jueves, 19 de septiembre de 2013

Marcos Rodrigo Ramos


Los ojos del minotauro 
Marcos Rodrigo Ramos

Ciudad Verde queda a 600 kilómetros de la Capital, pese a que está pegada al mar nunca pudo desarrollarse del todo como centro turístico. Es por eso que el hotel “Minos” permanecía abierto todo el año con escasísimo hospedaje. La mayor afluencia de gente se daba en el verano y sin embargo jamás llegaba a cubrir un cuarto del total de las habitaciones. Por suerte, lo que sí funcionaba bien era la confitería del hotel, famosos eran sus desayunos con medialunas y dulce de leche casero elaborado por su  propietaria, la señorita Liliana.
Ella había heredado el hotel y la escasa afluencia de público la había obligado a vivir prácticamente todo el tiempo allí y no contratar personal de servicio. De joven había demostrado un gran talento para el dibujo y la pintura pero la muerte prematura de sus padres y el ocuparse tanto del hotel le habían hecho olvidar de su vocación. Sola, con treinta y cinco años ya cumplidos, Liliana era de aquellas mujeres de las que cuesta creer que no pueda conseguir novio, no es que no los haya tenido pero nunca le duraban demasiado. No era que se llevara mal con ellos pero su dedicación exclusiva (y obsesiva) con el hotel hacía fracasar todas sus relaciones. ¿Cómo te vas a casar con un hombre si vivís casada con el hotel? Le había dicho más de uno y ella sabía que tenían razón.
De su vieja vocación le había quedado de recuerdo su último cuadro que había terminado a los veinte años. Era una tela de un metro por un metro en la que había dibujado un minotauro. Sus padres de chica le habían contado la leyenda de aquel ser que vivía encerrado en un laberinto y devoraba  los jóvenes que le eran entregados en sacrificio. A pesar de lo que le contaban todos, le costaba ver su maldad, lo imaginaba, lo sentía, triste, único y por ello solo, anhelando la presencia de alguien que fuera como él, de un hermano. Era así entonces que su cuadro no podía reflejar más que esos sentimientos: su minotauro tenía una mirada triste pero a la vez esperanzada y carente de toda maldad, tal como ella lo sentía, tal como ella lo había soñado.
Octubre ese año estaba inusualmente frío. Ese día preparó la habitación para el señor Jorge que se había comunicado con ella la noche anterior haciendo la reserva. Cuando lo vio venir Liliana se dio cuenta que el señor Jorge se parecía a su voz, de traje y medianamente gordo, era un hombre de 43 años que aparentaba más edad de la que tenía. Venía de Buenos Aires. Cortésmente le pidió a Liliana que escribiera sus datos en el libro de huéspedes. Cuando lo firmó se acercó exageradamente a la hoja para firmar. Luego dejó su valija en la habitación y regresó a la confitería a desayunar.
Su hambre era feroz, tomó dos cafés con leche y seis medialunas a las que untó abundante dulce de leche. En su glotonería había hasta placer y eso le gustó a Liliana porque el placer de ese hombre había sido producto de sus propias manos.
-Usted es un ángel.
A Liliana le sorprendió la frase amable, no por la amabilidad en sí, sino porque intuía algo más en esas palabras, en la forma en que las dijo. Fue al verlo a la cara que lo notó, sus ojos la miraban con deseo y a la vez con infinita timidez.
-No quise molestarla-  dijo bajando la cabeza.
-No me molestó. Al contrario, hace mucho tiempo que ningún hombre me dice un piropo, así que muchas gracias.
Sonrió complacido, por momentos le pareció que se había puesto colorado. Mientras atendía a las otras mesas, Liliana pensaba que si el minotauro existiera llevaría sus ojos. Antes de retirarse, el señor Jorge se detuvo frente al cuadro y comenzó a mirarlo de cerca, sobre todo la zona del rostro.
-¿Le gusta?
-Si, claro. El viejo Asterion. Sabe,  me  recuerda a alguien pero no sé a quién.
-Se parece a usted.
-¿Tan feo soy que parezco un animal?
-No diga tonterías. Se parece a usted en los ojos.
-Es cierto, son del mismo color que los míos.
-No, no es sólo eso. Es la expresión.
-Tiene ojos tristes, solitarios, como los míos.
-Tristes, son ojos que esperan a alguien.
-¿A una mujer?
-No. Esperan a un hermano. Ya sé que el mito dice que el minotauro es cruel pero, por más que me esfuerzo, yo no puedo ver maldad en él, por eso lo hice así.
-¿Usted lo pintó?
