domingo, 13 de septiembre de 2015

Negro Hernández



                  La suerte es mujer Negro Hernández

Estábamos en el Tres Amigos, el café de siempre, en medio de una partida de truco con Jorge, Sandoval y Oliverio, cuando el Mirón tiró la idea: ¿Qué tal si le hacemos un asado al Gordo para festejar su jubilación anticipada?.
Sandoval contestó inmediatamente: -Me parece fenómeno, contá conmigo para ser el asador, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico. 
-Si la hacemos un viernes por la noche puedo venir porque tengo guardia en el hospital el jueves, agregó Jorge, levantando un vaso de cerveza como diciendo ¡Salud! con el gesto.
Yo me demoré en contestar porque pensaba en la partida de truco que hacía un tiempo que no podíamos ganar y quería, de una vez por todas, romper con la racha. Esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré a Oliviero, mi compañero, para que me pasara una seña... un tres.
-¡Venga! Dijo, y tiró el cinco de copas.
-Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle al Gordo, contesté. Después arreglamos quien compra la carne y las achuras. También en la iniciativa de la propuesta me habían ganado.
-Podríamos hacerlo en el patio del fondo del café, dijo Jorge mientras jugaba un caballo de espada.
-¡Envido!
-¡Quiero!
-Veintiocho
-Son buenas
-Antes tenemos que pedirle permiso al Gallego para que nos preste el boliche.
En la tarde soleada de Barracas las pibas que caminaban por la esquina me distrajeron del juego un rato hasta que una morocha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces del truco y los ojos de la muchacha que parecían dos uvas color miel.
-¡Jugá Negro! dijo Oliviero.
-Y distraído grité ¡Truco!
-¡Quiero! dijo Sandoval. 
-¡Retruco! Volví a gritar
-¡Quiero vale cuatro!
-¡Quiero! Dije.
Sandoval puso el siete de oro, y yo jugué el as de bastos.
Cambió la suerte, pensé. Esa morocha me cambió la suerte. Como se la cambió al Gordo, el día que le ofrecieron en el banco donde trabaja, el retiro voluntario a cambio de toco de guita y seguir cobrando un sueldo hasta el momento de jubilarse. Fue justo un mes antes que se desplomaran los valores de las bolsas de comercio internacionales y los titulares de los diarios anunciaran una recesión mundial.
No hay nada que hacer, pensé, las bolsas, la recesión, la jubilación, la suerte son femeninas.
-¡Grande, Negro que lo tenemos!
Las palabras de Oliverio me volvieron a la realidad. El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. Sin embargo el interés por la partida se había desvanecido entre los ojos de aquella mujer y su cabellera negra y enrulada. Me moría de ganas por encender un cigarrillo para controlar mi ansiedad y me incorporé de la silla para estirar las piernas. Lo llamé al Gordo desde mi celular para comentarle lo del asado mientras me acercaba a la mesa donde estaba ella y no pude dejar de mirarla hasta que el hombre quecharlaba con la muchacha de dio cuenta. Tan evidente eran mis intenciones que tuve que volver sobre mis pasos sin que ella se diera cuanta de mi presencia. Entonces me acerqué al mostrador para preguntarle al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla y había acomodado unos balones sobre la bandeja.
-Gallego ¿hay algún problema para hacer una reunión el próximo viernes, mejor dicho un asadito en el fondo para festejar la jubilación del Gordo?
la jubilación del Gordo?
-Ninguno.
-Mirá que van a venir como cincuenta personas.
-Mejor, así cerramos el boliche y listo.
Volví a la mesa y detrás de mí el Gallego con la picada y la cerveza. -Ya arreglé lo del viernes y hablé con el Gordo, dije.
-Desde que se mudo a Belgrano se ha vuelto medio tilingo, hay que llamarlo a cada rato para que venga, dijo Jorge, mientras mezclaba las cartas para empezar el bueno.
En eso la belleza y el señor se levantaron y ella lo tomó del brazo, después subieron a un auto lujoso y se marcharon.
-¿La conocés? Me preguntó el Mirón.
-No, es la primera vez que la veo.
-Anda siempre por Palermo con algún viejito con plata, dijo.
El corazón se me partió en dos, como cuando me enteré que los reyes magos eran los padres.
-Negro, te toca repartir.
(La puta madre que los paríó, dije para mis adentros)
Y seguimos el truco. Yo totalmente distraído y sin ganas de nada. Un minuto después entró Marta al café y me miró con bronca porque sabía que debo cuidarme del colesterol y respetar la dieta. Pero no le contesté a su mirada cuestionadora, y al verme ocupado pidió una gaseosa en la barra como para esperarme.
Mi mujer tiene la mala costumbre de invadir mi territorio cada tanto, sobre todo cuando intuye que me estoy mandando alguna macana, pero esta vez me trajo suerte y ganamos el partido.

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