lunes, 6 de septiembre de 2010

MIRIAM YANNUZZI

LA MISIÓN

Sobre las arenas doradas del desierto, Jesús despierta. Ya no siente dolor, sólo la paz lo rodea. Su cuerpo está flotando, se eleva imperceptiblemente pero sin pausa.
Los tibios rayos del sol acarician su rostro y su torso desnudo, sin las huellas de las heridas de su tormento.
Es hora de ir a casa, la misión aquí ha terminado, la vida terrenal por la que fue condenado, su sacrificio por las almas que ha salvado.
Nos quedan sus enseñanzas, su amor, su palabra.
Una luz blanca lo envuelve cual manto divino, una vida eterna lo espera, y con ella la gloria de sentirse vivo.
Ahora se siente parte del universo, fuerte, inmortal. Sabe cuál es el camino, la verdad, la vida, y hacia allí nos guía. Es como una gran nave que nos ayuda a traspasar el océano de la existencia; es el sol y la luna que iluminan nuestra mente; es el agua que calma nuestra sed.
La misión de Jesús está en sus palabras: "Amad los unos a los otros como yo los he amado".

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