sábado, 23 de julio de 2016

Marta Becker

QUIZÁS…  Marta Becker 

QUIZÁS

Un desapacible sábado a la noche estaba necesitado de compañía. Después de dar vueltas, entré en un bar desconocido alejado del centro. Allí la vi. Estaba sentada en un taburete alto, al final de la barra.
Me acerqué. Sin preámbulos, la invité con un trago.
Lo aceptó de inmediato. La charla se alargó más allá de mi gusto, pero estaba dispuesto a soportarlo. La muchacha me gustaba y comencé a fantasear con ella.
Nos contamos cosas, como viejos amigos. Decidido, después de hablar mucho y tomar más, la invité a mi casa.
Al principio, rechazó la oferta. Con cierto misterio, bajó los ojos para no mirarme de frente, temerosa.
Luego, en voz baja, dijo -vamos- y no habló más.
Cuando entramos, pidió que baje las luces para crear clima. Puse música de fondo, tomamos otra copa y la orienté hacia el dormitorio.
A media luz, comencé a desvestirla lentamente, y en ese momento me entró una duda aterradora.
Quizás no era ella… pensé… quizás era él…

¿QUIEN SOY?

Estoy aquí, encerrado entre cuatro paredes, león enjaulado pájaro herido hombre despojo, aquí, aquí o allí, no sé dónde estoy, allí me pierdo, aquí no respiro y una cucaracha desaparece por uno de los agujeros frente a mis ojos y supongo que me puedo ir con ella, elegir el agujero por donde sumergirme, o tal vez decida estar en otro lugar y una escalera oxidada me lleva hasta la mismísima puerta del infierno, en donde no quiero entrar porque ya estoy en él, aquí, aquí o allí, es igual y sigo dando vueltas, trepo por las paredes el techo baja cada vez más y me oprime, empujo, la cucaracha vuelve y me mira, goza, se sabe libre, largo un manotazo inútil, se escapa por otro orificio, uno más de cientos marcados en las paredes  que hablan de desesperación, de soledad, de silencios, cuando ya no hablo ni conmigo mismo, no reconozco mi humanidad, huelo a animal, por favor cucaracha volvé te necesito aquí o allí pero cerca, algo viviente, algo que me conecte con el otro lugar, ese lejano, inexistente y entrañable que no volveré a ver porque estoy aquí, una cucaracha más.

RECOMPENSA

Padre, vengo a hablar con usted porque es con el único que puedo hacerlo. ¿Vio el anuncio que se publicó en todos lados solicitando datos del homicidio de Maximiliano González, el hijo de doña Carmina, y el ofrecimiento de una recompensa de doscientos mil pesos por alguna información que ayude a encontrar al o los culpables? Yo lo vi y enseguida comencé a poner en una lista todo lo que podría hacer con esa cantidad de plata, como arreglar el techo de la casilla, que cuando llueve es un colador, comprar una cocina nueva, emparejar el piso con otra capa de cemento y también comprarme un par de zapatillas y algo de ropa. Igual, me sobrarían unas monedas para guardar. Porque yo, Padre, vi quién lo mató. Fue un ajuste de cuentas, porque el Maxi estaba en la droga, empezó de a poquito y fue ganando clientes porque se los sacó a otros y eso le juntó muchos enemigos. Le avisaron que se abriera, que no canchereara, que estaba jugando con fuego. Pero no hizo caso, siguió. Yo estaba en la pieza cuando escuché los gritos, me fui hasta la ventana, corrí un poco la cortinita y los vi, al Maxi y a su atacante, que peleaban y se decían cosas, gritaban… cuántas cosas podría comprar con esa plata… y dicen que hay reserva de identidad, no van a decir quién contó si vio algo, eso me dejaría tranquila, pero igual Padre, le pregunto a usted que sabe ¿Diosito no me va a castigar si le digo a la Policía que el asesino es mi hijo?


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