de fondo, cuando hago el amor. ¡Pero no lo escucho!".
"A veces escribo, sueltos. Me siento en el parque y veo, veo pasar la vida. Y la cuento. ¿De ti? Claro que escribí un relato. Se llamaba 'La niña de la alforja' ".
"Pero eres comprometido... Aunque pienso mucho en ti, lo admito. Aunque mañana me arrepienta".
Seis en punto. Mi bar cierra. Café con hielo, agua tibia, hora eterna, quiebra el cielo.
Los cincuenta bien cumplidos y los veintitantos bellos van por dos aceras distintas, se acompañan, no hay deseo. Él siente haber entonado su eterno fado de penas. Ella siente que perdió la madrugada y hoy hay fiesta... ¿con quién queda?
La arribista del yo, mí, me anda sola calle arriba. Se aburrió de tanta moda el guapo listo. La deja.
Se dice, se cuenta, se rumorea... habla al oído de quien la escuche, quien sea. Mientras, él le mira el cuello y, curioso, cuenta piedras.
El ennoviado y sin miedos se detienen y se miran en un escaparate. Sólo se rozan y se agarran de las manos. Las dudas las dejaron en el vaso del Cardhu, solo, a medio beber.
Mientras tanto, los demás... un tímido y una tierna; un honesto y una franca; una culta y un librero; el escritor platónico y el amor que deja de serlo... andan, por las esquinas, enredaditos en besos. 

CELIA ELENA MARTÍNEZ



SEÑORA "PROTESTA"

La Sra. Wu, mientras se tomaba la cadera con ambas manos, a la altura de los nervios ciáticos, hablaba sola siempre refunfuñando, como si alguien pudiera escucharla.
-¡¡¡Ayy…ay…ay…, cómo me duele esta maldita cadera!!!
De pronto se le cruza su gato y le grita.
-¡¡¡Saliiii, maldito gato, siempre en mi camino!!!
Tras el grito le da una patada, que hace volar literalmente al gato.
-¡¡¡Ayyyyy!!! Maldito, me hiciste doler el ciático!!!
Asomándose a la ventana, ve a su vecino el Sr. Chang que ha estacionado, como siempre su camión frente a su puerta y le grita:
- Es posible Sr. Chang que todos los días estacione frente a mi puerta su maldito camión? ¡¡¡No me deja ver nada desde mi ventana!!!
-Qué humedad, dios mío… (refunfuña), este clima me mata, hace que me duela más mi "pobre" cadera.
De pronto suena el teléfono. La Sra. Wu corre quejándose de sus dolores.
-¿Hola, quien habla?"
-¿Hijito…sos vos?, cómo querés que esté, si estás tan lejos? Cómo pudiste irte a vivir tan lejos, dejándome sola… y… yo pobrecita de mí (llora) siempre con mis dolores y sola, tan sola. Además este clima me mata, los vecinos son insoportables… esta casa es tan calurosa en verano y tan fría en invierno (quejumbrosa) que mis dolores son de todo el año.
-El Sr. Chang mi vecino de enfrente, siempre estaciona su camión frente a mi puerta y ni siquiera puedo ver la calle, siempre encerrada…¿Cuándo vas a venir? ¿Queeee? ¿Por ahora no?.  Bueno, pero no te olvides que tenés una madre enferma, sola, tan sólo el gato me acompaña. Los vecinos apenas si me saludan, no sé porqué cuando me paro a hablarles, se escapan enseguida. Bueno, bueno está bien, nos hablamos pronto, muchos besos.
-¿Ah tu familia está bien? (del otro lado se escuchó un clic y nuevamente el tono.
La Sra. Wu de pronto, tomó una determinación.
-¡Me voy, me voy de esta maldita casa que me está enfermando!
Y caminando muy derechita salió de la casa, dando un portazo con un uuuffff.
A la media hora regresó y comenzó otra vez a refunfuñar contra todo: la vida, la casa, el clima, sus dolores, los vecinos…
-¡Porqué no me moriré, dios mío! ¿Para qué vivo? ¿Para sufrir tanto?

