domingo, 5 de junio de 2011

NEGRO HERNÁNDEZ


TITO SÁNCHEZ, EL CANTOR DE BOLEROS


...Y ahora que me jubilo, voy a realizar el sueño de mi vida, dijo el Tito Borgognoni después que el Gallego le sirvió una Imperial con platitos.
-¿Te sirvo? No gracias, a esta hora no tomo, contesté.
Por el gran ventanal del café, se vio pasar a una muchedumbre con bombos y pancartas que regresaba de hacer un piquete en el puente Pueyrredon, lo había dicho la radio esa mañana. ¿Quiénes serán, un viernes y a esta hora?
... se lo prometí a la vieja antes de morirse, a ella le gustaba como cantaba, siempre me decía que tenía linda voz para cantar boleros y le juré sobre la tumba que iba a empezar a estudiar canto. Pobre vieja, sacrificó toda su vida para darme una buena educación... ya sabés, a mi padre apenas lo conocí, murió aplastado por un tranvía cuando yo tenía 3 años.
Cantor de boleros, pensé, y me asaltaron los 18 años con mi primera novia, la flaquita Antonia. Nos apretábamos en aquél sótano de Monserrat donde se podía bailar. "Ojos negros... piel canela que me llevan a desesperar...", me cantaba al oído mientras yo trataba de meter mi pierna entre las de ella.
... Ayer fui al profe... es uno que enseña aquí en el barrio... antes de llegar a la plaza, e hizo un gesto señalando en dirección a la calle Vieytes.
En el medio del recuerdo llegó el Gordo todo empapado y nos saludó con una palmada en el hombro.
-Se largó a llover con todo, espero que no se inunde el boliche como el día de la sudestada... me quedo un ratito nada más, tengo que ir a cuidar a mi mujer que recién se operó de la cadera, dijo.
Después que nos besamos / con el alma y con la vida, / te fuiste por la noche / de aquella despedida.
-Aquí el amigo Tito me cuenta que se va a dedicar a cantar boleros, dije.
El Gordo, que sabía mucho de tangos, empezó a divagar sobre el origen del bolero, su influencia cultural en el romanticismo latinoamericano y la relación entre poetas y compositores entre ambos géneros.
-Las nuevas generaciones ya no se expresan en ese leguaje edulcorado... agregó...
-Tito, permitime un consejo, si vas a cantar cambiáte el apellido, porque Borgognoni no pega ni con cola, dije, interrumpiendo al Gordo en medio de su delirio porteño.
-Sí, ya lo pensé, ¿cómo les suena Tito Sánchez, la voz apasionada de Barracas?
Yo miré para otro lado disimulando la risa y me acordé del maestro de música que todos los años me rechazaba en el intento de ingresar al coro del colegio. Yo, después de hacer una larga cola de alumnos interesados en la convocatoria, me tentaba de risa cuando al llegar junto al piano me pedía que entonara un LA.
-Muy bueno, hiciste la combinación perfecta entre Tito Rodríguez y Cuco Sánchez, aprobó el Gordo.
Yo sentí que al irte / mi pecho sollozaba / la confidencia triste / de nuestro amor así:
El Tito había trabajado desde chico hasta ser jefe de producción en la fábrica de chocolates Águila, que está aquí nomás, cerca del Tres Amigos. Nunca le conocimos ninguna mujer, pero siempre hablaba de su madre enferma a la que brindaba todo su cuidado.
-No es un invertido, había dicho el tordo Jorge alguna vez, cuando el Mirón sugirió que era maricón. Yo sabía que anduvo mucho tiempo con una veterana y no se animó a contarlo, porque la mina vivía en el del barrio y estaba casada. Después, no sé porque razón dejaron de verse.
Dentro mío comenzaron a desfilar letras de boleros y sus intérpretes, alguna vez fue mi género preferido, porque el bolero es mujer y la mujer es una canción de amor. Después, que importa del después.
