martes, 6 de diciembre de 2011

MARISA PRESTI


EL SOBRE

Quizás no era ella, pero algo en su porte, su manera de caminar y hasta el piloto beige que se levantaba con el viento, me hizo apurar el paso, abriéndome camino entre la gente que me impedía avanzar.
Una extraña emoción me hizo anticiparme al encuentro; hacía más de tres años que no la veía. Perdí su rastro como un sabueso que pierde el olfato, acosado entonces por los sentimientos contradictorios que me hacían amarla y odiarla al mismo tiempo. Recordé sus palabras: Es mejor así, prefiero no verte más.
Al dolor lo escondí con trabajo, me dediqué al estudio de abogacía más de lo necesario, tomé casos imposibles y los gané con tozudez y noches sin dormir.
Ahora que estaba a pocos pasos de ella, pensé que tal vez esta era una oportunidad de doblegar al destino, que todo podría ir mejor. Yo había enderezado muchas de mis conductas erradas con meses de terapia, charlas de diván donde por mucho tiempo ella fue la protagonista.
Aprendí, y estaba dispuesto a confesárselo.
De pronto, vi que se detuvo. No miró hacia atrás, pero de pronto apareció un hombre y ambos se tomaron del brazo, mientras charlaban animadamente.
¿Cómo pude ser tan tonto?, me pregunté. ¿Cómo pude no haber calculado que ella podía tener otro amor? Y yo, pensé, estaba en el baúl de los recuerdos.
Sin saber qué hacer, miré hacia arriba, como buscando en el cielo diáfano de aquella tarde una respuesta a mis errores. El atardecer recortado sobre las figuras de los rascacielos me hizo recordar la cadena de errores que me habían convertido en un solitario. Bajé la vista, dispuesto a volver a mi rutina, cuando de pronto la vi venir hacia mí. El hombre ya no estaba con ella. Nervioso, enfrenté su sonrisa amable lo mejor que pude. Noté en su rostro una cierta alegría al verme: ¡cuánto hace que no se de vos! ¿Qué es de tu vida?
Era la de siempre, la que había amado, la que ahora charlaba animadamente sobre la casualidad del en-cuentro. Me pregunté cuál sería la posibilidad de invitarla a tomar algo, pero ella se adelantó: Tanto tiempo merece compartir una café, ¿tenés tiempo? En realidad tenía una audiencia en Tribunales, pero nada era más importante que aprovechar esa pequeña oportunidad del destino.
La miré; los mismos ojos profundos que rondaban mis sueños, el cabello recogido con esas mechas que caían al descuido, las mismas que yo solía poner en su lugar una y otra vez, mientras ella riendo las soltaba de nuevo. Me hablaba, pero yo no quería perder ni un detalle del rostro, de su cutis blanco apenas maquillado, de sus labios delgados pero tentadores. Contesté maquinalmente sus preguntas, creo que ni registré su charla, hasta que de pronto, sin pensarlo, dije: ¿Estás en pareja?
Al ver su expresión, me arrepentí al instante. No hablemos de nuestras vidas personales, disfrutemos este encuentro, me dijo.
A los pocos minutos estábamos fuera del bar, se despidió con un cariñoso beso en la mejilla y antes que pudiera decir algo, puso algo en mi bolsillo y se alejó sonriendo.
¿Cómo te encuentro?, grité. Pero ella ya había desaparecido entre la muchedumbre.
Caminé hasta que comenzaron a dolerme los pies, la noche había caído y yo seguía sin rumbo, lo había perdido hace muchos años y hoy volvía a repetirse.
Estaba a pocas cuadras del estacionamiento; busqué las llaves del auto en mi bolsillo y entonces toqué algo, parecía un sobre doblado en dos.
La poca luz no me permitió leerlo, quizás fue lo mejor que hice esa noche.

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