jueves, 12 de abril de 2012

MARTA BECKER


MALASARTES

Malasartes… ¿te acordás? Allí nos vimos por primera vez. El viejo café nos recibió una soleada tarde de otoño, vos, veinteañera, yo, recién recibido y con aires de suficiencia, una actitud que se diluyó con el correr de la charla, o más bien, que modifiqué ante tu madurez y frescura.
Malasartes, qué recuerdos, y no todos gratos. Allí también nos encontramos para la despedida, y todavía lo sufro.
Hoy estoy sentado en la misma mesa que compartimos tantas veces, donde entrecruzamos nuestras historias pero no pudimos unir nuestras vidas.
¿Qué nos pasó? Una pregunta  común  de difícil respuesta. ¿Tu juventud, mi intolerancia, tu impaciencia, mis deseos, tus necesidades, mis arrebatos? ¿Qué fue?
¿Dónde estás? Te busqué, llamé, deambulé por todos tus lugares habituales, nada, desapareciste arrastrada por un viento malo que se presenta sólo  cuando el amor se convierte en pesadilla y los sueños no alcanzan para sostenerlo.
Te extraño. ¿Vos no? Cómo me gustaría preguntártelo ahora mismo, acá, en este mismo lugar. Porque en Malasartes nada cambió, solo la ausencia de nosotros dos para darnos las explicaciones que nos debemos. Porque eso faltó, sí, sincerar los sentimientos, ponerlos sobre la mesa sin tapujos y afrontar la verdad.
Pero pienso, ¿cuál verdad? ¿La tuya, la mía? Qué dilema trillado, novelesco.
Malasartes… sus ladrillos absorbieron nuestras promesas junto con el odio que brotó después, casi sin darnos cuenta. Hoy, donde hubo perfume y sabor a miel, huelo una mezcla híbrida, carente de matices.
¿Siento nostalgia? Sí, totalmente. Y una cierta lástima, por los dos, en definitiva. Porque éramos dos a querernos, y fuimos dos al separarnos, nunca uno fusionado en el otro. Tal vez fue lo mejor, no sé, ¿vos lo sabés? ¿Quién puede responder?
Hoy brindo por un año más de ausencia, y espero, siempre espero,  verte entrar veinteañera, como la primera vez, mientras en Malasartes las paredes hablan del tiempo igual que mis arrugas.
¿Dónde estás?

RICARDO ALBERTO ALLIEVI


OLVIDOS

Esperaba llegar a ser un gran literato. Era apasionado de los cuentos cortos. Había empezado un taller para aprender a escribirlos.
La primera clase se mareó con tantas palabras del profesor y le pareció estar en la primera de la facultad que no pudo seguir por sus olvidos.
Se acordaba solamente que los cuentos debían tener un principio o introducción, un medio o desarrollo y un final o conclusión.
Concluyó esa primera clase diciendo: Bueno… buenas noches para todos. Estaré con ustedes la próxima clase…  si me acuerdo de venir y el orden de las tres partes de un cuento. Espero, si así sucede y si me acuerdo de escribir, poder leer mi deber si hay un poco más de luz y funciona la máquina de hacer café Express que es muy bueno para estimular la memoria.  

