jueves, 10 de enero de 2008

MARCOS RODRIGO RAMOS


EL ABUELO NÚMERO 10


Despertás acostado en una de las habitaciones de lo que presumís es un hospital. A tu lado, un hombre, que parece de más de 90 años, te mira. Te han lavado y puesto una bata blanca. Un enfermero alto y panzón, mientras masca chicle con la boca abierta, te da una pastilla colorada y un vaso con agua.
-¿Hace mucho que estoy acá?- le preguntás.
No contesta. Le pone una pastilla al viejo en la boca y le acerca el vaso, luego, se va sin pronunciar palabra. Cuando intentás levantarte surge la puntada en la cabeza y tenés que recostarte enseguida para que cese el dolor. A medida que te relajás, vas quedándote dormido; en tu sueño, ves que tu cuerpo se va consumiendo poco a poco hasta quedar hecho casi un esqueleto, llegás al final de una larga escalera y delante tuyo aparece un profundo abismo que no tiene fin. Despertás sobresaltado; ves al viejo y te das cuenta que se parece demasiado al esqueleto de tu sueño.
-¿Cómo le va, abuelo?- le preguntás.
Mira al techo y suspira sin contestarte. No insistís.
Al segundo día, encontrás otro viejo en la cama de al lado, éste tiene ojos celestes y su piel parece de lagarto; sólo mira al techo. Esa noche, volvés a tener tu sueño pero, esta vez, te detenés más cerca del borde del abismo. Al despertar, intentás levantarte pero el dolor es mucho más intenso; ahora no sólo te molesta la cabeza sino también todo el cuerpo. El enfermero vuelve con sus pastillas y su silencio.
Pasa la primer semana y nadie contesta nada. Te llama la atención que, desde que has comenzado a tomar las pastillas, no recordás haber comido alguna vez en el hospital; no le das importancia al asunto porque no sentís apetito.
Tus compañeros de cuarto son cada vez más viejos; contás seis cambios en siete días; demasiados, siempre inmóviles y sin pronunciar palabra. En la mesa de luz, tenés una biblia con la que matás el tiempo para no enloquecerte pero, todas las noches, volvés a tener tu sueño y, en él, cada vez es mayor tu decadencia física y tu cercanía al vacío.
Te llama la atención tu cuerpo, no tenés casi un gramo de grasa; calculás que adelgazaste por lo menos ocho kilos al notar tan nítidas tus costillas
En tu tercer semana, estando acompañado por el abuelo número 9, sucede algo diferente; comienza éste a balbucear palabras ininteligibles, señala
su boca y mueve su cabeza para una lado y para el otro desesperado pero, por lo visto, el esfuerzo es demasiado para él y cae desvanecido.
Llega el enfermero; simulás tomar la pastilla pero la escondés debajo de la lengua; cuando se va, la quitás de tu boca. Te parás y esta vez no hay mareo, lo que si sentís es un hambre atroz que hace crujir tu estómago. Tomás las flores del jarrón y masticándolas podés saciar un poco tu apetito. Caminás por el pasillo desierto, voces fuertes te alertan de que gente se acerca; te escondés debajo de la camilla. Es desde allí que la ves, va rodeada de ocho médicos que le hablan con sonrisa de vendedor, tiene puesto un tapado de piel blanco sobre el que cae su melena rubia; se da vuelta y entonces podés ver bien su cara. Su cara, la papada inmensa, los ojos bizcos, la dentadura incompleta y marrón, las arrugas, sus manos venosas llenas de manchas. Le da el abrigo a uno de los médicos. No podés creer que semejante despojo humano sea la diva de la tevé, adorada por millones; en la pantalla con aspecto de mujer de 60 a pesar de sus 70 declarados. Ahora que la ves de cerca, aparenta por lo menos 80 años con su cuello de lagarto y sus pechos caídos.
Cuando todos se van, te levantás distraído y al doblar por el pasillo te golpean por la espalda dejandote noqueado.
Al despertar no podés mover ningún músculo, sólo podés abrir los ojos. En la habitación hay un televisor, en él aparece ella, ahora delgada, radiante, con apariencia de 60 a pesar de sus 80. Tenés un mal presentimiento que se confirma cuando el muchacho de la cama de al lado, un joven de 25 años como vos, se acerca a tu cuerpo inmóvil y te dice:
-¿Cómo le va, abuelo?-Mirás al techo y suspirás sin poder contestarle.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te felicito, me gustó mucho tu relato.
Natalia