sábado, 4 de abril de 2009

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


EL VELORIO

Enrique y Arnoldo aparecieron imprevistamente en el salón de la casa velatoria, y cuando abrazaron a la tía Elvira y a su hija Josefina, destilaron sus olores fétidos, producto, quizás, de los treinta grados de temperatura y de tantas horas de manejo. Sus olores se confundieron con la ristra de salames y longanizas que traían como siempre, cada vez que venían a la ciudad. - Lo siento mucho tía- dijeron a coro al tiempo que entregaban los embutidos...
-Está bien, gracias, déjenlos en la cocina- Elvira estaba visiblemente
contrariada.
En la amplia sala unas quince personas presenciaron el encuentro y no dejaban de observar detenidamente, como si fueran extraterrestres, a los hermanos Zabandía. Enrique tomó los salames y al darse vuelta para ir a guardarlos dejó exhibir una mancha verdosa en la pantorrilla de la bombacha de gaucho. Elvira lo había observado por arriba de los lentes.
- Parece que se manchó con bosta- dijo Arnoldo. Alguien del fondo rió y la viuda sintió vergüenza ajena.
- Yo también voy al baño. Me voy a lavar los brazos porque tuvimos un problema con la chata. Empezó a carburar mal y tuvimos que cambiarle las bujías... ¡Mirá como quedé! Encima en la ruta una calor!.. me voy a lavar, permiso... - Arnoldo tenía las alpargatas con barro, y en su trayecto al toailette lo iba desparramando. Llevaba una camisa a cuadros inmensa, y al igual que Enrique, las aureolas de su transpiración eran dos medialunas en las axilas. El pantalón tenía manchas de grasa, mate, y caca de gallina... Cuando se alejó hacia el fondo donde estaban los lavabos volvió el murmullo en la sala...
Regresaron del baño como si fueran a jugar el segundo tiempo del partido de los jueves. Se habían mojado las sucias cabelleras y el agua que caía por sus ropas llegaba al piso para juntarse con la tierra... Armaron un verdadero enchastre... Con el agua sobre sus cuerpos olían peor y la gente se sintió molesta cuando uno a uno comenzaron a ser saludados. A los parientes lejanos que hacía mucho tiempo no veían, los besaban efusivamente. Intentaban recordar la última vez. Decían "Lo siento" "Qué desgracia" "No somos nada"... Y a los que no conocían se presentaban declamando una y otra vez el grado de parentesco con el muerto. Iban en tandem dando un espectáculo horroroso, dejando sobre los rostros rígidos la humedad de la transpiración... Se tomaron su tiempo en terminar la ronda más parecida al acto de una mala comedia que al pésame de un velorio... Elvira había ido a hablar con el encargado para pedirle un trapo y un secador. Luego, abochornada, se refugió en la cocina sin saber qué hacer ni qué decir. Sus sobrinos llevaban el timbre de voz muy fuerte. Enrique, tenía registro de bajo. Arnoldo, de barítono, y sus voces se escuchaban desde la calle...
Fue Arnoldo el que finalmente le preguntó a Elvira qué le había ocurrido al tío y ella no tuvo otra alternativa que volver a contar, por undécima vez, sus últimos días. A los noventa y ocho años había tenido todas las enfermedades, pero el acta de defunción hablaba de un paro cardiorrespiratorio. Contaba que su marido tomó un vaso de vino. Ella se había ido a bañar y cuando regresó, ya había fallecido... Al recordarlo, una lágrima cayó en el piso que Enrique seguía ensuciando. La volvieron a abrazar y ella maldijo el haber llorado. Arnoldo pidió permiso para ir a despedirlo y allí fueron los hombres acalorados, que, sin proponérselo, entretenían a la concurrencia. La sala volvió al silencio, quizás para escuchar lo que decían...
-!Tío, tío!- lloraba Enrique desconsoladamente. Se escucharon unos golpes secos y Elvira temió que lo estuviesen estrujando. - ¿Por qué te fuiste campeón?- decía Arnoldo.
-Disculpanos tío. ¡Hace tanto que no venimos a verte!... - Los dos lloraban como niños.
