miércoles, 7 de marzo de 2012

NORA JAIME


LAGUNA LARGA
DEL LIBRO "CUENTOS CON NOMBRE PROPIO" ED. AGUATIERRA

Me gusta viajar utilizando todos los medios de transporte, mi ruta más conocida: Buenos Aires- Córdoba-Buenos Aires. Hubo un viaje de estos que jamás olvidaré. Fue por el otoño del '79. Viajaba sola, de noche y en tren. Íbamos a encontrarnos después de meses de llamadas telefónicas y noticias vagas a través de amigos.
La subida en Retiro, el bolso en una mano, la cartera colgada del brazo con el libro adentro y los documentos en la otra. Uniformes por todos lados, lo habitual.
Clase Pullman me aseguraba un asiento más cómodo que cualquier coche-cama de los micros actuales más caros. Pensaba quién podía tocarme de compañero de asiento. En muchas oportunidades había fantaseado con un muchacho y luego mi acompañante resulto ser un hombre muy mayor, otra  vez fue un cura que roncó toda la noche. En esta oportunidad, se sentó a mi lado un señor gordito lleno de paquetes, que desparramó su equipaje sobre el asiento. En cuanto el tren se puso en marcha comenzó a comer, un olor fuerte a ajo inundó el ambiente.
Yo estaba del lado del pasillo, siempre compro esa ubicación, levanté mi cartera y me dirigí al coche-comedor, ventaja absoluta del tren contra cualquier otro medio de transporte.
Ya se habían apagado  las luces, el tren se movía. Debía atravesar dos vagones para llegar. En algunos asientos los pasajeros dormían, otros miraban en la oscuridad y sus ojos brillaban. Una mujer abrazada a un niño pequeño, parecían esos cuadros de maternidades que se ponen sobre la cabecera de la cama grande.
Llegué y pude ubicarme en la última mesita libre, al lado de la ventanilla. Pedí la cena.
A los pocos minutos se acercó una señora de mediana edad ¿me permitiría compartir con Ud. la mesa, señorita? Ya no hay más lugar. Sí, siéntese. Gracias, hace frío ¿verdad?
El mozo trajo mi sopa y la mujer preguntó por el menú. El menú es fijo señora: "sopa, milanesas con puré y flan" - ¿Qué va a tomar? -Mientras la mujer elegía una bebida, yo luchaba denodadamente para no derramar la sopa, acercando la cuchara a la boca, como decía mi abuela, sin bajar la cabeza. Vale recordar que el tren se movía, el plato temblaba y me sentía perseguida por el recuerdo le Carlitos en "El Inmigrante". Finalmente la cuchara fue a dar en medio de mi pecho, sobre el tapado nuevo. Creo que mis cachetes ardieron y balbucié un "perdón" inaudible. La mujer me miró en silencio y así terminamos la comida.
Su presencia me intimidaba, quería que se fuera. Ella habló de la temperatura, del horario de llegada…
Abrí mi cartera, busqué el libro para hundirme en el realismo mágico de Macondo. Duró poco. Disculpe  señorita ¿es Ud. estudiante? -
Si.- contesté sin mirarla. Ah… no quiero interrumpirla (ya lo había hecho), de uno de los bolsillos de su abrigo sacó una fotografía y me la extendió preguntando ¿la conoce?- no. ¿quién es? Mi hija, la estoy buscando. Por favor fíjese bien -insistió- No, no la  conozco,  nunca la vi. Ella se levantó abatida,  con los ojos  enrojecidos. Gracias igual, buenas noches.
Me quedé sola mirando la oscuridad por la ventanilla, sintiendo una vez más la impotencia y la angustia, de tener que aceptar todo lo que nos ocurría como normal. ¿Te podré ver?-me preguntaba- ¿Cómo estarás?
Afuera puntos de luz como bichitos, brillaban en la noche. Volví a la lectura, único oasis, para no pensar. Mi propio Macondo.  
Terminado el turno de cenar el coche-comedor fue quedando casi desierto, bajaron las luces. En una ficha que encontré dentro del libro, garabatié un poema que terminaba diciendo"… y no escribas  AMOR en las ventanas de todas las muchachas."
Desde otra mesa, vi a un hombre que me miraba. Volví a mi asiento, previo paso por el baño,  y entré  en ese estadio de sueño-vela. Después de un rato de marcha el tren se detuvo. Se encendieron todas las luces, las voces se hicieron altas y se escuchaban llantos de niños asustados. Estábamos en Rosario, mitad del viaje, cambio de máquina, había que dar vuelta los asientos. Aquellos trenes ingleses, tenían un sistema giratorio que permitía que el pasajero viajara siempre hacia adelante siguiendo a la máquina.
Nuevamente control, pedido de documentos y  requisa de equipajes, algunos pasajeros fueron obligados a bajar. Cuando el tren continuó, desvelada, volví al coche- comedor, pedí un café y encendí un cigarrillo (en aquella época fumaba), abrí el libro, otra vez  Macondo con su magia y así transcurrió la noche.
Cuando el aroma del café a punto y de la leche se hicieron tan intensos, desayuné. Apenas clareaba cuando volví a mi asiento. En el pasillo tropecé con un hombre- Disculpe, ¿por dónde estamos? -Villa María creo… en la penumbra lo reconocí. Era el que me había mirado durante la cena. Apuré el paso para llegar a mi asiento. El gordito dormía con la boca, las manos y las piernas abiertas y por supuesto, roncaba. Me acomodé como pude en mi lugar y ahí sí, me quedé dormida. Soñé con hileras de árboles muy verdes, sin flores, todos iguales.
Un sacudón y el tren se detuvo. Gritos.- ¡Todo el mundo abajo con documentos!- Miré por la ventanilla un cartel "Laguna Larga", ya  era de día. Los uniformados  con  los perros  cubrían todo el andén, más atrás  encaramados sobre los árboles  soldados armados, como siempre.
Aturdida y asustada, colgué mi cartera y  bajé con una mano en alto mostrando el documento. Nos tuvieron un largo rato en el andén con los perros oliéndonos y ellos apuntándonos, mientras revisaban los equipajes.
Hacía frío, subimos y finalmente  el tren continuó su marcha. Vi cómo se llevaban al hombre que me había mirado, justo cuando le doblaban las manos en  la espalda. Me pareció ver también  a una muchacha joven con un chico, pero no estoy segura. El viaje continuó en absoluto silencio. Mi compañero de asiento, totalmente despierto, reacomodó su equipaje abierto y desparramado y escuché que muy bajito murmuraba. "Siempre lo mismo, por unos pocos hijos de puta, nos joden a todos."
A las nueve y algo llegamos a Córdoba, otra vez los soldados armados, los perros, los documentos, la requisa…como siempre.
Vos no estabas.
     



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