JORGE CASTAÑEDA


ENTRE FRUTAS Y VERDURAS

¡Qué desborde de colores, de aromas, de sabores inminentes, de formas gráciles al tacto y hasta de sonidos tan particulares que tiene una verdulería y frutería!
Todo deslumbra de frescura desbordando las formas rectangulares de las jaulas. Verbosidades de la acelga con sus tallos blanquecinos, las variedades de la lechuga que n os cuenta huertas y almácigos, su pariente la escarola y la silvestre amargura de la chicoria que hace bien para la circulación de la sangre.
Y los tallos del apio, hojarasca y raigambre junto a la estilizada silueta de los ajos puerros y el haz prieto donde los espárragos se asemejan a húsares bizarros y escogidos.
¡Cómo no extasiarse ante la redondez bicolor de los rabanitos tentadores y ni que hablar de las ristras de ajos colgadas estratégicamente para exorcizar males y estrecheses!
Las cusas elípticas, los morrones ora verdes o colorados, la gema esmeralda oscura de los zapallitos de tronco. ¡Qué fiesta para la cocción cuando se hacen rellenos, o rebozados o fritos!!!
El brócoli con su escudo nobiliario, la chaucha curva y tradicional en bandejitas preparadas, los abuelos choclos con sus barbas rubias y vestidos con smoking verde.
El hojaldre circular del repollo, col necesaria para envolver niños, las alcachofas raras y cabezudas que cuando silvestres se llaman alcauciles; anaranjadas y fálicas un kilo de zanahorias vale una hora de espera y yo las pongo en la balanza que debe marcar el peso justo. Y del berro ¿Qué me cuenta?
¡Linda fruta la berenjena!! Solía decir un amigo valchetero.
Innumerables las cabecitas de la cebolla para llorar a destajo y sin duelo. Y que humildes las papas terrosas y nobles, amigas del hombre para combatir el hambre. Y de la batata ¿Qué me dicen cuando uno se trabuca?
Yo me emperejilo de pies a cabeza y meto la nariz entre los manojos del cilantro. ¡Qué aroma el del hinojo!  ¡Qué nombre el del coliflor!!  ¡Qué color el de las paltas señoriales parecidas a pomos bermejos!
Porque no soy ningún nabo hablo con los zapallos de todas las variedades: el anco, el criollo ¡Qué sé yo!!
Me estremezco: veo los ajíes de la mala palabra, rojos y pequeños para inflamar el paladar con su calor de brasas encendidas. Allá los canutos esbeltos de las cebollitas de verdeo y más acá las manchas rojas de sangre -asesino- me dice la remolacha. Y los verdes pepinos ¡Qué invitación para las manos!  Si hasta me pongo colorado como un tomate mientras a mi lado las endibias me dejan verde de envidia.
Me lleno las manos de kinotos, calo la sandía, sopeso los melones, me pincho con la cáscara fósil del exótico ananá, me encaramo al banano para bajar un cacho amarillo y dulce como la miel. El sabroso coco todo barbudo por afuera me espera recóndito de dulzuras. Las ciruelas, las cerezas, las guindas que no se deben romper, las frambuesas, las nueces para cascar. Pruebo una y pruebo otras, pruebo todas…
El aroma denso de las manzanas las hace deliciosas como su apelativo lo indica, arenosas o verdes. ¡Que edén recobrado, fruta prohibida!
Elijo un damasco que algunos llaman albaricoque, lo miro, lo masco ¡Qué ambrosia de dulcísimo sabor!  Los duraznos con su piel ingrata Quiero probar otra vez los japoneses que comía goloso y a hurtadillas en los años de mi infancia, o sino los rojos pelones repetidos y circulares como pequeños bochines.
Quiero una chica buena mandarina, busco mi media naranja. ¡Qué susto, la bergamota!!
Me quemo las manos con los soles del pomelo y desecho la acidez de los limones amarillos y orondos. Yo me compro un kilo de kiwis porque aportan mucha vitamina c.
Las peras ¡qué formas íntimas, qué jugosas!  Y más allá los racimos plenos, la uvada completa, parral caído, madre del vino ¡¡Qué venga un pintor para componer su naturaleza muerta!!!
Compro, compro, Abandono el local mientras pelo una naranja sin pepitas para dármela como decía Cervantes "monda y desnuda".
Me voy. Adiós bondades y dulzuras, beldades de la buena mesa. Adiós otra vez, hasta pronto, hasta mañana, hasta cuando tenga ganas. 

JUANA ROSA SCHUSTER


INOCENCIA

Que les quede claro que soy muy buen nadador. Ahora no, por el golpe en la cabeza.
Las olas se convierten en latigazos. Me duele mucho.
Bajo para poder respirar.
Veo círculos rojos. Es destructivo pensar que la sangre ha comenzado a gotear.
No puedo pedir ayuda. Ahora voy a subir otra vez.
El agua está muy fría. Otra boya a la izquierda.
Estoy aturdido. Toda la inmensidad gira a mi alrededor.
No se ven mis compañeros. El mar está muy inquieto.
Pienso en  ella hace mucho tiempo que no le digo cuánto la necesito.
Voy a nadar de costado. Los ojos arden.
Vuelve ese dolor agudo en las entrañas. Tengo que resistir.
Hay algo a lo lejos. Se oye una sirena. Suena a música celestial.
Es un barco. Se acerca. Estoy salvado.
Neptuno escuchó mis rezos. Se apiadó de mí.
Me dejaré llevar por la corriente.
Hay más círculos rojos. Mi imaginación fabrica colores.
Oigo voces. Deben estar cerca. No debo perder el conocimiento.
Una vez rescatado, me atenderán como corresponde.
La sal parece escaldar mi cuerpo. Escucho voces.
"Es muy pesado".
"Es hermoso".
"Nunca vi algo así".
Siento como si estuviese en una hamaca. Algo me eleva.
"Cartílago, aceite, lociones".
"¿Y el resto?".
"Lo cocinamos esta noche. Lo acompañamos con vino blanco".