-Son 45 años de laburo, muchachos, 45 años de levantarme a las 5 de la mañana, dejarle la comida a la vieja, caminar 8 cuadras hasta el yugo, y volver con ese olor a cacao metido hasta el tuétano. 
En eso entró Sandoval, había comenzado a oscurecer y la lluvia salpicaba la esquina como agujas mojadas. Cerró el paraguas y dejó su portafolio al pié de la mesa.
-Después del 25 de mayo se viene el frío, dijo con su experiencia de viajante de comercio, y se prendió en la conversación.
Al rato de la charla, cuando el Tito nos iba contando el repertorio a utilizar, nos fue entusiasmando con el proyecto y sobretodo con la pasión que ponía en el relato, parecía que lo estaba viviendo, que estaba cantando para un público de mujeres ardientes que lo aclamaba. Yo me lo imaginaba debutando una noche en el café donde una vez, hace mucho tiempo, el propio Alberto Marino estrenó el tango Tres Amigos rodeado de sus íntimos... y me estremecí.
Somos un sueño imposible / que busca la noche / para olvidarse del mundo, / del tiempo y de todo.
-¿Van a comer algo? Preguntó el Gallego cuando el Gordo se había vaciado los platitos de queso, maníes y papas fritas. Miré el reloj, recién comenzaba la noche, esa noche que todos los viernes nos cobijaba entre el calor de la amistad y el alcohol. Jorge estaba de viaje y el Mirón todavía no había llegado. Yo lo esperaba con impaciencia porque él sabía tocar el piano y se me ocurrió pensar que podría acompañar a Tito en alguna pieza.
-¿Qué tenés? Dijo Sandoval.
-Me quedó un guiso de lentejas de la mañana.
-Venga, contesto Tito, y yo asentí con la cabeza.
El Gordo no quería irse y llamó a la mujer poniéndole una excusa: Voy a llegar tarde, mi amor, el Negro se descompuso y tenemos que llevarlo al Argerich, y lo miré con una puteada cómplice.
Después que nos besamos / con el alma y con la vida, / te fuiste por la noche / de aquella despedida.
Recordé que en el pasillo del local que lleva al patio, donde se apilan los cajones de botellas, descansa el viejo piano de Boris, un exilado ruso que en otra época, se ganaba la vida tocando en el boliche para los marineros que esperaban zarpar. Me levanté, fui detrás de las mesas de billar y comprobé que todavía estaba el piano abandonado cubierto con un mantel de hule.
Las imágenes robadas del ayer siguieron su camino recorriendo las calles empedradas de la memoria. Esther, la profesora de piano, volvió desde el balcón de la planta baja, dejando caer las notas de un teclado que gemía en un vals. Yo la escuchaba mientras jugaba con los amigos en la vereda de la calle Pasco.
Un día mi madre decidió que debía estudiar el piano y allí fuimos. La señorita Esther tendría unos 35 años, un cabello abundante y negro al igual que sus cejas pronunciadas sobre dos ojos grandes. Pero lo que más llamaba mi atención, era su voluminoso trasero que movía de aquí para allá provocativamente... y me enamoré perdidamente de ella. Dos veces a la semana la tenía para mi solo, hasta que un día llamó a mi madre y le dijo: "No lo tome a mal señora, pero su hijo no tiene talento para la música. No practica las escalas, no tiene la disciplina necesaria para tocar el instrumento, se distrae continuamente y sus manos son tan pequeñas que no alcanzan para la octava, pero lo peor es que se la pasa toda la hora mirándome el culo.
Somos de nuestra quimera, / doliente y querida, / Dos hojas que el viento /juntó en el otoño...
Al regresar lo vi al Mirón sentarse a la mesa tratando de apagar un cigarrillo escondido. El Gallego arrimó otra mesa y empezó a poner los platos. El café se iba despoblando y nosotros empezábamos a disfrutar de nuestra soledad compartida. El Mirón se prendió en la conversación y aportó una reflexión profesional... el contexto social ha cambiado mucho, letras como esas ya no se escribirán jamás, los tiempos son otros, las necesidades distintas y aunque los sentimientos son los mismos, se expresan de otra manera.
