domingo, 5 de junio de 2011

MARA ROBLEDO

EL POLVILLO DE LA PÁGINA MARCADA

Esta vez le toca a Carmen mudarse. Hoy cumple 30 años. A la dueña del Residencial de los Viajantes, no se le escapa la edad de sus empleadas. Las quiere jovencitas. Cumplidos los 30, deben irse. Esto es un trato que las empleas suscriben de entrada.
Con todo, a Carmen le cuesta saberse en la calle. El tiempo y el espacio se le han vuelto por demás tangibles. Tiene 30 años y ha quedado en la calle. Parece mentira, piensa. O eso cree que está pensando. La mente no se expresa únicamente con palabras. La voz en off de alguien que piensa, es un recurso del cine. No es cierto que se piense en voz alta. Las palabras nunca son lo bastante precisas. Las imágenes, tampoco.
Carmen no lo puede creer, si eso es decir algo. Hace un momento, descendía por una escalera, en el interior luminoso del Residencial, cargando con unas pocas ropas y unos cacharros de cocina... ah, y "The Woman at the Whashington Zoo", el libro de Randall Jarrell que le regaló el viajante de "Lamium", poco antes de que la editorial se fundiera. Los ventanales traslucían un resplandor empañado de luz verdosa. El brillo de un solo árbol, desde la vereda, esmaltaba la blancura del interior. Ahora Carmen parece desandar imágenes cóncavas, ecos blandos de un sueño. El fondo de la calle por donde camina, vacila en los pasos de un hombre y una mujer -una pareja de hombre y mujer, es evidente- que avanzan contra la resolana. Como esquemas de moldes de costurería, el busto rojo, la oscura pollera acampanada de ella, y la camisa inflada, el pantalón azul remarcando las piernas encorvadas de él, se juntan y se separan, se superponen y recuperan el tono diferenciado de cada pieza -ella resaltada por sus ropas, él por las suyas.
Hace un momento, una música maquinal colmaba hasta el último rincón del edificio, como ahora el reflejo de sus acordes metálicos vibrando por las vértebras de Carmen. La empujaba, la música la empujaba a subir por la escalera hasta el altillo que estaba desocupando. Al salir, cargando con su equipaje deforme, sintió que la música crecía hacia fuera, ayudándola a despedirse de algunas cosas, lo que no significa que esas cosas la saludaran. Las cosas no saludan a nadie, y nadie es una mujer que cumple 30 años y está en la calle.
Encandilada por el asfalto, ha buscado a tientas la puerta de un bar. Nadie adentro, nadie más que el mozo mirando a un comentarista deportivo en el televisor. Sentado en la barra, no ha girado en la banqueta, sigue de espaldas a Carmen. 10 minutos así, lleva Carmen con el libro de Jarrell abierto sobre la mesa, cuando un golpe de aire del ventilador de techo descubre la página 181, marcada por una mancha pálida. Carmen huele entre sus dedos el polvillo de un pimpollo prensado. Fue esa última noche con el viajante de "Lamium", cuando le regaló el libro, que Carmen se reía a gritos viéndolo acuclillado en la cama, sin conseguir una mínima erección. El viajante no paraba de decir: "Pensé: si no pasa nada... Y no pasó nada. Aquí estoy." Se reía de sus palabras enigmáticas. Carmen no sabía que el viajante estaba citando a Jarrell. Ahora sí, ha empezado a leer ese poema, "La cara", en ese libro de nombre sugestivo, "La mujer en el Zoológico de Washington". Carmen ha desempolvado su espejo.

  (Santa Rosa, La Pampa)

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