jueves, 7 de julio de 2011

PATRICIA GALLUZZI


 LIBERTAD

Despertó una mañana agitada, asustada. El recuerdo de lo sucedido volvía una y otra vez. Se levantó. Fue al baño, apoyó sus manos en el lavatorio y lentamente levantó su cabeza. No quería verse. Su corazón palpitaba, su respiración estaba agitada. ¡No! ¡Qué horror! ¿Por qué?. Agachó su cabeza, lavó su cara una y otra vez. Respiró profundo. Salió del baño. Abrió el placard. Sacó un enorme bolso. Comenzó rápidamente a guardar su ropa mientras irrumpía en llanto y con voz balbuceante se preguntaba nuevamente ¿por qué?. De repente entre sus ropas encontró un sobre y en él una foto y una carta. Se sentó en la cama, leyó la carta y observó por unos minutos la foto. Guardó todo dentro del sobre y lo apretó contra su pecho mientras respiraba profundamente y volvía a preguntarse una y mil veces ¿ por qué?. Miró el despertador, su pulso volvió acelerarse. Se cambió, tomó el bolso y guardó allí todo lo que le faltaba. Bajó las escaleras para ir a la cochera. Suena el timbre. Mira por la mirilla. Esconde los bolsos. Su vecina venía a visitarla ella no quería que la vieran pero como salir con el auto sin que nadie supiera. Decidió atenderla. La vecina le preguntó cómo estaba, le dijo que había escuchado ruidos durante la madrugada. Con voz quebrada contestó, estoy bien, disculpe pero necesito irme, tengo que ir a comprar. Miró el reloj de la cocina. Su pulso comenzó nuevamente a agitarse. Sonó el teléfono. No sabía que hacer. El miedo la paralizaba. Corrió con los bolsos hacia el auto. El teléfono seguía sonando. Abrió le portón del garaje. Lloraba y se reía. Sensaciones encontradas recorrían su cuerpo. Subió al auto. Encendió el motor, aceleró y salió.

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