viernes, 25 de octubre de 2013

Marcos Rodrigo Ramos



   El tipo Marcos Rodrigo Ramos
                                                                                                   Y hoy que vivo enloquecido
                                                                                                                porque no te olvidé
                                                                                                              Ni te acuerdas de mí
                                                                                                                      ¡Grisel! ¡Grisel!
                                                                                                        Contursi-Mariano Mores
Como siempre esperé en la esquina. Los pibes me cargaban pero no me importaba si podía estar con ella. “¡Dominado!”- me gritaban cuando me veían cargando sus carpetas. “Sigue sin novio” me decían sus amigas y me guiñaban el ojo.
Parecía ignorarlas y caminaba la primera cuadra en silencio pero cuando nos alejábamos de todos aparecía la Alba que yo quería, la que hablaba hasta por los codos y se reía cada dos minutos, la que me miraba a los ojos con picardía escondida, la que me mostraba esos poemas que nadie había visto, la que me hablaba de la importancia de la virginidad, la que me contaba todo.
Llegaba a la casa, entonces volvía ya sin el uniforme del colegio y nos sentábamos en el pequeño paredón del frente y siempre era poco el tiempo para estar con ella.
A veces aparecía la Alba melancólica, la que hablaba del “tipo”: su príncipe azul, un hombre alto y elegante que sabía como tratar a una mujer, guiarla, llevarla a un restorant caro y darle todos los gustos, el tipo casado que conoció en Gesell hace dos años, el de la hija más grande que ella, el del auto importado, el del hotel.
Ese día habían pasado ya dos meses que no la llamaba. Estaba en silencio y seria, parecía no querer hablarme. Me sentía idiota y disgustado, con tantas ganas de decirle tanto y sin embargo diciéndole nada. Fue entonces que casi llorando la abracé sin mirarla y comencé a besar su cuello lentamente. Luego fueron nuestras bocas las que se juntaron.
-Te quiero- le dije feliz a sus ojos
Esquivó mi mirada.
-¿Querés ser mi novia?
-No tan rápido- me dijo alejando su cuerpo del mío.
-¿No te gustó?
-Me gustó mucho- me dijo antes de besarme de vuelta y despedirse con una sonrisa guiñándome el ojo.
Feliz me fui cantando un tango por las calles de Castelar con la misma sonrisa que ahora se dibuja en mi rostro cuando recuerdo sus ojos, su boca, esa despedida, aquel tango, Grisel.

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