MARISA PRESTI


EL SEÑOR DEL FIAT 600

Se juntaban a pocas cuadras del acceso a la autopista. Entre las once y las doce de la noche comenzaban a llegar como mariposas multicolores: dorados, rojos intensos, cueros charolados, bijouterie excesiva. Una competencia de accesorios y maquillaje exagerado para destacarse ante posibles clientes.
M. ya lo sabía, le habían pasado el dato en el bar del Chato, pero le recomendaron no pasar hasta después de las doce. Gritan como gatas en celo, se pelean unas con otras por el lugar, a veces hasta se arañan, mejor esperar que se calmen, le dijeron.
Miró el reloj y puso en marcha el motor; respondió ronroneando, como siempre, pero obedeció al acelerador. Manejó tranquilo hasta Cabildo, pero al doblar por la avenida empezó a sentir que la ansiedad le recorría el cuerpo. Hacía mucho tiempo que no se permitía ese tipo de placeres, placeres pagos, fugaces, quizás inútiles, pero desde que la soledad empezó a pesarle y comprendió que ninguna mujer se detenía a mirarlo como antes, tomó la decisión.
Apretó los pesos que llevaba en el bolsillo derecho, para cerciorarse que todo estaba en orden. Era tan olvidadizo que lo único que le faltaba era hacer un papelón en una situación como esa.
Sobre la mano derecha, una fila de coches avanzaba lentamente con las luces de posición encendidas. Suspiró, ya había llegado Apagó las luces bajas y se puso a la cola. Delante, un BMW aminoró la velocidad y dos rubias se acercaron a la ventanilla. M. se impacientó porque estuvieron un largo rato hablando y gesticulando, hasta que al final una de ellas se subió al auto. Ahora quedaba él frente a la hilera de mujeres. No estaba muy seguro de lo que debía hacer, pero pensó imitar al tipo del BM. Unos bocinazos lo hicieron mirar por el espejo retrovisor: la 4x4 negra y lustrosa que casi le tocaba el guardabarros parecía querer aplastarlo. Que espere su turno, se dijo envalentonado. Se estiró para bajar la ventanilla derecha y alzó la mirada, pero no llegó a decir ni una palabra. Una cabellera negra se acercó a su cara y unos labios de carmín furioso lanzaron una burlona carcajada: ¡comprate un auto, boludo, o me vas a pagar con especias! ¡Andá, hacete humo!
La vergüenza lo paralizó. Anonadado, vio que las demás se unían a la burla, riéndose y señalándolo. Y fue en ese momento que la 4x4 empezó a empujarlo, primero lentamente, hasta darle un envión que lo dejó pasando la subida a la autopista.
Y entonces la vio. Una enana de peluca rubia lo miraba sonriente.

