martes, 21 de octubre de 2014

José Menéndez

                          El cazador José Menéndez
  
Ya surgía el  ocaso por el horizonte, el aire estaba espeso, asfixiante, el agobio rondaba  el lugar, el día llegaba a su fin, era una tarde de primavera con un calor de verano, mas apropiada para estar en un escarpado a la sombra o en un oasis de frescas palmeras, que en una jungla como aquella, todas las especies se agolpaban al emerger, las nocturnas dando la bienvenida al nuevo día y las exhaustas que retornaban a sus hogares o madrigueras con pasos cansinos para encontrarse con la manada, con sus pares.
El aparentaba estar como todas ellas, había sido una jornada difícil, estaba agotado, lo atosigaba el calor extremo, estaba incomodo en su piel, estaba hambriento y sediento, estaba esperando paciente. Ni el ojo conocedor lo hubiera destacado, parecía uno mas de aquellos herbívoros que tomaban la vida con cautela, pastando, tal vez pensando, rumiando y dóciles a las vicisitudes de la vida, el aparentaba serlo, en cierto modo envidiaba a aquellos cuadrúpedos que moraban en manadas y vivían en las estepas, fieles a su especie, a su pareja, incapaces de hacerle daño siquiera a algún ser, temerosos de los salvajes, como el.
Le hubiese gustado ser así, de algún modo el llevaba su ser como una carga pero era parte de el y era inevitable, le parecía inverosímil de algún modo que hubieran sido creados para una vida tan monótona tal vez ansiaba llevar una vida duradera sin aventuras como aquellas criaturas, como sospechaba que ellos lo envidiaban a el por su bravura por su vida aventurera, por su poderío, si es que ellos ambicionaban algo.
Ascendió al puesto donde estaba lo espeso de la manada, pasaba desapercibido, tal vez era por su disfraz, tal vez por su imagen que no mostraban aquel temible aspecto que había sabido tener, tal vez ya no era sino uno de ellos, rezagados y resignados a la vida, se le ocurrió pensar que era un lobo disfrazado de oveja, estaba cavilando en el momento que localizo a su presa, estaba distante y era inalcanzable para el, lo antecedía una multitud, la vio y se dio cuenta de su belleza, su corazón se agolpo al pensar, había visto solo una parte pero su experimentado ojo sabia reconocer lo bueno, estiro el cuello pero estaba tapado por algún macho de gran tamaño, hociqueo y se propuso analizar su plan de ataque, su naturaleza felina le había enseñado a ser cauto, una precipitación significaba el fracaso, ordeno sus ideas, no le escaseaba el alimento, en su guarida reservaba una cantidad considerable como para durarle un par de días, además el sabia que con facilidad encontraría presas de mayor volumen con mayor facilidad, pero esta lo sedujo particularmente, era una empresa demasiado difícil pero le gustaban los desafíos. Se ocupo en imaginarse el acto mórbido en el cual llevaría la cacería, se vio retozando en ese cuerpo de líneas curvas, se vio relamiendo su presa, le produjo un sentimiento casi erótico, excitante, saboreando esos músculos jóvenes, esa carne fresca, esa sangre, no se dejo obnubilar, la vio de cuerpo completo y se le apareció perfecta sabia que no lo era pero el deseo delimita las líneas de la perfección, se irguió, estaba exultante y estiro su cuerpo haciendo sonar las vértebras, pensó en arrojarse precipitadamente, pero estaba disfrutando el momento de fantasear, el sol ya estaba cayendo, el aire cambio y sintió una brisa floral, era el olor del paraíso, quizás, o el olor dulzón de la muerte que acecha, se movió sigilosamente y se acerco unos metros pudo detallar en la complexión de su fisonomía, ella se encontraba ausente, ensimismada en sus asuntos, inocente, desconociendo completamente lo que sucedía y se avergonzó de pensar si fuera posible leer los pensamientos ajenos, volvió a estudiar la figura y la observación dejo lugar o mejor dicho fue arrastrada por el caudal de la corazonada, del palpito, estaba jadeando y tenia la boca seca.
No tendría sentido que las cosas sucedieran simples pues perderían su arte, su color, su sabor, el fruto prohibido sabia mejor que el mejor de los manjares servido sin el esfuerzo.
Quizás era incorrecto para el, un cazador reprimido, que había abandonado esos caminos salvajes para sumirse en la frivolidad, la vulgaridad, retornar a sus acechos anteriores, pero hay cosas que no se pierden, como la naturaleza de matar, de perseguir, de dominar, se la puede ocultar, enterrar, pero se despierta como un león dormido.
¿Acaso no era la seducción la más antigua de las artes? De repente se genero la situación, el momento justo, un pequeño grupo se había apartado y libro el camino recto hacia su cometido, era la hora, la vislumbro sola e indefensa, contuvo el aliento, saco sus zarpas y se apresto a embestir, flexiono su patas traseras para proyectar el salto.... súbitamente surgió desde un costado, una irrisoria criatura, inferior que el, insignificante, apenas
un carroñero, de aquellos que cazan solo por hambre o por necesidad, se dirigía hacia su elegida, vaya destino, con tanta variante, con tanto esmero destinado a elaborar, diseñar su plan, a degustar su victoria, se agazapo y quedaron enfrentados, en otros tiempos no hubiera sido contrincante, aun ahora no ofrecería resistencia, pero los otros tiempos habían dejado lugar a estos, los tiempos actuales, cedió su lugar, se resigno, inexplicablemente hasta se alegro de hacerlo, se alejo pasivamente y se entristeció al pensar que se conformaba tan solo con la fantasía, había pasado de ser un cazador nato a un imaginativo, se había satisfecho con el hecho de rememorar su antigua gallardía y asegurarse que todavía mantenía su instinto intacto, ni de eso podía estar seguro, pero en cierto modo lo inundo un sentimiento de alivio, no era mas que un soñador.
La muchacha, su presa, se bajo en la Avenida Álvarez Thomas, furtivamente él le dirigió una ultima mirada, él descendió dos paradas después meditando en lo bien que le vendría una ensalada que le habría preparado su esposa


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