miércoles, 6 de abril de 2011

MIRIAM BRANDAN



MERCEDES

Sonó el despertador. Eran las siete de la mañana y Mercedes se despertó rápido, se levantó y después de tender cuidadosamente su cama se bañó, cepilló sus dientes y se puso una crema antiarrugas, de esas que prometen que milagrosamente en un par de meses se va a ver diez años más joven.
Secó el baño, extendió con prolijidad las toallas y se vistió.
El compañero de Mercedes se llamaba Augusto, un gato de angora blanco y gordo que se restregaba en sus piernas mientras ella se arreglaba el cabello.
Juntos fueron a la cocina y ella se sirvió una taza de café que tomó apurada mientras ponía agua y comida en los impecables platos del gato.
Terminó su café, enjuagó la taza, la secó y la puso en su lugar.
Les puso exactamente medio vaso de agua a cada uno de los dos helechos que tenía en el balcón, tomó las llaves, su cartera y salió apurada después de acariciar al gato y decirle que no la extrañara, que ella iba a volver pronto.
En la parada del autobús, Mercedes ojeó distraídamente una revista que desde hacia mucho tiempo llevaba en la cartera.
El autobús llegó, ella subió y se sentó en los primeros lugares.
Casi nunca cruzaba la mitad del autobús y jamás se sentaba en el fondo.
Miró la revista hasta que llegó a la esquina en donde siempre se bajaba, caminó dos cuadras, siempre por la misma vereda, hasta el lugar en donde trabajaba, una oficina dental en la cual era recepcionista desde hacia diez años.
A las cuatro de la tarde Mercedes salía del trabajo, caminaba dos cuadras, siempre por la misma vereda hasta la parada del autobús, allí esperaba unos minutos, subía y se sentaba en los primeros lugares.
Durante el viaje Mercedes a menudo pensaba en que tenía que ir al supermercado, en que la comida de Augusto estaba a punto de terminarse y en que quería llegar rápido a su casa para ver como estaba el gato.
Ya de noche, preparaba un plato de sopa que se llevaba en una bandeja hasta el sofá, en donde se acomodaba y la tomaba mientras miraba la novela de las ocho.
Algunos fines de semana se reunía con Marta y juntas iban a comer. Marta era su única amiga, un par de años más joven que ella.
La había conocido en la oficina hacia tiempo, cuando Marta había ido a hacerse un tratamiento de conducto y desde entonces se habían hecho buenas amigas.
A Mercedes no le pesaba ni le atormentaba su soledad.
Ella había tomado la decisión de estar sola tres años atrás, cuando descubrió que el hombre del que estaba enamorada y con el que había compartido cinco años de su vida, era casado.
La rabia del primer momento había dado paso a un profundo dolor, que con el tiempo se transformo en resignación.
Una mañana, cuando subió al autobús, Mercedes vio en el primer asiento a un hombre que le sonrió y le hizo lugar a su lado. El autobús estaba lleno y ella tomó asiento junto a él.
Mercedes sacó su revista y la ojeó distraídamente pero de reojo vio las manos del hombre, dedos largos y uñas bien recortadas, pensó que ese extraño tenía unas lindas manos y continuó ojeando la revista, entonces sintió su perfume y pensó que era muy masculino, aroma a bosque como a ella le gustaba.
Pasaron unos minutos y el hombre miró a Mercedes, con una sonrisa le pidió permiso para pasar y se paró en la puerta del autobús, preparado para bajar.
Disimuladamente Mercedes lo miró. Era alto, delgado, con el cabello corto y prolijo. Vio su perfil y continuó mirándolo mientras él bajaba del autobús.
Mercedes se quedó pensando en el extraño, se dijo a sí misma que él era apuesto pero unos segundos después se olvido de él.
Dos días después, volvió a suceder. Cuando Mercedes subió al autobús, en el primer asiento vio al extraño, que de nuevo le sonrió y le hizo lugar, pero ella se sentó detrás de él.