-¡Nunca te vamos a olvidar tío!... ¡Nunca te vamos a olvidar!...
-El otro día nos acordamos de la primera vez que vinimos a la capital- Enrique había adquirido un tono entre trágico y solemne- Voy a confesarte algo tío.Algo que si no lo digo me va a quedar acá, atragantado. ¿Viste?... En el año 84, cuando vinimos del del campo y paramos en tu casa ¿Te acordás?
-¿Qué estás diciendo? ¿No te das cuenta? ¡No te va a contestar!
-¡Callate boludo!
-Yo tenía trece años. Tenía trece años y estaba un poco... alborotado...
Tenía como un fuego en las piernas, ¿Viste?... Cuando vos estabas trabajando. Yo te robé... Te robé $ 100.000 de los viejos. ¿Te acordás? Era un billete marrón... Lo apreté bien fuerte en la mano y fui corriendo a comprar la revista "Status". Perdoname. Perdoname tío... Ahora sabés porqué estaba tantas horas encerrado en el baño. No es que estaba descompuesto... No es que me sentía mal. Es que tenía que apagar ese fuego... Esa es la verdad tío. Perdoname por haberte robado- Arnoldo lo abrazaba e intentaba consolarlo- Ya está, ya está... El tío ya te perdonó, vamos...
Cuando volvieron a cruzar la sala la gente ya no pudo contener la risa. Unos miraban el suelo. Otros, llenos de vergüenza, se habían ido a la calle para reír a carcajadas.
Josefina, indignada, entró a ver a su padre. Los primos habían besado y abrazado a Hermenegildo. Le habían doblado el cuello de la camisa, lo habían despeinado... Con amor acicaló a su padre y puso en orden las coronas de flores...
Los hombres hablaban ahora con la tía Elvira y la ponían al día con las novedades de la gente del campo- La Viviana, la segunda hija del tío Catalino ¿Se acuerda tía?
-¿La que tenía un novio roquero?
-No, esa es la Lucy.
-Yo le hablo de la Viviana, esa que le dicen enredadera
-¿Enredadera?
-Si, se prende a cualquier tronco... Bueno, resulta que conoció a un gringo. Un polaco que vino al campo para dirigir unas excavaciones. Parece que es geólogo o algo así, y van a hacer unas excavaciones para ver si encuentran petróleo. Y resulta que agarró a la Vivi y le dio para que tenga y para que guarde. La dejó gruesa. Tiene la panza así, tiene. Parece esas vacas cuando están preñadas. ¿Se acuerda tía? ¿Se acuerda cuando vino al campo con el tío? (Que Dios lo tenga en la gloria) ¡Qué linda tarde que pasamos! Le dieron duro y parejo a una damajuana y usted perdió la dentadura...
Elvira se puso pálida. Luego pidió silencio y respeto por la memoria del difunto.
-Perdón, no quisimos faltar el respeto... Son historias, nada más...
En la sala se había roto el aire acondicionado y a las tres de la tarde los treinta y dos grados se hacían sentir. Poco a poco fue llegando gente y más gente y no tardó en quedar la sala colmada. Ya no quedaban asientos y los que llegaron después permanecieron de pie. La gente iba y venía a la cocina donde estaba el spencer del agua fría y un técnico luchaba inútilmente por componer el aire. Josefina le entregaba a cada asistente una servilleta de papel para secarse el sudor. Los hermanos Zabandía volvieron a refrescarse reiteradas veces y anclaron sus cuerpos redondos en el pasillo donde corría una pequeña correntada. Habían conseguido unas sillas de la sala contigua y cada vez que iba a tomar agua veían la ristra de salames que estaban ahí, transpirando... Nunca se supo como fue que apareció el pan y el cuchillo, ni quién cortó la primer rebanada. Acalorados y hambrientos, con disimulo, fueron comiendo las delicias del campo. Enrique y Arnoldo llllenaron sus bolsillos de salames y pan, y volvieron al pasillo. Arnoldo dijo: - Ahora vengo- y regresó con una botella de cerveza camuflada entre sus ropas. Luego Enrique arrimó un masetero que llevaba un potus crecido y bajo sus ramas escondió la botella que fueron bebiendo de a sorbos sostenidos, cuando no venía nadie. El