jueves, 10 de enero de 2008

NEGRO HERNÁNDEZ




LIBRETA DE APUNTES

Mientras Rogelio prepara un especial de lomito y tomate, yo escribo (para no perderlas) sobre la libreta de apuntes que llevo siempre en el bolsillo interior izquierdo del saco, las anécdotas que durante la semana fueron apareciendo en mi consciencia, como un regreso, entre las ausencias de la memoria para convertirse en cuentos.
La vieja estilográfica que me regalaran cuando publiqué mi primer libro de poemas se desliza lentamente según el orden de mis pensamientos sobre las últimas páginas. "Para que me lo dediques con amor", había dicho Marta aquél día.
Ella vive sola, su marido acaba de morir (¿dos años?), su único hijo se ha radicado en Madrid. Desde entonces prefiere el aislamiento de su departamento. Trabaja en un estudio jurídico y los fines de semana se encierra en su casa. Deja sonar el teléfono y escucha los mensajes para no ser sorprendida por los llamados, y responde sólo algunos. Sus amigos la invitan frecuentemente a actividades sociales, pero ella se resiste a participar. Un sábado, mientras calienta la pava para el mate en la hornalla de la cocina, comienzan una serie de llamados que se interrumpen después de la primer palabra...
Rogelio me sirve el especial de lomito y tomate con un porrón de cerveza. Si querés mayonesa, avisame, dice con su acento gallego. En casa tengo la heladera vacía, últimamente tengo pocas ganas de hacer las compras y menos aún de cocinarme. En el televisor están transmitiendo el partido de los viernes, juega el rojo, espero que ganemos. Alterno mi mirada entre la calle y el televisor pensando en ella. Termino de comer y prendo un cigarrillo, corro el plato, y me sacudo las migas de pan en el pantalón. Saco la libreta de apuntes y trato de volver al relato. Gol de Independiente, veo la repetición. En el Tres Amigos hay poca gente, como todos los viernes a la noche.
Después de desayunar, ella vuelve al dormitorio para vestirse. Se quita el batón y se contempla desnuda frente al espejo que está al pie de la cama de dos plazas. Se sabe joven todavía (¿42?), se reconoce bella y deseable. Imagina que él la mira reflejado en el espejo y la llama con gesto de la mano diciéndole vení, te quiero hacer el amor. Su cuerpo se estremece. Finalmente se viste y sale a hacer las compras
Termina el primer tiempo, estoy ansioso, vamos ganado pero el partido es parejo. No tengo claro como seguir la historia y me estoy involucrando con ella. Pensé en ponerle un nombre pero me doy cuenta que no importa. Pido un café. Miro a través de la ventana y en la parada del colectivo hay una mujer fumando. Ella mira hacia mí y sabe que yo la miro, deja ver sus piernas largas entreabriendo adrede el tapado. Sube al colectivo y me sonríe, creo.
Vuelve del mercado con las compras y con una película que alquiló en el video club (El gusto de los otros). Carne, pollo, filetes de merluza, verduras, frutas y las guarda en la heladera y el frezeer. Tiene dos mensajes en el contestador con dos palabras sueltas. Piensa que anda mal el aparato. Recuerda las siestas de los sábados cuando juntos pasaban la tarde en la cama, en especial los días de lluvia. Parecían tan lejanas las manos que la acariciaban conociendo los centímetros de su piel desanudando cada conflicto.
Las manos sabias, decía. El resto del día la pasa leyendo unos expedientes, adelantando el trabajo del lunes. El teléfono llama intermitentemente, pero no los contesta. Algunos se interrumpen como los anteriores, pero no logra reconocer la voz.
El partido termina con el mismo resultado. Son las once y estoy cansado pero quiero terminar el borrador antes de que escapen las imágenes como un pájaro; intuyo el desenlace que ella no conoce. Es hora de ir a casa y descansar mirando alguna película intrasendente antes de dormir. Llamo a Rogelio para pagarle.
Es de noche, ella se acuesta después de cenar frugalmente y pone la película francesa, se trata de todo lo que hace un hombre para agradar al otro. El domingo transcurre en un clima del mismo tenor. Recoge el periódico detrás del umbral de la puerta y lee el horóscopo de la revista que compartía con él. Tauro, Escorpio. Durante el día los mensajes siguen llegando e interrumpiéndose. Se le ocurre rebobinar la cinta de grabador y anotar cada una de las palabras sueltas. Entonces resuelve el enigma y llora. Contesta el llamado de una amiga que la invita a una exposición de pintura y sale.
Camino las dos cuadras que separan el café de mi casa y no me puedo desprender de ella. Tengo tres finales posibles, develando al lector el mensaje y el autor de los mismos. Decido pasar la noche con ella y terminar el borrador mañana en la libreta de apuntes
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