miércoles, 6 de julio de 2011

MARISA PRESTI


 


EL ASCENSOR

Desperté a otra realidad. Dejé atrás la rutina, el oscuro departamento de dos ambientes, sus pisos gastados, los muebles viejos, la cocina antigua con sus cacerolas picadas y las deslucidas cortinas que nunca pude cambiar. Dejé atrás todo eso; me olvidé de la portera malhumorada y los chicos gritones del segundo piso, ni siquiera recordé los gritos de la pareja del cuarto. Todo sucedió cuando tomé el ascensor para colgar la ropa en la terraza, ese ascensor antiguo, lento, de puertas enrejadas que aun después de seis años de vivir ahí, me seguía dando miedo. Con la palangana repleta de ropa apreté el botón del piso 12, dispuesta a sufrir la tortura de su andar caprichoso. Cada piso, envuelto en la semipenumbra, me iba retaceando la luz que tanto deseaba ver.
La vida me había destinado esa vivienda, tan lejana de los sueños de mi espíritu, y en ese ámbito, yo era mi propia compañía. Una soledad agredida mes a mes por la escasez de dinero, que creaba deudas apenas las pagaba. Una soledad de amores frustrados, de piel sedienta de caricias, de voces ausentes.

Distraída, apenas noté que el ascensor pasaba el piso 10; me molestaba el brazo por el peso de la ropa y me recliné contra el espejo. No sé cuánto tiempo estuve así, absorta en mis pensamientos, lastimándome con recuerdos que no quería recordar mientras la vieja máquina seguía subiendo. Una luz intensa me volvió a la realidad. Sorprendida, miré la botonera y vi que marcaba el piso 27. Y el 28, el 29, el 30. El edificio no tenía más que 12 pisos. Y yo seguía subiendo; temblando, dejé la palangana en el piso y apreté el botón de parada, quise abrir la puerta, nada dio resultado. El ascensor subía y subía cada vez más rápido mientras el sol se derramaba sobre la cabina. Se que grité pidiendo ayuda pero el silencio fue la única respuesta, el temblor de mis manos cada vez más intenso me pasó a todo el cuerpo, ¿qué estaba pasando? ¿Qué me sucedía?

Miré de reojo la botonera, ya no marcaba ningún piso, pero el ascensor seguía su ascenso. Tirada en el piso, llorando, alcancé a escuchar una melodía dulce, conmovedora, que cada vez se fue haciendo más audible. De pronto, el ascensor paró, las puertas se abrieron solas y frente a mí apareció otra realidad. No dudé un segundo. Era la que siempre había soñado.

DESTINO

Miraba el café sin verlo. Hacía días que esperaba una noticia que la hiciera desistir. Pero no pasaba nada. Sólo el tiempo, exacto y monocorde.
Había hablado con Julio hasta el cansancio. Ya no quedaban palabras. Apenas la esperanza de que él comprendiera. Metió la mano en el bolsillo y sintió la áspera cartulina del boleto de micro. Partir, irse, desaparecer...
Levantó la vista y le pareció que el viejo de la barra la miraba con cierta malicia. Metéte en tus cosas, pensó para sí. Inquieta, dejó dos pesos sobre la mesa y se levantó. Sentía las piernas pesadas. Casi negándose a seguirla.
Tenés que resistir, murmuró. Igual que hace diez años, cuando llegó a Las Heras con veinte pesos en el bolsillo. Le ofrecieron ganar dinero enseguida, pero ella se negó. Tenía las manos curtidas de tanto fregar suciedades ajenas, pero eso no iba aceptarlo. Pasó tres días escondida en una iglesia abandonada, hasta que Julio la descubrió. Sos linda, le dijo, ¿por qué no te lavás un poco?
Le compró ropa, una colonia de jazmín y un rouge con sabor a frambuesa. La paseó por la plaza principal y después la llevó a su cama.
El viejo hizo una mueca burlona, o a ella le pareció. Como la cara de Julio cuando le dijo que había hablado con el Padre Damián y que pensaba cambiar de vida. Hacé lo que quieras, pero no esperes un mango, ¿entendés?
Recordó la nota que el Padre le había escondido en la billetera. Cuando llegues, le dijo, preguntá por la pensión de Teresa, decíle que vas de parte mía, ella te va a ayudar. Se agarró de la silla y de pronto todo se puso rojo, un rojo nebuloso que la envolvió en su densidad. Se le pegó al cuerpo. Subió desde los pies hasta la cabeza. Una música extraña y sensual movió sus caderas. Estaba descalza. Sintió que sus manos tocaban un breve corpiño del que colgaban cuentas de colores y adornos plateados.
Un halo de luz mostró, de pronto, la cara del viejo. Quiso cubrirse...saltó, y su cuerpo atravesó la bruma roja. Antes de desvanecerse, alcanzó a oír la voz de su padre. No te vayas, gritó, casi inconsciente.
Horas más tarde, la arrestaron por practicar la prostitución en la vía pública. El micro a San Antonio de los Cobres había partido de Retiro hacía más de dos horas.

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