lunes, 6 de septiembre de 2010

SEBASTIÁN JORGI

PLAZA VILLA OBRERA

..............................A Norma Padra y Raquel Soliva

Ahora me detengo en la plaza Villa Obrera. Antes se llamaba Güemes. Yo era un niño de menos de diez años. Papá me llevaba con sus amigos el Lolo Cartolano y Victorio al café de la esquina enfrente de la plaza : La Vasquita. Ahí de pronto caían Santos Zacarías y alguno que otro boxeador de la época. También jugadores de fútbol del Club Atlético Lanús, como Beltrán, el gran número 3 del equipo y Gil, entre otros que ahora no es necesario nombrar. Los lunes a la noche, era la cita obligada, pese a ser el primer día de la semana laboral, papá se llegaba casi siempre después de cenar y escuchar el Glostora Tango Club con la orquesta de Alfredo De Angelis y las voces espectaculares de Carlos Dante y Oscar Barroca.
Ahora me he detenido y los recuerdos me hacen bien, la memoria juega una buena pasada por mi racconto y sigo, ya no estoy fijo o quieto mirando los restos de aquel bar que se llamó “La vasquita” primero y “El Negrito” después. Uno de los ex jugadores de Lanús, a finales de los 60, compró en sociedad el bar –que estaba ubicado en Pergamino y Caa-guazú—y en homenaje de uno de los chicos que siempre iba con su papá al bar, del que había sido padrino de boda, le puso ese nombre en honor del hijo de su amigo. Y así le quedó por muchos años, hasta que hoy, descascarado, despintado y en ruinas casi, sólo le queda el cartel a un costado, imagen que me hace acordar a la cinta “Cinema Paradiso”.
Ahora quiero despegar de esta esquina, que, de pronto me da una especie de resquemor : he venido por cábala para pedirle mirando la torre de la iglesia que asoma por detrás en la calle Tucumán, que, en homenaje a papá y sus amigos, me brinde la satisfacción de muchos goles granates para que Lanús salga campeón. El resquemor es una sensación de huir y decirme que esto no es nostalgia, que la nostalgia tiene la contracara de la justicia, de este club mío y tuyo y nuestro, querido vecino de Lanús, que harto se merece el campeonato.
Ahora quiero irme pero hay algo que me detiene otra vez : miro hacia el quiosco y ya no está don Celestino vendiendo diarios y revistas y remiro y recuerdo que una tarde compré una novelita de Turgueniev en una edición de esas baratas, ya más grandecito : estaba cursando el secundario pero no puedo precisar que año.
Ahora me voy y de golpe, al querer cruzar la calle, el viento parece empujarme hacia atrás y me quedo clavado : arriba, en el firmamento hay cuatro luces paralelas que bajan hacia la plaza y que son las puntas de un cuadrado color granate que al acercarse en su aterrizaje se ha convertido en una gigantesca bandera con el escudo del Club Atlético Lanús
en el medio.
Ahora me quedo. Y miro esa bandera desplegada sobre toda la calle y me tapa. Ahora ya no me quiero ir. Ahora la nostalgia se torna alegre y la memoria es una cinta para atrás muy rápida, tan veloz que no veo más que el presente y a los pibes granates comandados por Ramoñín Cabrero.
Ahora minga de recuerdos. Me iré con la bandera hacia la cancha, apenas a diez cuadras
. Ahora goles.

De su libro inédito: "Bajo los techos de Lanús"

-Buenos Aires-

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