NOCHES
Noche mórbida de sueños
hoy cabalga sobre el monte
con su vientre alhajado de
estrellas
Noche ingrata de romances
truncos
languidecida en grillos
de oscura voz insistente
Nocturnidad orfebre del
recuerdo
Noche platera do mis penas
se espejan
Tu atalaje estival fulgura
ileso
Noche turgente de memoria y
ausencias
¿Acaso eres la misma noche
estival
encerrada en ese infinito
beso furtivo
como una pregunta sin
respuesta?
¿La misma que enrojeciera el
monte
y el llano de balas y de
espanto?
Una silente gota de rocío
cae en mí
El río, ese lupanar de
luciérnagas,
murmura su urgencia sin
descanso
Cuando tú, exquisita platera
de estrellas,
amiga de los duendes y la
luna
dibujabas juncos en el río,
en mí
la esperanza azulaba los
jazmines
y era impensable el dolor de
la partida
Giraban dorados girasoles
agitando
mi vestido verde entre alas
tersas
como pétalos de rojas
amapolas
Yo era entonces un ave, o
una dríade
El mundo giraba conmigo como
un remolino de porvenir
venturoso
Sin embargo hubo una larga
noche,
dilatada noche de rojos
barrotes,
de aceras rojas, de
cerrojos, de trancas
y de voces apagadas cual
rescoldo
El monte se contrajo
rezumando rojo
la vida coaguló en su rudo
pecho
Noche de estrellas opacas,
de gallos
sin canto y de crespines
llorando
Nadie pudo prohibir cantar a
los grillos
ni acallar al coro de ranas
en arroyos
y charcos, esos inocentes
ojos de agua
La noche en el monte y en el
llano
inmensa diosa negra de
vientre
paridor de estrellas y cometas
me acompaña incólume y
magnífica
En los espíritus del monte
que la pueblan está mi
tierra
Ellos han vuelto, y yo con
ellos
Vuelvo hoy a preguntarme:
¿Serás la misma noche cuando
yo me pierda en el silencio
de la mía?
VIEJO AMAYA
Cerro Colorado, 6 de junio de 2013
Amanece
en el valle bermejo del Colorado
Los
ladridos nocturnos han cesado ya
y el templo, ese Cerro Colorado,
arropado
en azules veladuras
relumbra
enjoyado de trémulo rocío
El viejo
Amaya surge entonces somnoliento
de su
camastro de briznas y de cielo
atraviesa
la casa del vecino, como un rey
Nadie ha
visto ni sabe adónde duerme
Digna
magrura encorvada, ropa ajada
y en la
mano su cubo de agrio vino
Ha
cantado la noche toda en los fogones
su
alegría de zorzal esperando la mañana
La aurora
lo cobija otra vez entre sus brazos
Él no
necesita piedad, ni pan. Él lo tiene todo
Libre
cantor, vendedor de ungüentos,
raicero
absorto en el vino desde siempre
Acogido
por la luna en tapera estrellada
una vez
más, feliz de haber amanecido
bajo el
templo del sol y el valle de la luna
(¡Pero,
si ha bailado con ella hasta cansarse!)
Se mira
en el espejo del venturoso río
Ha cantado
dichoso hasta quedar mudo,
y se ha quedado dormido entre los pastos
Nadie ha
visto ni sabe adónde duerme
Él es la felicidad lejana e imposible
asomando
siempre fresca en la sonrisa
Cuando me
dice: -Buen día, ¿cómo ha amanecido?
Todo su
ser se despliega ante mis ojos
con esa
mirada inaugural, con esos ojos suyos
que todo
admiran, como si fuese siempre
la
primera vez; y agrega: -¡Lindo día! ¿No?
Y es él
mismo quien repone el milagro de la vida intacto,
la
frescura de un río de montaña y todo el encanto
de los
pájaros que se desperezan revoloteando en el aire
No es un
desterrado, tampoco un extranjero
No es
joven ni es errante. Parece que nunca será viejo,
a pesar
de sus cabellos ralos y de su barba entrecana
¿Quién
será? ¿De dónde vino? Dicen que de un pueblo
cercano.
Tal vez lo trajo un amor y encalló en este valle
como un
navío averiado
¿Será
acaso el mismísimo Diógenes? ¿El desapego mismo?
¿El que
nos lleva a la verdad que se oculta en todas las cosas?
¡Ah! La
mañana intacta tiñe ya el caserío de rosado
y sólo
alcanzo a oír mi voz tintineando entre las piedras.
- Buen
día Amaya. Sí, tiene usted razón, es un bello día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario