Las Cataratas del Niágara Juana Schuster
Las
aguas vienen hostigadas, corren con frenesí, llegan al borde y se deslizan al
vacío.
Túnicas
de encaje caen y se estrellan contra las rocas en un rugido.
El
spray nos humedece el rostro. No podemos hablar debido al grito ronco del
salto. Se ve la mano de Dios en la armónica elaboración de tanta belleza.
La
espuma corre en vértigo y rueda al fatal e infinito derrumbe.
¡Qué
armonía grandiosa la de aquel conjunto de cascadas armadas en la profunda
altura!
Indescriptible,
indescifrable, solemne gemido de los saltos, semejante a la nota de un
órgano,
que hubiese quedado resonando, bajo la bóveda de un templo abandonado
Contemplo
las barcazas con turistas, el paroxismo de cien arco iris que se tienden como
puentes
de paz, tomo tu mano, nos miramos en estado hipnótico, entonces ,una voz
íntima
que en mi alma resuena, a esa voz potente del río se mezcla.
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