ENRIQUE MELANTONI


EL CREADOR DE LA PATAGONIA
RECOPILACIÓN

No hay tehuelche que no lo sepa. Antes de la llegada de los primeros hombres blancos, ellos conocían muy bien cómo se originaron el mar y la dilatada meseta patagónica, el mundo ventoso y frío donde pasaban sus vidas. En el principio, dicen, estaba Kooch, sentado solo en medio de la niebla. ¿Cuánto llevaba allí? La eternidad le pesaba en el corazón… Sin poder evitarlo, comenzó a llorar de tristeza. Terrible era eso. El agua corría en torrentes desde sus ojos y se acumulaba a sus pies. Subía y subía. Cuando estaba a punto de cubrirlo, Kooch dejó de llorar y lanzó un suspiro, tan poderoso que disipó la niebla. Sin querer, había creado el primer mar y el primer viento, que encrespaba las olas.
Intrigado, quiso ver su obra. Se alejó un poco en el espacio y levantó un brazo, abriendo una gran brecha en la oscuridad. La fuerza de su golpe generó una chispa inmensa, que fue a alumbrar sobre el mar. Así nació Xaleshen, el sol. Y del sol surgieron las nubes, que proyectaron sus sombras ligeras en ese mundo recién creado.
Kooch, al contemplarlo, decidió que algo faltaba en esa gran extensión de agua, e hizo surgir una isla. Enseguida la rodeó de cardúmenes y la pobló de vida. El viento, sobre ella, se convirtió en brisa, y las nubes dejaron caer una lluvia suave que hizo crecer la vegetación. Kooch, satisfecho, creó una segunda isla junto a la primera y se marchó al horizonte.
Pero Tons, la oscuridad, todavía estaba sobre el mundo, y allí, en las islas, dejó a sus hijos, los gigantes, para que las hicieran suyas. Uno de ellos, llamado Noshtex, deseaba a la nube Teo. Día y noche se quedaba viéndola embobado, cuando paseaba con sus hermanas. Un día decidió raptarla y se la llevó a su caverna por la fuerza. Las hermanas de Teo, furiosas al no encontrarla, se arremolinaron en una gran tempestad que lo cubrió todo. El agua bajó en torrentes por las laderas de las montañas arrastrando árboles y rocas, inundando las cuevas de los animales y los nidos de los pájaros, antes de derramarse en Arrok, el mar amargo.
Luego de tres días de lluvia incesante asomó el sol, y al enterarse del rapto fue al horizonte, donde estaba Kooch, para darle la noticia.
-El que lo haya hecho, será castigado -dijo Kooch-. Si Teo espera un hijo, será mucho más fuerte que su padre…
Al día siguiente, cuando el sol salió a devorar la neblina, contó a las nubes las novedades. Xóchem, el viento, las llevó a la tierra, donde las oyó el chingolo. Y el chingolo se lo contó al primero que se le cruzó y así, al poco tiempo, todos los animales de las islas sabían lo que había dicho Kooch. Pero también Noshtex las escuchó, de boca del viento, y tuvo miedo. Entró a la gruta con la intención de devorar a Teo y a su hijo. Arrancó al bebé del vientre de su madre, y cuando estaba por comérselo sintió un fuerte dolor en el pie.
Era Ter-Werr, un tuco-tuco que había excavado su casa en el fondo de la cueva. Con sus largos dientes de roedor mordió el talón de Noshtex y salvó al bebé. Apenas el monstruo lo dejó en el suelo para frotarse el pie dolorido, la tuco-tuco se lo llevó al exterior, pidiendo ayuda a los demás animales. Kíus, el chorlo, sabía que Kooch había creado una nueva tierra más allá del mar amargo, y sugirió llevarlo hasta allí.
Aunque Noshtex casi los alcanza, consiguieron poner al bebé sobre el lomo de un cisne blanco, que remontó vuelo rumbo al este, donde Elal, el hijo de la nube y el gigante, viviría sin peligro, porque los gigantes temían al agua. A esta tierra ventosa y fría, que los blancos llamaron Patagonia, llegaron el cisne y su carga, y el ave no descansó hasta posarse en la cumbre del cerro Chaltén. Pero no llegaron solos. El resto de las aves vino poco después, y los peces grandes y pequeños que rodeaban las islas originales y los animales terrestres, unos sobre otros, helados de frío. Todos cruzaron el mar, para no abandonar al pequeño Elal. Y el cielo, y las lagunas, y las laderas de los montes se llenaron de vida.
Elal pronto aprendió que esta tierra también tenía sus peligros. Aquí habitaban Kokeske y Shíe, el frío y la nieve, dos hermanos que se consideraban amos y señores. Cuando Elal quiso bajar del Chaltén lo atacaron, dispuestos a matarlo. Pero el pequeño demostró que no sería tan sencillo como ellos pensaban.
Levantó del suelo dos piedras, y golpeándolas produjo la chispa generadora del fuego, que lo protegió de los hermanos y los ahuyentó.
También se construyó un arco y flechas, para cazar los animales que le servirían de sustento.
El mismo arco, poderoso, lo usó para ahuyentar el mar a flechazos y agrandar la tierra seca. Y una vez que tuvo bajo su dominio un territorio enorme, rico y poblado por todo tipo de animales, modeló con barro a los primeros hombres y mujeres, los tehuelches. Les enseñó los secretos para dominar la Creación; les dio el fuego, les enseñó a rastrear animales y cómo cazarlos, cómo vestirse para soportar el duro clima…
Al fin, un día dio su tarea por cumplida. Reunió a las gentes y se despidió de todos, encomendándoles que transmitieran sus conocimientos a las futuras generaciones. Y partió, a lomos del mismo cisne que lo había salvado cuando era un bebé. Los tehuelches lo vieron alejarse y, cada tanto, disparar una flecha al mar. Donde la flecha caía surgía una isla, y el cisne podía detenerse a descansar. Dicen que en una de ellas, tan lejos que ningún hombre la ha visto jamás, vive todavía Elal, junto a hogueras que jamás se consumirán, escuchando las historias de los tehuelches que han abandonado este mundo…
Así escucharon la historia de Kooch y Elal los primeros hombres blancos que llegaron a la Patagonia. Entre ellos estaba Pigafetta, el cronista de la expedición de Magallanes, que dibujó el mapa de la costa continental y el de las dos islas donde todo comenzó, el día que Kooch se puso triste.


