viernes, 19 de febrero de 2016

Marcos Rodrigo Ramos

LA MUJER FANTASMA  
Marcos Rodrigo Ramos

Llegué con la tormenta al hostal cansado luego de casi 20 horas de viaje en micro. El lugar no era la gran cosa pero era funcional por su ubicación,  lo que tenía que hacer y su precio más que conveniente.
No estaba la mujer que atendía siempre, en su lugar había un hombre de 40 y pico de aspecto hippie y tonada extraña. Tomó mis datos y me dio las sábanas  de la habitación compartida. Elegí la cama más cercana al ventilador.
El cuarto de milagro estaba vacío aunque no muy limpio. Acomodé mis cosas en los lockers. Me llamó la atención ver por el piso muchos restos de velas derretidas. Pensé en un corte de luz  reciente. En partes del patio, la cocina e incluso el baño encontré también los mismos restos.
Luego de bañarme me crucé con uno de los antiguos encargados, un muchacho joven que más de una vez había sorprendido a los besos con algún que otro novio en la cocina.  En general había  muchas parejas de hombres jóvenes como huéspedes.
 Ya más tarde escuché a una mujer que discutía con el encargado extranjero, éste la retaba con violencia,  pero tenía tanto sueño que apenas me acosté quedé dormido.
Cuando desperté, salí a prepararme el desayuno y me encontré con él. Me contó que era colombiano, tenía un hijo allá y esperaba traerlo pronto para acá. Su aspecto delataba su otro oficio, artesano de esos que venden pulseras en las plazas, ropas hippies, ojos rojos y un eterno olor a vino.
En un momento apareció una chica de 25 años, muy buen cuerpo, vestía un short corto verde con musculosa a tono, tenía el pelo corto y era muy bonita. Pasó sin saludar y se sentó en una mesa. El colombiano (que la doblaba en edad) fue con ella y se besaron. Luego le acercó un vaso y trajo una botella de cerveza que evidentemente era el desayuno de los dos, ella tenía los ojos menos rojos que él.
A la noche los artesanos ya no estaban. En su lugar había dos hombres muy gordos, uno de ellos visiblemente atraído por mí pese a que decía ser separado y con hijos. Los “gordos” escuchaban una música bien distinta a la del colombiano que ponía siempre reggae y Metallica,  los “gordos” escuchaban Raphael y Pimpinella. La habitación daba al pasillo de la recepción por lo que, aunque no quisiera, escuchaba la música y lo que hablaban.
Contaban  que habían escuchado pasos por los pasillos cuando no había nadie e incluso muchas veces las canillas habían aparecido abiertas solas. Notaba cierta preocupación en su voz, me di cuenta que no sospechaban  que hubiera sido una persona la que hacía eso por las noches sino otra cosa.
Una vez en ese mismo hostal me había ocurrido un evento un poco inexplicable. Había llegado muy tarde, casi a las cuatro de la mañana, y de repente noté que se había abierto la lluvia de la ducha del baño. Me pareció raro porque no había visto a nadie entrar y la luz estaba apagada. A las seis  todavía estaba oscuro, me desperté de urgencia para orinar y la lluvia seguía aún abierta y la luz apagada. Fui al otro baño, no se atreví a golpear y preguntar si había alguien en ese.
Ahora comprendía ciertas cosas, que las velas en todo el hostal, demasiadas, no eran por un corte de luz, sino algún tipo de conjuro para ahuyentar malos espíritus. Me alteró más darme cuenta que la habitación en la que estaba era el lugar en que había más cantidad de velas.
Estaba cansado, muy cansado, pero no podía dormirme. No creía en espíritus ni fantasmas, pero el relato de los “gordos” me había dejado alterado. Por un momento sentí una leve presión en los hombros, la atribuí a los delgados colchones del hostal pero luego pensé otra cosa. Rápido y agitado fui hasta la perilla y encendí la luz. Dejé la luz prendida toda la noche, sólo así pude tranquilizarme y al fin dormir
Al mediodía me encontré con la muchacha que esta vez me respondió el saludo y hasta me hizo algún comentario sobre el calor. En una tabla estaba cortando cebolla, verdeo y ají. Estaba haciendo una salsa que luego puso sobre dos masas de pizza estiradas bien finas que parecían precocidas. Yo almorcé un café con fiambre y un pan de salvado asqueroso. Pensé que bueno sería si yo supiera cocinar así, o alguien me cocinara así alguna vez. Alejé mi pensamiento pero el olor me hizo agua la boca, Comieron una de las pizzas con sus correspondientes dos botellas de cerveza y los cigarrillos que parecían estar casi eternamente prendidos en sus manos. La música ahora era cubana. Ella limpió todo y  juntos  fueron a su cuarto.
A la medianoche fui a la cocina, envuelta estaba la masa
masa precosida que les había quedado. En un plato una porción de pizza sobrante. Me aseguré que no hubiera nadie cerca, al principio fue la punta, al sentir el sabor ya no pude detenerme y la comí en no más de tres bocados.
El hostal parecía desierto, recordé que había dejado en el fondo la toalla secándose y era inminente la llegada de una nueva lluvia así que fui a buscarla. De repente del fondo de entre las sombras apareció el colombiano sin remera y con los ojos más rojos que nunca, Me dijo unas palabras que no entendí y medio tambaleándose se fue hacia su cuarto en donde seguramente lo estaría esperando ella. En el fondo el patio olía a cítrico, a ácido, a marihuana.
