sábado, 4 de abril de 2009

FEDERICO LÓPEZ


RATONES Y SERPIENTES

Ratones y serpientes. Eran lo único que Sosa recordaba. Los ratones mordisqueaban los cascabeles de las serpientes y éstas los devoraban. Dios aprobaba la recíproca fagocitación. Las serpientes descoladas morían.
Sosa rompió en la vigilia, grave. Al levantarse pateó la petaca de ginebra semivacía y maldijo al ver derramado su desayuno. Se apresuró a absorber el líquido con un repasador sucio y lo estrujó sobre el frasco con restos de mermelada.
"La Gioconda" pensó, mientras apuraba el traguito. ¿Y a quien le ganó esta pelotuda?
Salió y caminó el mismo camino de todos los días: la desierta Paseo Colón hasta Independencia. En el trayecto se detuvo avisado por el bullicio de un kiosco a comprar cigarrillos. Estaban televisando el juicio a la Junta.
-Hijos de puta - soltó.
Eran las nueve cuándo llegó al Pumper.
María estaba haciendo cuentas cuándo lo vió llegar y tomar una cerveza.
-Que no te vean los del laburo con eso.
-Los del laburo me ponen cada cinco segundos, nena… dame el tubo.
Descolgó y discó. Puso un valium en su boca y comenzó a masticarlo: le producía cierto goce ese sabor amargo en la garganta.
-Turco: ¿cuántas veces te hice ese favor? No jodás … ¿a que hora paso?
Su propio aliento había empañado el cristal de la ventanilla y las palabras de su superior jerárquico inflamaban su recuerdo: "a la próxima te rajo." Él había sopapeado a un muchacho que al parecer se había propasado con una chica.
-¡¿Viejo, te vas a levantar o no?! -gritó el chofer.
No se había dado cuenta de que había subido una anciana.
-Vieja chota- murmuró levantándose.
El Turco le extendió la mano, dándole los dos sobrecitos. Sosa se sentó a la mesa, dispuso cuatro líneas y aspiró hondamente.
-¿Qué me mirás así, putito?¿Encima me querés cobrar? Se fue sin despedirse.
El colectivo lo devolvió al barrio de María, de María y suyo.
Una vez en la plazoleta eligió la peor mesa de ajedrez. Antes de sentarse miró el tablero con sorna y dijo para sus adentros que los jubilados no tenían nada mejor que hacer. Aprolijó dos líneas con cuidado: eran las últimas. Un chico pasó a su lado y le dijo que se iba a descerebrar.
-Callate, mocoso.
Su paranoia iba increscendo, su vista se nublaba, su entendimiento ya no era su entendimiento.
-¿Que le pasa a ésta que no viene?
El chico pasó con otro y Sosa creyó que lo miraban con desprecio. No dudó en golpearlos. Una chica del grupo se le trepó a la espalda, a él le bastó un sólo sacudón para estacionarla en el suelo. Todos contemplaron con horror los destellos del estilete, la hoja entró en vientres, toraxs, cuencas oculares y sólo Dios puede saber en cuántos lugares más.
Todos estaban cubiertos de sangre, pero la sangre para entonces era apenas un remedo del pasado.
Los agentes que lo enfrentaron fueron cautos: uno de ellos lo reconoció y recordó su temperamento de cuando era reclutado eventualmente por la patrulla perdida, allá por los setenta. Recordó también que lo apodaban "El Gurka".
Sosa no lloró ni tembló cuando lo esposaron, pero tampoco escucho cuando le leyeron sus derechos.
El Gurka jamás se los leyó a los subversivos.
Un agente le ofreció un cigarrillo.
-Gracia'- repuso con sequedad.El automóvil se puso en marcha.

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