jueves, 7 de mayo de 2009

CARLOS IÑÓN

RATONES

Él era su alumno, ella era su profesora. Jorge tenía una novia de su misma edad: 22 años. Nora era casada, algo más de cuarenta, dos hijos. El cercano contacto del curso particular había puesto en marcha los respectivos ratones, pero cada cual mantenía la prudente distancia, cuidando el vínculo profesora-alumno.
Un día, ¿azarosamente?, ambos debían ir para el mismo lado y Nora le ofreció a Jorge acercarlo en el auto. El habitáculo del coche, más íntimo y reducido, ofrecía un ambiente propicio al ratoneo. Nora se colocó el cinturón de seguridad, que dibujó con suavidad la forma de sus pechos. Mirando de reojo, Jorge se imaginó acariciándolos.
Para evitar problemas, ella le pidió que también se lo colocara. Viéndolo inexperto Nora lo ayudó, y recién en ese momento, reparó que el perfume de Jorge le resultaba muy incitante. La magia de ese olor hizo que imaginara fugazmente cómo sería recorrer ese cuerpo tan cercano si estuviera semidesnudo.
Ya en viaje, luego de los consabidos lugares comunes acerca del estado meteorológico (qué verano raro ¿no?), él comentó ¿ingenuamente? que después de muchos años había alquilado nuevamente Doña Flor y sus dos maridos. Sin saber cómo, y sin proponérselo ninguno de los dos, surgió el tema de la fidelidad.
Nora preguntó, con aparente interés académico y con inusual confianza: -¿Vos le sos fiel a tu novia? Ella misma se sorprendió de esa pregunta, pero ya era tarde. (Pensó para sí que le hubiera gustado que Jorge contestara: por vos dejaría de serlo, mamita).
Jorge contestó que sí con fingida naturalidad. -¿Y vos le sos fiel a tu marido?, repreguntó a su vez, (esperando que dijera que no, que para nada, ¿cuándo querés que nos acostemos, nene?).
-Yo también, dijo ella, prestando atención al tránsito y poniendo cara de "esto es obvio".
-Es raro, pero no sé si debo enorgullecerme o avergonzarme, dijo él con franqueza.
-No sé, realmente no sé, contestó Nora retribuyendo la sinceridad, (sintiéndose extrañamente confundida, intuyendo que un discurso moralista quedaría fuera de lugar, pero que tampoco era para sentirse avergonzado).
Sin darse cuenta, llegaron al lugar donde debían separarse. Nora encendió las balizas, estacionó el auto, y sin saber por qué se quitó el cinturón de seguridad, ayudándolo a él a destrabarlo.
A ella le hubiera gustado como despedida que él se acercara, pasara su brazo por sobre sus hombros, la otra mano acariciando su muslo derecho bien bronceado y le diera un beso, un beso romántico, dulce, de novela, como hacía mucho no recibía. Un beso conmovedor y emocionante.
A él le hubiera gustado despedirse con ella girando decidida, tomando su cara bien afeitada entre sus manos y estampándole un beso sensual, erótico, profundo, experto, como hacía nunca que no recibía. Un beso que fuera una explícita invitación sexual.
Ambos esperaban que la iniciativa la tome el otro, incapaces de esos pequeños gestos que dicen más que miles de palabras.
La despedida, sin embargo, fue formal. Apenas un beso en la mejilla con escaso contacto.
-Hasta el martes.
-A las 19
-Chau
Jorge caminando entre la gente, y Nora metida en el tránsito de Buenos Aires, cada cual por su lado, quedaron preguntándose: ¿A dónde van los ratones cuando se mueren?

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