viernes, 3 de octubre de 2014

Alain Badiou


             El poeta, el poema, la poesía   Alain Badiou

 

Pero ya obsoleta a fines del siglo XIX, la imagen del poeta guía queda invalidada por completo en la centuria siguiente. En la estirpe de Mallarmé, el siglo XX funda otra figura, la del poeta como excepción secreta actuante, preservación del pensamiento perdido. El poeta es el protector, en la lengua, de una apertura olvidada; es como dice Heidegger, el "custodio de lo abierto".

El poeta, ignorado, monta guardia contra el extravío. Persistimos, desde luego, en la obsesión por lo real. Porque el poeta garantiza que la lengua conserve el poder de nombrarlo. Tal es su "acción restringida", que sigue siendo una función muy elevada.

El arte, en el siglo, tiene el papel de unir. No se trata de una unidad masiva sino de una fraternidad íntima, una mano que se une a otra, una rodilla que toca otra. De lograr su cometido, el arte nos preserva de tres dramas.

a) El de la pesadez y el encierro. Es el principio de libertad del poema, único que puede sacar al siglo de su prisión, que es el propio siglo. El poema tiene el poder de arrancar al siglo del siglo.

b) El de la pasividad, de la tristeza humana. Sin la unidad prescripta por el poema, la ola de tristeza nos hace tambalear. Hay, entonces, un principio de alegría del poema, un principio activo.

c) El de la traición, la herida al acecho, el veneno. El siglo también es la tentación del pecado absoluto, consistente en abandonarse sin resistencia a lo real del tiempo. "Ritmo de oro" quiere decir: sentirse tentado por el siglo mismo, por su cadencia, y por lo tanto aceptar sin mediación la violencia, la pasión de lo real.

Contra todo esto sólo tenemos la flauta del arte. Se trata sin duda del principio de coraje de toda empresa de pensamiento: ser de su tiempo, mediante una manera inaudita de no serlo.

Para hablar como Nietzsche, tener el coraje de ser intempestivo. Todo verdadero poema es una "consideración intempestiva".

En el fondo, ya en 1923 Mandelstam nos dice que con respecto a las violencias del siglo, y sin retirarse, el poema se instala en la espera. En efecto, no está consagrado al tiempo, ni es promesa de futuro, ni pura nostalgia. El poema se mantiene en la espera como tal y crea una subjetividad de la espera: de la espera como acogida. Puede decir que, si, la primavera volverá y "brotará el retoño verde", pero que, con un siglo roto sobre las rodillas, seguimos intentando resistir la ola de la tristeza humana.

Este siglo ha sido el de una poética de la espera, una poética del umbral. Aunque este no se franquee, su mantenimiento habrá de significar el poder del poema.”

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