martes, 6 de diciembre de 2011

MARCOS RODRIGO RAMOS



SEIS BALAS
 
Jorge Manrique estacionó en el garaje de la penitenciaría. El guardia lo acompañó hasta la celda 273, venía a ver al hombre viejo
-¿Qué se le ofrece mi amigo?- le preguntó Don Isidro Parodi mientras cebaba mate en un jarrito celeste.
-Vengo por recomendación de mi amigo Aquiles Molinari. Sé que tarde o temprano la policía va a descubrir el crimen que he cometido.
-¿Qué es lo que usted hizo?
-Parece que maté a mi novia.
-Dicen que también maté a una persona y aquí me tiene, yo que no soy capaz de dañar a una mosca, sin embargo quien me ve acá dentro jamás lo creería. Amigo, las apariencias engañan. Cuénteme desde el principio como pasaron las cosas.
-Desde hacía tres años estaba saliendo con María Iribarne. Nuestra relación siempre fue tranquila y pensábamos en casarnos pronto pero todo comenzó a deteriorarse a partir de que ella ganó la lotería na-cional. Imagine, diez millones de pesos. La verdad que esa suma puede cambiar a cualquiera pero a ella la alteró mal.
-No se adelante tanto. ¿Cómo era la relación antes del premio?
-Soy profesor de Literatura, en uno de mis cursos tenía como alumna a María. Comenzamos a salir, si bien nuestra unión siempre fue fuerte tuvimos en contra dos factores fundamentales: el dinero y su familia. El primero porque nunca alcanzaba para que alquilemos algo digno para irnos a vivir juntos. La familia porque la hermana y la madre son dos víboras ponzoñosas que vivían explotándola, se quedaban siempre con su mísero sueldo de empleada y ni siquiera le permitían usar algo para sus gastos personales, yo le prestaba para que pudiera ir a trabajar y comprarse las cosas mínimas. De la madre lo podía tolerar porque sé que muchas familias son así, pero de la hermana, no. Una mocosa desprejuiciada de veinte años que duerme hasta cualquier hora y vive saliendo todas las noches con sus amigas.
-¿Tan diferente era su novia?
-Eran como el agua y el fuego. María era dulzura, responsabilidad, orden. En cambio Graciela, que casi tenía la misma edad, era lo contrario: vagancia, vulgaridad, desorden. Aunque son muy parecidas física-mente con sólo tratarlas un rato la diferencia se hacía evidente para cualquiera, mi amada con su melenita de oro bien peinada, la otra con toda su melena desaliñada. Obviamente ella y su madre influyeron en ella para decidirla a hacerme lo que me hizo.
-¿El cambio de la relación se produjo después de ganar los millones?
-Claro. Me encontraba en Tucumán cuando ella salió en los diarios. Casi no la reconozco con esos anteojos negros. La llamé enseguida. Atendió la madre, me dijo que María no quería verme más, que no la siga molestando, que estaba con su nuevo novio, un hombre acorde a su nueva condición económica. Pensé que todo era un invento de la vieja bruja pero no. Cuando llegué a mi casa encontré una carta de María en la que, resumiéndolo, me decía lo mismo que dijo su madre.
-¿Cómo era esa carta?
-Estaba en un sobre amarillo, escrita en una hoja oficio a máquina. Era una carta corta que ni siquiera firmó. Enfadado llamé a su casa. Esta vez me atendió la hermana. Me dijo que no viniera porque María estaba con el novio. Le contesté que no me importaba, que iba a ir igual. Cuando llegué, reconocí su me-lena rubia, había subido a un Fiat Palio que estaba estacionado allí. Iba abrazada a un hombre rubio y alto. Le grité pero no se dieron vuelta y se fueron rápido por la avenida. Estaba desesperado.
-¿Entonces que hizo?
-Como loco decidí quedarme a esperar en la puerta a que volviera. Se ve que alguien llamó a la policía y tuve que irme pero me escondí en un bar que había en la esquina.
