miércoles, 5 de octubre de 2011

MARÍA LAURA TIBESSIO


LOS PASOS DE JUAN  

.....................I

Esta noche se lo digo, pensaba mientras me subía al subte. Después de todo tengo tanta confianza con ella. Estoy decidido, muchos años de estar a su lado o ella a mi lado, bueno, no sé muy bien quién al lado de quién, pero merece saberlo, merece saberlo, retumbaba en mi cabeza.
Mi secreto femenino…, después de cenar se lo cuento. Las palabras justas nunca son justas y la frase "prefiero decírtelo antes de que otro te lo cuente" es válida. Necesito contárselo, que sepa que aquella canción que tanto me entristecía cuando el viajaba "la otra tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tu" ahora me alegra. No por la lluvia ni la corrida de la gente sino por el "no estabas tú". Mujer, mujer libérate. Tu momento es hoy.
El subte avanza y avanza, las estaciones pasan y yo sigo pensando cómo se lo explico. Un sin fin de recuerdos vuelven a mi mente. Durante dos años el mismo trayecto. La interminable línea A desde mi casa hasta Acoyte para verla un rato cuando éramos novios. Nada nos importaba. Pensar que para ahorrar a veces nos encontrábamos en el andén y de esa forma no gastaba en el boleto de vuelta. Y ahora es tan distinto, como mi vida, las estaciones y la gente que por ella transita. No puedo engañarla más. Ayer a la tarde me pareció que su mejor amiga me vio con mi nueva compañía. En realidad no sé si era su mejor amiga, porque si fueran tan amigas se lo hubiese contado al instante. Yo ya se cómo son las mujeres, chusmas, rápidas de palabras, no saben guardar un secreto. Bueno, los hombres tampoco guardamos secretos de otros hombres, en realidad el único secreto que pude guardar durante dos años es el mío. Por eso, hoy llego a casa y se lo cuento todo.
Claudita, el momento llegó, pensaba mientras compraba mis últimas ropitas necesarias para el viaje. La vendedora no entendía nada. Calculo que en lo único que pensaba era en la comisión que iba a recibir por las ventas realizadas. Este fin de semana va a ser mi fin de semana glorioso. Dos años esperando este viaje, dos años guardando mi secreto femenino. Ya sé que Alfredo es un buen tipo pero, se nos apagó el fuego y bueno, después de todo lo más normal en el 2011 es separarse. Si, si, hoy a la noche se lo digo. Mientras armo la valija sigo auto convenciéndome, el momento es hoy y en cuanto escuche el sonido de las llaves se lo digo.
El sonido comenzó. Gotas de sudor corren por mi frente, mis mejillas, mis manos. Las mismas gotas de sudor que tiene Alfredo.
Los dos nos miramos y en el mismo momento nos confesamos…
Alfredo: tu jefe es mi amante
Claudia: mi jefe es mi amante.
 
......................II

La mañana de verano lo decía todo. Llegar temprano valía la pena. Pocos autos, pocas personas, pocos murmullos, pocos muchos y muchos pocos describían el paisaje.
Afuera los árboles verdes, florecidos, con pájaros casi quietos, ya que se sentía una suave brisa. Un cielo diáfano dejaba ver el sol en su plenitud. Evidentemente el verano había comenzado.
Adentro también pocas personas, pocos murmullos, pero mucho tiempo para encontrarse.
Los pasos inconfundibles de Juan en la escalera de metal me hacían rejuvenecer, enrojecer y hasta sentir que lo mejor que me podía pasar era quedarme todo el verano en la ciudad. Alfredo, mi esposo, estaba de vacaciones, pero yo había optado por instalarme en la biblioteca durante todo enero. Algo mucho mejor estaba por sucederme.
Sentada en una de las mesas de madera lustrada y cerca de la gigante ventana con vidrios limpios lo vi llegar por primera vez. Jamás se me hubiese ocurrido que el jefe de mi marido vendría en enero a esta biblioteca. Pero era cierto y ahí estaba.
Durante mañanas y mañanas lo esperé, lo miré, lo imaginé… hasta que un día me animé.
Los pasos de Juan en la escalera de metal eran inconfundibles. Decidí que otros pasos, mis pasos, los acompañaran. En la tercera fila de los libros de auto conocimiento nuestros ojos se encontraron. Desde ese día esa tercera fila se convirtió en algo así como el lugar de Juan y Claudia.
Los libros todos ordenados, acomodados, nos hacían recordar a nuestras vidas. Sentados en uno de los banquitos que se usan para alcanzar los libros más altos nuestras manos se encontraron y nuestros labios, nuestros olores, nuestros sudores también.
La mañana de verano lo decía todo. Pocas personas, pocos murmullos, pocos muchos pero mucho tiempo para encontrarse.
 
.....................III

Por detrás de los archivos lo vi. Siempre había escuchado habla de él, un prestigioso abogado, de edad madura. Esos eran los comentarios en el pasillo.
La sala de archivos quedaba a la izquierda, a mitad del pasillo blanco iluminado por el reflejo del sol que entraba por el gran ventanal, el mismo que iluminaba la sala. Debajo, una vereda muy cuidada con flores multicolores en los canteros y delante de ellos la avenida del Libertador. El ruido de los autos, camiones, colectivos y demás vehículos invadían cada centímetro de la sala, pero a mi no me importaba.
Había tenido suerte. Hacía algunos años que me había recibido, menos de los años que llevaba casado con Claudia, el amor de mi vida, o por lo menos lo que imaginaba sentir hasta ese día.
Desde aquella tarde una sensación extraña que colmaba hasta mi última célula me había dejado perplejo. Sentía que no podía explicarle a mi mente, a mi corazón, a todo mi pensamiento lo que me estaba pasando. Cuando volvía a mi casa y veía a Claudia un sentimiento parecido a la culpa llenaba todo mi ser. Yo la seguía amando pero de otra manera, deseaba su desnudez, pero tam-bién la desnudez de Juan. Muchas noches después de hacer el amor con ella necesitaba irme, despegar mi cuerpo y aunque no lo quisieran mis pensamientos siempre volvían a él.
-¿Por qué? -me preguntaba. -No lo sé y creo que nunca lo voy a saber-
-¿Qué voy a hacer? -volvía a preguntarme- No lo sé y creo que nunca lo voy a saber.
Los meses fueron pasando, y así como fueron pasando, la frialdad con Claudia se fue instalando.
Una nueva mañana dejaba la oscura noche para comenzar con un luminoso día en la sala de archivos. Los pasos de Juan eran inconfundibles, los podía reconocer entre cientos. Esa nueva mañana decidí dejarme conducir por esos pasos.
Claudia perdoname.

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