Sacó la revista pero no la miró, en cambio observó la nuca y el cuello de ese hombre, hasta que el se paró y se quedó junto a la puerta para bajar. Mercedes pensó que él era muy apuesto y continuó pensando en él hasta que llegó al trabajo.
A las cuatro y cuarto de la tarde, cuando tomó el autobús de vuelta a su casa volvió a encontrarlo. Otra vez Mercedes se sentó detrás de él y el perfume de ese hombre le acarició la cara.
Sintió un leve cosquilleo en el estomago y pensó en lo lindo que sería acariciarle el cuello, el aroma seguro quedaría en sus manos si lo hiciera.
El autobús llegó a la parada de Mercedes y ella se bajó por la puerta de atrás. Cuando entró a su casa continuaba pensando en él, en su perfume, en su sonrisa.
Al día siguiente, cuando subió al autobús, no lo vio en el primer asiento pero el levantar la vista lo vio mas atrás y el le sonrió. Mercedes sintió que se sonrojaba y se sentó muy adelante. Durante todo el viaje sintió su mirada en el cuello y en la espalda, hasta que el bajo del autobús.
Ese día, antes de salir del trabajo Mercedes se arregló el cabello, alisó con cuidado el vestido azul que llevaba puesto, se puso brillo en los labios y fue hacia la parada del autobús.
Esperó nerviosa y cuando subió lo buscó con la mirada. Allá estaba, en el fondo, pero el no la vio porque conversaba con otro hombre. Se sentó adelante, buscó la revista en la cartera y se dio cuenta de que la había dejado en el baño de la oficina cuando la sacó para buscar el brillo labial. Se sentía nerviosa, no sabía que hacer con las manos acostumbradas a la revista y ahora vacías.
Sintió que estaba dejándose llevar.
¿Y si todo esto fuera solo su imaginación?.
Ese hombre era demasiado apuesto para fijarse en ella, tan común, tan simple.
Pensó que estaba fantaseando como una niña y eso la hizo sentirse más tranquila, aunque esa noche mientras tomaba la sopa y miraba la novela no pudo evitar pensar en el, en sus ojos, en su boca.
A la mañana siguiente antes de salir de su casa, Mercedes tomó el café apurada, tendió la cama, secó el baño, extendió las toallas, regó los dos helechos del balcón, le puso agua y comida a Augusto, pero se olvidó de lavar su taza. Estaba apurada y mientras se bañaba había decidido que antes de regresar a su casa por la tarde pasaría por el supermercado y compraría unas flores, hacia mucho tiempo que no se daba esos gustos tan simples pero tan reconfortantes: un café en un lindo lugar y unas coloridas y perfumadas flores para su habitación.
Esa mañana volvió a verlo en el autobús y él la saludó desde el fondo con su encantadora sonrisa y si bien Mercedes tomó asiento adelante, su mente estaba con el, en el fondo.
Se imagino diciéndole que ella era mayor que él, que no funcionaría y que tarde o temprano alguno terminaría sufriendo, que era mejor dejar las cosas como estaban: solo saludos. Entonces se imaginó al hombre diciéndole que ella le gustaba, que no le importaba su edad, que quería tocarla, besarla, sentirla. Mercedes se estremeció en su asiento del autobús, una nube de sensaciones flotaba sobre todo su ser, cerró los ojos y se imaginó besándolo con suavidad, lentamente y hasta sintió su aliento antes de tocar sus labios con los de él.
El se paró en la puerta del autobús preparado para bajar y ella lo acarició con la mirada.
Cuando salió del trabajo Mercedes pasó por el supermercado y compró un enorme ramo de flores y comida para Augusto. Decidió que esa noche iba a cambiar de menú ya que se sentía extrañamente excitada y con ganas de cosas diferentes.
La noche la encontró entusiasmada preparando costillas de cerdo con puré de manzanas, se le hizo tarde y se le pasó la novela, pero de todos modos disfrutó de la cena mientras miraba una película una hora mas tarde.
Trató de no pensar en el hombre del autobús, aunque no pudo evitarlo, y al hacerlo una sonrisa se dibujó en sus labios.
