jueves, 10 de enero de 2008

FLORENCIA BELLORA


PASAJEROS


Su atención por favor, este tren no conduce pasajeros."
Zumbaban los altoparlantes de la plataforma subterránea al mismo tiempo que bajaban hordas del tren.
Fue curiosa la sensación que me asaltó al poner los pies sobre el andén. La afirmación que hacía esa voz anónima por el altoparlante retumbaba todavía en el aire y al levantar la vista entendí a que se refería.
Se levantaban de sus asientos y apuraban el paso hacia la escalera mecánica cientos de casi humanas monstruosidades.
Caras pálidas, algunas verdosas, y enceradas, de ojos inmensos y múltiples, con mechones de pelo en parches enmarcando bocas tan tirantes que ninguna estaba cerrada, dejando entrever bajo los labios azulados, dientecitos marmóreos espaciados y desordenados.
Se escuchaba la rítmica respiración de aquellos seres que 20 segundos antes del anuncio, eran humanos, por lo menos a primera vista. El aire se volvió denso y espeso, visibilidad nula; ¿por dónde respiraban si no tenían narices?. Humanidad anfibia y subterránea.
Los otros vagones venían cargados de lo que parecían ser otra especie de monstruosidad. Esbeltos cuerpos femeninos, larguísimas piernas envueltas en escamas azules, cinturitas de avispa y proyecciones tentaculares dispuestas como grandes polleras. Entre las tetas inmensas, una luz cristalina, que iluminaba esas caras, que a pesar de las densas escamas, eran perfectas. Narices pequeñitas, ojos grandes entornados con grandes pestañas plateadas, y labios carmín, cerrados en un beso.
Se oía un zumbido constante que envolvía a ese grupo reptilesco de mujeres. En su tránsito por el andén, de paso firme y sereno, fueron desplegando pequeñas alas transparentes, batiéndolas limpiaron el ambiente de aquel aire espeso exhalado por aquellos anfibios.
No sabía que pensar. Me encontré sentada en un banco sin entender que eran aquellos pasajeros, y me azotó la duda, ¿habría mi cuerpo sufrido una metamorfosis al salir de ese tren? Miré en derredor, no había espejos, y la gente volvía a acumularse tras las líneas amarillas esperando el próximo tren hacia Catedral.
Saqué un espejito de la cartera, después de mucho revolver, viendo que mis manos seguían siendo las mías, empecé a respirar más despacio. Lo abrí a la altura de la cara, con los ojos cerrados. En el momento que iba a abrirlos, siento el peso de una mano en la espalda, una respiración frutal que me envolvía, y una voz tan serena, melodiosa, un murmullo "solo alcanza con mirar para adentro."Con los ojos aún cerrados, guardé el espejo. Agarré el saco. Salí al frío de la noche, y decidí que no estaba para multitudes, caminé.

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