viernes, 2 de marzo de 2012

EMILSE ZORZUT


EL TIEMPO EN EL CARILLÓN

El carillón de la iglesia liberó siete campanadas. Era la hora del desayuno.
Lucía que hacía más de una hora  que estaba trajinando en la cocina, comenzó a llamar a su familia.
- ¡Arriba todos! Van a llegar tarde.
El primero en asomarse fue Oscar, su marido, ya listo para salir, portafolios en mano y disponiéndose a tomar el café de  pie.
- Oscar, no es un ejemplo para los chicos, siéntate, por favor.
Luego entró Lía, aún sin peinarse y con todos los elementos de la escuela tomados de cualquier manera, total los iba a tirar sobre la primera silla que encontrase. Por último llegó  Sebastián restregándose los ojos, medio dormido y rezongando porque no era domingo.
Así desayunaban todos los días hábiles de la semana; el sábado y domingo sólo el viento escuchaba el carillón de la iglesia.
- ¿Cuándo cambió? - se preguntó Sebastián registrando en su memoria.
Pero en realidad tendría que preguntarse cuando comenzó a cambiar. Quedó pensativo un rato.
- Creo - se dijo - que fue cuando Lía comenzó la escuela secundaria; dejó de pelearse por la mermelada, hablaba poco, volaba con su mente y la mirada se le perdía a lo lejos. Al tiempo se supo que Alfredito la tenía loca.
Por esa época la situación económica se puso dura y muchas veces Oscar se iba más temprano a la oficina, ya no desayunaba.
- Mamá intentó por todos los medios mantener la rutina alegre de la familia. - Seguía recordando Sebastián.- Pero, pobre, el paso del tiempo se tornó demasiado vertiginoso y fuera de control.
La figura de Lía apareció muy clara en su mente.
- Si, eso fue... y luego, cuando Lía comenzó la Universidad se quedaba estudiando en la noche, por lo tanto no había modo de que se levantara antes del medio día.
Lentamente se dirigió a encender  fuego y calentar el agua para el café.
- Yo tampoco pude detener el tiempo - dijo ya en voz alta. - El estudio, los bailes,  las chicas...
Se dejó caer en una silla. Al entrecerrar los ojos creyó ver a su hermana cuando subía la escalerilla del avión con su marido para radicarse en los Estados Unidos.
- ¡Mamá, cómo te deprimió esa partida! Y a papá lo absorbió cada vez más el trabajo. ¡Qué sola debes haberte sentido! Ahora comprendo, tanto como para morirte ¿no? Después de eso siguió un gran silencio invadiendo toda la casa. Papá y yo casi no hablábamos...Al poco tiempo tuve que mandar aquel telegrama: "Lía, papá murió anoche".
El carillón de la iglesia liberó siete campanadas.
- Hora del desayuno. - Dijo Sebastián. - ¡Qué hermosa la infancia cuando estábamos todos peleándonos por la mermelada! Ahora tomo mi café en silencio

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nina entre a tu blog y quería felicitarte por todas tus obras literarias.
me alegro con el corazón saber que muchas personas te admiren como yo.
Aun atesoro tus regalos de aventuras para que disfrute del mundo de los lectores.
como así también admiro tu espíritu de lucha y perseverancia-
Desde aquí,te mando un beso enorme desde lo mas profundo de mi ser y recuerda que te quiero con todo mi corazón...
por siempre tu ahijada....GRACIELA PUCCITELLI.