 -Claro, pero fue hace demasiado tiempo. Ya no pinto.
-¿Por qué? Si talento se nota que le sobra.
-No tengo tiempo. Me paso trabajando todos los días en el hotel.
-¿No tiene momentos libres?
No, porque al hotel puede llegar una persona en cualquier momento.cualquier momento.
-Hace mal. Usted tiene un don que tendría que compartir con toda la humanidad.
-Discúlpeme Jorge, tengo que hacer- le dijo Liliana yéndose a su cuarto. Allí se acostó y empezó a llorar. Por un momento sintió odio por ese hombre casi desconocido que le había dicho, quizás, demasiado. Cuando regresó se había retirado dejando la llave sobre el escritorio de la recepción.
En un impulso que hacía mucho no sentía,  Liliana tomó una tela y su vieja caja de oleos con unos pinceles. Llamó a su prima para que se encargara del hotel por un tiempo. Fue hasta la habitación más alta, abrió la ventana, desde allí podía ver el mar,  entonces se dedicó sólo a pintar, inclusive a la noche no se detuvo para comer o dormir. Al amanecer había terminado su obra.
Ya eran casi las siete,  bajó a la recepción y encontró al señor Jorge sentado en la mesa.  De buen humor se acercó a saludarlo y llevarle el desayuno.
-Hoy me voy Liliana. He decidido adelantar mi partida.
-¿Por algo en particular?
-Pensé en nuestra breve discusión de ayer, en que quizás la ofendí con mi impertinencia.
-¿Porque me dijo la verdad? La impertinente fui yo al reaccionar así ¿Me perdona?
-No tengo nada que perdonar. La veo mejor.
-Gracias a lo que me dijo me di cuenta que en verdad vivía (o mejor dicho) vivo encerrada,  pendiente siempre de este hotel, de este trabajo. Me sentía como el minotauro, encerrada en mi laberinto sin poder salir.
- Todos vivimos encerrados en nuestros propios laberintos que vaya a saber Dios quién los construye y quién nos encierra en ellos. Pero siempre es bueno recordar que así como tienen entrada, también tiene salida. Usted ha comenzado a encontrar la salida de su laberinto, no la pierda.
-¿Y usted Jorge?
-Yo también vivo encerrado en mi laberinto, lo malo es que las murallas que me rodean son invisibles, pero a la vez más gruesas. Soy un hombre que no se imagina con mujer e hijos en el futuro y no porque no quiera una familia, pero… Son los muros Liliana.
-Quizás algún día pueda enfrentarlos y así encuentre lo que necesita.
-Seré como el Asterion de su cuadro. Solo, esperando la llegada del otro que lo complete. Solo, pero con esperanza.
-Hay que intentarlo- le dijo Liliana y besó su mejilla.
-El beso de un ángel siempre es un buen motivo para seguir luchando. No creo que nos volvamos a ver, pero esté segura que nunca la voy a olvidar.
-Yo tampoco. Dicen que un amigo es alguien que quiere lo mejor para uno y siempre va con la verdad, así que usted es mi amigo.
-Usted también  quiere cosas buenas para mí, así que usted es mi amiga.
-Por supuesto. ¿No va a volver entonces?
-No. Como su Asterion del cuadro, viviré esperando al alma gemela que me libere de este laberinto cruel que es la vida. Creo que es hora de buscar mis maletas. No se preocupe porque voy a despedirme como corresponde antes de irme.
-Lo espero- le dijo Liliana guiñándole un ojo.
A los diez minutos llegó el señor Jorge con sus maletas.
-¿Qué le sucede Liliana? Se nota que está triste ¿Pasa algo?
-Es que se va un amigo que me importa mucho y sé que nunca va a volver.
-Liliana. Usted vale demasiado, tiene tanto para dar. No llore usted, que lloré el tonto que se va porque no sabe todo lo que se pierde al dejarla. O que llore yo, que la he amado en secreto y, aunque nunca la tuve, también la he perdido.
Liliana se dirigió hasta donde estaba Jorge y lo besó en la boca.
-Que tontos estos dos hombres, él y yo, que somos y no somos el mismo,  que teniendo la felicidad al alcance de la mano nos vamos para no volver. Gracias Liliana por hacerme feliz.
-Gracias Jorge por ser mi amigo.
-Suyo siempre, Liliana.
En 1942 Jorge Luis Borges escribe el cuento “La casa de Asterion”.En la obra Borges nos muestra un minotauro más bien humano que se siente solo y añora la presencia de un igual a él. Humaniza así lo bestial del mitológico ser. El cuento llevaba una dedicatoria que, más por cuestiones editoriales que por voluntad del autor, fue eliminada del texto impreso.
“Dedicado a Liliana”- decía.

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