Entonces aproveché y lo llevé al patio para mostrarle el piano.
-Todavía suena, dijo recorriendo con un dedo el teclado. Hay que afinarlo y darle una buena lustrada.
Cuando volvimos, el Gallego ponía en la mesa una hermosa guisera de loza inglesa.
-¿De donde la sacaste? pregunto Sandoval.
-Se la compré a una vecina nueva que vende antigüedades.
-¿Cuál, esa que esta refaccionando la casa?
-Si, ya hay varios que le echaron el ojo y le quieren largar los perros.
-Yo la conocí un domingo, dije, cuando entró al café para desayunar y me pidió prestado el suplemento de turismo del diario. Soy  Marta (¿otra vez Marta?) y me estoy mudando al barrio, dijo.
Sandoval tomó el cucharón y sirvió el guiso humeante, mientras que Tito llenaba las copas de buen tinto. ¡Salud muchachos, por el Tito y su nuevo destino! Dijo el Mirón que a esa altura estaba medio chispeado. ¡¡¡Salud!!!
Somos dos seres en uno / que amando se mueren  /para guardar en secreto / lo mucho que quieren.
Afuera seguía lloviendo y en un momento nos quedamos solos en el local, con el dueño de casa. Las lentejas estaban muy sabrosas y nos invitaban a continuar  toda la noche. El Gallego viendo que no vendría nadie más, cerró el café y se sentó a comer con nosotros. Hablamos de tiempos viejos, de la milonga, las minas de entonces y de esas cosas perdidas que a nadie, salvo a nosotros, le interesan.
Yo esperaba ansiosamente que termináramos de cenar para escucharlo al Tito cantar. Había una letra de bolero que se me aparecía como un flash en la cabeza y no la podía reconocer.
-Son historias de amor y desamor, de encuentros y despedidas, de celos, infidelidades y ausencias. Todos hemos vivido alguna, dijo Sandoval, recordando a la petisa.
El Gordo contó cuando, haciendo la colimba, se levantó a una francesita que vivía en una pensión de Colegiales. -Me volvía loco, le gustaba bailar el tango y la llevaba todos los sábados al club Villa Malcom. En la cama era una diosa y me susurraba en su idioma Las hojas muertas, "...cuanto te amé, cuanto me amabas..."
Entre todos lo ayudamos al Gallego a levantar la mesa. Sandoval se puso lavar la vajilla, mientras yo la secaba, el Gordo barría el piso y el Mirón salió a fumar un cigarrillo. El Tito, como un artista, empezó con los ejercicios de voz.
-Se canta desde acá-, dijo señalándose la barriga.
Cuando volvimos a la mesa nos preparamos para tomar un buen café. Tito Sánchez se paró en la cabecera y empezó a cantar. Tenía buena voz y bien afinada, su presencia de cantor ocupaba todo el espacio y era ideal para lucirse en cualquier escenario. Nosotros, como un público sorprendido nos mirábamos aprobando su actuación que arrancó varios aplausos. Entonces la atrevida silueta de Marta se cruzó en mi mente como un relámpago de ojos celestes... y sonreí.
Tito Sánchez, la voz apasionada de Barracas, iba creciendo en la medida que transcurría la noche para olvidarnos de la realidad cotidiana. En un breve intervalo para cambiar las copas y estirar las piernas recordé la letra del bolero aquel que bien podría haber sido escrito por mí, cuando alguna vez, amé, fui amado y dejé de amar...  y se me arrugó el corazón.
Pero qué importa la vida / con esta separación... / Somos dos gotas de llanto en una canción / Nada más que éso somos, nada más.
Tito, siguió cantando un rato más y cuando era hora de terminar el recital, dijo  -Ahora voy a interpretar mi tema preferido, "Somos" de Mario Clavel.

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