miércoles, 3 de agosto de 2011

SEBASTIÁN JORGI


SUCESO EN CAFERATTA

..........................a Adriana Monteverde

Cuando hayas entrado en la tierra que el Señor tu Dios te da como herencia, y tomes posesión de ella y te establezcas allí, tomarás de las primicias de todo lo que produzca la tierra que el señor tu Dios te da, y las pondrás en una canasta.
DEUTERONOMIO, 16, 1


Si él pudiera caminar junto a ellos, tan sólo un par de cuadras, hasta la avenida Asamblea, acompañarlos un trecho, tirar de los carros con los cartones y decirle al Negrito, al de pelo desgreñado, algo…cualquier cosa, una pavada…Pero no: no puede: imposible por el momento, el tratamiento no le permite ninguna travesura, sólo mirar a través de la ventana y apenas asomarse al balcón, levantar su mano y saludar, primero con una sonrisa y luego, con voz temblorosa:
- Hola.
Para que le respondan tres holas, dos de las niñas que empujan el carro, mientras van masticando un sánguche y otro hola del negrito, que, con una sonrisa dientes blancos le pregunta:
- ¿Cómo estás, Piero?
Y cómo va a estar, hoy… mañana… ayer… como siempre, en esta silla que lo tiene como maniatado, mirando el mundo tras la ventana, con los ojos mudos, cargados de un silencio agolpado, con la garganta casi cerrada y con la esperanza siempre abierta. Cómo va a estar. Siempre mirando como pasa la vida, como rueda y sobre todo, a estos tres niños, amigos ya. Las dos niñas, que pese a la pobreza que sobrellevan, se pintan los ojos y se arreglan los cabellos cuando él las mira. Y le sonríen con caras alegres, como si el mundo también fuera de ellas. ¿Y qué hace el niño, el negrito? Se cruza a la vereda, abajo, en forma perpendicular y le cuenta que se le hizo tarde, que ayer no pudieron pasar, porque un patrullero policial le empezó a hacer preguntas a su hermanita -¿la Coca?-, que les revisaron el carrito por si llevaban otras cosas ilegales. Y que es posible que mañana pasarán más tarde, porque es viernes y hay más trabajo, más diarios y cartones que deja la gente bien de Caballito. La gente de dinero.
- ¿No tienes más revistas de cowboys o de Superman, eh?
Es el negrito.
Se lo pregunta porque debe estar cansado de recibir sólo cartones, diarios viejos y revistas que no le sirven. ¿Once años tendrá? Uno menos que él, quizás, dos menos que las niñas, una de ellas, hermanita.
- Sí, tengo, te doy una, si pasan mañana… te guardo otra, che negrito…
El negrito lo mira y no le responde, mira a las dos niñas y éstas le hacen un ademán con los hombros, como respondiendo que no saben, que es posible, que todo depende…
- Depende… - dice una de las niñas.
- Depende… - confirma el negrito.
Depende. La vida de él también depende, de un médico, de un tratamiento, de que Dios se acuerde y de las oraciones que su madre día a día, noche a noche, le va pidiendo a la Virgen…
- Pasa, negrito, mañana, que mi primo me trae revistas nuevas.
- Ah, sí -responde el negrito, con la cara esperanzada.
- Te espero.
- ¿Cuándo vas a poder levantarte y caminar, eh?
Le ha preguntado una de las niñas. Qué va a responder, qué va a argumentar, si ya hace un año que los tres amigos pasan, se detienen y preguntan, como si ayer y anteayer no hubiera sido igual, como si el mes pasado no hubiera sido lo mismo, como si el verano no hubiese transcurrido y hoy, no es hoy, es un espejismo que sus ojos contemplan desde la ventana.
- Pronto, amigos, pronto.
Les miente y se miente. Pronto. Como si el tiempo fuera un dado y una de sus seis caras le será favorable, en algún momento, le será favorable, a la larga… tarde o temprano. Pero, en el caso de él, será tarde, porque el tiempo ya ha ocurrido varias veces y lo que nunca ocurre es una pequeña reacción de sus músculos, un leve movimiento de sus piernas aunque más no sea para ir ilusionándose que acompañará a sus tres amigos hasta la Avenida Asamblea, por todo el barrio Caferatta, una cuadra y media nomás, para cruzar la calle Salas e ir, empujando él también el carrito cartonero, hacia el barrio Sur, hacia Pompeya quizás o Castañares abajo hasta llegar a la villa de Perito Moreno.
Y sí, si pudiera él acompañarlos un rato nomás, unos metros, hasta la vereda de enfrente, donde don Alejandro corta el pasto ahora con la máquina y al ver a sus tres amigos y mirarlo a él en la ventana, deja la máquina y va adentro de su casa, para volver un par de minutos después con un paquete bien atado, prolijo, con hilo sisal, para entregárselo al negrito.
- Nos vamos, hasta mañana.
Se van, hasta mañana, le dicen, como si el mañana le será distinto, como si le fuera a ofrecer una variante de vida, un mundo normal para él, un mundo que él pueda caminar y transitar, libremente, como lo marca la Constitución Nacional. Saluda, pero se muerde los labios de bronca y levanta la mano, correspondiendo al saludo del negrito, que queda rezagado porque las dos niñas ya han partido, empujando el carrito hacia el barrio sur. No hay mal que dure cien años, suele decir don Alejandro, su vecino de enfrente. Sin duda, se refiere, al mal de la parálisis que lo aqueja a él. Algo no anda bien en este mundo, esos tres niños, sus amigos, vagando a la buena de Dios tras juntar cartones y papeles. Y él, también, como esos tres niños, a la buena de Dios y con la esperanza restada día a día.

