domingo, 13 de septiembre de 2015

Jenara García Martín



                        Perfecta Jenara García Martín

Desde que nació estuvo sobreprotegida. Su nombre era Perfecta, elegido por su padre al escuchar al  médico, cuando vino a este mundo, que tenían una hija sana y perfecta. La amaron  a su manera, y ella respondía a ese amor como una buena hija. También recibió una  educación esmerada,  pero la convirtieron en una persona insegura y solitaria. Su forma de vida se reducía a las costumbres de sus padres,  ya mayores y bastante severos.
Un buen día, ya cercana a los treinta años, Perfecta se levantó decidida a efectuar un cambio en su vida. Pensó en cuánto la desagradaba su nombre y la vida que llevaba. Tenía grabado en su memoria la frase de su madre que siempre la repetía: “que le debía la vida”. ¡Qué vida! Una vida oscura, sin futuro y sin pasado. Sólo llena de vacíos y sufrimientos. Sin amigas de la infancia, ni de la adolescencia y menos de la Universidad, y pretendientes  “prohibido”. La “niña” podía pensar en contraer matrimonio y dejarlos. Lo único que le reconfortaba eran los momentos de rebeldía interna, puesto que nunca pudieron influir en su obsesión por la limpieza y la estética., y tampoco en su afición por las  Bellas Artes. Se inclinó por la pintura en el estilo abstracto, con gran éxito. Eran famosas sus Exposiciones.    
Impuso su carácter, oculto hasta ese momento,  y los condicionó a  sus gustos y costumbres. Fue un cambio radical en el hogar el que tenían que respetar y cumplirlo. .El nombre tenía que soportarlo para siempre como si fuera un estigma, aunque no se resignaba.
Escudriñando en su memoria, recordó  que era  el aniversario del casamiento de sus padres, cincuenta años de casados: “Las Bodas de Oro". Les ofrecería una cena-fiesta con todos los familiares y algunos de los pocos amigos que frecuentaban la casa. Como quería que fuera una sorpresa les pagó un día de excursión a las Sierras, cuyo regreso sería alrededor de las veinte horas,  advirtiéndoles que por la noche, tenían entradas para ir al Teatro a las veintidós horas y deberían  vestirse de gala: ¡No lo olvidéis!
A la hora prevista (las veintidós) empezaron a llegar los asistentes a la fiesta y  las puertas del salón se abrieron. La sorpresa de los homenajeados fue inenarrable y más aún, cuando Perfecta les comunicó que esa Fiesta era su regalo para celebrar sus Bodas de Oro, reemplazando la salida al teatro, por lo tanto tenían que recibir a los invitados.  Se emocionaron y agradecieron a su hija con un beso, que no permitió llegara a rozar su mejilla.
Las dos lámparas de cristal encendidas  con sus refulgentes destellos de luz  daban  más vida a todo el mobiliario del salón. La casa resplandecía como nunca. Perfecta,  había supervisado  todo con la obsesión habitual. Sus padres se mostraban orgullosos  escuchando las felicitaciones que dirigían a su hija.  La mesa, los adornos florales,  el menú,  todo preparado con gusto y delicadeza.
Perfecta  estaba resplandeciente. Vestida para la ocasión. Se había recogido el cabello en un moño alto que dejaba al descubierto su bello cuello de cisne. Resaltaban sus ojos claros y su rostro de suaves líneas, junto a su esbelto cuerpo, que le hacían parecer más alta y elegante. Y sonreía como nunca la habían visto hacerlo.    
La fiesta estaba resultando un éxito, hasta que los invitados se excedieron con el alcohol .Con descuido dejaban las copas en cualquier lugar. Los canapés a medio consumir, los tiraban al piso. Ella que se había esmerado tanto para ese acontecimiento.
¡Le arruinaron  la fiesta! 
Tuvo que retirarse por un momento  del salón para ocultar su rostro desencajado situación que fue observada por su padre quien quiso conocer el motivo de ese cambio,  pero Perfecta no le dio ninguna  explicación.      
El salón quedó en penumbra, iluminado sólo por las velas de la torta. Surgieron las felicitaciones de rigor y los aplausos al apagar las velas y prender de nuevo  las lámparas.
Mientras estaban sirviendo la torta, la tensión de su rostro no había desaparecido. Era otra. Tiró del mantel de la mesa donde había sido colocada la torta y cayó sobre la alfombra persa, que era una belleza, junto a platos, cubiertos, vasos (…)  y los invitados desconcertados ante el comportamiento de Perfecta recibieron improperios que salían de esa delicada voz, que ahora desconocían,  quien les abrió la puerta de salida del departamento. No les despedía con palabras, si no con hechos. Algunos en una situación deplorable, a consecuencia del exceso de la bebida, mas no la importó. Sus padres estaban desconcertados contemplando a su hija que no sólo sonreía, disfrutaba emitiendo unas carcajadas delirantes,  sin permitir su intervención.  Ni siquiera les dirigió una palabra. 
Cuando se retiró el último invitado, fijó una mirada extraña sobre la torta transformada en una montaña de masa uniforme, y a sus padres que se habían sentado en un sofá,  en actitud temerosa.  Perfecta ni se acercó a ellos. Seguía con esa misma risa delirante y destruyendo cualquier objeto que encontraba a su alcance. Sólo un pensamiento terrible cruzaba por su mente. Que la encerraran en una celda sucia y hedionda en lugar de una habitación blanca, ordenada y aséptica,  de cualquier hospital psiquiátrico.

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