problema es que muchos fueron al pasillo. Los hermanos se agachaban con la excusa de acomodarse las alpargatas y volvían a beber. Josefina dudó de su compostura, y a cada rato se asomaba para vigilarlos. Los llantos de la sala llegaban de a ráfagas, como una música lejana. Y esa música se confundía con el murmullo constante de las voces que iban incresccendo. Enrique trajo otra cerveza helada y ya no tuvieron tanto reparo en beberla. Y antes de que los salames siguieran engrasando sus bolsillos comieron en un suspiro. Un joven del barrio, panadero y vecino de Hermenegildo, se pusoa beber con ellos, y no tardaron en terminar la segunda botella. Esta vez fue el panadero a buscar la tercera...
A una prima segunda de Josefina le bajó la presión y cayó desvanecida. Todo fue un griterío y gente que la abanicaba... Entre dos la cargaron y la sacaron a la calle. Enrique preguntó qué había ocurrido y Josefina sintió su aliento etílico. - ¡Ustedes no respetan a nadie!- ...
La mujer no tardó en reponerse, y una vez que se sintió mejor dio los pésames correspondientes y tomó un taxi para su casa. Ya eran las ocho de la noche y Arnoldo descubrió que no solo habían desalojado la primer sala de la casa velatoria, sino también que la habían limpiado y la habían dejado preparada para un nuevo difunto. Pero no fue un difunto lo que llevaron allí. Fueron botellas y botellas que los Zabandía, el panadero y otro primo de Josefina que se sumó al festín bebieron alegres pero silenciosos. Por una pequeña ventana espiaban hacia el pasillo para cerciorarse que ningún empleado ni nadie arruinara su parranda. A cada rato iba algún emisario al almacén y volvía con más cerveza, mortadella, palitos, papas fritas...
Hacia la medianoche ocurrieron dos hechos significativos: El primero es que los cuatro estaban completamente borrachos. El segundo, que fueron descubiertos y desalojados. Volvieron entonces al velorio de Hermenegildo cuando apenas podían mantenerse en pie.
Ya se había ido mucha gente y consiguieron asiento e intentaron en vano disimular su estado. En la cocina madre e hija discutían acaloradamente. Josefina quería echarlos a la calle sin más explicaciones, pero Elvira intentaba defenderlos argumentando que en el fondo eran buenos muchachos, que hacía mucho calor, que no habían podido dominar sus emociones... Más tarde abandonaron la sala para ir a darse un baño y mudarse de ropa.
Entonces Enrique le dio rienda suelta a la cerveza que bebieron hasta el infinito...
Llegaron los cuentos verdes. Cada uno tenía un repertorio de historias bien picantes para el deleite de la gente que reía y reía, tanto que les dolía la panza...
Nadie supo como llegó una guitarra a las manos de Arnoldo que empezó a cantar una chacarera de Los Carabajal.
El panadero y Enrique bailaron con gracia y agilidad y se entreveraron en un zapateo digno de un cuerpo de baile. Luego del estribillo Arnoldo se puso a recitar coplas bien picantes:


Una vieja en un velorio
lloraba atrás de una puerta,
pasó un viejito y le dijo
yo también la tengo muerta.

Una viejita decía
en un pueblito de Salta
mi cama no es un villar
pero bolas no me faltan.

El hombre largó con la segunda parte y la gente, entusiasmada, cantaba y hacía palmas. A la tercer chacarera los bailarines cayeron desplomados. Arnoldo duró dos chacareras más. Luego se incorporó para ir a buscar una botella que había quedado en manos de un anciano amigo de Hermenegildo, pero perdió el equilibrio y quedó tumbado junto a los otros cuerpos que roncaban como motosierras y destilaban el alcohol por todos sus poros. En la madrugada sacaron en camilla, simultáneamente, los cinco cuerpos. El de Hermenegildo fue en el coche fúnebre hacia el cementerio de la chacarita.Arnoldo, Enrique, el panadero y el primo de Josefina fueron en ambulancia al hospital Fernández.

No hay comentarios: