sábado, 4 de abril de 2009

MARISA PRESTI

PASAJE DE IDA

Abrir las alas y salir del encierro. Pensé que podría encontrarte más lejos que mi memoria y por eso dejé volar el pañuelo con tu último beso ése que me guardaste para tu ausencia.
A veces creo que estás, tiesa, bajo un océano profundo, te sacudo para escucharte Hablá te pido pero tu silencio es más fuerte que el dolor que me anida. Te plasmaste en mi piel en aquella vieja estación con tu valija colmada de adioses que querían ser benignos no clavarse en mi angustia compasivos de aquel que te miraba con lo último de su pupila inundada.
Me invadió el atardecer melancólico con la recortada figura de aquel tren que resoplaba silbatos, apuros de gente anónima ignorantes de la agonía que me llevaba los últimos alientos del otoño y quién sabe si podría revivir. Voz cantarina la de tus labios augurando regresos con rouge carmesí ajena a un deseo creciente que quería devorarte con hambre demorada, para ser sólo yo llevándote dentro.
Te imaginé doblada en cuatro, prolijamente acomodada en mi valija de cuero marrón dormías cuando cerré las hebillas y te alcé sin esfuerzo ya no podías alejarte caminarías conmigo cada mañana no habría poder sobre la tierra que pudiera separarnos pero no fue así.
Apenas te aferré la mano súplica silenciosa que penetró en tu conciencia porque sé que sabías. Sabías que el tren era el arma de un asesinato despiadado capaz de horrorizar la sensibilidad de la tierra, capaz de condenar la inocencia que aún residía en mi alma y cuando el silbato me aturdió por segunda vez la mano suave se desprendió de la mía.
Cerré los ojos adivinando que me saludabas con aquel traje gris de nuestro primer encuentro y fue mejor darte la espalda alejarme de tu partida para no demorar más el dolor que me esperaba y le di la bienvenida se hizo presente en todo el cuerpo apenas el tren se alejó de la estación.
En mi bolsillo el pañuelo con el sello de tus labios amenazó mi coherencia y tuve que apoyarme contra las viejas paredes solitarias muros de cementerio me parecieron. La muerte ya no era el deceso final no era el velatorio ni el cajón no eran las flores ni la tumba yo había muerto aunque respiraba.
Desde aquel día no tuve otra forma de medir el tiempo que los silbatos de los trenes que llegaban los oía desde la ventana me sonaban dolorosos casi atrevidos capaces de alterar mis latidos por unos segundos.
Qué esperaba de los trenes nunca lo supe porque tus cartas te ubicaban lejos miraba las estampillas y no quise abrirlas para no aliviar el dolor. Pero sin compasión te metiste en los sueños lacerándome con tu presencia envolviéndonos los dos en sábanas de satén y perfume de jazmines amándonos como nunca enredados en una orgía de pieles tibias en una química de olores que nublaban mis sentidos vencidos ante el poder de tu cuerpo.
No puedo perdonar que me hayas poseído te culpo por cada despertar vacío llorando como un niño abandonado sin nada en las manos solitario entre sábanas frías aullando en silencio allá en la cúspide del mundo.Até tus cartas que siguieron llegando como tormentas en medio de mi nada, ya no miré ni los sellos del correo. No quería papel quería masticarte entera hincar mis dientes en tu piel encarcelar tu pubis mientras mis venas se hinchaban crispándome los puños ante la derrota presentida largamente porque los silbatos siguieron sonando cada atardecer.

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