sábado, 16 de marzo de 2013

MARIÉ ROJAS TAMAYO


3 CUENTOS CORTOS 

La inextricable esencia del bien y del mal
 
- ¿Y... cómo te fue el día libre?
- Fui al barrio de las prostitutas... como estaba corto de tiempo, cansado de tanta parranda, abordé a la primera que se atravesó en mi camino y le hice la propuesta.
- Ajá... no omitas detalles, por favor.
- Me dio una lista de precios, asequibles a todos los gustos y bolsillos, que iban desde el amor griego hasta las últimas fantasías de moda, látigos láser y cámaras digitales incluidos.
- Vaya, ¡cómo anda el mundo!
- Le insistí en que sólo quería saber el precio de su alma. Me abofeteó, llamándome pervertido, y se marchó mascullando que su alma era de Dios.
- Mis caminos son cada vez más inescrutables - concluyó el Señor mientras sonaban las doce campanadas anunciantes del final del viernes santo.

La cita

Salía de su cita con el cardiólogo, había sido dado de alta, a pesar de su reciente infarto del miocardio. "Usted va a vivir cien años", había dicho el galeno y él, feliz, iba a celebrarlo con un paseo hasta el mirador.
Durante el viaje en taxi, disfrutó los aromas familiares, los parques, los viejos edificios, libre del peso que lo atenazó durante los últimos días.
En el telescopio había una extranjera, lo supo por la capa oscura y el sombrero que resguardaba su pálido rostro; sus conciudadanos vestían de colores vivos y dejaban la cabeza al descubierto, exhibiendo la piel morena por el sol.
Esperó con paciencia... La dama demoraba bastante y él estaba ansioso por saludar a su ciudad; en fin, bastaba asomarse a la baranda. Disfrutó contemplar la vida bullendo allá abajo, dejó la mente volar con fuerza renovada.
-¿Todo bien, Francisco? - le sorprendió la voz de la desconocida.
Se volteó, comprendiendo el porqué de su presencia.
-Pero, hoy... el médico dijo... balbuceó.
-No confíes tanto en juicios de humanos - respondió ella con una sonrisa, dándole un leve empujoncito que lo hizo caer al vacío -, tu verdadera cita era conmigo.

El sobrino

Cuando supimos que el viejo Matías había sido encontrado muerto en su cuarto, todos lo sentimos. En el solar somos pobres, pero muy solidarios con el dolor ajeno, en este caso, si no lo llorábamos nosotros, ¿quién lo haría?
Me vino a la mente aquel verso de "Dios mío, qué solos se quedan los muertos", porque éste era el difunto más solo del universo, ni un hijo, ni una esposa, ni un hermano vivo, nadie que viniera a darle un entierro decente.
Estábamos mi comadre Lola y yo aseando un poco el cuerpo, para que cuando vinieran a llevárselo a la fosa común no estuviera lleno de inmundicias, cuando por la puerta abierta hizo entrada un joven con un sobretodo azul.
Nos dijo que era su sobrino, se acercó al cadáver, le hizo la señal de la cruz y nos agradeció por cerrarle los ojos. Después fue directo para la cocina, buscó un cuchillo grande y comenzó a levantar una losa debajo de la cama. Del agujero extrajo una lata oxidada, de la cual sacó un fajo de arrugados billetes de baja denominación.
-Con esto nos da para hacerle un funeral humilde, pero decoroso -nos dijo tendiéndonos el dinero.
¿Cómo el viejo no nos había hablado jamás de este pariente? Sabíamos que venía del campo, pero nos dijo que sus dos hermanas habían muerto. Dio las carreras con nosotras, certificado de defunción, funeraria, floristería, hasta café para brindar a los vecinos del solar, que nos reunimos para acompañar a Matías a su última morada.
Al regreso me entretuve conversando con la comadre Lola. "¡Qué clase de muchacho!", me dijo, "Si no fuera por esa joroba que oculta debajo del sobretodo, sería perfecto, ¿te fijaste qué ojos, qué sonrisa?"
Entonces fue que me percaté que el sobrino se nos había quedado atrás, ¡qué falta de educación la nuestra! Era nuestro deber pedirle que nos acompañara, al menos hasta que encontrara alojamiento en la ciudad, o le adecentáramos un poco el cuarto del difunto.
Le hice una seña a mi comadre y corrí de regreso a la tumba; justo a tiempo para verlo quitarse el sobretodo, desplegar las alas que creímos giba y elevarse, más allá de las copas de los álamos, rumbo a la nueva casa de Matías.

Publicado en “Con voz propia”, revista dirigida Analía Pescaner


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