martes, 6 de diciembre de 2011

JUANA ROSA SCHUSTER


LA INCÓGNITA

En el convento lo querían mucho. La Madre Superiora consideraba que debía tener un trabajo a pesar de su invalidez. Había nacido mudo.
Le habló al capitán Millar. Un hombre curtido por tantos soles, habituado al rudo trato con marineros embriagados.
Al principio pareció que chocaban dos constelaciones. El Sr. Millar no sabía hablarle a una monja. No comprendía bien cómo había llegado el muchacho al monasterio. Él no entendía de problemas sociales y la religiosa le hablaba con un sociolecto muy escolarizado.
Finalmente, sus ojos azules como ese mar, que parecía haberse instalado en las pupilas por tanto contacto, observaron detenidamente a Norman, y después de preguntar la edad, aceptó contratarlo como ayudante de cocina.
Norman tenía 17 años, esos ojos negros semejaban dos escarabajos brillantes. De carácter sereno no traería complicaciones.
Una vez sellado el trato, el joven dibujaba en el aire el objeto al que se refería. A veces, no era claro de qué se trataba.
A Norman, le atraía esta vida junto al mar. A veces irascible, otras en completo sosiego.
Una noche, paseando por la cubierta, vio un niño de diez años demasiado inclinado entre las barras de hierro. Corrió hacia él, moviendo la boca sin sonidos. Tarde. El pequeño cayó al agua.
En el puente de tripulación no captaban su mensaje gestual. Aunque no le creyeron, el capitán citó por listado a todos los pasajeros incluida la tripulación.
- Fue una visión.
- Eso sucede cuando sólo se ve cielo y mar.
- Estás cansado.
No existía ningún problema a bordo. Lo convencieron. Norman durmió con sueño profundo esa noche.
Nadie notó la zapatilla de alguien de 10 años que flotaba a treinta metros del buque.

No hay comentarios: