martes, 6 de diciembre de 2011

NEGRO HERNÁNDEZ


LA NAVIDAD DE JORGE

Esa noche Marta, la mujer del negocio de antigüedades, me había invitado a cenar en su departamento. Habían pasado dos meses de nuestro primer encuentro y queríamos celebrarlo en una mayor intimidad. La comida estuvo exquisita, el ambiente cálido y la pasión desparramada sobre las sábanas fue el paraíso. Ambos sabíamos que nuestra relación iba camino a convertirse en un fuego sagrado que estábamos destinados a terminar en el infierno dispuestos a consumirnos hasta los huesos.
-Quedate a dormir, me dijo.
Pero yo inventé una excusa para irme diciéndole que tenía que terminar un artículo para el diario. No es de hombre entusiasmarse tanto, ni abusar del deseo de una dama en su propio dormitorio aunque se muera de ganas de hacerlo.
De regreso a mi casa me llamó la atención ver las luces prendidas en la esquina del Tres Amigos y cruce la calle para curiosear el lugar. Eran las 3 de la madrugada y por el ventanal vi al Gallego acomodar las sillas sobre las mesas antes de pasar el lampazo. Más allá, en un rincón estaba Jorge, el médico del barrio al que recurrían los muchachos cada vez que tenían alguna nana.
Cuando entré al local el Gallego, con un tono cabrón me advirtió que estaba cerrando y que no me iba a poder atender. Dejalo, dijo Jorge, y con un golpe de cabeza el Gallego me autorizó a pasar.
-¿Qué haces por acá a estas horas?, le pregunté.
- No me podía dormir, Negro... Se me murió un amigo, dijo mientras empinaba un trago de buen tinto.
-¿Lo conozco?
-Si, el tano Moretti.
Las piernas me temblaron, sentí un fuerte cansancio y tuve ganas de irme a dormir pero no podía dejarlo al Doc sólo en ese momento. La noche con Marta me había agotado y lamenté no haber aceptado su invitación.
-Lo recuerdo, alguna vez vino por el café y se puso a hablar de la medicina alternativa. Lo gracioso fue que el Gordo le terminó pidiéndo una receta de viagra y tu amigo le recetó unos yuyos que le provocaron una diarrea que le duró una semana, dije para levantarle el ánimo.
El Doc sonrió con una mueca triste y continuó... fuimos compañeros del colegio y de la facultad, nos recibimos juntos hace como 40 años... era un gran tipo.
Yo quise distráelo pero me contagié de la emoción y me levanté para acercarme a su espalda que se fue encorvando para apoyar su cabeza sobre las manos mientras acodaba los brazos sobre la mesa y se le piantaron las lágrimas.
El Gallego estaba pasando un trapo al piso y el local se inundó de un fuerte olor a desinfectante como el que usaba mi vieja para limpiar la cloaca, acaroína creo que se llamaba.
Yo apenas atiné a ponerle mis manos sobre los hombros y hacerle un breve masaje mientras el cuore se me arrugaba de dolor. Ver así llorar a un hombre es muy fuerte y se te vienen encima todos los llantos que no lloraste.
-Vamos muchachos que se viene la Navidad, dijo el gallego trayendo una botella de Johnnie Walker, tres vasos y una hielera. La casa invita, dijo.
Jorge fue volviendo del dolor como un chico y el whisky aflojó ni pecho acongojado, luego dijo:
-Tengo la fortuna de pasar la navidad con mi mujer, mis hijos y mis nietos ¿qué más puedo pedir?. A esta altura de la vida nosotros somos el antes, los hijos son el durante, y los nietos son el después.
-Para mí la navidad es la infancia, dije. Es una mesa grande con mis padres jóvenes, mis hermanos, mis primos, mis tíos y mis abuelos inmigrantes.
-Tenés razón Negro, es como volver a mi pueblo de Galicia donde grandes y chicos esperábamos el nacimiento de Jesús en la iglesia.
La imagen de Marta volvió por un minuto y tuve ganas de verla. ¿Me acompañas a casa? pregunto Jorge. Si, por supuesto yo también voy para allá, y lo ayudé a levantarse. Cuando salimos del café se apagaron las luces de su interior y sentí bajar a las cortinas metálicas. Cuando giré la vista el gallego estaba poniendo el candado en la puerta de la esquina.
La luna calurosa de diciembre rebotaba en el adoquín de Barracas y parecía guiñarnos un ojo despidiendo la noche. Mi amigo trataba de caminar erguido y me abrazada en cada cordón. De repente levanto las dos manos como invocando al cielo y se le escucho decir en un grito: -¡La puta que te parió Moretti, dejarme justo ahora!
-A tu salud, Doc.