martes, 6 de diciembre de 2011

SONIA CATELA


LA BRUJA

Durante la limpieza general de la casa que habitaría de ahora en más, halló la extraña lámpara. Por su forma miliunanochesca le recordó la de Aladino y la frotó con la gamuza; inconscientemente formuló un pensamiento: siempre había querido tener una cabellera llamativa, a lo Verónica Lake, no la rala pelambre que poseía. De inmediato se quedó calva. Su melena había desaparecido por completo, de su cabeza, de la habitación, del mundo; ni una hebra daba fe del jopo que había portado en lo alto de su testa. Después de un examen de lo irreparable, exigió a la lámpara la inmediata compostura del perjuicio. Con teatral fogonazo, decenas de pelos se estrellaron en el piso, los muebles, las arañas, los vidrios de la ventana y los grifos de la pileta. Furiosa, demandó la devolución a su lugar de la corona capilar: los cabellos desparramados se reagruparon y aparecieron, sobre su cabeza, en forma de artística peluca. A partir de ese momento, con recelo, enunció, a modo de test, peticiones insustanciales: que se limpiasen los vidrios de la ventana, que lloviera cinco milímetros; todo en vano. Evidentemente, la lámpara concedía -de manera antojadiza y contradictoria- nada más que tres requerimientos por persona. Y los otorgaba con signo contrario al de su formulación. La sepultó dentro de una cómoda. De allí la saca cada vez que vienen a su casa visitas a las que selecciona previamente con todo cuidado; las invita a frotar la lámpara y formular tres deseos, lo que más anhelen en la vida.

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