jueves, 6 de octubre de 2011

NEGRO HERNÁNDEZ



..................HABLEMOS DE MARTA 

Hablemos de mujeres, dijo el Gordo, tratando de cerrar la discusión sobre la actualidad política, que inevitablemente sucedía a la del fútbol, un juego que ha perdido el domingo y es cada vez más mediocre desde que la pasión fuera encerrada entre los intereses empresarios y el televisor.
Siempre terminamos hablando de lo mismo, respondió el Mirón, mientras Sandoval, que andaba de a pié porque le habían afanado el auto, acomodaba las dos pesadas valijas del muestrario de verano junto a nuestra mesa de la ventana.
Otra vez, pensé, ahora van a seguir hablando de la maestra de 4ª del colegio de enfrente, de la hija del Gallego que está refuerte, y terminarán contando chistes verdes.
Mientras trascurría la charla busqué un refugio añorando los atardeceres de la infancia, cuando volvía de la escuela y mi vieja me esperaba con el Toddy caliente, que me hacía fuerte como Trazan, y los churros que ella misma amasaba sobre la mesada de mármol.
Hay cuatro tipos de mujeres, dijo Sandoval poniéndose serio, cuando Oliverio, estacionaba el taxi cerca de la esquina, saludado con los dos dedos haciendo la V de la victoria peronista por  las últimas elecciones.      
Están las reformadoras, las cursillistas, las ecológicas y las fundamentalistas, continuó.
Como conocía su errática teoría me puse a mirar el atardecer que se derrumbaba sin piedad sobre el Café Tres Amigos, en una primavera triste,  nublada y ventosa como una despedida.
Desde que la vi mi ánimo andaba mejor, había abandonado el invierno de los nostálgicos, y ahora mis pensamientos estaban concentrados en ella, la nueva vecina del negocio de antigüedades, por la cual había empezado a sentir una fuerte atracción.
Las reformadoras son las minas que te quieren cambiar, pretenden hacerte a su imagen y semejanza. Te compran las pilchas que a ellas le gustan, te enseñan buenos modales, a pronunciar el inglés correctamente y te exhiben ante sus conocidos como un bruto transformado en diamante.  
Yo pensaba en una excusa para acercarme a Marta, así se había presentado una mañana en el Café cuando se acercó para preguntarme algunas particularidades del barrio. Tal vez sería inteligente llevarle a su local -muy paquete y bien puesto- una sopera de porcelana inglesa, herencia de mi madre, para cotizarla y dejarla en consignación, pensé.
Las cursillistas se la pasan anotándose en cuanto curso que se les ocurra, ikebana, astrología, taller literario, restauración de muebles, y no las encontrás nunca en tu casa. Te dejan papelitos con mensajes, las recomendaciones para los chicos, la comida para recalentar, y otros deberes a cumplir... te dan ganas de matarlas... 
Imaginaba al sexo de mi vecina como una brasa adormecida entre las sedas de su vestido esperando una suave brisa, un gesto, quizás una mirada para encenderla otra vez entre las piernas y juntos incendiarnos en el fuego que aún nos queda.
Después vienen las ecológicas, son esas que te matan de hambre, no te dejan fumar, te dan de comer soja y verdura hasta por las orejas y en la casa reina esa baranda a saumerio y velas aromáticas que te querés mandar a mudar.
La veo a Marta desnudarse lentamente mirándome sin pudor a los ojos, entonces desabrocha su pecho desmesurado y se arranca su corazón latiendo y me lo ofrece. Es tuyo -dice- ni siquiera necesita quitase la ropa para excitarme.
Y por último están las fundamentalistas o fanáticas que son las militantes de le los derechos de las minorías, se anotan en toda manifestación callejera y apoyan cualquier otra causa sin medir las consecuencias, obligándote a tomar partido por ellas o contra ellas...
El Gordo, que escuchaba atentamente, bostezó y dijo: Mi mujer es de las fanáticas.
¿Y tu vieja, en qué categoría está? le preguntó el Mirón a Sandoval, disimulando el tono agresivo con una mueca de indiferencia.
No. Mi vieja no entra en la categoría de las mujeres comunes. Vos sabés que las madres de antes, como la tuya, no tenían sexo, estaban más allá de las pasiones carnales, eran puras, intocables...
Los muchachos soltaron una carcajada, aunque Sandoval hablaba en serio, y a mí  empezó a picarme las ganas de poner en acción mi estrategia de conquista. En eso estaba cuando la veo a Marta pasar junto a la ventana, y clavándome  los ojos me saluda agitando su mano.  
Quizás Sandoval tenía razón respecto de las madres, pensé. Mi vieja me mostraba toda su sensualidad en sus deliciosas comidas, como esos churros de la niñez, crocantes y bañados en azúcar que jamás volveré a disfrutar.
Giré la cabeza y la vi irse como llevándose mi mirada.
Me tengo que ir muchachos, dije, y deje 10 pesos sobre la mesa. ¿Tan temprano te vas? pregunto Oliverio. Si, tengo cosas que hacer.
Salí apurando el paso para alcanzarla y al doblar la esquina la encontré caminado lentamente hacia el negocio de antigüedades...
Te estaba esperando...


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