miércoles, 25 de septiembre de 2013

Celia E. Martínez



CORTOS

LA LLUVIA
Estoy sentada en la poltrona más cómoda de la galería de mi casa de Carmelo. De pronto se nubló y empezó a soplar viento del sur. Cierro mis ojos. Aún así veo las nubes negras, oigo los teru-teru de los teros que revolotean cerca de sus nidos y el sonido de los pájaros que vuelan a refugiarse en los árboles. Puedo sentir el típico olor  de cuando va a llover,  el de los eucaliptos cuando llueve. Me levanto y toco el agua que cae, siento que mis sentidos me dan el agradable sabor de la tormenta que se avecina. La placidez es intensa y siento la quietud del momento. Entro. Detrás de los vidrios puedo ver la serenidad del caer del chaparrón. Me gusta oir el golpeteo en las ventanas y el despertar de todos mis sentidos. Estoy en paz.

DON ROQUE

Pareciera que le pesan los años vividos, por su forma de andar tambaleante, la gorra sucia que usa todo el año, su ropa limpia, pero desprolija, el saco despeluzado y con un botón de cada color, sus pantalones de otro tono, arrugado y embolsado. Se sabe poco de él en el pueblo, ni demasiado de su vida. Llegó un día, solitario, triste. Apenas sonríe,  habla poco con alguno del pueblo, pero no cuenta. Come solo en el bodegón del puente. Su apariencia no deja entrever su edad, podría ser viejo, sus manos rugosas dicen que ha trabajado duro durante años. Alquila una habitación en la vieja posada. Sus ojos tienen una extraña mirada, lejana, como llenos de recuerdos. Ninguno de nosotros, los pueblerinos podemos ahondar demasiado en sus gestos cargados de una existencia que no ha sido buena. Todo en él es tristeza, su cara llena de arrugas, sus manos callosas, su andar, todo nos muestra que escapa de su pasado.  Poco es lo que podemos sondear en ese hombre lleno de misterios.

QUIEN ME MATÓ

No logro concentrarme, me siento, escribo algo sobre un crimen perpetrado y no se me ocurre como seguirlo. Lo guardo en documentos. En la computadora alguien escribe: “Por favor sigue no sé que me pasó sólo sé que estoy muerto y sin saber quien me mató”. Tres días después sigo la narración, pero mi mente vuela por mi propio problema, escribo algunos párrafos y dejo, vuelvo a guardar. “Socorro, quiero saber porqué todos me abandonan, ninguno está presente, sólo sé que alguien investiga quien fue”. A la semana me acuerdo del cuento, me siento ante el teclado y nada, no logro darle fin. No puedo más y lo abandono. “¿No entendés que necesito saber como termina esto? Es mi vida y mi muerte me tienes que decir quien me asesinó. Alguien entra y me mata”. Nunca podré terminar el texto de mi novela. “Por favor escribe, que ocurrió conmigo, nadie más me lo dijo, estoy aquí encerrado de por siempre”.

EL SOMBRERO MÁGICO

Willy había comprado un sombrero en un viaje a Maruecos. Le gustaba tanto que lo usaba siempre. Sus cosas empezaron a mejorar, lo ascendieron en su trabajo, se casó enamorado, tuvo dos hermosos hijos, pudo comprarse una casa y auto. Un día con un fuerte viento se le voló el panamá comprado y no pudo alcanzarlo. No le dio mayor importancia. Lo encontró Jon, un joven mendigo. Éste enseguida consiguió un buen empleo y fue  progresando prontamente por sus buenas aptitudes. Todo en su vida mejoró, pudo vivir en un departamento digno. Nunca se quitaba el sombrero porque le gustaba, a pesar que se vestía mejor, pensaba que le quedaba bien con todo. Mientras tanto Willy fue despedido de su trabajo, un día de regreso a su hogar encontró la casa semivacía, una carta de su mujer que lo había dejado y se  había llevado a sus pequeños, perdió todo lo que tenía y se convirtió en mendigo.

AMORES QUE MATAN

En un parque forestal había un bello pino azul. Estaba cada día más hermoso. Cercano a él había crecido una enredadera rastrera. Ésta se enamoró del magnífico árbol, y se fue arrastrando hasta él y comenzó a enredarse en su tronco, creció, creció y creció, hasta abrazar al macizo pie de su amor. Con el tiempo comenzaron a amarillear sus ramas, adelgazar su enhiesto tronco. La enamorada estaba cada día más verde y lozana, ésta vivía a expensas de la savia del pobre pino, un día él le dijo, me estás consumiendo, por favor despréndete de mí, pero ella le contestó, que no podía, sus lazos eran muy fuertes, lo envolvía todo. Un día el pobre cayó, sus raíces estaban secas.

No hay comentarios: