domingo, 5 de junio de 2011

VIVIANA ELIZONDO



EL NEGRO Y LOS COLORES PASTELES

Despierta en mi habitación, la ventana dejaba soslayar una luz tenue y ese fue el momento en el que decidí tomar el pincel, mis acuarelas y un pequeño bastidor para pintar, eso que sería parte de mi corazón.
Tomé mi crayón y vi unas hojas que se movían, algunas verdes, otras tornasoladas, azuladas y violáceas rosáceas, amarillentas, amarronadas.
Al principio eran pocas pero vi que aumentaban en número, eran algunas más y vi que eran muchas demasiadas. Vi que tenían formas variadas, vi en una rama un cuerpo brilloso negro, ¡muy negro!, tan negro que brillaba, encandilaba.
Era esbelto, se contorneaba, era delicado. Empecé a esfumar el fondo para que la figura se realce, con sus detalles. Vi un termo, un paquete de yerba y algo calentito p´tomar, en ese cuerpo esbelto tenía orejas, que  escuchaban, cualquier movimiento el crujir de una hoja, el viento, una brisa, un chasquido, un dolor de panza.
Sus ojos profundos verdes miraban el infinito, nunca dejé de maravillarme con esas pupilas más grandes de noche y más pequeñas de día.
Vi un árbol con muchas ramas y mucho verde, mucha vida, mucho futuro, mucho por venir. Vi que trepaba, que se afilaba sus uñas, que boyaba, que subía que el sol le pegaba en su lomo ennegrecido, vi que disfrutaba, que mis acuarelas se esfumaban.
Pasaron los años, y mucho después de pintarlo, el árbol de mi vereda creció mucho extendieron sus ramas, ya no vinieron a podarlo, y cuando zas mi gato creció, empezó a treparlo y vi en él lo que años atrás había esbozado, había imaginado.

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