jueves, 6 de octubre de 2011

MARISA PRESTI



 SIN LETRAS
 
Escribirte. Desearte. Besarte. Recorrerte entera. Tus formas, tu sinuoso cuerpo se desplaza por mis pensamientos. Escribirte. Tiemblan los dedos con el hambre de tenerte. Miro tus pechos en las teclas negras de la computadora, mudas de tus labios entreabiertos que vuelven a recorrerme. Deslizan tu saliva en mi piel rebelando mi conciencia. Escribirte. No te rememoro, estás metida en mi espalda, siento tus muslos apresándome lentamente en deliciosa tortura. No hay letras, muero como autor porque soy esclavo. Me recorre un escalofrío lento, una anticipación de tu presencia que no se hace real, que solo me tortura.
Escribirte. En este rincón del bar la portátil me mira blanca, estática, como mis dedos. Te veo con los ojos abiertos, como aquella noche frente a mí, cuando desnudaste tu cuerpo y tu lengua me dio la bienvenida. Sin palabras, apenas quejidos nuevos que salían de mi boca frente a tu sonrisa. Manos que tocaban mi sexo en un juego de placeres desconocidos. Siento tu aliento, tu olor, tu lejano perfume dulzón que se mete en mi cuello envuelto en tu cabello enmarañado.
Pocas palabras de tu voz breve: ¿Escritor? Nunca conocí a ninguno. Jugueteas con mi pene exaltado, mientras susurras divertida: Quiero que escribas algo para mí, algo especial.
Escribirte. Tu lengua, jugosa de saliva tierna, recorre mi oreja en un laberinto de placeres próximos, que vienen y van, y no puedo poseerte. Dueña de toda mi sexualidad sólo me queda entregarme. Tu risa se ríe de mi abandono, hasta que me derramo entero. Escribirte. ¿Cómo podría?

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