QUIZÁS… Marta Becker
QUIZÁS…
Un
desapacible sábado a la noche estaba necesitado de compañía. Después de dar vueltas,
entré en un bar desconocido alejado del centro. Allí la vi. Estaba sentada en un
taburete alto, al final de la barra.
Me
acerqué. Sin preámbulos, la invité con un trago.
Lo
aceptó de inmediato. La charla se alargó más allá de mi gusto, pero estaba dispuesto
a soportarlo. La muchacha me gustaba y comencé a fantasear con ella.
Nos
contamos cosas, como viejos amigos. Decidido, después de hablar mucho y tomar
más, la invité a mi casa.
Al
principio, rechazó la oferta. Con cierto misterio, bajó los ojos para no
mirarme de frente, temerosa.
Luego,
en voz baja, dijo -vamos- y no habló más.
Cuando
entramos, pidió que baje las luces para crear clima. Puse música de fondo, tomamos
otra copa y la orienté hacia el dormitorio.
A
media luz, comencé a desvestirla lentamente, y en ese momento me entró una duda
aterradora.
Quizás
no era ella… pensé… quizás era él…
¿QUIEN SOY?
Estoy
aquí, encerrado entre cuatro paredes, león enjaulado pájaro herido hombre
despojo, aquí, aquí o allí, no sé dónde estoy, allí me pierdo, aquí no respiro
y una cucaracha desaparece por uno de los agujeros frente a mis ojos y supongo
que me puedo ir con ella, elegir el agujero por donde sumergirme, o tal vez
decida estar en otro lugar y una escalera oxidada me lleva hasta la mismísima
puerta del infierno, en donde no quiero entrar porque ya estoy en él, aquí,
aquí o allí, es igual y sigo dando vueltas, trepo por las paredes el techo baja
cada vez más y me oprime, empujo, la cucaracha vuelve y me mira, goza, se sabe
libre, largo un manotazo inútil, se escapa por otro orificio, uno más de
cientos marcados en las paredes que hablan
de desesperación, de soledad, de silencios, cuando ya no hablo ni conmigo
mismo, no reconozco mi humanidad, huelo a animal, por favor cucaracha volvé te
necesito aquí o allí pero cerca, algo viviente, algo que me conecte con el otro
lugar, ese lejano, inexistente y entrañable que no volveré a ver porque estoy
aquí, una cucaracha más.
RECOMPENSA
Padre,
vengo a hablar con usted porque es con el único que puedo hacerlo. ¿Vio el
anuncio que se publicó en todos lados solicitando datos del homicidio de Maximiliano
González, el hijo de doña Carmina, y el ofrecimiento de una recompensa de doscientos
mil pesos por alguna información que ayude a encontrar al o los culpables? Yo
lo vi y enseguida comencé a poner en una lista todo lo que podría hacer con esa
cantidad de plata, como arreglar el techo de la casilla, que cuando llueve es
un colador, comprar una cocina nueva, emparejar el piso con otra capa de
cemento y también comprarme un par de zapatillas y algo de ropa. Igual, me
sobrarían unas monedas para guardar. Porque yo, Padre, vi quién lo mató. Fue un
ajuste de cuentas, porque el Maxi estaba en la droga, empezó de a poquito y fue
ganando clientes porque se los sacó a otros y eso le juntó muchos enemigos. Le
avisaron que se abriera, que no canchereara, que estaba jugando con fuego. Pero
no hizo caso, siguió. Yo estaba en la pieza cuando escuché los gritos, me fui
hasta la ventana, corrí un poco la cortinita y los vi, al Maxi y a su atacante,
que peleaban y se decían cosas, gritaban… cuántas cosas podría comprar con esa
plata… y dicen que hay reserva de identidad, no van a decir quién contó si vio
algo, eso me dejaría tranquila, pero igual Padre, le pregunto a usted que sabe
¿Diosito no me va a castigar si le digo a la Policía que el asesino es mi hijo?
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