domingo, 12 de junio de 2016

Hernán Garay



La carrera y el corredor  
Hernán Garay     
         
La carrera estaba iniciándose, el lugar de la partida ahora estaba solitario, sólo allí,   el Monumento al Soldado de Infantería, punto de partida de renovados sueños veía como los corredores se alejaban por la ancha avenida hacía el campo.
La columna ya comenzaba a alargarse. La distancia, los obstáculos, los fuertes desniveles del terreno y por sobre todas las cosas, la personalidad de los corredores, harían que esa, ahora apretada columna de atletas, se alargue y  disminuya con el paso del tiempo y los kilómetros.
El corredor con su experto ojo, podía observar a aquellos que por distintas razones, aceleraban y se desprendían de la columna. Sabía que pronto perderían sus fuerzas y no ofrecerían ninguna resistencia.
El  plan de carrera que había seleccionado le producía algo de ansiedad, ya que para guardar energías para el final, debía dejar pasar a todos. Estar entre los últimos nunca le agradaba.
Los primeros dejaron la avenida y doblaron hacia el campo encarando la recta hacia el primer obstáculo.
Sereno y guardando todas sus fuerzas, pasó a algunos, que a poco de iniciar ya estaban casi caminando. Veía como más adelante ya estaban cruzando el primer obstáculo.
 Cuando se aproximaba al foso con agua, sabía que sólo debía saltarlo, sin detenerse.
Midió los pasos y se largó a cruzarlo, se apoyó sobre el pie derecho y saltó. Limpiamente alcanzó el otro lado y así evitó embarrarse. En el instante que saltaba otro competidor cayó en el agua, el corredor sólo pensó que ya había un competidor menos.
El sol y el calor comenzaban a hacerse presentes, sin alterar su paso continuó su avance, sabía que empezaba un tramo difícil, ya que al no estar desgastado la mente le indicaría acelerar.
Distinguió más adelante uno de los tantos equipos que se organizaron para correr,  estaba orgulloso de no haber aceptado ninguna invitación de las tantas que le hicieron para integrar uno. Para él,  los equipos eran un invento de los débiles para beneficiarse con la potencia de los más fuertes y como ahora nadie se anima a decir que no, los más veloces aceptaban perder sus capacidades en beneficio de otros.
Alcanzó a uno de los equipos, más fuertes era el “32 al pecho”, estaban parados tratando de arreglarle el calzado de uno de ellos que se le había destrozado. Los pasó sin mirarlos.
Esa situación le confirmó su pensamiento sobre la inutilidad de los equipos y su vez le aseguró una vez más que iba a ganar la carrera, esta era su carrera.
Los obstáculos y los kilómetros fueron desgastando a todos.
El corredor trataba de saber que lejos de él estaban los dos equipos más fuertes, “los bayonetas” y los “7,62”.
Al llegar a una de las tantas alturas vio más adelante a los “7,62”, iban en columna relevándose en la punta de la fila a  cada rato.
Por un momento abandonó su plan de carrera y aceleró, les hizo la “aproximación silenciosa”, se acercó a ellos sin hacer ruido y sorpresivamente los pasó acelerando. Con placer escuchó los gritos de sorpresa y le pareció que se estaban peleando. Se concentró nuevamente. Estaba pasando la mitad del recorrido. Un dolor apareció en su pierna derecha, trató de ignorarlo.
A lo lejos divisó la pared de rejas, allí comenzaría el mayor esfuerzo.
Había descubierto que desde lo alto de esa reja se podía observar,  el tramo hasta la última altura, allí podría ubicar a los competidores que estaban delante de él, especialmente a “los bayoneta”.
Tenía la seguridad de que quien llegara primero a la última altura ganaba la carrera, porque después quedaba una suave bajada que daría un descanso y luego una recta de un poco más de un  kilometro, que allí había que poner el corazón, allí no había espacio para ningún plan.
Pasó a algunos y llegó a la reja, se detuvo un momento y con gran asombro vio que uno de los bayonetas había pasado la última pared y corría hacia la altura.
Abandonó todo plan y aceleró, alcanzó al resto de “los bayonetas” en la última pared, estaban ayudando a un “gordito” a subir. Pobres pensó.
Pasó el obstáculo y aceleró entregando todas sus fuerzas, allí se ganaba la carrera. Lo alcanzó unos metros antes de la cima, cuando lo pasó vio que se reía.
Pensó: - Que débil, estar contento de que lo pasen.
Llegó a la altura, pudo percibir  a lo lejos las tribunas y la llegada, le pareció oír el grito de los espectadores
Terminó la bajada y encaró la recta final. Corría haciendo un movimiento casi automático, ya no tenía fuerzas, pero faltaba muy poco.
Un bramido de la tribuna lo alertó….. Miró hacia atrás y vio venir a gran velocidad  al “gordito” de “los bayonetas”, intentó acelerar pero no pudo ya había entregado todo. Unos metros más adelante “el gordito” lo pasó sin mirarlo.
A la transpiración y el sol de frente se le sumaron las lágrimas, su carrera se le escapaba, un instante después a quien había pasado en la altura y se reía lo pasaba a gran velocidad
Comprendió que estaban trabajando en equipo, uno se había desprendido para obligarlo a hacer un gran esfuerzo mientras, los otros no ayudaban al “gordito” sino que le ahorraban esfuerzos para el tramo final.
Luchaba por llegar y nuevamente el rugido de la tribuna lo alertó, giró su cabeza y no pudo creer lo que veía. El corredor que había perdido su calzado avanzaba descalzo y con los pies sangrantes, supo que por lo que faltaba no lo iba a poder pasar.
De algún lugar del corazón salió una orden para la única parte del su cerebro que todavía funcionaba, que deje pasar sin que nadie lo note a ese corredor, que estaba haciendo un terrible esfuerzo.
El sangrante corredor lo pasó unos metros antes de la llegada, la tribuna explotó y se abalanzó sobre el sacrificado atleta.
Cuando el corredor llegó sólo lo advirtió el cronometrista. Corrió unos metros más y se dirigió a su alojamiento. A lo lejos escuchó la ceremonia de premiación.
En el comedor el héroe fue el de los pies ensangrentados, que ahora se movía en una silla de ruedas.
Permitieron a todos los participantes acostarse sin participar en la formación de la noche.
El corredor se acostó y no podía conciliar su sueño, un rato después el silencio cubrió todo el alojamiento. El sueño no le daba la paz que necesitaba.
Un ruido extraño le llamó la atención, por la ventana vio pasar a alguien en una silla de ruedas, los golpes en distintos lugares de las puertas y de los armarios le indicaron que estaba entrando en la pieza. Se hizo el dormido.
El de la silla de ruedas le dijo:
-Estoy seguro que estas despierto, sólo te digo muchas gracias, nadie lo notó pero yo si.
Dicho esto se retiró.
El corredor cerró sus ojos y una sensación de paz lo cubrió.
La respuesta que tanto tiempo había buscado y que al no hallarla, ocultaba su búsqueda en dureza y aislacionismo. La había encontrado en los últimos metros de la carrera-
En los metros en que se corría con el corazón.


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