Por momentos me pareció notar un leve movimiento en la ventana de la planta alta como si estuvieran espiando. Cuando se hizo de noche por fin llegaron. De lejos los vi entrar en la casa. Al rato él se fue solo. Golpeé la puerta pero nadie atendía. Sabía que ella estaba dentro. Una de las ventanas del frente no estaba cerrada por lo que me fue fácil entrar por allí. Me llamó la atención el fuerte olor a kerosén que había dentro. La luz del comedor estaba prendida, sobre el aparador encontré dos portarretratos, en uno estaba María y en el otro un hombre rubio de más o menos cuarenta años, seguramente el nuevo novio. En la esquina de la repisa había una caja forrada con terciopelo, María me había contado que en ella guardaban una pistola calibre 22. Saqué el arma y le puse las balas. Supongo que me guió un impulso ciego cuando vi en el cesto de basura todas rotas varias fotos de la época que éramos novios. Fui hacia su habitación, ella dormía toda tapada. Le disparé tres veces, no se movió ni emitió sonido alguno. Salí corriendo. Después de deambular sin rumbo fijo fui a lo de mi amigo Aquiles Molinari. Le conté lo sucedido. Él me dijo que lo venga a ver a usted y le diga todo. Todavía no veo el sentido de hacerlo pero por si la cosa no estuviera mal me enteré por los diarios que se incendió la casa de María.
-¿Tiene el diario? Quisiera leer la noticia.
-Espéreme un minuto. Lo dejé en el despacho del regente. Voy a buscarlo
Jorge Manrique se dirigió hacia la oficina de recepción. No había nadie y sobre el escritorio estaba su pe-riódico. Ubicó la página que le interesaba mostrar a Parodi y volvió a la celda 273. Del otro lado de la reja observó que el hombre canoso se había puesto una gorra. Sin levantar la vista le ofreció el jarrito celeste con mate.
-Como le decía. Al día siguiente los diarios mostraban en primera plana las fotos de la casa incendiada de la ganadora de los 10 millones de pesos. Encontraron su cuerpo carbonizado con seis balas dentro. Las balas que disparé yo. ¿Me está escuchando? ¿Por qué no me mira?
Fue cuando lo vio a la cara que se dio cuenta que no estaba hablando con Parodi.
-¿Quién es usted?.
El hombre del gorro se fue sin contestarle y de un costado emergió Isidro Parodi.
-Escuché todo lo que dijo. ¿Tiene algo más que contarme?
-No. Ahora sigo con el arma, me quedan seis balas todavía.
-Amigo mío, ahora soy yo quien le va a contar la historia. Una joven pareja mantiene una relación firme a pesar de los avatares económicos y la oposición de la despótica suegra y la cuñada desgraciada que influ-yen en la chica de tal forma que ni siquiera puede disponer del dinero de su salario. Justo cuando él se va de viaje ella gana la lotería. Ella cansada de tanto abuso familiar decide no darles un solo centavo de lo ganado. La discusión se vuelve violenta y la matan. La madre y la hermana necesitan una coartada, justo aparece el novio llamando por teléfono; recuerde que usted nunca habló con su novia, sólo con ellas; en cuanto a la carta que usted recibió, por sus características, la pudo escribir cualquiera, ni siquiera estaba firmada.
-Pero yo la vi con el tipo.
-Usted ve a una mujer rubia salir de la casa abrazada a un hombre, pero no llega a verle la cara porque se va rápido. Esa persona era en realidad su hermana con una peluca rubia y anteojos. Usted mismo dijo que cuando la vio en el diario le costó reconocerla. Convengamos que usted no es muy difícil de engañar, recién confundió al pobre Cristóbal conmigo. Cuando va la casa de ella su suegra lo descubre. Enseguida llega su cuñada disfrazada de María con su cómplice. Cuando este se va usted se dirige a la casa y entra por la ventana que casualmente estaba abierta. Los elementos que encuentra en el comedor, el portarretrato con el supuesto nuevo novio y las fotos destruidas en el tacho de basura, lo inducen a tener la reacción que tiene. Milagrosamente hay un arma a mano. Le dispara al cuerpo de su amada, eso es correcto pero ella ya estaba muerta. Usted disparó tres veces, según el diario encontraron seis balas en el cuerpo. El incendio tampoco es casual, usted cuando entró le llamó la atención el tremendo olor a kerosén que había en la casa. Usted les vino como anillo al dedo. La policía y los vecinos lo vieron en la puerta de la casa de su novia enfadado. Creo adivinar lo que dirán su suegra y su cuñada: "El ex novio en un ataque de celos la mató e incendió la casa". La policía va a creerles porque cuando usted entró llenó todas las paredes con sus huellas digitales, incluso la caja en donde estaba el arma. Aunque cuente la verdad jamás le creerían.
-Pero eso no es justo.
-La ley no es justa. Bien lo sé por experiencia propia
Parodi le cebó el último mate. Jorge Manrique luego de agradecerle se despidió estrechándole la mano y diciéndole:
-Todavía me quedan seis balas.

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