viernes, 19 de febrero de 2016

Cora Stábile

                   Era un hombre gris  Cora Stábile

Todos los días al atardecer llega al café (viene quién sabe desde donde),
Camina lentamente, la espalda vencida como si soportara una pesada carga sobre los hombros, un eterno cigarrillo colgando de sus labios, el pelo largo entrecano y una tristeza infinita en los ojos.
Aguarda un instante en la puerta, observa el salón, busca a alguien ... luego entra y se dirige a su mesita, esa que se apoya en la última ventana que da sobre San Ignacio.
Casi siempre lleva algunos libros y un cuaderno manoseado y sucio en el que escribe sin apuro, después de meditar largo rato. A veces toma alguno de los libros y lee disfrutando cada línea.
Ella ansiaba curiosear, bucear en esos materiales. Lo observaba siempre. Hasta que un día decididamente se acercó:
-Hola, soy Mariana ¿puedo sentarme? -
Él accedió sorprendido, se miraron y una cálida e invisible corriente afectiva los conectó de inmediato, charlaron largo rato y eso se convirtió en un hermoso hábito cotidiano.
Las calles empedradas, los buzones rojos que custodiaban las esquinas, los corsos de Boedo, los muchos cines y teatros ya desaparecidos, las vías por las que circulaban los tranvías, hoy tapadas por el asfalto, el "Grupo Boedo" y su literatura, la Peña "Pacha Camac", las librerías, los personajes aquellos que le daban colorido al barrio, ese mismo barrio que lo viera nacer 75 años atrás y que nunca abandonó, estaba absolutamente identificado con sus calles y aferrado a sus recuerdos.
-Siempre escribí mucho- le comentó un día Pablo-, pero su musa inspiradora se cansó, un día tomó sus cosas y partió. Yo llego hasta esta esquina todas las tardes con la esperanza de encontrarla otra vez, pero no, no vuelve. Así Mariana conoció el porqué de esa tristeza acurrucada en la mirada del poeta.
Una vez la joven se animó y comenzó a hojear tos libros con avidez encontrándose poco a poco con: Leónidas Bartetta, Roberto Artt, Raúl González Tuñón, Elias Castelnuovo... su amigo era poseedor de un tesoro envidiable reunido en esos viejos volúmenes.
Apenas siete cuadras los habían separado y jamás se habían encontrado. Una de las cosas más lindas que sucedió es que la tristeza fue desapareciendo de los ojos de Pablo, caminaba más erguido y sonreía a menudo. Hoy el "Hombre Gris", como ella lo había bautizado, ya no existe, fue reemplazado por un poeta maravilloso y sensible que vuelca en el papel sus experiencias, con un dejo de nostalgia pero con una mirada dará y limpia hacia el futuro.



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