El martes cuando fui a la cocina estaba ella en una de las mesas preparando las pulseras que luego saldrían a vender. La noté triste, sería, Me acerqué a pedirle fuego para prender la cocina. Me dio su encendedor y nuestros dedos por una milésima de segundo se tocaron, un tiempo imperceptible para cualquiera pero no para mí. Cuando volví para devolvérselo estaba él que saludándome lo tomó.
Al rato los escuché discutir de vuelta, el motivo de la pelea era en apariencia los celos de ella porque el colombiano seguía viendo a una ex novia. “Pero si es mi amiga. Como quieres que no la vea. No eres razonable, por Dios” le gritaba con esa tonada que cada vez me  caía más pesada. 
Uno de los “gordos” me contó que dos huéspedes nuevas se habían quejado de la pareja porque los habían visto en una situación poco decorosa en la cocina y que el dueño del hostal estaba pensando en echarlos si se repetía esa situación otra vez.
Ese mismo día salí a la hora de la siesta y volví enseguida. Toqué el timbre pero nadie atendió. Pensé que seguro el colombiano había salido a hacer una compra y volvería enseguida. A los quince minutos perdí la paciencia y empecé a tocar el timbre con todo. Envuelto en una toalla apareció. “Discúlpeme. No lo escuché ¿Está esperando desde hace mucho tiempo?” “Hace una hora” le contesté un poco exagerando y otro poco enojado y me fui al cuarto. Cuando salí me crucé con el dueño del hostal que estaba con él. Me preguntó si había tenido algún inconveniente. Le dije que no, que todo estaba todo bien.
El jueves me encontré con por lo menos 15 personas con disfraces coloridos como de comparsa,  trajes bien vistosos de color verde y dorado. Tenían la cabeza gigante de un dragón hecha en tela.  Estaban practicando una coreografía. Van a la marcha del orgullo gay que se hace en frente de la catedral me dijo el de la recepción.  Me puse en una mesa de espaldas a ellos y cené  fideos con tuco. De repente me pareció verla a ella en el fondo oscuro donde se colgaba la ropa. Llevaba puesto un camisón blanco, levanté la mano saludándola y ella hizo lo mismo desde lejos y se fue para el fondo hacia la oscuridad y ya no volví a verla regresar de ahí en toda la noche.
El viernes estaban en reunión, escuchaba. Otra vez salió el tema de los ruidos misteriosos, incluso habían  encontrado utensilios de la cocina fuera de su lugar y algunos faltantes. Recordé la porción de pizza que había comido de contrabando. Quizás sabían algo pero no me iban a decir nada. Era baja temporada y no les convenía poner incomodo a uno de los pocos clientes que tenían. Noté como que sobrevolaba en la charla el tema de que quizás estaba sobrando algún empleado, era una obviedad que ese palo iba dirigido al colombiano que debía comenzar a esmerarse un poco más en su trabajo si quería conservarlo.
No sé si fue por lo que escuché pero dormí muy mal. Me sentía nervioso. Varias veces me desperté a la madrugada con la sensación de que alguien me había tocado la pierna, o que me estaban observando aunque estaba en la habitación solo. Como la otra vez solo pude conciliar el sueño con las luces prendidas.
El lunes me sorprendió la lluvia cuando desperté. Fui a la cocina y allí estaba ella, parecía triste. Estaba frente a la pava esperando que terminara de calentar el agua. Pareció no darse cuenta que yo estaba. Recordé esa expresión suya, igual a la de ese día en que la vi en la calle con el novio, al principio me había parecido que discutían por algo del hotel, pero no, no discutían, él la retaba, la trataba de poca cosa. Ella estaba callada, no decía nada, lo miraba a él que para variar ya estaba un poco borracho o drogado. Por un momento sentí que ella era un pájaro encerrado en una jaula muy chica. Después vino a mi mente esa frase que leí en un libro, no recuerdo cuál, y que decía: “Los ángeles siempre tienen alas.”
Cuando se dio cuenta que estaba me saludó sin mirarme. No entendí muy bien lo que hice luego pero tomé un caramelo que tenía en el bolsillo y se lo ofrecí. Entonces me miró y comprendí que había estado llorando. Con  media sonrisa me dijo gracias y se fue luego de cargar el termo.
Esa noche, ya casi de madrugada me escabullí hasta la cocina. No había nadie alrededor. Todavía estaba una de las prepizzas que había hecho ella, primero comí un borde, pero luego un impulso ciego me hizo sacarla de la bolsa y llevármela entera a escondidas al baño. La comí toda de a poco, saboreándola, sintiendo en la salsa lo salado de sus lagrimas que no había visto pero que no me eran difícil de imaginar. Aunque estaba un poco cruda igual la terminé entera. Luego me bañé y fui a acostarme.


A las tres de la mañana  otra vez me agarró insomnio, Pensé que era idiota empezar a preocuparme otra vez por los fantasmas, mi abuelo Rodrigo siempre decía que no le preocupaban los muertos, los que le daban más miedo eran los vivos siempre capaces de hacer más mal que cualquier fantasma. La voz de mi abuelo en alguna forma regresó y me dio tranquilidad. Apagué la luz y de a poco me fui relajando hasta quedar completamente dormido. Tenía un sueño muy agradable cuando de pronto me despertó el ruido del picaporte de la habitación. Alguien había entrado. De repente noté que corrían las sabanas y se acostaban conmigo. No pregunté nada. En la oscuridad cuando besé sus mejillas reconocí el sabor de sus lágrimas.

No hay comentarios: