domingo, 12 de junio de 2016

Rosa de Schottlender


No ser una piedra  Rosa de Schottlender

Llueve estruendosamente. Relámpagos. Truenos.
La lluvia cae a borbotones, y yo, piedra que me van pateando mientras la gente abre sus paraguas.
Quiero no ser una piedra vulgar y sentirme pateada. ¿Intercepto el paso? Sola tampoco vine rodando. Soy una piedra sensible, me patean y voy saltando la vereda emitiendo quejidos, las asentaderas me duelen. Quisiera ser una de esas que la exhiben en una vitrina dotada de una naturaleza exótica. O quiero verme en un jardín, hermanada a las plantas decorativas y al lado de la pareja de enanitos que la custodian.
No quisiera ser piedra de lápida, vivir en un ambiente de muertos, tristeza llanto y soledad. Tampoco estar mezclada con argamasa junto a mis semejantes y volverme tapia. Mi deseo sería ser ponderada, halagada. Ser piedra preciosa, la que se talla y pasa a ser una joya. ¿Y si fuera piedra azul, nacida en Afganistán? Azul como el pájaro de la felicidad. Traída por un viajero afgano, en su equipaje como emblema de su tierra y colocarme en una repisa, junto a otras esculturitas y portarretratos…
Otra vez me patean, aunque haya dejado de llover sigo mojada y soñadora. Pero me avergonzaría ser piedra pómez. Eso de estar a los pies no me digan que no es humillante. El agua de lluvia nubló mi conciencia riscosa. Insisto en no ser piedra vulgar. Hay muchas cofrades mías que tienen formas armónicas. Yo ni eso. De lo contrario, aquellos que se llaman coleccionistas, me levantarían, me llevarían victoriosos a aumentar su colección y para mí qué felicidad compartir con mis pares. ¡Quimérica ambición! Mi realidad es reconocer que cuando salga el sol y me seque, me pareceré más a una papa endurecida vieja de piel áspera y oscura. ¡Otra pateadura…! Si ahora no molesto. No, juegan conmigo. ¡Soy un entretenimiento! Y voy a parar justo ante un charco, residuo de la lluvia, agua limpia, transparente. Me miro en su espejo. La mirada ilusionada me muestra como un diamante. La Reina de las piedras preciosas, la más brillante, dura y límpida. La gente pasa y las aguas se ondulan, se irisan de tenues colores. Soy verde Esmeralda. Zafiro azulino. Cristal de roca. Cuarzo tornasolado le dicen. Soy una belleza. Y bien al fondo, un punto rojo. ¿Sangre? ¿De dónde? ¡Oh! rojo vivo de un Rubí. Si fuera esa alúmina traída de la India, en cuántas manos me luciría llevada como anillo! Ser ópalo, me desecho, a pesar de ser tornasolada, divina. Dicen que los supersticiosos le atribuyen una influencia nefasta. ¡Creer o no creer!...


Sé que soy vulgar, común, pero netamente sabia. Doy rienda suelta a mi fantasía y elijo ser: la “Piedra Filosofal”. Los alquimistas dicen que estaría dotada de propiedades extraordinarias, como la capacidad de trasmutar los metales vulgares en Oro. ¿Qué tal? Con esa idea dentro de mis neuronas de arenilla sólida, ensimismada mirándome en el charco, tranquila, a la espera de Aladino que con su magia obre el sortilegio sublime de mi trasmutación, cuando alguien que pasa me vuelve a patear.

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