Antes de acostarse se miró largamente al espejo y mientras se acariciaba el cabello y las mejillas se encontró más atractiva, mas joven. Si un hombre como ese se fijaba en ella significaba que no se veía nada mal. Después, con la punta de los dedos se toco los labios y le dedicó una soñadora mirada a la imagen que el espejo le devolvía, imaginando que era él.
En los días que siguieron Mercedes continuó viendo al hombre del autobús que la miraba y le sonreía.
Una mañana, al verla el le dijo -buenos días- y ella le contestó con una sonrisa y un tímido -Hola-.
Se sentía en las nubes imaginándose en sus brazos, acariciándole el cuello y desparramándole el prolijo cabello con los dedos.
En la oficina, el doctor Rossy había notado algo diferente en Mercedes, últimamente la veía radiante, alegre, y aunque nunca la había mirado "como a una mujer", desde hacia varios días había comenzado a hacerlo.
Notó que ya no se recogía el cabello, sino que lo dejaba caer sobre sus hombros con libertad, notó su perfume, se fijó detenidamente en el delicado color gris de sus ojos, en la suave curva de sus labios y se sintió atraído.
Comenzó a acercarse al escritorio de Mercedes con la más variada gama de excusas solo para mirarla y conversar con ella.
Mercedes había notado el interés del doctor Rossy y descubrió que no le desagradaba.
El doctor Rossy había enviudado hacía quince años y desde entonces sólo se había dedicado a su trabajo en la oficina, hasta ahora, que su mente había comenzado a ser invadida por Mercedes.
Decidió invitarla a tomar un café, pero después de pensarlo mejor, una mañana le trajo uno con la excusa de que hacia frío y que a ella le sentaría bien algo caliente.
Mercedes le agradeció con una amplia sonrisa y el doctor Rossy, aprovechando que aun no había pacientes, tomo su café junto a ella en la sala de espera mientras conversaban.
Cuando a las cuatro salió del trabajo, Mercedes cruzó la calle y caminó despacio bajo el sol mirando los jardines que nunca antes había mirado, se detuvo en uno, aspiró profundamente el aroma de una rosa y continuó despacio, suspirando.
En el autobús se cruzó con la sonrisa del hombre con el que soñaba despierta y dormida, pero ahora también la cálida conversación del doctor Rossy pasó por su mente.
Esa tarde, Mercedes fue de compras. Se probó varios vestidos y finalmente eligió uno que se ajustaba con delicadeza a su talle. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido de compras y se sentía renovada.
Llamó a Marta y juntas fueron a cenar. Mercedes le contó a su amiga acerca del hombre del autobús y también le habló del doctor Rossy y de como ella había notado que el la miraba.
Marta se sintió feliz al ver el entusiasmo de su amiga y le dijo que la veía hermosa y con un brillo especial en los ojos.
Esa noche, Mercedes se quedó dormida imaginándose entre los brazos del hombre del autobús, que la miraba y le sonreía. Se sintió deseada y esa sensación le gustó, la hacia sentirse segura de sí misma, mas viva.
Por varios días, el doctor Rossy continuó llegando a la oficina con dos vasos de café que compartía con Mercedes mientras charlaban animadamente y una tarde la invitó a cenar…y ella aceptó.
"Lo lamento mi amor, pero voy a salir con otro" pensó Mercedes mientras miraba el cuello y la nuca del hombre del autobús que estaba sentado en el primer asiento.
Cuando a las seis y media de la mañana sonó el despertador, Federico abrió los ojos, acarició a su novia que dormía junto a él, la besó y se levantó para darse un baño.
Desayunaron juntos y media hora después él salió para tomar el autobús.
Era alto, delgado, con el cabello corto y prolijo.
Usaba el perfume que su novia le había regalado para su cumpleaños y tenía una encantadora sonrisa.
Una tarde, cuando regresó a su casa, Federico le dijo a su novia que hacia mucho tiempo que no llamaba a su madre por teléfono y que tal vez debería ir a visitarla, porque desde hacia varias semanas veía en el autobús a una señora que le recordaba a ella.

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