Esa noche, el sueño lo sumió rápido, debido a la medicación. Había venido de visita el Padre Antonio y le había rezado a la Virgen de la Medalla Milagrosa. Estaba cansado y se sentía ridículo, semana a semana, con los rezos del Padre y las oraciones de la madre. Se había enojado casi gritándoles, es inútil, el mundo no me quiere. Y Piero se durmió, malhumorado, herido en su alma, contrariado. El sueño le trajo a sus tres amiguitos, que, desde abajo y en medio de la noche, le dijeron:
- Venimos a despedirnos, no pasaremos más por esta calle.
- ¡No es cierto!
Levantaron sus manos y se fueron, tirando el carro, un carro vacío y de color blanco, como si fuera fantasma, lentamente, hacia el barrio sur.
- ¡No me dejen, no se vayan!
Estaba soñando.

Los esperó al otro día, hasta casi entrada la noche. Se asomó, mirando la calle José María Moreno hacia arriba, en dirección a la Autopista. Ya no vendrán, se dijo. Comprendió que la noche anterior, se habían despedido para siempre. Que lo soñado, fue una premonición.
- ¡Mamá, no vendrán! ¿Para qué preparé las revistas?
Tiró las revistas a la calle y se puso a llorar. Sintió que el cuerpo se le enredaba, que sus piernas tomaban fuerza y de golpe, se vio parado, asomando ya su cuerpo por el balcón, con los ojos absortos. La madre dijo con voz ahogada: "milagro".

No volvió a ver a sus tres amiguitos. Pese a que todas las tardes se larga a caminar hasta la avenida Asamblea, merodea por Castañares y mira toda la zona vecina, nunca más aparecieron. Le pregunta a Daniel, de la tintorería, al cerrajero, a Luna el mozo de Pizzicato, a don Alejandro, sus amigos de la ferretería, a Pablo el verdulero de enfrente, a doña Nélida, su vecina más cercana. Don Ernesto Zamparlini, amigazo y vecino de la cortada Caricancha, devoto de la Virgen de San Nicolás, le dio a entender que eran cosas de Dios.
Y se dice, siempre, melancólico:
- Si pudiera verlos una vez más.

*Caferatta es un barrio de la ciudad de Buenos Aires (Argentina) en la zona de Caballito, Parque Chacabuco*.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mil gracias al amigo Carlos Margiotta, por difundir mi obra. En estos tiempos encontrar en este ambiente--como en otros, claro--gente como Margiotta, generosa y dispuesta a servir, a ayudar a los poetas y escritores, es casi ciencia ficción. En medio de la deshumanzación imperante, encontrar buena gente, es harto difícil. Dejo mi saludo y mi agradecimiento.

Sebastián Jorgi