HAIDÉ DAIBAN



CLIO

Clío caminaba erguida, sus ojos clavados en un punto del horizonte. Un mechón cano caía elegante sobre la frente surcada de finas arrugas.
Llevaba en la mano un primoroso paquetito de confitería, como si fuera un delicado. cristal ,casi suspendido.
Con paso marcial. Aunque algo cansino, siguió por la calle alamenada, llevando consigo, también una serie de apellidos cargados de historia.
Cada tanto oteaba las casas de enfrente, sombrías, centenarias, quizá deshabitadas, por su aparente soledad, todas ellas rodeadas de jardines umbríos, centenarios, que le hacían el marco adecuado .Esa vista tan conocida la llenaba de recuerdos y alegrías.
Aspiraba el aroma de las flores que la circundaban y tenía ante sí ,otra vez, aquellos pincelazo de tiestos cargados de colores y aromas. Aquellos, de la vieja casona paterna.
Los jacarandaes estaban en flor y como una sonámbula continuaba por la vía violeta, pisando impávida, las flores caídas, como si estuviera acostumbrada, ( y lo había estado), a pasar sobre las corolas que en otro tiempo  habían echado a su paso los mejores pretendientes de la ciudad.
De pronto, su rostro cejijunto, desaprobaba alguna fachada atrevida que importunaba con sus "modernidades" al barrio.
Llegó a la Avenida y cruzó manteniendo siempre su mano erguida, que sostenía aún el paquetito. Pasó frente a la antigua iglesia, se persignó y observó el campanario.  El reloj marcaba desde lo alto las cinco en punto, aceleró el paso. Era la hora del té.
Revió instintivamente, todas las tardes de su vida y comprobó por enésima vez que nunca faltó en su cuenta una sola tarde sin el reglamentario five o'clock tea. Como decía su madre inglesa debía sorberse en tazas de transparente porcelana, y con delicadeza y elegancia, sin levantar el meñique.
A Clío le parecía verlas brillar  aún, sobre el mantel bordado, rodeado de cakes y puddings. Mamá cuidaba de aquellas piezas,  con celo y ella, las admiraba tras la vitrina del comedor. Suspiró quedamente. Clío sabía que solo tomaría el té en ellas cuando su hermana Anastasia la invitara. ¡La heredera!. Frunció la nariz con desdén cuidando que nadie notara el  gesto.
Se detuvo de repente frente a una vidriera, observó los encajes y puntillas. Arrobada sonrió para sí. Mi vestido, pensó, ese sí que era de encaje de Bruselas, padre nunca olvidaba de traérmelos en cada uno de sus viajes.
Acomodó el paquetito y siguió, soberbia, calle abajo, trotando sin querer  con el declive que imponía la vereda. Así solía hacer de chica cuando la acompañaba su nodriza-madre Francisca, ¡Si!, Francisca fue su sombra. Donde ella estuviera, Francisca la seguía. Aunque en la estancia de su padre, allá por Casares, más de una vez la engañó. Y sus buenas escapadas se hizo al pueblo.
Entre la gente aquella, mezclada en la feria, en la placita, ella era  una  más.   Y se     olvidaba de la rigidez de los muebles, de la frialdad de los mármoles que tenía el casco de "La Augusta", como le decían todos.
Mientras recordaba, Clío caminaba con paso lento. Por fin, jadeando un poco , se detuvo frente a la casa. Estaba deteriorada y emergían mechones de color debajo del muro descascarado. Era de una sola planta, faltaba  el  jardín, que  había  sido  tapiado burdamente, sin consideración. A su lado crecía un monoblock rígido, enhiesto. Era un dedo de cemento que apuntaba al cielo.
Clío estaba cansada de la caminata, sosteniendo con el dedo meñique el paquetito, sacó su llavero de plata y abrió la puerta de entrada. Cruzó el patio enmacetado, giró la llave que abría la puerta de su cuarto y entró.
Estaba oscuro, dentro y no se escuchaban ruidos en la casa. Aún no habrían llegado la señora Martín con sus niñas, que volvían del colegio. Eran una compañía  aunque tuviera que compartir la casa y el alquiler ayudaba un poco, la jubilación todavía no la habían aumentado como prometió el gobierno. Ya vendrían tiempos mejores, o quizá nunca suceda, no se sabe.
Se acomodó el cabello con las manos. Se lavó y tendió el pequeño mantel bordado por su abuela, colocó las dos masas recién compradas en el último platito de porcelana que le quedaba. Sacó de la vitrina la taza de porcelana para el té y se dispuso a merendar.

domingo, 8 de abril de 2012

POEMAS




ESTER CALDERÓN 
Poema para mi muerte


Me iré una mañana fría
yo no sé bien por qué
por que una fría mañana?
si de todos modos me iré…

Y dejaré todas mis cosas... ¿qué cosas?
porque así debe ser
y el mundo que yo conozco
dejará de ser como es
Y empezaré otra vida… o la terminaré
y no sabré nada entonces, como ahora no lo sé
Y seguiré mi camino, ese que debe ser
Cuál es ese camino? Una incógnita tal vez
que no se resuelve nunca, que vuelve una y otra vez.

VASCO BAIGORRI
Bailaora



Rojinegra tu ropa
gitana.
Rojo tu corazón
negra mi angustia negra
del talle de tu boca
quiero prenderme
mientras
en la guitarra de tu cintura
deslizo el flamenco de mis dedos.


 

Me iré una mañana fría
Agosto me llevará
Dejaré todas mis cosas…
Ay! Alguien me extrañará?

Cuatro rosas y mi última poesía
Cuatro rosas toda mi compañía…
En mis manos cuatro rosas
perfumando mi partida
Cuatro rosas nada más mi única compañía
Dulces rosas que desaparecerán
hasta cuándo, no lo sé
nada sé, no me preguntes!
Cuatro rosas mi única compañía

Falta poco para mi mañana fría?
O tal vez será  de noche, de esas noches imposibles
donde los fantasmas rondan y no me dejan dormir?
será en mi cama, dulcemente.
o será en un frío lugar?
Yo la espero, al mismo tiempo tengo miedo
no sé cuanto tendré que penar…

SERGIO PRAVAZ
No sé de árboles

Desconozco la historia
de la luna
no sé de árboles
e imagino que un puente
es también el gajo de una mandarina

aún así
cuando sacudo el silencio
puedo ver palabras
que brillan

DANIEL DE CULLA
En capilla
(Crying In The Chapel,  from Elvis)

La Primavera y el Verano
Vienen bien mojados.
Mi Amada se ha confesado
Por haber quebrado una Flor
Y durante el discurso de la confesión
Y al final de ella, me dice
El confesor me preguntó muchas veces
Qué flor era aquella
Que había quebrado
Y ella respondió:
- La Lechetrezna, padre,
Y notó malicia en sus ojos.
Ahora mi Amada está encinta
Y de fijo y sin rodeos pregunto
¿De cuántos tonos
O de cuántos tiempos
Se compone el "Llorando en la Capilla"
De Elvis muy esencial y muy digno
Cantado en melodiosas arias Rebuznales
En notas plateadas,
Blancas, negras
Casi nada

Estoy salido y bien hambriento
Y me gusta hacer más fuerte los susurros
En lo alto y bajo del Amor
Donde entré quebrado
Pero no de falsete
Quedando confiscado en un vientre
Que pregunta
¿Por qué  el macho exhala el menor eco
Cuando al rabo se le pone
Algún peso?
"El hambre y el Amor", Amada mía
Obligan al Jumento en su bochorno
De otro modo
Estaríamos perdiditos sin remedio
Y en Capilla